Mundo inhabitable, cine inaprensible
1Si el hecho de que una película llegue o no a comparecer en las multisalas no importase cada vez menos a quien esto firma, seguramente las primeras líneas de esta reseña habrían estado dedicadas a denunciar (a pesar de que ha habido casos mucho más sangrantes y de que, implícitamente, me esté contradiciendo con este apunte) la tardanza de la distribución española en estrenar, en lo que se ha dado en llamar «el circuito comercial», esta película del cineasta austriaco Ulrich Seidl. Import / Export ha llegado a las carteleras precedida por un, por lo general, notable recibimiento por parte de la crítica extranjera, aunque fue calificada, entre otras cosas, como «monstruosa» por algunos comentaristas de la prensa diaria nacional, en su habitual línea (literalmente) contra-cultural. Seidl es un director que despierta, justo es advertirlo, ese tipo de pasiones (repulsión extrema) en algunos espectadores, como pudieron sentir en sus carnes los responsables del Festival de Cine de Gijón cuando fueron acusados en algunos foros de «programar pornografía» tras otorgar su máximo galardón a Hundstage (2001), considerada como la primera película de ficción del hasta entonces documentalista Seidl [1]. Precisamente fue durante la edición de 2007 de dicho certamen cuando tuve oportunidad de ver Import / Export. A la salida de la proyección, la mayoría de personas que intercambiamos impresiones acerca del film convenimos considerarlo un trabajo valioso, una obra a tener en cuenta. Sin embargo, Àngel Quintana me sorprendió al atacar duramente algunos aspectos de la película, denunciando la presencia de concesiones sentimentales, cuyo máximo exponente veía en la secuencia en la cual Olga, la enfermera interpretada por Ekateryna Rak, realiza una llamada telefónica, ya en la parte final del film. ¿Se trataría del comienzo del proceso de domesticación del hasta entonces incunable Seidl, tal y como le estaba ocurriendo ya a otro ilustre nombre ligado al cine austriaco, como es el de Michael Haneke? La escena en cuestión resulta sin duda atípica, por su aliento humanista, en los desazonadores paisajes seidlianos, pero ¿acaso es menos cierto que, si su intención es la de hacer un cine más convencional, no tiene sentido que Seidl haga convivir dicha secuencia con elementos que no se nos antojan como demasiado asimilables por parte del espectador común, particularmente en el caso de algunos instantes de sexo explícito?
2Otra de las secuencias mencionadas por Quintana, y que él consideraba reprobable, tiene que ver con la presencia, en un hospital, de un grupo de ancianos, interpretados por enfermos reales (algunos de ellos fallecidos antes de que concluyese la post-producción), que aparecen en pantalla maquillados y disfrazados, ofreciendo una estampa innegablemente decadente, amén de bizarra. La aparición de imágenes poco espontáneas en el cine de Seidl no es nueva, y se produce incluso en sus trabajos documentales, que acostumbran a albergar elementos sobre cuyo grado de «autenticidad» se ciernen dudas razonables. Muchas de ellas son particularmente desagradables, al menos para el gusto contemporáneo. Me viene a la mente, sin ir más lejos, la secuencia del strip-tease de una señora, de edad avanzada y fisonomía diametralmente opuesta al canon mayoritario, presente en Hundstage. Dicho instante tampoco tiene visos de ser un suceso demasiado habitual (y, por tanto, creíble), y su presencia incomoda sobremanera al espectador, sobre todo por fricción con otras partes del metraje mucho más (aparentemente) plácidas o inofensivas. En ese sentido, funciona de forma parecida a los pacientes transformados en clowns o diablillos de Import / Export. Al final todo depende, como siempre, de la interpretación que cada uno haga de lo que está viendo. Partiendo de la base de que no es de esperar que la mencionada señora fuese obligada a quitarse la ropa, ni los ancianos engañados para ser caracterizados, no estoy seguro de que ambos hechos deban ser considerados inequívocamente por el espectador como un acto de burla, si bien es justo reconocer el agravante de que, en el caso aludido por Quintana, se trata de personas en un lastimoso estado de salud física y mental. Personalmente, dudo de que las intenciones de Seidl, es decir, aquello que el cineasta desea expresar con sus imágenes, puedan acotarse de forma unívoca, pues dichas intenciones, si es que hay alguna, no se coligen trivialmente a partir del montaje o la concepción de los planos que componen sus films. Lo que sí es innegable, en Import / Export, es que su responsable fuerza al espectador a enfrentarse, sin cataplasmas, a insoslayables muestras de la decrepitud humana, la degeneración física, la enfermedad y la muerte, elementos que constituyen algunos de los mayores tabúes de la sociedad actual, en la que los años de juventud suelen considerarse mayoritariamente como los únicos valiosos, y los de vejez son despreciados e incluso tratan de ocultarse, cuando, creo yo, a todo instante de vida debería otorgársele el mismo valor, donde sea, cuando sea, y como sea. En ese sentido, la propuesta de Seidl se emparenta con obras como Gran Torino, donde Clint Eastwood, tanto como cineasta como en su rol protagonista, se enfrenta (igualmente sin subterfugio alguno, y por tanto, generando incomodidad en el espectador), al tramo final de su existencia.
3Si hay una película dentro de la última producción procedente de Austria que guarda abundantes similitudes con Import / Export ésa es sin duda Struggle, la opera prima (y hasta la fecha, si no me equivoco, único largometraje) de Ruth Mader. En aquel film de 2003 se contaban, en paralelo, la vida de una inmigrante a través de sus empleos temporales, y la de un hombre de cotidianeidad bastante más acomodada, económicamente hablando. En la propuesta de Seidl también hay una chica que llega a Austria y sufre en sus carnes una precariedad laboral sangrante. Por otro lado, y asimismo en paralelo, tenemos a un guardia jurado austriaco que decide irse a Ucrania persiguiendo, de algún modo, el mito capitalista del dinero y sexo fáciles en los países del este. En ambas propuestas, además, la mujer protagonista llega a trabajar en la industria sexual, pero mientras ello le sirve a la directora de Struggle para cerrar una radiografía espiritual de la «Europa del bienestar», en Seidl el asunto tiene una importancia mucho más relativa, pues no marca ningún hito moral en su film. Y es que mientras Mader ofrece pistas contundentes de cara a una posterior consideración crítica de su propuesta, en Seidl las huellas del discurso no terminan (tampoco en este caso) de aparecer, por mucho que puedan intuirse lejanamente a raíz de las temáticas elegidas o de las siempre equívocas declaraciones del director. En algún momento puede dar la impresión de que las historias de Import / Export van a llegar a entrelazarse, pero nada más lejos de la realidad [2]. Como suele ocurrir en la filmografía de Seidl, cada espectador es perfectamente libre de hacer lo que guste con este film-espejo. Habrá quien, como ya se ha escrito en alguna parte, vea en él una valiente denuncia del modelo socioeconómico occidental y su progresiva deshumanización. Otros tal vez lo consideren una sensacionalista ristra de atrocidades y perversiones. O una pieza de apariencia radical, pero en realidad blanda. O un nuevo paseo desordenado por los vertederos de la sociedad post-industrial. O, como también pasa con la mencionada Gran Torino, quizá se diga de ellas que son obras que encierran la búsqueda de algún tipo de redención. Ambas cintas (sobre todo la de Eastwood) podrían admitir dicho comentario, cierto, pero también el ser interpretadas finalmente como un mero cúmulo de situaciones un tanto inconexas en las que se entremezclan instantes placenteros con otros desagradables. Exactamente tal y como suele acontecer en algunas (o todas las) épocas de la vida.
[1] Seguramente será la misma gente que, guiada únicamente por las apariencias, no pensará lo mismo de productos como el televisivo Mujeres y hombres y viceversa, éste sí un mercadillo de la carne y —los restos que puedan quedar de— el espíritu, perfectamente planeado en su nefasta concepción del «entretenimiento», que se emite impunemente en las tardes de Telecinco.
[2] Estamos, por fortuna, en las antípodas de algunos retablos falsamente caóticos, cocinados con recursos dramáticos caducos y plomizos por directores como Alejandro González-Iñárritu o Paul Haggis.