Bella y perdida, de Pietro Marcello

El cine italiano llegado a nuestras pantallas, independientemente de su calidad, se puede agrupar en tres bloques. Por una parte, comedias agridulces con un toque social. Por otra, las obras de los autores reconocidos como tales por los distribuidores, sean Garrone, Moretti, Sorrentino o Tornatore. Y, finalmente, un grupúsculo de autores comercialmente indocumentados que pasan por nuestras pantallas con más pena que gloria por el anonimato de sus creadores pero que encierran en su interior gemas por pulir que merecen ser reconocidas. Era este el caso de dos grandes obras que se movían entre la ficción y el documental, entre la realidad y la fantasía, como Le quattro volte (Michelangelo Frammartino, 2010) y El Pais de las maravillas (Le meraviglie, Alice Rohrwacher, 2014 ). Aun estando lastrada por su irregular construcción, Bella y perdida puede alinearse con las anteriores. Siendo el cuarto largometraje de un director orientado hacia el documental, es la primera obra que estrena en nuestras lares y me planteo si este feliz acontecimiento es producto del azar o de un esfuerzo voluntarioso de algún profesional que se ha encandilado con ella. Bella y perdida es realmente compleja en su sencillez y un tanto confusa en su ingenuidad. Sin embargo es, también, seductora y muy rica en matices. Pietro Marcello mira de reojo a la Italia clásica y pudiente (a la etrusca como hiciera Rohrwacher), a la ruralidad (como hiciera Frammartino) y a la Italia deteriorada. No es nada casual que su coguionista, Maurizio Braucci, sea el guionista de Gomorra (Matteo Garrone, 2008), Reality (Matteo Garrone, 2012), y Calabria, mafia del sur (Anime nere, Francesco Munzi, 2014) y Pasolini (Abel Ferrara, 2014). El resultado es un cóctel elegíaco que contempla una belleza, cultural y humana, que tal vez desaparezca para siempre. La obra de Marcello bordea la dureza un punto exhibicionista de Garrone y la poesía de Passolini pero se sitúa en un terreno propio, extraño a todas sus referencias, obstinadamente.

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La peculiar trama pivota sobre tres personajes, tres historias que coinciden en un momento dado. Tenemos por una parte la historia verídica de dignidad personal (captada documentalmente mediante entrevistas y material de archivo) de Tommaso Cestrone, que se esforzó en preservar la memoria de su país. encarnada en el palacio borbónico de Carditello, saqueado y vandalizado por la desidia gubernamental y por la brutalidad de la Camorra. Tommaso, solitario agricultor de la Campania, falleció anónimamente una noche de Navidad mientras guardaba una riqueza patrimonial que él consideraba suya en tanto que ciudadano de la República Italiana. Director y guionista introducen, con categoría de protagonista, a Sarchiapone, cría de búfalo macho (despreciado por no ser productor de leche y por ello condenado a morir) del que cuidaba Tommaso y que es el auténtico narrador de la película, en un ánimo entre nihilista y resignado. Su pensamiento nos hace meditar sobre la brutalidad inherente del ser humano, sobre la (más bien escasa) posibilidad de redención y sobre la actitud hacia la cultura y la naturaleza. Finalmente, Pulcinella, otra encarnación de la cultura italiana, es el empleado de los dioses al que se encarga la salvación del búfalo tras la muerte de Tommaso.

Tras la muerte del personaje real, Marcello sigue el desplazamiento de Pulcinella (desde un complejo funcionarial, una vez todos los documentos han sido registrados y visados) y Sarchiapone a través de una Italia agrícola, fuera del tiempo y de una geografía concreta. La progresiva descontextualización, con un aire fantasmagórico trabajado mediante la fotografía y la banda sonora, nos acerca a la humanización de Pulcinella y, paradójicamente, a la condena del búfalo, que pierde la protección que tenía y asume, resignado, su destino. La glorificación póstuma del infeliz Tommaso (denominado el Ángel de Carditello) mediante la asunción de responsabilidad del gobierno italiano aparece como una victoria pírrica, cuyas imágenes se alternan con el encierro del animal. De inicio a final la errancia argumental descoloca continuamente al espectador. Sin embargo la poesía que desprenden frases e imágenes, la luz y la música, hacen que la combinación, de la historia real de Tommaso y de la ficción, deja de apreciarse como arbitraria y funciona como una obra singular. Bella, como Italia, en su imperfección y en sus errores. Y, también, como Italia, perdida, lamentablemente, en nuestra cartelera.