¿Música documental?

Dios. ¿Qué recibe una persona ante a una pieza de arte? ¿la siente o la piensa? ¿es limitado lo sentible e ilimitado lo pensable? ¿es la forma artística algo más que un mero medio de transmisión de valores culturales? ¿un grupo de música son sus fotografías? ¿es absolutamente todo usable para mostrar un posicionamiento concreto? ¿puede ser la multidisciplinaridad una disciplina? ¿cualquier formato de arte consolidado es eso? ¿como condicionan los canales y mecanismos de su difusión a todo ello? ¿hay que buscar perennemente nuevos formatos y combinaciones? ¿porqué? ¿es la tecnología la que marca el pulso? ¿es la política? ¿y qué papel juega la fascinación ante lo nuevo, lo desconocido? ¿qué es más significativo, la fascinación que provoca o los valores que supuestamente defiende? ¿vamos a la deriva o hacia algún lugar? ¿qué coño recibe una persona ante una pieza de arte?

Todas estas preguntas suelen bailar patosamente delante de mí mientras miro un documental sobre un grupo de música, pongamos los Clash. Pero cuando me enfrento a hacer un documental sobre mi propia banda dejan de bailar para, directamente, interrogarme amenazadoramente. Y yo, que si tengo un día bueno soy muy chulo y lo sé todo, me digo: «10 años y una zanahoria es una pieza tan representativa de lo que hacemos como cualquier disco, ni más, ni menos»…

Luego dudo. Luego pienso en las entrevistas y artículos que suelen acompañar las promociones de los discos y releo algunas. Las comparo con los discos, pelis y espectáculos que hemos hecho con Standstill y reconozco un ritmo, una manera de estructurar, un tono, un riesgo, una intensidad, una temática y una intención casi calcadas. Qué asco, luego dirán que soy libre. Me piden una participación para un dossier de una página web de cine y parece que tampoco puedo escapar; obviamente es algo que está muy por encima —o por debajo— de mi conciencia aunque ahora lo esté intentando verbalizar…

Y luego pienso que realmente quizás eso es lo bonito. Que cada persona tiene, más o menos escondida, una única e irrepetible manera de entender y, por tanto, de recrear el mundo. Hay una mirada (como poéticamente se dice de los cineastas) esencialmente diferente para cada persona… Y me gusta ver cómo avanza en la Historia esa mirada, esa mezcla espontánea, la creatividad despreocupada, la simple expresión de la identidad individual. Es el pasado, pasado por nuestro filtro personal, que tiene que dar lugar al futuro. ¿Hay algo más estimulante y esperanzador?

Me gusta pensar en la diferente intensidad de nuestros peinados y en la ética de nuestra forma de cocinar. En la política de tener una novia y en la estructura formal de un encuentro sexual. Y luego me reincorporo en el sofá y pienso en lo bonito que es que alguien se cambie de peinado por haber visto un capítulo de Melrose Place. Ups ¿Es decir eso ser políticamente incorrecto? No sé, quizás, pero como los niños necesitan peinados, entonces quizás tendría que darles una alternativa mejor… pero… ¿Mejor para quién? Yo que sé, dejarme en paz. Si tuviera que decirle a alguien que se está equivocando sólo sería a aquel que no da rienda suelta a su foro interno y, de paso, al enclave cultural que él y sólo él representa en cada momento. Yo entiendo que esa es la responsabilidad de cada uno, por nosotros y por los que vendrán.

Y entonces pienso, al final de mi ensoñación, en lo bonito que puede ser que una persona se pueda sentir identificada al ver un documental que pone el acento en la ilusión, y que sugiere que perseguir zanahorias es de lo que, en resumidas cuentas, trata la historia de nuestra vida. ¿y qué importancia tiene si esa parcela de identidad se ha compartido (o generado) gracias a un documental o a un disco? Poca, yo creo.


Eric Montefusco es músico, cantante del grupo Standstill