V Festival Punto de Vista

4 días / 25 películas en Pamplona

Cuatro días en un festival dan mucho de sí. Uno se esfuerza por componerse un calendario de proyecciones atractivo y abarcable, pero inevitablemente siempre hay algo que termina por escaparse. Dos polos marcaron nuestro paso por Pamplona: Uno, la Sección Oficial, que ocupó nuestras mañanas; otro, la antología de filmes del norteamericano James Benning [1], verdadero referente de esta edición de Punto de Vista. Antes de dar paso al relato de lo visionado, me gustaría comenzar por señalar parte de aquello que no pudimos ver y nos hubiese gustado: así, por ejemplo, las galardonadas Alicia en el País de Esteban Larraín y Mirages de Olivier Dury, proyectadas tras haber dejado el festival. Los cortometrajes de Ben Rivers y F.J. Ossang, que llegaban avalados por su buena acogida en otros festivales; el interesante ciclo Heterodocsias que recogía una selección de proyectos inacabados de realizadores españoles, o el ciclo dedicado al Remontaje, coordinado por Antonio Weinrichter, que incluía clásicos de Ken Jakobs, o Ernie Gher entre otros y  del que tan sólo pudimos disfrutar de la ácida ironía de The Atomic Café. Además de éstos, numerosos filmes de cineastas como David y Peter Lynch, Terence Davies, Avi Mogravi, Sharon Lockhart, Alain Berliner o Jay Rosenblatt se quedaron en el tintero. Ya que el propio festival ha decidido dedicar una sección a aquellos filmes que nunca pudimos ver, lo propio era hacer justicia, aunque tan sólo fuera con carácter nominal,  a la cantidad y variedad de propuestas de calidad que nos ofrecía el Festival Internacional de Cine Documental de Navarra.

Y ahora, comencemos…

Día uno (viernes)

Nueve horas de tren (una película de Antonio Mercero) y cinco minutos de taxi me dejan a las puertas de un hotel en Pamplona.  Espero a un amigo y tras recoger la acreditación, nos apresuramos para asistir a la sesión inaugural. Sobre la pantalla comienzan a sucederse  imágenes de los nevados alrededores de Kalinigrado, una remota zona fronteriza de dominio ruso en la que el constante viento, la pobreza y el vodka imponen su ley. Entre los espectros de lo que una vez fue una próspera población, unos cuantos niños sobrellevan los rigores de su cotidianeidad. Ellos mismos nos hablan sin tapujos y con inocente ilusión de sus esperanzas y anhelos. Estamos ante Holunderblüte (Flor de Lila) (Alemania, 2007) del alemán Volker Koepp, agraciada con el primer premio en la pasada edición del Cinéma du Réel.  Koepp, sin necesidad de grandes alardes, y renunciando a imponer su discurso sobre los críos, extrae de ellos toda su belleza e inocencia —sobre sus imágenes planea el fantasma de aquel plano inicial de Sans soleil (Chris Marker, 1982)—. Mientras los observa, uno no puede dejar de pensar en ese terrible momento en el que sus vidas se acaben transformando en todo aquello que temen y desprecian del mundo adulto.

Los horarios del tren impidieron que asistiéramos al primer pase de 11×14, primera parada de la antología dedicada a James Benning, y a juzgar por la expresión de júbilo en el rostro de Manu Yánez reflejado en su reciente columna en OtrosCines.com, desde luego que fue una lástima no poder haberlo hecho. Esa misma noche asistimos al pase de Deseret (1995). Comenzamos a vislumbrar el sistema Benning. Una sucesión de planos fijos, composiciones perfectas: la industria y el desierto, los edificios y la naturaleza, conformando el paisaje natural, histórico y político de Norteamérica. Tras el filme de Benning llegó el momento de los saludos, las primeras impresiones y las risas, que nos acompañan hasta el hotel. Esa misma noche daba comienzo el All Star Weekend, con la presencia de Rudy y Marc, así que encendimos el televisor, pero antes de haber podido ver jugada alguna el aparato tomó su propia decisión y decidió fundirse a negro.

Día dos (sábado)

No resulta sencillo levantarse de la cama. Reponemos fuerzas a base de cruasanes y comenzamos el repaso a la Sección Oficial, en una mañana de marcado carácter femenino, con el film de Barbara Hammer, pionera del cine feminista, A horse is not a metaphor. La cineasta relata, con recursos más propios del videoarte, su propia postración y superación de un cáncer. El interés de la pieza reside en gran medida en la libertad de movimientos de la cineasta, pero también sus mayores pegas, debido a la sobreabundancia de efectos visuales y  una constante reiteración de su contenido simbólico. Una pregunta permanecía después del visionado: si no eran una metáfora ¿qué significaban entonces todos aquellos caballos?

La mexicana Lourdes Portillo (Al más allá), la española Virginia García del Pino (Mi hermana y yo) y la rusa Alina Rudnitskaya (Bitch Academy), firmaban filmes tan irregulares como singulares eran sus planteamientos. Por último, el lituano Audrius Stonys, un habitual del festival,  presentaba Four steps: un viaje a través del tiempo y la evolución de la sociedad lituana (inevitables ecos de Mekas) mediante la observación de la celebración de cuatro bodas, desde los años sesenta hasta nuestros días. Stonys observa la paciente mella del tiempo sobre la inmutabilidad de las tradiciones. Pese a su interés, el filme se desinflaba en su tramo final por la falta de un discurso formal sólido y unificador. Leonard Cohen escribió que «la fotografía te hace ver que la forma que tienes de abrazar a tu chica está pasada de moda».

El celebrado filme Dust de Hartmut Bitomsky abría la tarde. Como su título indica, el documental tiene por singular objeto de análisis las partículas de polvo, presentes en todos los ámbitos de nuestra existencia; en su narración cabe desde lo más cotidiano a lo más trascendente, dejando espacio incluso a pertinentes reflexiones políticas en torno a la composición de la gigantesca polvareda —mezcla de metales, minerales, fibras naturales y tejido humano—  levantada por el desmoronamiento de las Torres Gemelas. Una interesante reflexión sobre lo que somos y aquello en lo en lo que nos convertiremos, filmada en elegantes planos secuencia en perpetuo movimiento.

Asistimos después a la inauguración del ciclo dedicado a Peter Lynch, cineasta que combina las maneras de la ficción mas gamberra —avalado por Tarantino y… Homer Simpson (¡!)— con el interés por el registro documental de las obsesiones humanas. El exitoso filme Project Grizzly (1996),  primo hermano del Grizzly Man de Werner Herzog, narra la obsesión del canadiense Troy Hurtubise  por fabricar una armadura que le permita enfrentarse cara a cara con los osos grizzly. Una historia de superación al borde de la locura, vista con complicidad e ironía por Lynch, pero sin la determinación de un Herzog para hacer suyo todo aquello que la cámara recoge. Con todo, uno de los momentos más divertidos del festival.

La noche, fría, era, de nuevo, para James Benning, el eje en torno al que basculaba toda nuestra programación. Los Beach Boys sonaron en el taxi, extraños al paisaje invernal de la ciudad, en el que nos dirigimos, casi sin tiempo para tomar un bocado, a la proyección de Casting a glance (2007), sin duda uno de los momentos cumbre del festival y una de las obras mayores de su autor. Algo así debía celebrarse, y así lo hicimos. Para cuando llegamos al hotel, Rudy esperaba lucirse en el concurso de mates, pero la televisión, nuevamente, protestó y decidió fundirse a negro.

Día tres (domingo)

La mañana comenzó con Kitty, kitty de Pawel Lozinski. Una apreciable pieza de documentalismo callejero de cuya honestidad y sencillez de planteamientos no harían mal en tomar nota los perpetradores del reportaje televisivo. Después, la jovencísima directora mexicana Yulene Olaizola presentaba Intimidades de Shakespeare y Victor Hugo, que llegaba auspiciada por su reconocimiento en el BAFICI. Partiendo de la biografía familiar, Olaizola  acaba trazando un doble retrato de personajes al tiempo que se bifurca hacia una reconstrucción del pasado casi detectivesca.

Alguna de las conversaciones de esos primeros días, versaron en torno a que, con frecuencia, las mayores limitaciones del registro documental residen en su apuesta casi exclusiva por los valores de casting y/o localización. Estas claves, una u otra, o ambas en sintonía,  terminan por agotar muchas propuestas, superado su impacto inicial, limitándolas a la posibilidad de un único, impersonal e intercambiable discurso. Olaizola apuesta por el casting (pertinente: dentro de la propia historia familiar) pero juega con inteligencia sus cartas y pocos son los reproches que se le pueden hacer. Sin embargo, el siguiente filme de la mañana, el también mexicano: Los herederos de Eugenio Polgovsky, juega demasiado claramente la baza de la localización. Polgovsky se traslada a los confines del campo mexicano para observar la brutalidad del trabajo infantil y la dura cotidianeidad cuando se ha de luchar por la supervivencia. La pieza resulta efectiva durante parte del metraje, beneficiándose de la renuncia a la explicación o el subrayado; sin embargo, cuando Polgovsky trata de introducirse en terrenos poéticos o de vocación más ensayística, fracasa tratando de explicar algo que ya estaba presente en gran parte de su observación (ese turbador silencio que acompaña a las tareas de los niños).

Tras un café al sol y las primeras despedidas del domingo, la tarde obligaba, de nuevo, a la elección. Y la nuestra, no podía ser de otro modo, iba a estar marcada por las proyecciones de Benning: One way boogie woogie / 27 years later (1977/2005) y El Valley Centro (1999) ahondaron sin remedio en nuestro creciente aprecio por la figura del cineasta norteamericano. Entre medias,  aún tuvimos tiempo de asistir al pase de los filmes de corto metraje  de Nathaniel Dorsky. Encuadrado en los terreno del experimental norteamericano —entre ecos de Brakhage o Baillie—, Dorsky agrupa las silentes imágenes de Winter y Sarabande, sus dos últimos filmes, en relación a sus texturas, iluminación y capacidad de evocación, apostando por la pureza de la imagen  y renunciando a la narración derivada de sus contenidos. Pero, como escribía Jonas Mekas: «De todas maneras, hablar de la luz como esencia es hablar de contenido».

Día cuatro (lunes)

Nuestro último día de proyecciones se inició con el apreciable filme de Gyula Nemes Lost world. Nemes filmó durante diez años la vida de los habitantes de una zona de Budapest destinada a ser anegada por la construcción de una presa. Algunos de ellos vivieron entonces en precarias casas flotantes hasta que el progreso terminó por echarlos definitivamente de allí en  favor de la formación de una nueva Europa. Lo interesante del filme de Nemes es que todas sus reflexiones están presentes en las imágenes sin necesidad de un solo diálogo. La orilla que se abisma, del cineasta argentino Gustavo Fontán, hablaba también a su manera de un no-lugar, pero en esta ocasión de carácter más simbólico: aquel en el que el tiempo termina por extinguirse, del mismo modo en el que lo hacen sus imágenes lánguidas, persiguiendo silenciosas figuras entre ríos o mediante evocadoras superposiciones.

Esa tarde tratamos de solucionar nuestra deuda con el ciclo dedicado al remontaje con la asistencia al pase de The atomic café (1982), una pieza ya clásica en la que, a partir de material de archivo procedente de la propaganda militar norteamericana en relación al uso de la bomba atómica, se construye una reveladora sátira sobre los mecanismos de construcción del miedo colectivo.

Para acabar, no podía ser de otro modo, Ten skies (2004) y RR (2007) de James Benning nos devolvieron con toda la pureza y rigor de sus planteamientos a un estado de absoluto asombro. Cielos y trenes atravesando el encuadre. Nada más y nada menos. La obra de Benning hace gala de una pureza y constancia desarmantes.  ¿Necesitamos de la narración? Benning lo aclara tras la proyección: considera sus filmes como esencialmente narrativos y definitivamente no documentales. Qué mejor broche para una cita con el Festival Internacional de Cine Documental de Navarra.


[1] De la que damos cuenta en una serie de textos complementarios.