Ojos de fuego, de Keith Thomas

El infierno

Ojos de fuegoEsta versión de Ojos de fuego, la novela de Stephen King que ya adaptase Mark L. Lester en 1984, digámoslo ya desde el principio, no hay por donde cogerla. Seremos justos si al menos decimos que el film de Keith Thomas para Blumhouse intenta hacerlo narrativamente diferente, tanto a la película anterior como a su origen literario, de modo que el libreto de Scott Teems (guionista secuaz de Gordon Green y Danny McBride en Halloween Kills, incluida también en la línea de remakes fallidos de la productora de Jason Blum) opta por una estructura lineal en lugar de comenzar en la mitad de la historia e ir alternando con flashbacks. Y lo digo como algo bueno por el simple hecho de que si se hubiese abordado el proyecto desde la misma perspectiva la pregunta sería la de siempre, ¿Qué necesidad habría de hacer un remake para repetir lo mismo? (como si la respuesta, que es obvia como en cualquier pregunta retórica, hubiese disuadido a alguien alguna vez de replicar el pasado).

Pero esto no es bueno. El comienzo trata de ser didáctico con la historia, explicando los orígenes de los poderes de Charlie: bullying escolar e incendios domésticos con estética y formas telefilmescas, y una flagrante ausencia de personalidad en la puesta en escena que se percibe desde el principio, intuyendo ya que nos espera una hora y media de drama psicológico con menos carisma que Zac Efron girando el cuello para hacerse el duro. John Carpenter y su hijo junto a Daniel Davies ponen la música con el piloto automático y la mano por detrás para recoger el cheque. Aún así, puede decirse que es lo mejor de la película, y por supuesto tiene algún tema o momento inspirado (inspirado en sus trabajos pretéritos, los que han dejado huella), aunque esté al servicio de la nada: por ejemplo cuando Charlie les quita la bici a sus abusones haciendo uso y disfrute de sus poderes (aquí hereda los de su padre; vaya, otra novedad). Ni siquiera sé decir si los efectos especiales son mejores que los del film pretérito, treinta y ocho años después.

Ojos de fuego

También podemos tratar de defender, en pos de la fidelidad a la novela, el empleo de un actor de origen indoamericano para interpretar a Rainbird, pero teniendo en cuenta que su papel fue interpretado previamente por el siempre grande George C. Scott las comparaciones van a ser odiosas (y puestos a comparar, aquí desaparece la parte en que él y Charlie estrechaban lazos, quizá una de las más memorables del film previo, dejándola para nuestra imaginación en un epílogo que reconozco inquietante, visto además junto a un desenlace algo más arriesgado que lo que dejaba intuir lo visto hasta entonces, pero después de aguantar el despropósito al completo no sé si me gusta esa parte o es simplemente la sensación de que ha terminado el suplicio), y si además entramos en territorio woke sustituyendo a Martin Sheen por la actriz canadiense Gloria Reuben no especialmente convincente en el papel de Cap, o el ya citado Zac Efron que definitivamente ha vivido tiempos mejores, el apartado del casting tampoco es una gran virtud. La joven Ryan Kiera Armstrong tampoco lo tenía fácil de cara a las comparaciones, no olvidemos que la primera Charlie fue Drew Barrymore y aunque solo fuese por ser el rostro de la pequeña Gertie en E.T. el extraterrestre (E.T.: The Extra-Terrestrial, Steven Spielberg, 1982). Quizá pensaron que con una capucha la cosa mejoraría, y es que el infierno está empedrado de buenas intenciones.