Sobre el sentido de los hechos
En un momento ya próximo al final, Freddy Riedenschneider, una criatura salida de la más pura y genial sorna de los responsables de esta cinta, en labios del protagonista Ed Crane, pide al jurado que «considere el sentido de los hechos» para según Crane, afirmar a continuación que «los hechos no tienen sentido».
Y es que El hombre que nunca estuvo allí, no sólo es, para mí, la hasta ahora más redonda y hermosa película de los Coen (y sí…, me considero fan de este dúo bicéfalo desde hace años) sino una insolente broma y risotada en la cara del espectador, (que empiezo a creer, muy pocos han sabido o querido ver) y que bien puede fundirse en esas dos frases concatenadas.
El juego, jugarreta y broma urdida en sentido mayúsculo por Joel y Ethan Coen, se resume en una archiconocida imagen gestáltica que durante años ha servido para ilustrar en los libros de Filosofía el discurso de la figura-fondo y su bidireccionalidad perceptiva. Así pues, la película es…
I. Fondo con figura, o una perdición esquizofrénica
Analizada desde un punto de vista lineal lógico, El hombre que nunca estuvo allí es una vuelta de tuerca, una más, a otro de los emblemáticos géneros cinematográficos hollywoodienses, que los hermanos Coen tanto gustan de desmontar y volver a montar, con un ritmo completamente nuevo, alejado del homenaje fácil, y una dinámica y tono propios, enloquecidos, rayantes en lo absurdo y el esperpento, repletos de humor y de ironía. El tanto impoluto como sugerente blanco y negro, nos sitúa en las coordenadas de la Perdición (Double Indemnity, 1944) wilderiana, y de tantas y tantas otras obras maestras del género, pero desde perspectivas radicalmente diferentes y propias de estos autores postmodernos.
Vista desde esta óptica normal, donde el fondo ocupa toda la cinta, un pusilánime y desubicado Billy Bob Thorton, narra melancólicamente, su desarraigo de un matrimonio condenado a la incomunicación; busca una salida desesperada para huir de la barbería familiar que la asfixia, siembra vientos, y antes de recoger las tempestades, intenta redimirse sin lograrlo, en la figura pura y angelical de una niña.
Visto de esta manera, el título hace referencia a la desubicación de Crane en ese ambiente rural desesperanzador, cercano al condado de Macon de Harper Lee, y es nada mas, y nada menos, que un relato frustrado de autoredención, con paisajes poéticos, y para los no habituados con la poética Coen, cargado de elementos absurdos y de un final que se extiende innecesariamente y que se pierde en el casi infinito.
Hay sin embargo, tres interesantes interrupciones de esta narración lineal, que enriquecen el relato (o bien hacen dudar de la dirección empleada en la interpretación de los hechos). El primero, es la hermosa manera de narrar el asesinato, casi un inserto, dentro de una escena en penumbras donde Crane recuerda cómo conoció a su esposa. El que la llamada de teléfono fatídica interrumpa una frase y una postura física del personaje, que tras su incursión, se retoma en el mismo exacto punto dialéctico y postural, no deja de dar a lo que se cuenta, un cierto tono onírico, sobrenatural y hasta increíble, (parece mentira que algo tan fuerte, rompa una monotonía tan perfecta y equilibrada). Sin duda resulta más onírica (y menos relevante) la aparición del extraño objeto en el patio de la cárcel hacia el final de la cinta… una alucinación que parece fruto de la lectura de la revista LIFE por parte del protagonista, y de las paranoias de algunos secundarios.
Pero sin embargo, la bisagra de toda interpretación del film, bascula en el flashback completamente lynchiano que sigue al accidente, donde un absorto Crane es interrumpido en sus pensamientos, por un vendedor de asfalto para jardines. Los hechos parecen indicar un recuerdo de Crane hacia la relación con su esposa, un hermoso paréntesis poético, o no…
Al margen de interpretaciones, El hombre que nuca estuvo allí es una película «compendio», como lo pueden ser Rojo (Trois couleurs: Rouge, 1994) en la obra de Kieslowski, Los amantes del circulo polar (1999) en Médem, o Fanny y Alexander (Fanny och Alexeander, 1982) en Bergman. Es decir, un film, donde se hace un breve resumen de todos los trabajos anteriores de un cineasta. En la película que nos preocupa, hay un nutrido grupo de personajes que provienen de una vieja y ya olvidada película llamada Sangre fácil (Blood Simple, 1984), y otro tanto que junto a diálogos chispeantes, vienen sacados de Muerte entre las flores (Miller’s Crossing, 1990), y no me refiero tanto a la presencia del sempiterno Jon Polito, sino a las apariciones fugaces y ridículas de esas parejas de policías que recuerdan al «Tic-Tac» y compañía de la obra maestra de gangsters que los Coen filmaron. Por otro lado, tenemos un hotel vacío y poblado por extraños personajes, cortinillas rodantes con objetos que podrían haber pertenecido a George Clooney, y un tono de fábula absurda que junto al propio Crane y al descubrimiento industrial de la Limpieza en seco, nos remiten al mundo de la Hudsucker.
Pero no nos quedemos en la anécdota. Si bien, los Coen, por primera vez en su carrera, aúnan sin fisuras su cine negro rural (Fargo, 1996; Sangre fácil) con la comedia disparatada como herramienta para la deconstrucción de un determinado género clásico, (El gran salto/The Hudsucker Proxy, 1994; El gran Lebowski/The Big Lebowski, 1998; O, Brother!/O Brother, Where Art Thou?, 2000), tambien, demuestran una madurez que no deja de sorprender, y que se traduce en toda la puesta en imágenes de la historia y en algunas ideas, más que interesantes. A la hora de narrar, por ejemplo, el discurso del abogado en el tribunal, esto se hace con suaves travellings de acercamiento que se detienen en la punta de las extremidades del abogado, narrando de forma pausada y con firmeza un discurso que sin embargo no escuchamos como sería al uso en boca del abogado, sino de la voz en off que nos narra esta historia, y atención… la emoción resulta más pura; incluso más efectiva.
El ritmo lo lleva el personaje magníficamente interpretado por Billy Bob Thorton, porque es una historia contada por Billy Bob Thorton… incoherente a veces, atropellada a ratos, y que se relaja y recrea, se interrumpe y reanuda a su capricho. A veces da la sensación de que estamos tragándonos el anzuelo de algo que en realidad no ha pasado… en realidad, el hombre que nos está narrando la historia ficticia que se está imaginando sentado plácidamente en el porche de su casa, una mañana de primavera, (cuando un vendedor de asfalto le interrumpe), nunca estuvo allí. Después de Barton Fink (íd., 1991), los Coen juegan a ser Lynch, porque nada de lo que se cuenta es lo que es.
II. Una figura sobre un fondo, o la culpa que nunca existió
No, no es una sobredosis de «Mulholland». Tras el accidente de coche, hay una cortinilla con un tapacubo convertido en platillo volante, y un fundido en negro. De repente, y al igual que sucedía en la escena previa al asesinato, hay una interrupción de la narración. Una interrupción real, porque está producida por un personaje real, un vendedor de asfalto para el jardín.
Crane es un hombre sin trabajo e infeliz que es mantenido por su mujer (el barbero no es barbero, está mantenido por su mujer, no por la barbería de la familia de su mujer, aunque lo mismo da… y de ahí la ficción), fría y silenciosa, mitad desprecio, mitad pasividad… la historia que él esa mañana está pensando, imaginando, soñando, es la historia de cómo poner remedio a esa incomunicación.
Dos detalles simplemente: La noche antes de los hechos que producen la separación de Crane y su esposa, estos acuden a una fiesta familiar y, en ella, Crane afirma que fue en ese momento, cuando su mujer empezó a beber alcohol. A la mañana siguiente, ella ya está en… y más tarde en ese sitio… ¿Incoherencia? Pero… en el flashback del asfalto que comento, ella se sirve una copa al llegar a casa… ¿dónde encaja realmente ese flashback?
Por cierto, el flashback termina con una nueva cortinilla de platillo volador cuando Crane y su esposa se sientan juntos en el sofa, y cada uno vuelve a ocuparse de sus pensamientos. En ese momento, es cuando Crane vuelve a retomar su fantástico e imaginario relato, (donde el nunca estuvo), en el preciso instante donde antes lo había dejado, usando un mecanismo del que previamente nos han mostrado ya las trampas.
Si queda alguna duda sobre que es figura y que es fondo en este apasionante juego, recuerden la última frase de la película que hace referencia a ir a un lugar, donde Crane pueda por fin decirse con su mujer… lo que en ese presente no pueden o no han podido decirse con palabras, fundido en blanco y fin.
La ficción se cierra en un círculo perfecto, en un fondo infinito, que sólo por el espacio de un minuto de película, es figura, real y tangible. Y al igual que George Kaplan hitchcockiano, el resto…, nunca existió.
Es cierto, que cada uno puede ver la imagen tal y como quiera, dos caras rugosas sobre un fondo liso, o una copa lisa sobre fondo rugoso, pero al menos la duda, ya merece un aplauso; en mi caso, un sentido aplauso, para la que sin duda es la más sugerente muestra de cine, (CINE con mayúsculas) del año. De este año, y de otros…