Viernes 13

Arte contemporáneo

Se me había ocurrido plantear la crítica que leéis como un simulacro de informe financiero, centrado en la viabilidad económica de este remake del título homónimo dirigido en 1980 por Sean S. Cunnighman. Hubiera sido una performance literaria que habría hecho honor al único aspecto creativo que justifica la, por lo demás, innecesaria realización de Marcus Nispel. En esto, de nuevo, un subproducto tan mercenario y virtual se halla en curiosa sintonía con las corrientes culturales más vanguardistas de nuestro presente. Lo dejaba bien claro, en el marco de la última edición de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo, un comisario tan anónimo y expeditivo como Jason Voorhees: «El verdadero arte ya no reside en pintar un cuadro, sino en las estrategias para venderlo». Pero he desistido del planteamiento citado. Pronto, los artículos publicados en Miradas podrán ser enjuiciados por los internautas, y me he temido un aluvión de comentarios que me mandasen por no «hablar de la película», no saber desentrañar «sus claves lúdicas y desprejuiciadas», y seguir encastillado en «primitivos y vetustos parámetros analíticos», a mamarla.

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Al fin y al cabo, imagino a la mayor parte de los lectores de esta publicación libres de la sumisión que imponía a sus mayores un modelo de comunicación vertical. Quien más quien menos, vendrá a abrevar en esta página después de haber colgado en su blog su propia crítica de Viernes 13 (2009). Crítica que, a cuenta de la titulación de letras recién obtenida y las alucinaciones causadas por las borracheras, la adicción al «World of Goo» y los entrenamientos de kick boxing, parecerá un pinball en el que cada cita procurase tres mil puntos: Noel Carroll, Muchachada Nui, Takashi Murakami, Falete… Do’h! ¿No aparecía Jason en el episodio 398 de «Los Simpson»? ¿Y qué escribió Baudrillard a propósito de Homer y su relación transversal con el Sr. Voorhees? Etcétera. Más arte contemporáneo.

Incluir a Baudrillard en ese cóctel delirante tipo (leeremos cosas peores) es, por otra parte, una manera de cubrirme las espaldas antes de lanzar mi propio órdago. Porque me avergüenza reconocer que, si de alguna manera puedo racionalizar la sensación de vaciedad absoluta que indujo en mí el visionado de Viernes 13 (2009), es apelando precisamente a las formulaciones del ensayista francés sobre la adquisición de signos que establecen complicidades interesadas, y sobre los simulacros; ambos puntales básicos -volvemos al principio- del arte de hoy. Así, para aprehender plenamente este film hay que remitirse a la mítica asociada a los once títulos previos de la saga. Pero esa mítica resulta no tener más sustratos que una máscara de hockey, los inagotables happenings homicidas, la insistencia en una configuración idéntica a lo largo de dos décadas, y el autoengaño de unos aficionados que gustaban y gustan de proclamarse diferentes por su goce incondicional de artículos paradójicamente clónicos e impersonales: la película de 1980 y sus secuelas lo fiaban todo a la cosificación de víctimas y verdugo; a la desmaterialización de unas y otro, pese al gore y los destapes; a la ausencia del miedo a favor de una curiosidad voyeurística. El valor empírico de los once films es igual a cero. Pero el devoto cree, o quiere creer, que en ellos había algo. Baudrillard sentenció que la Guerra del Golfo fue la primera que no tuvo lugar, que se desarrolló como retransmisión televisiva. Nosotros podríamos afirmar que la saga de Viernes 13 fue la primera, coincidiendo significativamente con la aparición de las consolas de videojuegos, que devino simulacro premeditado de terror, ilusión de género formalizada en fases (asesinatos).

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Que, sin embargo, para muchos esa ilusión ya es real, lo confirma el remake de Nispel, que trata inocentemente de recuperar el espíritu Viernes 13 para descubrir(nos) finalmente algo obvio, que tal espíritu no existe. Con todo, es interesante cómo se establece esa búsqueda fallida: mediante una estructura en dos mitades que recuerda a la de Death Proof. La primera constituye un recordatorio de Jason, su hábitat y su modus operandi, que despierta nuestras primeras sospechas por la facilidad con que se pliega al viejo simulacro conocido. Cuando arranca la segunda parte, uno piensa que se va a replantear la fórmula, que se nos va a brindar una relectura de algún tipo. Pero asistimos con progresivo hastío a la impotencia de los responsables del film por escapar al territorio redescubierto. Como si Nispel y compañía hubiesen trazado un mapa tan fiel de la nada, que se hubiesen perdido en su falta de contornos.

Justo es reconocer que Viernes 13 (2009) parece cine en algunos momentos: la expresión de terror de una víctima atrapada en un cepo mientras Jason se acerca, el hachazo en la espalda que arroja a un chico contra un tocón como si fuese un trozo más de madera para el fuego, ese travelling de retroceso en el interior de una furgoneta con el que Nispel se recuerda y nos recuerda que estuvo más inspirado en su primer remake, La Matanza de Texas (2004)… un saldo paupérrimo, a no ser que nos baste con el simulacro del simulacro, la experiencia lúdica a costa de una mínima reflexión, y la aceptación cínica de un mercantilismo tan desvergonzado que, como decíamos en el primer párrafo, termina por ser el argumento más convincente para explicar el porqué del brutal conformismo que respira la película. Claro que siempre pueden encontrarse argumentos para soslayar lo evidente. El siguiente lo proporciona la performer Esther Ferrer, último Premio Nacional de Artes Plásticas: «El límite entre la creación artística y la tomadura de pelo está en la interpretación de quien la disfruta: la creación depende de las experiencias, los gustos, el humor del espectador…». Arte contemporáneo.