59 Berlinale

De la Berlinale se suele decir que lleva años rebajando el nivel de las películas que muestra, sobre todo en competición. Personalmente, tras varias ediciones asistiendo a esta anunciada decadencia, acabé creyendo no sólo que era verdad sino que además era inevitable. Pero tras comprobar este año que, aún subiendo el nivel, y mucho,  sobre todo en comparación con el año pasado, la mayoría de críticos seguían repitiendo el mismo tópico, he decidido no volver a escuchar ni leer nada… al menos durante los días que dura el festival. Entrando en materia, diré pues que esta 59 edición de la Berlinale ha sido bastante agradable, sin llegar a la brillantez, pero agradable. Si bien casi ninguna de las películas era digna de un premio de festival, casi todas lo eran al menos de pasar a formar parte de nuestras estanterías o del recuerdo de una plácida tarde de domingo.

Quizá una de las cosas más destacables de esta edición ha sido que ha estado repleta de nombres de directores veteranos, pero los que se han llevado los premios gordos son en su mayoría jóvenes de treintaypocos, con una visión muy personal y muchas historias nuevas que contar. Desde Perú, Alemania, Irán o Argentina llegan nuevos talentos dispuestos a relevar a los algo desgastados —según lo visto en esta edición— veteranos de nuestro cine. Repasemos primero los títulos.

La teta asustada (Claudia Llosa. Perú, España)
Oso de Oro a la Mejor Película. Premio Fipresci

La segunda película de Claudia Llosa fue la justa merecedora del mayor premio de Berlín. Llosa aborda su segundo largometraje, tras Madeinusa, con la habilidad de un maestro —a pesar de su juventud— y la sensibilidad del que conoce la historia que cuenta. La historia de la protagonista, Fausta, es la historia de una generación de olvidados en Perú, la historia de un colectivo que chupó el miedo y el sentimiento de humillación permanente de la teta materna y que lucha por sobrevivir a pesar del terror que les produce la vida. El título de la película hace referencia a una enfermedad del mismo nombre que contraen los hijos de mujeres que han sido violadas durante la gestación o la lactancia, los hijos de las víctimas de los múltiples conflictos que sacudieron Perú a finales del siglo XX.

Llosa comienza su historia con la voz de la madre de Fausta, que relata entre cánticos en su lecho de muerte las vejaciones a las que fue sometida cuando estaba embarazada. A partir de su muerte conocemos el miedo heredado por Fausta y su obsesión por devolver a su madre la dignidad que le robaron a través de un entierro digno. Para ella será el principio del camino hacia su propia vida, la recuperación de la dignidad de la madre en la vida de la hija. Una historia tan conmovedora como aterradora, tratada con un preciosismo a ratos excesivo, que fluye entre los cantos de la actriz y cantante Magaly Solier y su hipnotizadora belleza indígena. Las pocas críticas negativas que se ha llevado Llosa han sido precisamente las de los que la acusan de caer demasiado en los tópicos y la documentación del folclore indígena peruano… Fácil crítica, por otra parte, en una película con la mayoría de diálogos en quechua y centrada en los arrabales de Lima. Es cierto que se muestran tópicos y costumbres pintorescas, pero la mayoría son más que necesarios para mostrar el contraste entre el mundo de Fausta y el Perú de los supervivientes. Una película de festival, sin duda, digna de ver y admirar.

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Gigante (Adrian Biniez. Urugay, Argentina, Alemania, España)
Premio Especial del Jurado. Premio Mejor Ópera Prima. Premio Alfred Bauer

Pocas películas pueden presumir de haber ganado tres premios en uno de los grandes festivales internacionales y, a juzgar por las caras y las reacciones de Adrián Biniez, el director de Gigante no pensó que él fuera a ser una de ellas. La historia de Jara, un enorme, tierno y solitario guarda jurado de supermercado, enamorado de una cajera, no sólo conmovió a Berlín, sino que sorprendió por igual a dos jurados distintos (el premio a la ópera prima lo integra un jurado distinto al que da los premios oficiales de competición) y a todo el público de la Berlinale. El cine argentino siempre ha tenido un amplio hueco en Berlín y apuesto a que el próximo proyecto de Biniez, si lo hay, será más que bienvenido en este Festival que le ha abierto la puerta grande al joven director.

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Everyone else (Alle Anderen, Maren Ade. Alemania)
Premio Especial del Jurado. Oso de Plata Mejor Actriz: Birgit Minichmayr

Maren Ade tiene 32 años y firma la dirección y el guión de esta película, además de haber participado en labores de producción. La alemana de gesto angelical y un claro talento innato compartió el premio especial del Jurado con Gigante gracias a su particular visión de las relaciones de pareja. La historia de unas vacaciones, un amor íntimo y repleto de códigos que sólo pueden entenderse entre dos y cómo de la devoción mutua absoluta se pasa al hastío, al pique constante, la decepción… la laguna de la rutina que nos pone de frente con lo que somos. Si por un lado el premio a Alle Anderen huele un poco a cuota alemana, lo cierto es que su autora y directora conduce con maestría el paso casi imperceptible de un extremo del sentimiento al otro. Nos mete en las pieles de sus personajes, nos hace amarles y odiarles, enamorarnos y desenamorarnos de ellos en un tiempo récord, en esas vacaciones que son dos horas en el cine. Y al final nos deja tan desconcertados como a ellos mismos…porque nadie sabe dónde va el amor cuando se acaba…ni si en una de estas puede dar media vuelta y volver.

Al caer todo el peso de la película sobre las espaldas de la pareja protagonista, no es de extrañar que uno de ellos se llevara el premio a la interpretación aunque, aclaro, no es de extrañar en un festival al que le gusta mucho premiar su cine. La de Birgit Minichmayr, que interpreta a la inconstante y desequilibrada Gitti, no fue la mejor interpretación femenina de esta Berlinale. Lo cierto es que —como viene siendo habitual— casi todas las damas estuvieron impecables en sus papeles, independientemente de la calidad de la película en su conjunto, y parece que al final, ante la duda… se optó por una alemana. Otras que quizá lo merecieron más fueron la británica Brenda Blethyn por su enternecedor papel de madre desesperada en la película de Rachid Bouchareb, London River, la madura e irresistible Michelle Pfeiffer, que se hace mayor con todo el estilo del mundo en la —tristemente bastante mediocre— última aventura de Stephen Frears, Cheri, o incluso el conjunto de mujeres que protagoniza otra de las favoritas del festival, la iraní About Elly.

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London River (Rachid Bouchareb. Reino Unido, Argelia, Francia)
Oso de Plata Mejor Actor: Sotigui Kouyate

Casi veinte minutos dedicó Kouyate a agradecer su premio. Entre chistes sobre negros, cantos y lecciones milenarias, este actor procedente de Mali ofreció la mejor actuación del festival, al menos sobre el escenario. Pero no sería justo no reconocer su trabajo en London River. Kouyate es el contrapunto de Brenda Blethyn, a la que acabamos de nombrar. Ambos acuden a Londres poco después de los atentados del 7 de julio de 2005 en busca de sus hijos. A pesar del rechazo inicial, el destino les une cuando descubren que sus hijos mantenían una relación. La angustia de la búsqueda queda suavizada por la maravillosa interpretación de los dos protagonistas que a partir de la terrible historia, y a través de ella, nos cuentan también la historia de los padres que desconocen a sus hijos, el mundo el que viven y, a menudo, el mundo que les rodea a ellos mismos. Las situaciones de risa y dolor se alternan con naturalidad, sin caer en la extravagancia ni en la lágrima fácil. London River traía premio debajo del brazo, nos conformamos con que le dieran el que quisieran.

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About Elly (Darbareye Elly, Asghar Farhad. Irán)
Oso de Plata al Mejor Director

Otro talento que aún no ha alcanzado la cuarentena. Como Ade, Farhadi firma guión y dirección en este drama que nos acerca a la realidad de la clase media de Irán y nos muestra sus costumbres, miedos y secretos a partir de una tragedia inesperada. En mi opinión, el mayor mérito de Farhadi es su capacidad para acercarnos a unos personajes que pueden parecernos completamente ajenos al principio. Con diálogos ligeros, situaciones divertidas y mucha espontaneidad, el espectador conoce a estas tres familias iraníes y se siente cercano a ellas en menos de veinte minutos. Será después cuando tenga que volver a tomar distancia para recuperar algunos de los prejuicios que había dejado en el camino. About Elly fue desde el principio una de las grandes favoritas de este festival. Quizá le sobre algo de metraje y tragedia a este cuento que se va volviendo oscuro por momentos, pero no deja de ser toda una promesa. Lo cierto es que no llega mucho del cine iraní a Europa pero lo poco que llega no defrauda en absoluto.

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The Messenger (Oren Moverman. Estados Unidos)
Oso de Plata al Mejor Guión

Moverman sí ha llegado a los cuarenta, pero como presentaba ópera prima en Berlín nos vale como parte de la lista de jóvenes nuevos talentos que firman guión y dirección. The Messenger se llevó el premio al mejor guión porque detrás de esta película está sobre todo su historia y Overman luchó durante años por llevarla al cine. Él mismo dice que quería «un gran director» para plasmar su historia y que por eso le costó tanto convencerse de que tendría que dirigirla él mismo, algo que hizo tras insistir a Sydney Pollack e incluso a Ben Affleck. The Messenger nos acerca una parte de la guerra de Irak que apenas habíamos visto hasta ahora, la vuelta a casa. O, mejor dicho, la no vuelta. Will es un soldado que acaba de volver de Irak tras ser herido y perder a varios compañeros. Le quedan algunos meses de servicio en el ejército y sus superiores deciden darle la misión de comunicar las muertes de los soldados a sus familias y seres queridos. Junto a él en la misión está uno de los mejores personajes de Woody Harrelson, un soldado orgulloso, pragmático, exalcohólico y solitario dispuesto a enseñar el oficio a Will para que pueda realizarlo sin implicarse ni un mínimo sentimentalmente.

La clave de The Messenger es su capacidad para acercarnos a los soldados de una guerra que nos es antipática, ajena. Mostrarnos que no sólo muchos vuelven en ataúdes, sino que los vuelven por su propio pie también han quedado muertos o lisiados de alguna manera física o piscológica. «Es la historia de todas las guerras. Estos chicos están empezando a volver y tienen que volver a hacerse un hueco en la sociedad pero muchos están realmente muy mal», decía el director. Lástima que en la dirección a Overman se le hayan escapado un par de tics excesivos y abuse de la repetición de situaciones. A pesar de todo una muy buena película sostenida por un notable guión y con el placer añadido de ver a la estupenda Samantha Morton en uno de los pocos papeles en los que se deja ver fuera de su país.

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Y así podríamos seguir. No puedo acabar esta crónica sin destacar dos de las mejores peliculas del festival presentadas fuera de la sección de competición. Una es The Yes Men Fix the World, ganadora del premio del Público de la sección Panorama, y la otra es Ai no mukidashi (Love Exposure) ganadora del premio Caligari que se otroga dentro de la sección Forum.

La primera es la segunda entrega de las aventuras y desventuras de este original grupo de activistas, The Yes Men, capaz de colarse en cualquier parte y humillar a grandes empresas y gobiernos con elaboradas y retorcidas estrategias cuyo fin es mostrar lo ridículo y absurdo de los intereses neoliberales frente al valor de la vida humana. Pero si la primera entrega de estos yes men se quedaba en algo más manido que nos recordaba al simplismo de Michael Moore (aunque los yes men llegaron antes), esta segunda, firmada de nuevo por sus guionistas y protagonistas,  Andy Bichlbaum y Mike Bonanno, con la ayuda del director Kurt Engfehr, va mucho más allá y le da un giro al documental social. The Yes Men Fix the World es una comedia desternillante, plagada de gags que, a pesar de todo, no pierde su objetivo social y juega a la perfección con el documental, que al fin y al cabo es la base de una historia creada a base de sumar acciones reales.  Un ejemplo, sacar a la calle miles de ejemplares de un falso New York Times con el titular de que la guerra de Irak había terminado. ¿Les suena la anecdota?, pues es la más inocente de todas. Una película imprescindible.

Si al final de los festivales se pudiese pedir un deseo, como cuando se cumple un año más y se deja atrás el anterior, yo pediría que Love Exposure encontrara distribuidor en todo el mundo y se convirtiera en un fenómeno de masas. La última aventura del, ya de por sí bizarro, director japonés Sión Sono (conocido sobre todo fuera de sus fronteras por películas de terror como Suicide Circle, Kimyô na sâkasu, 2005) es de lo más innovador y arriesgado que se ha visto en un festival en mucho tiempo. Sus casi cuatro horas de duración desaniman mucho en un principio, pero vuelan con una agilidad increíble. La historia de Yu, un adolescente modélico, cuyo padre se mete a cura tras la muerte de la madre y obsesionado con encontrar al amor de su vida en forma de virgen María, recorre unos caminos tan insospechados que uno no sabe si reir o llorar en la mitad de situaciones. El mundo de las bandas juveniles, la pornografía o las sectas se mezcla con mensajes como el amor verdadero, la lucha por los sueños y una casi subliminal crítica al comportamiento humano, sin que al espectador apenas le de tiempo a asimilar semejante cantidad de mensajes.  Love Exposure bien podría ser la película favorita de Tarantino, con su ritmo trepidante, sus chorros de sangre rojo intenso, sus secuestos, sus heroínas y sus malos, malísimos, de libro de texto. Con un dominio de la música magistral que hace que podamos ver la película como una ópera en varios actos, Sono recorre todos los géneros habidos y por haber y los reúne en esta película imposible. Imposible si no hubiese sido por él. Una pista, cuatro horas de película en la sesión de las once de la noche y ni un solo espectador dormido en la sala llena… que cada uno juzgue por sí mismo.