Slumdog Millionaire (A.R. Rahman)
El gran éxito de la película de Danny Boyle ha tenido como consecuencia la valoración por parte de la Academia de su banda sonora, compuesta por el músico indio A.R. Rahman, muy vinculado al universo Bollywood y conocido en occidente por su hermoso trabajo en Water y su colaboración junto a Craig Armstrong en Elizabeth: The Golden Age. Es una obra discreta pero pintona, ya que explota el lado más lúdico y divertido de la música india contemporánea a travé de una colección de temas instrumentales y canciones en las que los sonidos étnicos se mezclan con ritmos electrónicos, sobre todo techno y soft house. No es éste lugar para debatir si una banda sonora en la que hay más canciones que temas instrumentales merece ser nominada, al menos bajo la denominación actual de Mejor Banda Sonora Original. La realidad es que lo está, y a los críticos nos toca valorar su calidad y uso cinematográfico. Desde este punto de vista, como ya he señalado, el trabajo de Rahman me resulta insulso y pobre, poco comprometido con el discurso de la película y ajeno al drama de sus personajes; más propio, curiosamente, de un músico occidental que trata de imitar la música india, que de un músico indio que lleva ese ritmo en las venas.
A favor: El tirón del film y antecedentes como Brokeback Mountain o Babel, que eran más recopilatorios de canciones que bandas sonoras originales.
En contra: El escaso renombre de Rahman en Hollywood.
Defiance (James Newton Howard)
El mes pasado comenté la segunda composición de James Newton Howard para Edward Zwick, tras la potente Diamante de sangre, pero no viene mal volver a hacer algunas consideraciones de cara a sus posibilidades en los Oscar. Es una partitura delicada, íntima, sugerente, evocadora y muy, muy hermosa, se ajusta como un guante a las imágenes y capta fantásticamente bien el mensaje de la película -la dignidad de quienes sufen los atropellos de los poderosos-, pero no logra encontrar una voz propia y debe demasiado en tono y estilo a La lista de Schindler, de John Williams, y a El bosque, del propio Howard. Habrá quien piense que un violín es un violín y no puede sonar como una trompeta, cierto, pero un instrumento, cualquiera, tiene una amplia escala de registros que depende de cuestiones como la clave, la escala de notas o los acordes. En Resistencia, el violín de Joshua Bell canta de un modo similar al de Itzhak Perlman o Hilary Hahn en las obras referidas antes, y esa realidad pesa demasiado en mi apreciación del resultado. Pese a ello, creo que es la mejor obra de cuantas compiten, por concepto, estructura, desarrollo temático y utilización narrativa, con un Howard que vuelve a demostrar su profunda intuición para identificar las claves emocionales de una historia.
A favor: Es un hombre de la industria, y ya mosquean sus siste nominaciones anteriores sin premio.
En contra: La película ha sido un tremendo fracaso comercial, de modo que ¿cuántos académicos han visto el film y recuerdan su música?
Harvey Milk (Danny Elfman)
No lo tiene fácil Danny Elfman para quitarse de encima el sambenito de «músico de cuento gótico» (hilarante la broma al respecto de La hora chanante). El estilo, la atmósfera y las vibraciones que emiten sus trabajos para Tim Burton son tan característicos y singulares, tienen una marca de agua tan fuerte y magnética, que debe resultarle muy complicado borrar cualquier huella de ese estilo cuando aborda otros géneros. Máxime cuando sus seguidores y parte de la crítica le miran con recelo cuando se aleja de ese universo poblado de árboles desnudos y brumas crónicas. No hay nada peor para un artista que las etiquetas, y la de Elfman es de las que pesan un quintal, aunque en su carrera brillen trabajos tan alejados del imaginario -y el sonido- burtoniano como Sommersby, Misión imposible o El indomable Will Haunting. Mi nombre es Harvey Milk podría haber sido otro punto de fuga en su trayectoria, pero esta vez el músico de Los Ángeles no ha logrado «sonar a algo distinto». Tras un prometedor arranque en el que introduce un bello motivo con saxofón, la obra se pierde en unos inexplicables coros infantiles para los que no encuentro justificación en la historia. Nada de lo que pasa demanda ese tono inocente y pueril que, por momentos, me causa vergüenza ajena. Puestos a nominarle, la Academía podía haber elegido cualquier otro de sus proyectos del pasado 2008: Wanted, Hellboy 2 y Standard Operation Procedure ganan por goleada.
A favor: Como James Newton-Howard, Elfman es otro compositor al que la Academia le debe uno, dos, tres y hasta cuatro estatuillas.
En contra: El más que probable premio para Sean Penn parece suficiente honor para una peliculita diseñada para agradar.
The Courious Case of Benjamin Button (Alexander Desplat)
Alexandre Desplat ama a Debussy, a Satie, a Schumann y a Chopin, tanto que suele introducir piezas suyas en sus composiciones a modo de homenaje o tributo. El oyente tiene así la oportunidad de descubrir pequeñas joyas para piano como la Gnossienne nº1 de Satie (en El velo pintado), pero también de comparar a los maestros con el alumno, y es aquí donde el músico francés tiene todas las de perder. Le pasaba levemente con Satie en El velo pintado, y le vuelve a ocurrir ahora, sólo que de forma más pronunciada, con Schumann en El curioso caso de Benjamin Button. La composición brilla hasta que suena el Arabesque In C Major Op. 18 del músico alemán, momento en el que uno descubre de donde viene la delicadeza, la sensibilidad y el intimismo de la obra de Desplat. Todos tenemos referencias, es lógico y honesto reconocerlo, pero hay una diferencia sustancial entre la inspiración y la variación sobre un tema existente. Si a esto le unimos el hecho de que la partitura, a nivel conceptual, cubre sólo el apartado ambiental del filme, dejando de lado temas claves en el desarrollo de la historia como el paso del tiempo o el sentido de la vida, nos queda un trabajo apático, soso, tramposo y burdamente elocuente. Deseo, peligro sí merecía un Oscar.
A favor: La película de Fincher huele a Oscar a kilómetros, de modo que no sería extraña la eclosión de un efecto dominó que incluyera su banda sonora.
En contra: La relativa bisoñez de Desplat en estas lides, sobre todo ante clásicos como Newton-Howard o Elfman.
WALL·E (Thomas Newman)
En números anteriores hablé de la tierna partitura que creó Thomas Newman para la última maravilla de Pixar. Confirmada la nominación, es momento de ampliar mi impresión de entonces con algunas consideraciones. Newman suele decantarse por filmes dramáticos en los que desarrolla un peculiar estilo que se caracteriza por el recurso casi obsesivo de una sencilla melodía para piano. Quizá la más famosa sea la que creara para American Beauty, imitada desde entonces hasta la saciedad por otros colegas y hasta por él mismo (no hay más que oír el tema principal de A dos metros bajo tierra). Fuera de ese ámbito, el compositor californiano ha realizado dos incursiones en el cine de animación (Buscando a Nemo y la que nos ocupa) que han dado como resultado dos obras frescas, divertidas, ágiles, juguetonas y tremendamente emotivas. WALL-E contiene algunos de los pasajes más hermosos que escuché el año pasado. Los temas dedicados al pequeño robot y su amada EVA están escritos con talento, amor y sensibilidad, sin efectismos, y además poseen la inmediatez de los mejores estribillos pop. Se recuerdan eternamente, aún cuando en la pantalla sólo queda el rastro de los dos enamorados bailando en el espacio.
A favor: Su ilustre apellido (su padre Alfred ganó 9 Oscar, récord absoluto en la categoría) y el protagonismo que tiene la música en una cinta prácticamente muda.
En contra: El casi cantado Oscar a la mejor película de animación puede bloquear cualquier otra opción.