Charlie Kaufman

Del guion a la pantalla

Tenga que ver o no con su naturaleza neurótica, Charlie Kaufman ha vuelto con Anomalisa (íd.; Duke Johnson y Charlie Kaufman, 2015) por la puerta de atrás y sin hacer demasiado ruido, con una productora dedicada habitualmente al stop motion en televisión, e incluso teniendo que recurrir al crowdfunding para poder financiar el proyecto.

Esta especie de humildad crónica choca con su estatus y con el reconocimiento de su trabajo. Hasta hace relativamente poco, Kaufman se dedicaba exclusivamente a escribir guiones, pero su figura es tan o más identificable que la del director que lleva a la pantalla sus palabras. Así pues, Adaptation (íd.; Spike Jonze, 2002) es tanto una película de Jonze como una película de Kaufman. Esto es posible porque en sus trabajos hay ciertos patrones discursivos y formales que se repiten, y que pueden resumirse muy por encima en: la incógnita de la condición humana, la metaficción y el mundo como representación, la identidad y la memoria, la apatía existencial. En cualquier caso, estos temas recurrentes sirven para indicar que el guionista es un autor, con una mirada única. Ahora bien, si esta mirada está contenida en las palabras del guión, ¿cómo se traduce en imágenes?¿sigue siendo la misma mirada?

Sus guiones más populares han sido llevados a la pantalla por dos directores de estilos visuales muy marcados. Por un lado, Spike Jonze busca un costumbrismo mágico, una estética aparentemente plana que en un segundo vistazo desvela una fascinación por las cosas y los objetos que rodean a los personajes y les definen —la humanidad que desprenden las marionetas de John Cusack en Cómo ser John Malkovich (Being John Malkovich, Spike Jonze, 1999), las flores como elementos de pureza antes de ser condicionados por los intereses del hombre en Adaptation—. Michel Gondry, en cambio, juega a la mirada subjetiva y a la cámara en mano para imitar la experiencia perceptiva del protagonista de ¡Olvídate de mi! (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, Michel Gondry, 2004), en contraste con la textura onírica de los recuerdos a través de una atmósfera brumosa y unos efectos especiales vibrantes pero no intrusivos.

Charlie Kaufman

Todo esto son características de la dirección, en la que Kaufman no interviene de forma directa. Aunque al principio parezca que las aptitudes de Jonze y Gondry se adecúan a los textos de Kaufman, siempre surge la tentación de preguntarse hasta qué punto la excentricidad de estos directores beneficia las historias, e incluso si no pueden llegar a perjudicarlas en algunos aspectos. Volviendo a Anomalisa, el stop motion es una característica visual que condiciona la obra irremediablemente. ¿Por qué no rodarla con actores reales?

Rápidamente se encuentran respuestas. Desde un punto de vista crítico, se puede juzgar esta técnica de animación como un elemento que permite a sus directores jugar con la apariencia y la voz de los personajes y ayuda a transmitir en imágenes esa especie de prosopagnosia causada por la depresión. Pero la verdadera respuesta, a esta pregunta y a la de los directores de sus anteriores películas, es la siguiente: las decisiones visuales tomadas por los directores no hacen a las historias mejores o peores, las hacen distintas. Ciertos aspectos, ciertas posibilidades implícitas del guión se potencian y otras se atenúan. A veces la teoría del autor eclipsa un poco una realidad incontestable; que el cine es un arte colaborativo, y como tal la implicación de cada miembro del equipo deviene en un resultado, y esa suma de resultados da como total la obra. Estos resultados, a pesar de ser ejecutados por profesionales, siempre están sujetos al azar, por lo que cualquier mínima diferencia podría haber dado una película muy distinta.

Elucubrar qué habría pasado si Anomalisa (que en un principio iba a ser una obra de teatro) hubiese sido realizada de forma distinta cae en el campo de la mera hipótesis, y a pesar de ser un ejercicio interesante obvia la ineludible presencia del aquí y el ahora. Es el porcentaje de realidad que siempre se impregna en los fotogramas de cualquier película, ya sea ficción, documental, o animación. Y es eso lo que queda, no las ideas que tuviesen sus creadores en la cabeza. Al fin y al cabo, este es también uno de los eternos temas de Charlie Kaufman: los intentos del ser humano por imponer un orden a una realidad que siempre se escapa a cualquier tipo de control.