La memoria animada
Animac sigue creciendo como uno de los focos más destacables de la animación en el ámbito europeo. Aunque la atracción sobre el público general se limita a entorno local, son numerosos los profesionales del sector, creadores y productores, que acuden a su llamada anual.
Se notaron las restricciones presupuestarias en la selección de largometrajes, puesto que buena parte habían sido vistos en el Festival de Sitges (y comentados en esta publicación): El chico y el monstruo (The Boy and the Beast, Mamoru Hosuda, 2015), Anomalisa (íd., Duke Johnson, Charlie Kaufman, 2015) y Miss Hokkusai (Keichii Hara, 2015). Cantidad no va reñida con calidad, sin embargo, y disfrutamos de otra novedad en el campo del largo, En lo alto del mundo (Tout en haut du monde / Long Way North, Rémi Chaye, 2015), y, como es habitual, de numerosos y sabrosas degustaciones en el terreno del corto.
Tout en haut du monde es una sencilla, enérgica y bella historia de aventuras en la que Sasha, la nieta de un explorador ártico desaparecido, decide partir en busca del buque de su antepasado, supuestamente atrapado en los hielos del Polo. Recurriendo a una bellísima paleta de colores y un montaje ligero, alterna sabiamente humor y secuencias clásicas del cine de aventuras marinero. La cinta de Chaye tiene evocaciones que van de la literatura (Poe, Verne o Melville) a la exploración (Shackleton, Scott, Nobile, Amundsen y Peary) y, naturalmente, al cine (con claros ecos a Ford, Walsh o Huston), resultando atractiva tanto para público juvenil como a adultos de espíritu aventurero.
En el inmenso mundo del corto pudimos ver de todo. Imágenes vivas, libres, e historias sintéticas. Humoradas ligeras y microrelatos de gran profundidad emocional. Dedicado el Animac a un Futuro femenino, no sólo abundaron las realizadoras sino las protagonistas femeninas: mujeres bombero, Barbies asesinas, burguesas agobiadas, defensoras de fauna, sufridas obreras… Dejando de lado la que fuera una excelente candidata a los Oscar, No podemos vivir sin el Cosmos (Mi ne mozhem zhit bez kosmosa, Konstantin Bronzit, 2014), emotiva, divertida, inteligente y sintética historia de dos amigos que sueñan desde la infancia con ser astronautas (y muchas otras obras, que es mucho dejar), quisiera centrar mi comentario en dos historias, de estilo absolutamente distinto entre sí, que se focalizan en la memoria.
Pronto, era assim (Joana Nogueira, Patricia Rodrigues, 2015) es una sensible mirada a las vidas de la gente común. Combinando las voces registradas en entrevistas con personajes reales y una serie de imágenes de objetos en stop motion, se nos presentan los recuerdos, melancólicos, animados o tristes, de una serie de ancianas y ancianos de un barrio popular de Oporto. La estrategia a la que se recurre es identificar cada personaje con un objeto cotidiano. Así, la mujer que habla de su época como vendedora en un mercado, es encarnada por una vieja balanza de tienda, la pareja cuyo marido la sedujo desde su puesto de café son las dos partes de una vieja cafetera, otra abuela solitaria es un jarrón que va arreglándose su asa rota mientras explica su historia…. Pronto, era assim, en un tono curiosamente semejante al del de Tabú (Miguel Gomes, 2012) evoca un tiempo pasado que tal vez no fue mejor: amores fogosos y maltratos, las colonias de ultramar, las emigraciones esperanzadas y los retornos forzados, separaciones y alegrías, origen y viajes. Y aunque Animac nos ha acostumbrado a tales maravillas, seguimos sorprendiéndonos de la enorme capacidad de la animación para captar la realidad, en su contexto y en sus sentimientos.
World of Tomorrow (Don Hertzfeldt, 2015) es una visión estéticamente contrapuesta a la anterior. Elaborado mediante trazos extremadamente simples, geométricos, combinados con auténticos destellos de color y un montaje muy rápido, sincopado, Hertzfeldt nos sumerge en un futuro deprimente a pesar de su colorido y su grandiosidad técnica. World of Tomorrow narra la desasosegante y poco comprensible visita de un ser del futuro a su clon ancestral. En un frenético discurso que incluye la visión y transportación a distintos planetas y épocas, Emily explica a la Emily Primordial, a través de su propia historia, cómo es el mundo del futuro, un mundo en el que no existe la vejez y casi no existe la muerte, puesto que todos los habitantes ricos del planeta han emigrado a otras lares ya clonados según clones de clones. Emily habla de sus bruscos enamoramientos con una piedra o una pieza metálica, antes de unirse a un ser extraño al que tendrá que abandonar. La aparatosa exhibición de tecnología y ciencia no permite, evidentemente, la supervivencia de los sentimientos. En esta paradoja temporal, semejante a la de La jetèe (Chris Marker, 1962) o 12 monos (12 Monkeys, Terry Gilliam, 1995), no hay una carrera por la supervivencia de la humanidad. La humanidad ya se ha deshumanizado en su supervivencia. Aquello que el futuro clon ha venido a buscar es un recuerdo perdido, una añoranza. Como los recuerdos alojados en viejos trastos de la cinta de Joana Nogueira y Patricia Rodrigues, en el futuro aun necesitaremos, por encima de todo, recuperar de entre nuestras neuronas, aquellos pequeños instantes de felicidad.
Animac nos permitió disfrutar unos cuantos de estos momentos. Y la visión de los creadores de animación, el uso de tecnologías viejas como el stop motion o nuevas como las elaborados con los últimos programas informáticos, son los responsables de ello.