Regreso lleno de ganas a Terror Molins tras haber vivido el festival por primera vez en su anterior edición. Una experiencia que, aunque llena de altos y bajos, me embriagó por su cercanía y dedicación. Bueno, y por las vísceras y las entrañas, claro, eso también…
Este año se dejan atrás las brujas y los aquelarres que plagaron el ambiente de la pasada entrega para homenajear al terror rural, en honor al clásico imperecedero de La matanza de Texas que cumple este año su 50 aniversario.
Las luces rojas frente a La Peni señalan que ha llegado el momento, que las actrices y los actores ya están en sus puestos, que las cámaras están grabando y que todo está listo para que empiece la película. Así que, sin más dilación, aquellos que nos encontramos congregados en el exterior del teatro damos un paso colectivo hacia delante y nos adentramos un año más en las fauces de Terror Molins…
Día 1 – Sesión inaugural: La damnée
Si en su anterior edición la película inaugural afianzaba con claridad un tono e intencionalidad con el ensañamiento y “pornificación” del sufrimiento que proponía La mesita del comedor, este año La damnée se queda un poco corta. La ópera prima del director francés Abel Danan se presenta como un batiburrillo de referencias e ideas interesantes que no terminan de imbricarse bien entre sí por culpa de un guion algo torpe. Aunque la pandemia como premisa para dar rienda suelta al agobio y a la lenta caída hacia la locura ya está algo manida, por momentos desde la dirección y montaje consigue funcionar cuando se desliga por completo de las narrativas convencionales y apuesta por el caos y la desorientación, planteando algunas secuencias sugerentes que juegan con un mismo espacio de manera interesante. Un estilo que (quizás) era la única respuesta para solventar la ausencia focal de la La Damnée y que es uno de los motivos por los que el director peca de cierto novelismo al tratar desesperadamente de darle seriedad y calado a través de diversos y abultados flashbacks que, en su afán de ordenar la película, la desmontan por completo.
Día 2 – La matanza de Texas, Azrael, La sustancia y V/H/S Beyond
A pesar del tembleque inicial con el que la inauguración nos dejó, el segundo día del festival vino cargado de tablas y experiencia, tapando los agujeros y dudas planteadas por la posible deriva de la programación.
Tanto La Matanza de Texas como La sustancia, titanes de dos épocas radicalmente distintas, nos dieron un necesitado respiro, repartiendo caña por doquier y renovando los ánimos entre el público. El ambiente festivalero, especialmente el de terror, favorece en gran medida películas que den espectáculo, añadiéndoles una cuarta dimensión con los continuos aplausos tras cada muerte o secuencia grotesca. Y es aquí donde ambas brillaron con especial fulgor a pesar de su respectivo rodaje previo a esta cita que, lejos de haber desincentivado su visionado, las ha convertido en atracciones principales.
Por su parte, Azrael y V/H/S Beyond no terminaron de satisfacer del todo, decepcionando las dos en sus respectivas facetas: la primera por crear una mitología no muy inspirada que a duras penas se desliga de Un lugar tranquilo, y la segunda por albergar relatos más deslavazados y menos inspirados que anteriores entregas. Pero ni siquiera sus pinchazos fueron suficientes para bajar los ánimos. No toda la esperanza estaba perdida y todavía quedaba mucho festival por delante, sobre todo teniendo en cuenta que el verdadero pistoletazo de salida de Terror Molins nos esperaba mañana con el inicio de las sesiones dobles.
Día 3
Un nuevo día amanece y con él viene la parte más hardcore de la programación (por supuesto dejando de lado las 12 horas de maratón del último día): las sesiones dobles o, mejor dicho, las dobles sesiones dobles. Cuatro películas seguidas en una tarde sin apenas tiempo entre ellas son duras para cualquiera, pero en cierto modo albergan una magia extraña ya que marcan el inicio de la lenta pero constante pérdida de raciocinio en la que las películas se terminan fundiendo entre sí en una suerte de sopa fílmica llena de imágenes y contrastes indistinguibles e inseparables.
El baño del diablo y Witte Wieven
La primera sesión doble, haciendo homenaje a la temática de este año, tiene aire rural de época. La flamante ganadora de Sitges llega a Molins de Rei con mucha expectación, especialmente dada la interesante trayectoria de la dupla tras las cámaras conformada por Veronika Franz y Severin Fiala con películas como el ya clásico Goodbye Mommy (que tuvo su probablemente innecesario remake a la americana gracias a Prime con Naomi Watts) o The Lodge. Pero su nueva propuesta es distinta, menos complaciente y más arriesgada. Salvo por su contundente inicio y algún que otro segmento suelto, El baño del diablo plantea un ritmo narrativo lento, sumamente influenciado por los paisajes y el naturalismo cuyo objetivo no es otro que el de retratar un entorno concreto, un status quo y cómo la protagonista desentona. Hasta aquí se podría decir que no hay nada particularmente arriesgado, sin embargo, con su desarrollo se hace patente una ausencia de herramientas o mecanismos para empatizar con ella que impregnan poco a poco a su visionado de cierto hermetismo emocional, imposibilitando o al menos dificultando conectar con ella más allá de un nivel superficial.
Es cierto que, como seres humanos mínimamente empáticos que somos (¿verdad?), el mero hecho de ver a alguien sufrir las injusticias de las circunstancias nos harán ponernos en la piel de ese personaje, pero aquí su carácter y personalidad permanecen deliberadamente sellados en su interior, dándole cierto aura de misterio a la protagonista a la par que la aleja del espectador, haciendo que algunas situaciones se puedan sentir redundantes o asépticas y la duración del conjunto demasiado larga a pesar de que se resignifique en su conclusión. Una propuesta difícil e imperfecta que se desenvuelve como una extraña oda a los incomprendidos y a los incomprensibles.
Como compañera de programación, de manera quizás algo injusta, Witte Wieven nunca podía compararse con El baño del diablo más allá de ser retratos feministas de época. Aunque falta de la complejidad o matices que la primera ofrecía, la suerte de telefilm convertido en film al menos ofreció una ruptura de tempo, contrastando sus apenas 60 minutos de duración con las extenuantes dos horas de El baño del diablo. Una película amena que ofrece un imaginario local interesante que nunca llega a explotar del todo, quedándose en un extraño producto a medio cocer que de haber tenido más tiempo y dinero podría haber tenido la posibilidad de romper los tópicos y clichés algo tóxicos que la lastran.
Test Screening y Things Will be Different
La segunda sesión doble del día ofreció un necesitado cambio de aires, prometiendo de manera casi irónica con su segundo título que Things Will be Different.
Test Screening, personalmente, me entró a las mil maravillas. Siendo claramente una película falta de presupuesto o de algo más de empuje e ideas en su parte final, se le nota un mimo y cariño innegables, tanto a la hora homenajear a toda una época y a sus películas como en la propia construcción de sus personajes, brindándoles a todos un espacio para establecer y construir su arco que, aunque tópico, consigue cumplir su función de que le importen algo más a la audiencia. Una suerte de palate cleanser fílmico que, sin ser ninguna maravilla, abre de nuevo el apetito para la última proyección del día y probablemente la más exigente.
Things Will be Different cumple con lo prometido, al menos en el contexto del festival. El montador de Aaron Moorhead y Justin Benson, hace gala de su bagaje imponiendo un ritmo dinámico en la presentación de la película. Contando con recursos limitados, es realmente loable lo mucho que se consigue sugerir con muy poco, construyendo una mitología con objetos mundanos que consiguen revalorizarse y resignificarse con la ayuda de una dirección solvente y unas buenas interpretaciones por parte del dúo protagonista conformado por Adam David Thompson y Riley Dandy. Pero lamentablemente, los piropos se acaban ahí, ya que las cabriolas espacio-temporales son unas maniobras particularmente farragosas y complicadas de llevar a cabo con efectividad y, aunque la película promete mucho durante gran parte de su metraje, todas esas promesas nunca terminan de llegar a buen puerto, dejando un clímax bastante anticlimático y entrando en el nada halagador lodazal de las películas que ladran mucho y muerden poco.
Día 4
Else y Blood Star
Siguiendo paradójicamente el patrón del día anterior, Terror Molins vuelve a programar dos sesiones dobles en las que se intercalan terror repleto de folklore rural con un terror más contemporáneo y experimental, solo que esta vez lo hace al revés.
El día da comienzo con la bizarrada de Else, una película francesa que en su primera mitad se asemeja más a un hijo raro de Amelie que no a una cinta de terror. Aunque como nota personal empiezo ya a estar un poco cansado de las referencias a la pandemia, debo reconocer que Thibault Emin propone una hibridación interesante con el body horror en una especie de virus con el que todo termina fundiéndose en un solo ser. Un vehículo llamativo sobre el que canalizar la ansiedad del confinamiento y en cómo la ausencia de contacto con el exterior y con aquellos quiénes lo habitan es capaz de deformar tu propia percepción de lo que te rodea y la relación que tienes con ello. El collage aquí propuesto es sugerente y a ratos cautivador a nivel visual pero da la sensación de que nunca se llegan a conjugar bien los elementos puestos sobre la mesa, quedando una relación amorosa coja en un ambiente apocalíptico falto de espacio, resultando su conjunto, de manera irónica, en algo parecido al virus de la misma película: una suerte de amalgama amorfa que se mueve lentamente, devorándolo todo, sin mucho rumbo ni propósito.
Algo que agradecer de nuevo a la programación y que suele ser tendencia en el festival es que de manera habitual suelen programar una de cal y una de arena. No tanto en un sentido de calidad, aunque ahí ya entramos en terreno más subjetivo, sino en cuanto a ritmos.
Si Else se desarrollaba lenta y tediosamente en algunos tramos, Blood Star rezuma caña y ritmo. Llena de referencias a títulos como El diablo sobre ruedas, Death Proof o The Hitcher; la ópera prima de Lawrence Jacomelli jugaba ya con ventaja, estableciendo claramente un imaginario cercano para muchos espectadores y una dinámica familiar y fácil de digerir: policía loco abusa de su poder para asesinar a viajeras solitarias por las carreteras desérticas de Nuevo México. Aunque a estas alturas ya resulta algo problemático el planteamiento y su inevitable resolución falta de dimensión, el juego del gato y el ratón aquí propuesto rueda con relativa soltura y consigue al menos dar un visionado amable y con algunos destellos de originalidad y creatividad divertidos.
An Taibhse y Fréwaka
La segunda tanda de sesiones dobles del día, impregnada de nuevo por el aroma rural, da comienzo con el estreno español de An Taibhse, una diminuta cinta irlandesa que goza del título de ser la primera película de terror rodada íntegramente en irlandés. En sí, la propuesta de John Farrelly no es nada especial y argumentalmente no deja estar plagada de tendencias primerizas y resoluciones algo fáciles. Sin embargo con el paso del metraje hay cierto magnetismo en sus imágenes que, como un goteo constante, infunden al texto de frescura. Quizás sea el tratamiento de la oscuridad, la contundencia de sus (a veces tediosos) jumpscares, la espectacular persecución en el subsuelo o la ansiedad creciente derivada de la locura del aislamiento que recuerda a El Resplandor o Al final de la escalera. Sea como sea, para cuando llega el final de la película, persiste la intrigante sensación de un potencial que transgrede toda limitación monetaria y costumbrismos noveles.
De un modo similar a su compañera de programación, Fréwaka también parte de una premisa manida, en este caso inspirada especialmente por cintas como Wicker Man. Pero lo que An Taibshe conseguía paliar con su renovación formal, aquí se queda algo falta de fuerza. Si bien es cierto que las protagonistas (Clare Monnelly y Bríd Ní Neachtain) resarcen en gran medida las limitaciones de su texto, no hay ninguna parte de la película que consiga elevar el conjunto a algo más que otra pieza de género a todas luces funcional pero del montón.
Y así concluye una primera mitad del festival algo decepcionante. Por supuesto están los altos brindados por La sustancia o La matanza de Texas, pero, en lo que al resto de programación se refiere, se la nota algo falta de chispa que, al menos, la anterior edición ya tenía a estas alturas con cintas como Good Boy, Sleep, Cuando acecha la maldad o la propia inauguración con La mesita del comedor. Pero no desesperemos pues la noche es larga y todavía queda una segunda mitad de Terror Molins que, sin contar todavía demasiado, alberga sin duda la mejor película del festival y uno de los estrenos recientes más interesantes en cuanto al género se refiere.