Sergei, el idealista
¡Que viva México! es una película inconclusa. Como tal, ha sido un film olvidado. Desechado hasta el punto de no estar incluido en el índice de algunas filmografías de Eisenstein. Sin embargo, es una de sus obras que mejor ha soportado el paso del tiempo y que, aún con sus lagunas estructurales inevitables, descubre, en mayor medida que otras, la personalidad del director.
Tengo especial cariño hacia esta película —además de por su carácter maldito— porque está impregnado del amor de un cineasta. Eisenstein amaba México. Su pasión por esa tierra iba más allá del hecho de que allí se hubiera producido la primera revolución del siglo XX. El flechazo le había sobrevenido con un trabajo de diseño teatral sobre la adaptación de una historia de Jack London que había tenido que realizar tiempo atrás. Entonces conoció su cultura, sus costumbres, sus ritos…y se convirtió en un tema obsesivo para él.
«Es un país tiernamente lírico pero también es cruel»
Eisenstein admiraba el arte de culturas exóticas e indígenas. En particular, le maravillaban los murales mexicanos. Que viva México debía ser también un homenaje a esos artistas que le habían cautivado: Orozco, Siqueiros, Rivera… En concreto, admiraba personalmente a éste último, a quien había conocido en una visita del pintor a Moscú.
Una vez que el director ruso no había conseguido ponerse de acuerdo con la Paramount para desarrollar un film en Hollywood (entre los varios proyectos que se desecharon estaba la adaptación de «Una tragedia americana» de Dreiser), Eisenstein se puso en contacto, gracias a Chaplin, con el escritor socialista Upton Sinclair, quien estaba muy interesado en producir un film sobre México, el sueño de nuestro protagonista. La aventura norteamericana sepultada por el sueño mexicano.
El director tenía ante sí la posibilidad de trabajar, por primera vez, sin la presión del aparato soviético. En su país le habían acusado de formalista, de ser un experimentador burgués y de no hacer un cine accesible para las masas. Ahora podría trabajar con total libertad. O eso debió de creer.
La nueva prisión de Eisenstein
Antes de rodar, el cineasta decidió recorrer el país para empaparse de su esencia. Acompañado por sus dos hombres de mayor confianza, Grigori Alexandrov y Edouard Tissé, y conociendo los distintos pueblos con los pintores mexicanos como cicerones, Eisenstein empezó a engendrar un proyecto ambicioso que pretendería recorrer la historia de México a partir de varios episodios en épocas históricas diferentes. Un México que no se había visto hasta entonces en pantalla (y que jamás se vería en las películas fronterizas estadounidenses). De hecho, la película ejercería una influencia decisiva en el posterior cine mexicano, en especial en la figura de Emilio Fernández.
El problema que tuvo Eisenstein para acabar su proyecto fue el dinero. El presupuesto que tenía a su disposición era extremadamente reducido y, aún así, el ruso no escatimó en rodar todo aquello que creía conveniente. El cuarto episodio no pudo rodarse. Sinclair paró el rodaje debido, sobre todo, a unas críticas de Stalin en las que acusaba al cineasta de haber abandonado los ideales socialistas y en las que preveía que no tenía intención de volver a su patria. El escritor, que en primer lugar le había defendido, acabó traicionándole hasta el punto de no dejar que se llevara los rollos para montar, al menos, lo que había rodado. Eisenstein había tenido problemas otras veces con secuencias que no había podido filmar, con lo que es más que probable que hubiera imaginado la manera de que, sin el último episodio, se pudiera reorganizar el entramado y no se notara su ausencia.
Se vino abajo. Él y su sueño. Si ahora podemos disfrutar de ¡Que viva México! se debe al interés que puso Grigori Alexandrov, único superviviente del equipo técnico, en finalizar la empresa. En el año 1977, Alexandrov acabó de montar el material siguiendo los bocetos y los planes de Eisenstein. Si había alguien que sabía lo que el director quería hacer, ése era Alexandrov, quien había sido su más íntimo colaborador. Evidentemente, el resultado no es equiparable al que habría podido salir de ser el propio Eisenstein quien la montara, pero la obra que podemos ver no es un El Quijote de Orson Welles. No se trata de una burla al espectador. Podemos convenir en que la autoría del film es compartida pero hay que reconocer que el trabajo de Alexandrov fue impecable y que las teorías de montaje y de sincronización de sonido e imagen, que tanto preocupaban al genio ruso, están bien ejecutadas.
Los episodios, mosaicos de México
Intolerancia de D.W. Griffith y Las tres luces de Fritz Lang habían despertado el interés de Eisenstein por realizar un proyecto de carácter episódico que recorriera diversos momentos históricos. Sopesó varias ideas que jamás llegaron a cristalizarse. Pero fue con ¡Que viva México! con la que pudo finalmente experimentar dicha estructura. Este esqueleto narrativo, pensaba el director, tenía una correspondencia con el sistema que forman los mosaicos mejicanos a los que pretendía rendir un tributo.
De este modo, el proyecto consta de un prólogo, cuatro episodios y un epílogo. Los propios episodios, en su disposición interna, están planificados de tal modo que también parezcan mosaicos con o sin movimiento interior. Es por esta razón por la que apenas observamos algún movimiento de cámara. Es probablemente la ocasión en la que Eisenstein llevó más al extremo la utilización de un montaje discontinuo. El director había aprendido del, a mi entender, experimento fallido que supuso Octubre, en el cual pretendía crear una red de significados e ideas a través de la yuxtaposición de planos diegéticos y no diegéticos. El resultado fue un torpe y, por momentos, incomprensible montaje.
Desde entonces, Eisenstein prestó mucha más atención a la composición interior del plano como una nueva tipología de montaje. En ¡Que viva México! podemos observar ya cómo incidió meticulosamente en crear sensaciones e ideas a partir de los elementos en conflicto en el propio cuadro (por ejemplo, el plano del prólogo en el que la cara de un indígena se enfrenta a una pirámide, o en el tercer episodio, y de manera menos artificial, el plano de los condenados al fondo y el contraste con la fosa que se está cavando en primer término).
¡Que viva México! supone un puente hacia las apuestas más narrativas que caracterizarían sus últimas obras: Alexander Nevski y las dos partes de Iván el terrible. Cuando volvió a su país posteriormente, Eisenstein no podía volver a desdeñar el aspecto práctico de la producción soviética: que los films pudieran ser comprendidos por todo el pueblo. Por eso sus narraciones, aunque igualmente audaces, serían más lineales. En nuestro film, no existen, tampoco, apenas líneas de fuga narrativas que podían observarse en buena parte de sus filmes mudos. Los planos suelen formar parte de un mismo contexto espacial.
Todo este entramado evoca también a lo que se conoce como género documental. ¡Que viva México! tiene mucho de documental. Alexandrov, en la exposición introductoria a la película reconoce que sus intenciones eran que la obra fuera una mezcla de episodios novelados y documentales. Refuerza, además, el componente documental del relato el hecho de que no haya un solo diálogo en todo el film. Las únicas palabras que escuchamos son las de la voz en off (locutada por el actor Bondarchuk) que aparece de vez en cuando y sirve de hilo conductor. Los documentalistas británicos, y en concreto Grierson, reconocieron, de hecho, la influencia en su trabajo que ejerció el director ruso.
Cada capítulo y su historia
El prológo le sirve a Eisenstein para acercarnos a esta cautivadora cultura. Los planos se van haciendo cada vez más cortos y una música tenebrosa contribuye a evocar el origen indígena de este pueblo. Un espíritu que, según nos dice, sigue presente en los mexicanos contemporáneos. El primer episodio, «Sandunga», es el retrato de un paraíso. La vida tranquila, cotidiana, apacible y en comunidad. Eisenstein nos muestra una feliz pareja que se va a casar y que representa a todo el pueblo.
El segundo capítulo, «Fiesta», nos revela la celebración del día de la Virgen de Guadalupe y de la conquista de de México por los españoles. La guinda de la conmemoración será una corrida de toros. El director nos habla ahora de cómo la cultura mejicana ha recibido influencias extranjeras que han pasado a formar parte de las costumbres populares. Así se pueden ver en un mismo carnaval máscaras de los conquistadores y de los dioses paganos precolombinos. El tercer episodio, «Maguey», es el que mayor carácter novelado posee. En dicho capítulo, el cactus que da nombre a este segmento es símbolo de la vida. Su jugo se asocia al agua y a la sangre. La historia refleja la violación y secuestro de una joven por parte de unos hacendados en tiempos de Porfirio Díaz y cómo su novio busca venganza.
El cuarto capítulo, «La soldadera», no pudo rodarse. Se supone que, después del fatal desenlace de ‘Maguey’, Eisenstein mostraría al pueblo mexicano levantándose (revolución zapatista), y la figura que había elegido para presentar el drama era la de la mujer de un soldado. El epílogo nos ofrece otra celebración, en esta ocasión la del día de los muertos. Gracias a un magnífico montaje típicamente eisensteiniano (impecable el trabajo de Alexandrov), vemos a un pueblo que no rinde culto a la muerte, sino que se ríe de ella.
La película tiene, por tanto, un marcado espíritu revolucionario. Pero, a diferencia de otros trabajos suyos, no se desprende un tono grave ni un interés propagandístico y manipulador. Entendemos, también, que el armazón estaba muy pensado y que, desde ese punto de vista, la película se queda coja ya sólo porque la progresión narrativa no llega a su final.
Sin embargo, al igual que a mí me sorprendió y sedujo, entiendo que a otros cinéfilos puede pasarles lo mismo, por lo que he creído oportuno exhumar la película y recomendar su visionado. Paradójicamente, lo que queda de la película en sus últimos minutos son unos personajes enterrados y una celebración en la que la gente se ríe de la muerte. Esta película también ha sido enterrada y quizás sería lo suyo reírnos de lo que pudo ser y no fue, y quedarnos con el apasionante documento que firmó un hombre que fue mucho más que un grandísimo teórico.
A veces los fracasos resultan más interesantes que los éxitos. Para mí, este es uno de esos casos.
¡Excelente análisis sobre la película de Eisenstein!
Saludos desde México.
A pesar de las años que tiene el film debería estar en vigencia siempre,es la cultura e historia de un pueblo que muchos no conocen .