Watchmen (Tyler Bates. Reprise – Warner Bros.)
Como en 300, Tyler Bates busca el camino de la épica por la vía del ruido y la espectacularidad mal entendida, con melodías rimbombantes y enfáticas que están compuestas sobre la ya cansina base del crescendo y los coros que patentó Danny Elfman en The Shadow y el primer Batman de Tim Burton. El recurso no llega al plagio, aunque el tema principal podría pertenecer a cualquiera de las dos películas citadas, pero produce una molesta sensación de déjà vu que liquida a las primeras de cambio el interés por la composición. Bates tampoco acierta en la aplicación de la música, ya que su pretendida épica naufraga frente a una película que, como el cómic original de Alan Moore y Dave Gibbons, carece de momentos climáticos o dramáticamente poderosos. Sí es notable y efectiva, desde el punto de vista narrativo, la selección de canciones que acompañan algunas secuencias, y que han sido editadas en un CD independiente al que contiene la partitura instrumental. Destacan por su uso The Times They Are A-Changin’, de Bob Dylan, en los títulos de crédito iniciales, Unforgettable, de Nat King Cole, en la muerte de El Comediante, y The Sound of Silence, de Simon & Garfunkel, en el entierro de El Comediante. Por este camino la película podría haber volado muy alto.
Revolutionary Road (Thomas Newman. Nonesuch Records)
Cada compositor tiene su estigma, y el de Thomas Newman es American Beauty, para la que creó una espléndida melodía para piano que ha marcado su devenir como músico. Desde entonces, año 1999, casi todas sus partituras han incluido una pieza para ese instrumento que recuerda indefectiblemente a aquella creación. Revolutionary Road no escapa a la maldición: el tema principal está construido sobre una leve melodía pianística de tres notas que Newman introduce cada vez que quiere subrayar un sentimienro de duda, soledad, abandono o frustración. Es muy hermosa, sin duda, y algunas de sus variaciones, sobre todo cuando la envuelve la sección de cuerda, proyectan inmejorablemente el vacío existencial de sus protagonistas. Pero es la misma estrategia de siempre, y ese handicap termina irritando al oído más paciente. Como talento no le falta, ahí está la original Wall-E para certificarlo, hay que pensar en puntuales crisis de identidad como explicación a esta manía.
Frost / Nixon (Hans Zimmer. Varèse Sarabande)
¿Pero hay música?, fue la primera pregunta que me hice cuando vi los títulos de crédito. ¿Y además de Hans Zimmer?, continué, atónito. Acostumbrado a los excesos electrónicos del alemán en los últimos tiempos (Piratas del Caribe, Madagascar, El caballero oscuro), no daba crédito a una posible recuperación de su vertiente íntima y ligera, la que revela que, detrás del personaje, hay un compositor de inmenso genio que puede afrontar con éxito cualquier género. En Frost contra Nixon me reencuentro con el espíritu de Thelma & Louise, Rain Man o Paseando a Miss Daisy. No en términos de estilo o instrumentación, claro, ya que éstas son obras muy varidas, pero sí en cuanto a su aproximación dramática desde la contención. Zimmer deja el protagonismo a los actores y relega su música a un segundo plano que jamás apuñala por la espalda. Esta aplicación ambiental, casi en la frontera de la producción de efectos de sonido, constata que Zimmer, cuando quiere, es el amo de la barraca.
Doubt (Howard Shore. Howe Records)
Antes de escuchar la partitura, y a tenor de sus dos últimos trabajos para David Cronenberg, la duda consistía en saber si Howard Shore salía definitivamente de la Tierra Media o si, por el contrario, seguía despachando material de la trilogía tolkiana con más o menos capas de maquillaje. Tan titánico esfuerzo debe dejar en el estilo y la forma de componer una impronta difícil de superar, pero afortunadamente este nuevo Shore de La duda arroja el anillo y explora nuevos territorios. Sabedor de que trabaja en una pelícua de actores, donde la manda la palabra, el músico desarrolla una obra íntima y recogida, con gran protagonismo de los violines, cuyo objetivo es imbuir al espectador-oyente en la tela de araña dialéctica que tejen Philip Seymour Hoffman y Meryl Streep. Sugestiva y elegante, la partitura tiene la virtud de expresar el máximo de emoción con el mínimo de afectación, sin trucos, evitando así el temible abismo de la sensiblería.
The Reader (Nico Muhly. Lakeshore Records)
Tras colaborar en el departamento musical de películas como Diario de un escándalo, El ilusionista o Rebobine por favor, el joven Nico Muhly (27 años) ha saltado a la primera división con una partitura de bellísima factura que supera por varios cuerpos de distancia a algunas de las nominadas en la última edición de los Oscar (a la ganadora, por goleada). El piano es el protagonista absoluto, que aplica con delicadeza y sensibilidad en una serie de melodías que operan sobre dos campos dramáticos muy marcados: por un lado, la soledad de Kate Winslet, y por otro, el desamparo de Ralph Fiennes. El estilo, minimalista, bebe de quien probablemente sea su mentor, Philip Glass, autor de las dos primeras películas citadas antes, aunque Muhly sabe desmarcar su trabajo y orientarlo hacia un terreno menos denso y prosaico que el del músico de Baltimore. Su empleo en el film a veces resulta cargante, por enfático, pero esta circunstancia no agría el regusto final de una delicatessen para paladares finos. Un músico muy prometedor, sin duda.