Esta vida pide otra
Hoy el planeta no estalló.
Imagináis que tengo un plan
(es lo que siempre piensas tú)
Ven conmigo a pasear
Ya sabes que el mundo se acaba.
Es un error monumental.
Nunca fue como pensáis
Y si lo sé no digo nada.
A estas alturas me da igual.
(«El mundo se acaba», Tachenko)
Pocas veces se va al cine sin saber lo que te vas a encontrar. A mí me pasa con algunas películas minoritarias que intento ver el viernes de la semana de estreno a las 16:00, en los festivales, taciturno, siguiendo la dirección contraria a los demás y cuando visito anualmente la obra de Shyamalan, ese director raro que a todo el mundo decepciona siempre. Porque desde que empezó a rodar El sexto sentido ya había uno que decía que Bruce Willis estaba muerto, que Bruce Willis estaba muerto en El protegido también, que Gibson traiciona a la película poniéndose el alzacuellos (y no emulando a Wilkinson en In the bedroom contra sí mismo), que dónde va una ciega en el siglo XIX en el siglo XXI y que si para salvar el mundo no basta con aniquilar (sólo) a un crítico de cine. Los listos, que decía Marcial Ruiz Escribano.
El incidente es otro final del camino en un viaje que siempre empieza. Una nueva demostración de fuerza (o de debilidad) ante los lugares comunes, lo esperable y lo predecible: la constatación de la grandeza de un director que no debe explicarnos nada porque tampoco pide más que una hora y media de atención. Su apuesta, fundamentada siempre dentro de los límites genéricos, así lo atestigua. La trasgresión siempre es mucho más efectiva cuando se hace en nuestra propia casa, cuando conocemos las reglas y nos creemos cómodos vencedores, y no. Entonces nos rompen la cara y perdemos con las reglas, la cara y la casa partida. El problema que muchas veces arrastra la recepción de la obra del indio está fuertemente ligado a este concepto que realmente es el motor de su propia filmografía: las reglas se rompen si quieres construir, desconocer la estructura tiene que ser el principio de todo misterio. Construir la estructura es el fin que te lleva a los medios.
El desconocimiento, además del axioma que fundamenta cualquier búsqueda, es lo que se supone que separa la ciencia de la ficción. Pero realmente todo son teorías que parten de la imaginación y de la capacidad fabuladora de los humanos, la interpretación de los signos que hacían los personajes en La joven del agua, eran erróneos (siempre y) cuando se dejaban llevar por los estereotipos ya establecidos. La historia la escriben los vencedores pero a menudo también los aburridos, los poderosos y los que podan a su gusto el único camino que debe existir, como demuestra rotundamente Michel Onfray en su imprescindible «La fuerza de existir, manifiesto hedonista». Eso es lo que motiva y eso es lo que hace a la ciencia verdad y a la ficción mentira. Una mentira que no es ficción, que es donde está toda la verdad. Que es mentira…
Por eso Shyamalan contraataca con la locura de seguir el lado opuesto a lo que siempre se espera. Por eso es la pesadilla de los críticos que ya han escrito la crítica antes de ir a la película, por eso es el demonio del espectador que quiere ver un trailer y su demostración, por eso es la Némesis del que intenta exponer sus teorías por encima de la obra pasando por alto (por bajo) que cuando una obra es libre está por encima de cualquier catalogación práctica, en teoría. Por eso existe el sentido del humor, que es indisoluble de la inteligencia, hasta a la hora de planificar las escenas más dramáticas y/o terroríficas, por eso existe una concepción intelectual de los mecanismos viscerales y sensitivos que van asociados al hecho cinematográfico más esencial de la puesta en escena y su pleitesía hacia la inteligencia y el respeto del espectador. Parece que es algo más que sencillo, obligatorio, y que se le supone a cualquier director que pretender hacer de su oficio el sentido de su obra, pero desgraciadamente no es así siempre, y lo peor casi nunca.
El incidente es la obra cumbre de un cineasta empecinado en alcanzar la inmortalidad a base de cuestionar la nuestra y los efectos de ésta sobre la vida. La redención de sus anteriores películas queda aquí puesta en duda, se diversifica, se redefine porque la gravedad de nuestros errores ya no son individuales sino colectivos y porque su alcance no se centra en el pasado sino en un futuro no demasiado halagüeño. Ahí es donde nos ofrece una película sobre el amor, sobre la puesta en escena y el amor, sobre las terceras oportunidades más que sobre las segundas, sobre los bosques que no nos dejan ver los árboles y sobre los pájaros que llevan la jaula por dentro. Porque como dicen los de la canción de arriba, esta vida pide otra e imágenes como la de Alma anunciándole a su marido la buena nueva de su embarazo mientras la cámara, discreta y respetuosa, nos muestra una alegría lejana e intima, también.
En un momento de El incidente se nos recuerda que Albert Einstein tenía una teoría que decía que cuando las abejas desaparecieran, el mundo tardaría cuatro años en desaparecer con ellas. Yo tengo otra que espero que no me tomen a mal: Cuando M. Night Shyamalan desaparezca del mundo, el cine tardará más o menos los mismos años en desaparecer con él.
Fantásticas observaciones sobre un director a contracorriente. Un saludo muy grande tras varios años leyendo miradas.net y la revista dirigido por. Javier