El proceso de las brujas (Jesús Franco, 1970. Divisa)
Los continuos encontronazos de Jesús Franco con el régimen franquista le llevaron a un exilio voluntario por diversos países europeos en busca de la libertad formal que no podía desarrollar en España. Teniendo en cuenta que tan sólo dos años antes había rodado Necronomicón (1968), una obra que supone un corte de mangas en toda regla a la narrativa tradicional del cine, sorprende encontrarse en su filmografía con una obra como El proceso de las brujas (1970), de factura tan sobria y clásica. Rica en cromatismos y sorprendentemente contenida a la hora de mostrar desnudos femeninos, esta película ambientada en la Inglaterra de los últimos Estuardo recuerda poderosamente a algunas de las producciones menores de la Hammer, lo que también produce extrañeza porque que Franco nunca fue un gran devoto de la filmografía de los míticos estudios británicos, con excepción de algunas obras sueltas de Terence Fisher. A ello ayuda la presencia de un Christopher Lee que parece interpretar al sanguinario George Jeffreys con el piloto automático puesto y sin olvidar sus tics más rijosos. El proceso de las brujas es un correcto, algo lineal, trabajo que se beneficia de un más que decente trabajo de producción (hasta cuatro países pusieron dinero) y que Franco dirige con pulso firme en las escenas bélicas. Con todo, supone una anomalía en la rica filmografía de un director tan amante de los excesos. Eso sí, el DVD editado por Divisa incluye (además de las galerías y fichas de rigor) dos escenas pertenecientes a la versión alemana del filme y censuradas por estos lares en las que Franco demuestra su oficio de erotómano.
Javier Pulido
El conde Drácula (Jesús Franco, 1970. Divisa)
A Jesús Franco la explosión del cine de fantaterror español de finales de los 60 le cogió en pleno interrrail fílmico, pese a que la precursora Gritos en la noche (1961) abriera la veda del susto y la hemoglobina en la españa tardofranquista. Las coordenadas de sus títulos de terror de la época poco tienen que ver con las de Paul Naschy, Amando de Ossorio o León Klimovsky, salvo en su marcado rechazo al cine de la Hammer. A la hora de encarar El conde Drácula procuró alejarse de forma consciente de las «fantasías moriscas» de la productora británica y facturar la versión más fidedigna hasta entonces filmada del material original de Bram Stoker. Con esta percha embaucó a un Christopher Lee, que ya estaba hasta el gorro del personaje, para que volviera a ponerse los colmillos postizos y consiguió rodearse de un reparto de altura (Klaus Kinski como Renfield, la malograda Soledad Miranda como Lucy o el gran Herbert Lom como Van Helsing). Esta búsqueda a toda costa de la fidelidad (que tampoco fue absoluta) se le acabó atragantando a Franco. Sí, es cierto que por primera vez se muestra en pantalla el progresivo rejuvenecimiento del vampiro, pero al someterse a la densa narrativa de la novela la cinta acabó resultando demasiado fría y contenida, casi impersonal. Por suerte, un año después el director madrileño se resarció con Drácula contra Frankenstein (1971), también editada recientemente por Divisa, en la que pudo desmelenarse hasta el punto de no incluir apenas diálogos y dar a la historia un tratamiento de cómic pop que volvió loco al público de la cinemateca francesa. Es una lástima que el DVD no incluya las siempre sabrosas declaraciones de Franco sobre el rodaje, el mito o su relación con Lee.
J. P.
Drácula negro (Blácula) (William Crain, 1972. Divisa)
El blaxploitation, reivindicativo género surgido en la decada de los setenta, conocido principalmente por películas como Shaft, Black Caesar o Across 110 th Street, también engendró sus propios subgéneros. En el de terror, el precursor fue este Drácula Negro (editado por Divisa a la vez que su secuela ¡Grita Blacula grita!) que más tarde daría paso a títulos como Blackenstein, Dr. Black and Mr. Hyde o Abby, films en los que los rasgos característicos del blaxploitation —el protagonismo de actores negros y la música (también negra) de los setenta— se fundían con el terror de corte clásico. En el caso que nos ocupa, en el vampirismo, centrado en la figura del principe africano Mamuwalde (encarnado en ambos films por el actor William H. Marshall), que, en 1780, se ve preso por una maldición que lo convierte en vampiro y a la vez le postra en su caja presuntamente para toda la eternidad, de no haber sido liberado en Los Angeles a principios de los setenta por una pareja de decoradores gays que encuentran el ataúd y se convertirán en sus primeras víctimas.
Grita Blácula Grita (Bob Kelljan, 1973. Divisa)
En la segunda parte, el director Bob Kelljan, más tarde responsable de algunos capítulos de Starsky y Hutch y Los ángeles de Charlie, rueda con un estilo propio del que muchos deberían aprender hoy en día, y es que aunque el guión que mezcla sin sonrojarse el vampirismo con el vudú no sea nada del otro mundo, sí hay un apreciable trabajo de dirección y se ve que Kelljan sabe donde y como poner la cámara en cada momento. Esta es una estupenda oportunidad de descubrir dos obras representativas de un género y que cuentan con momentos memorables como el número musical de la discoteca en la primera o toda la secuencia de la fiesta de modernos en la segunda, que además goza de la presencia de una de las musas del género, Pam Grier, a la que Tarantino entronizó en Jackie Brown, su particular homenaje a este cine de otra época, pero plenamente disfrutable en la nuestra.
Sergio Vargas