Comedia juvenil moderna

Una apología

Masacrada por la crítica de manera automática e inclemente, como siempre proclive a empalizar con un segmento muy determinado, aunque fiel, del público, la comedia juvenil es ese género maldito que, como la ciencia ficción casposa, la sexploitation o el cine de karatekas, siempre verá reducidas sus bondades al limitado y triste concepto de placer culpable. He aquí un repaso de sus últimas mutaciones, conceptuales y estilísticas, pero también hormonales, en los últimos años, que también puede (debe) leerse como una encendida y personal reivindicación de las cualidades de un cine que, hoy por hoy, cuenta con un abanico de estilos, tendencias y enfoques tan poco despreciable como rico en matices y cualidades.

Película iniciática

Recuerdo, con mayor detalle que otros acontecimientos supuestamente trascendentes, la noche de empalmada, esto es, sesión de películas, en la que mi amigo Albert trajo La sucia historia de Joe Guarro (Joe Dirt. Dennie Gordon, 2001) [1]. Recuerdo cómo pataleé al ver aquella carátula ridícula, con David Spade blandiendo una fregona, y cómo anuncié que me negaba a ver aquello, que me iría a casa, o al ordenador, hasta que terminaran con eso. Era mi primer año de universidad y yo iba camino de convertirme en uno de esos aburridos integristas del cine con ínfulas. Amélie (Le fabuleux destin d’Amélie Poulain. Jean Pierre Jeunet, 2001) y El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001) —dos buenas películas, todo hay que decirlo, habían hecho estragos, y se avecinaban unos años en los que el cine argentino, sin demasiada razón para ello, sería la comidilla de los bares de las facultades. También recuerdo aquél fenómeno que hoy me parece tan gracioso: fuimos a ver American Pie (Paul & Chris Weitz, 1999) y American Pie 2 (James B. Rogers, 2001), y, en las dos ocasiones, nos reímos un montón, o como mínimo unas cuantas veces a lo largo de la película. Pero luego, aunque aquello eran comedias y se supone que el objetivo de una comedia es hacerte reír, y nos habíamos reído, nos acabábamos diciendo los unos a los otros que no, que eran malas. «Es mala pero te ríes».

Volvamos a La sucia historia de Joe Guarro, película que, por fortuna, finalmente decidí ver. Fue lo mejor de una noche, por otra parte, no demasiado prometedora. También vimos la insípida Ni una palabra y una de Julia Roberts, y para irnos a la cama con algo de dignidad, la divertida y menospreciada Fantasmas de Marte (Ghosts of Mars. John Carpenter, 2001). Pero descubrir a Joe Guarro fue algo así como una liberación, y a la vez, el inicio de una enfermedad que no haría más que ir a peor, gracias, entre otras cosas, a la lectura de fanzines educativos como Mudhoney. Quizá la de David Spade no es una gran película, ni siquiera de las mejores de la Happy Madison [2], pero me lo pasé de miedo viéndola, reí como un niño e incluso hubo algún que otro momento emocionante. Una película con un tono naïf hasta el extremo, muy nube de azúcar, a su manera, pero precisamente en ese sentimentalismo marciano y salpimentado de negrura residía su gracia. Albert y yo fuimos los únicos que tuvimos la dignidad de admitir que nos había gustado; el resto, echó pestes.

Ya nada fue lo mismo desde entonces: empecé a rastrear las películas de gente como Adam Sandler, aprendí a rendir culto a obras mayores como Zoolander (Ben Stiller, 2001) o la inmensa El reportero (Anchorman: the legend of Ron Burgundy. Adam McKay, 2004) y no dejaba de comprar en videoclubes y tiendas de segunda mano cualquier comedia juvenil de los 80 o de los 90 que llegara a mi campo de visión. Tuve, en esta singular religión cuya capilla perfecta sería una taquilla de instituto llena de bragas empapadas de semen, a maestros admirables como Pablo Vázquez, con quien tengo el honor de coincidir en este, ejem, estudio. Gracias a gente con principios como él, y a películas como La sucia historia de Joe Guarro, pude escapar del infierno de aquellos y aquellas de mi «generación» que siguen en una especie de resaca perpetua post-Amélie, esnifando con fingida dignidad cada nueva pieza de cine europeo y de autor, a ser posible premiada en festivales de primera línea y que esté comprometida con el amor, Palestina, los obreros y esas cosas… Valga la generalización.

A eso se le llama tener fe

Lo que siempre me ha irritado de la aversión a la comedia juvenil no es que sea un género marginal como pocos —pese a haber originado películas a todas luces importantes, como Desmadre a la americana (Animal house. John Landis, 1978) o Porky’s (Bob Clark, 1981), por poner dos ejemplos—, sino las razones que se esgrimen para ello. La gente que va por ahí con ese rollo de la seriedad, o que sólo se ríe con comedias que traten sobre colectivos que no sean el propio, siempre suelta el rollo de que son películas para tontos, para niños eternos, para perder el tiempo, para la tarde del domingo, si me apuras. Y no sé ustedes, amigos, pero yo he ido al instituto, y también a la universidad, incluso he estado en asambleas contra la guerra, y no he visto por allí triángulos y circunferencias perfectas volando, metáforas de la complejidad anticonstitucional, ni he oído a gente decir otras cosas que las que ya ha dicho otra gente en libros y películas.

No soy superdotado, ni nada de eso, pero me atrevería a decir que nunca he estado cerca de padecer una síndrome de Stendhal [3] debido a la sobredosis de inteligencia que culebreaba a mi alrededor. He visto a gente muy válida, algunos incluso trabajan para medios de comunicación de primera división, pero ninguno de ellos escapa a la frivolidad propia de nuestro tiempo: casi todos salen, o saldrán en algún momento, en antros como Facebook, haciendo muecas grotescas en fotos de grupo, con vasos o botellas conteniendo sustancias alcohólicas. Incluso mis amigos, que no son muy de hacerse fotos para probar ante el mundo que son guays y tienen vida social, sucumben al embrujo de las tetas y los culos. Y es que nos pasamos horas hablando de lo mal que están las cosas, de nuestro tiempo, de la política, de formas de ver el mundo, de libros que hemos comprado, pero no hay un solo cuerpo de mujer que se libre de entrar en la conversación y ser objeto de algún comentario de esos que para unos son soeces y para otros, dignos del mejor y el peor erotismo sucio, à la Henry Miller («todos, en mayor o menor medida, hemos hecho estupideces para conseguir a alguien con quien jugar a médicos y enfermeras»).

La comedia juvenil, nos guste o no, es un espejo deformante de nuestra propia trivialidad, nuestra condición de meros granos de arena inyectados en sangre y hormonas en este teatro que es el mundo. A veces parece que se acuse a los personajes de las películas del género de no tener la riqueza verbal de los guiones de Woody Allen o Ingmar Bergman. ¿Por Dios, alguno de ustedes habla como los personajes de Allen o Bergman? Ni siquiera hablamos como un gángster tarantiniano, ni como un clerk de Kevin Smith. Hablamos como hablamos, y hay momentos en los que no hay nada más adecuado ni más lírico que decir: «¿Has visto ese culo?».

El fin del melodrama

Hay un momento que me encanta en esa gran película, nunca editada en España, que es Wet Hot American Summer (David Wain, 2001). Me refiero al terrible desenlace del romance entre Coop (Michael Showalter) y Katie (Marguerite Moreau). Coop, al que hemos visto antes contándole a sus padres lo feliz que está por haber encontrado a la chica de sus sueños, le pregunta a Katie si se verán pronto en la ciudad para continuar su relación. Y Katie, con todo el desparpajo, le contesta que, aunque ha estado muy bien, que es un tío majo y todo eso, lo único que le interesa es follar con tíos buenos. «Tengo 16 años, y quizás las cosas sean diferentes cuando esté lista para casarme, pero ahora mismo sólo me interesa el sexo. Y sólo me interesa Andy. Quiero agarrarlo y, simplemente, follar con él, sin piedad».

Las palabras de Katie, toda una declaración de principios, podrían también servir como una suerte de testimonio de la época, del nuevo espíritu, si es que puede hablarse de un espíritu gravitando alrededor de la comedia juvenil del siglo XXI. Ésta se origina como un cine de jóvenes perdedores, con el ojo puesto en las diferencias de clase social, los ghettos que se forman en los institutos, los feos, los guapos, los freaks… Al fin y al cabo, el cine de John Hughes siempre giraba alrededor de jóvenes que no conectaban con la mayoría pero que querían ligarse a la chica más popular, la cual estaba acostumbrada a salir con el capitán del equipo de rugby pero terminaba descubriendo el encanto de lo humilde, del chico pobre y poco versado en asuntos de amor. La trama romántica solía ir acompañada de una apología de la amistad entre colegas de toda la vida que tienen miedo a distanciarse cuando acaben las clases, y siempre pululaba por ahí un padre gruñón pero comprensivo y un director de instituto del que todo el mundo se mofa, entre otros personajes del ecosistema juvenil. Eran, en definitiva, historias de primeros amores y desencantos, de amistades sinceras, de traiciones y de renuncias a cosas de esas de las que, a menudo, uno se acaba arrepintiendo. Por supuesto, el sexo siempre estuvo ahí, en la atmósfera, pero nuestros héroes creían (o querían creer) que formaba parte de un todo más grande y más luminoso.

Eran melodramas en toda regla. Unos más osados y transgresores que otros, pero el poso de tristeza siempre estaba ahí, en momentos como el inolvidable plano final de El último americano vírgen (The Last American Virgen. Boaz Davidson, 1982).

Al cine juvenil de los 80 se le podía achacar cierta ingenuidad, pero se preocupaba más por los personajes en sí que por la calidad de los gags o el índice de escatología. La narrativa ochentera era más bien clásica, aunque estuviera vampirizada, hasta cierto punto, por la estética del videoclip. Las teen comedies del cambio de siglo, en cambio, ya no van a andarse con remilgos. Lo único que se les va a pedir es que pasen como un suspiro y que hagan reír, no importa si es a base de diálogos mordaces o recurriendo al sexo con animales, la coprofagia u otras burradas, siempre bienvenidas. Y por supuesto, los chistes sobre sexo serán omnipresentes. Otro requisito será que las películas tengan un ritmo frenético, aderezado con música de bandas jóvenes de punk rock de los noventa, si es que a eso se le podía llamar punk.

Ya no habrá, salvo algunas excepciones, protagonistas poco agraciados físicamente: casi todos los personajes principales, chicos y chicas, serán metrosexuales que entran por la vista y, aún interpretando a un tipo que no se come una rosca, siempre son más guapos que tu. O como mínimo, así te lo parece, ya sabes eso que dicen de que la pantalla embellece.

Y el amor, bueno, ahí sigue. Es esa palabra que usamos de vez en cuando para dignificar nuestras ansias de meterla en caliente. Si las comedias juveniles de los ochenta tenían esa cualidad melodramática, esa apología del amor y la amistad, las de finales de los noventa en adelante serán una simplificación hasta el absurdo de todo eso, un espejo grotesco de la frivolidad del fin de siglo. Vamos de una vez a por ellas.

Los 90: honrosas excepciones

Los primeros noventa no fueron años en los que abundaran las teen movies. Eran los tiempos de Sensación de vivir y Melrose Place, que monopolizaban el género juvenil, y tan sólo podemos mencionar algunas honrosas excepciones. La mejor, sin duda alguna para el que esto escribe, es Movida del 76 (Dazed and Confused. Richard Linklater, 1993). Muy superior a la sobrevalorada SubUrbia (1996) del mismo director, Movida del 76 es una película de la que se podrían contar muchas cosas: su enfoque pseudo-documental, la radiografía de la época, la galería de jóvenes promesas que integraba el reparto… pero quien esto escribe se queda con la energía y el carisma que desprende el film, una sinceridad y una frescura que, como decía un amigo mío, hacen que cuando acabes de ver la película tengas ganas de irte de fiesta. Otra buena película, con vocación rebelde, fue Rebelión en las ondas (Pump up the Volume. Allan Moyle, 2001).

Un año después de Movida del 76, en 1994, llegaría Clerks de Kevin Smith, la celebrada pieza inaugural de la llamada Trilogía de Nueva Jersey. El éxito de esta película haría surgir, en el cine indie del momento, una veta de películas post-juveniles, que se centrarían en la vida de gente de veintitantos tirando hacia la treintena. Cameron Crowe había sentado precedente en 1992 con Solteros (Singles, 1992), una película menor, y de 1996 es otra película divertidísima, hoy olvidada: Swingers, dirigida por Doug Liman a partir de un ácido y brillante guión de Jon Favreau, que también protagoniza la peli.

Kevin Smith se superaba un año después de Clerks con la denostada Mallrats (1995), uno de esos filmes llamados a convertirse en clásicos absolutos de videoclub, que recupera de la mejor manera posible el espíritu juvenil ochentero a lo largo de 94 minutos gloriosos (existe, según IMDB, una versión extendida de 123 minutos de la que hasta ahora no tenía noticia). Luego, Smith siguió a la suya, urdiendo una trayectoria cinematográfica quizá no brillante pero casi siempre coherente, demasiado coherente, hasta el punto que su trayectoria parece haberle llevado a una especie de callejón creativo sin salida del que, esperamos, salga algún día.

Tampoco podemos olvidar una película importante como fue Clueless: fuera de onda (Clueless. Amy Heckerling, 1995). Importante, diría yo que capital, para los fans de la desaparecida en combate Alicia Silverstone. Pero importante también porque fue un éxito relativo y volvió a poner en el mapa el género teen. Aunque la película de Amy Heckerling, en realidad, no deja de ser una sátira que se queda a medio camino, divertida y ocasionalmente inspirada, pero muy deudora de la estética comiquera de Escuela de jóvenes asesinos (Heathers. Michael Lehmann, 1988), la peli favorita de Sarah Michelle Gellar [4].

Solo faltaba que Wes Craven y Kevin Williamson entraran en escena con Scream (Wes Craven, 1996) y, de repente, las estanterías de los videoclubes se llenaron de películas de terror juvenil. Bueno, en este tipo de películas, imitaciones de la de Craven, ‘terror’ es un decir. Era más bien una competición: a ver que actriz las tiene más grandes, como van a matarlas y cuán absurda va a ser la resolución de los crímenes. Entre otras variables. Cinéma d’elité, que decían en Leyenda Urbana 2 (Urban legends: final cut. John Ottman, 2000) aquella que estaba ambientada en una escuela de cine… Lo más destacable del pack sería la saga de Destino final, que logró reinventarse a lo largo de tres sólidas entregas, donde no faltaban los toques gore.

La comedia juvenil estaba a punto de renacer, y quizá existe algún estudio científico, de estos absurdos, que vincula este hecho a los atentados del 11-S. Es posible que, como Nicole Kidman en el último plano de Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999), de repente la gente decidiera que, si era cierto que todos podíamos volar por los aires, había que follar. Y había que hacer películas sobre gente que quiere follar. Probablemente no fue por eso, pero el éxito, en 1999, de American Pie, propiciaría una avalancha de teen movies, beneficiada también por la popularización del direct-to-DVD. De hecho, varias secuelas de la misma American Pie (de momento hasta la parte seis) han salido ya directas al mercado del DVD.

Pero no nos avancemos. Antes de American Pie aún hubo cosas memorables. 1998 fue el año de la excelente Ya no puedo esperar (Can’t hardly wait. Harry Elfont & Deborah Kaplan), una comedia juvenil coral que, once años después, sigue siendo una de las más frescas y logradas de la época. Todo funcionaba en Can’t hardly wait: el reparto, capitaneado por Jennifer Love Hewitt y Ethan Embry; el tono nostálgico y de final de ciclo, que remitía con fuerza a los clásicos de John Hughes; la adecuada dosificación de referencias pop, servida a través de dos personajes adictos a las series de televisión del momento, y el buen hacer tras las camaras de Harry Elfont y Deborah Kaplan, que imprimían a la cinta un ritmo adictivo y hacían que sintieras simpatía por los personajes… El tándem Elfont/Kaplan dirigió, tres años después, Josie y las melódicas (Jossie and the pussycats, 2001), otra película muy pop, que en su momento Jesús Palacios reivindicó colándola entre sus cinco favoritas del año en las votaciones de la revista Fotogramas. Y ese año aún se estrenó otra buena comedia negra que pasó sin pena ni gloria, Cláusula de escape (Dead man on campus. Alan Cohn, 1998), en la que nos reencontrábamos con un Mark-Paul Gosselaar —el mítico Zack Morris de Salvados por la campana (Saved by the Bell, 1989-1993)— algo más crecidito, metiéndose en trapicheos de moralidad dudosa para lograr hinchar su expediente académico.

1999. Alexander Payne se presenta en sociedad con Election [5], una atinada y muy graciosa comedia juvenil política protagonizada por Matthew Broderick (¡nuestro Ferris Bueller!) y la rubia de oro Reese Witherspoon, que empezó a despuntar saliendo en películas muy cachondas (Freeway, Crueles intenciones, Little Nicky) para luego acabar atrapada en comedias desangeladas y ganar un Oscar por interpretar a la novia de Johnny Cash. Crueles intenciones (Cruel intentions. Roger Kumble, 1999), del mismo año, era una afortunada versión teen de Las amistades peligrosas [6], y una película que, si la veías a cierta edad, podía obsesionarte. Además de la Witherspoon, estaba una viciosa Sarah Michelle Gellar, teñida de pelirroja y pervirtiendo a Selma Blair, y el catálogo de chicos incluía a Ryan Phillippe y a Joshua Jackson.

El diablo metió la mano (Idle hands. Rodean Flender, 1999) también era de 1999, y mezclaba con éxito comedia juvenil y terror. La protagonizaba Devon Sawa, un actor que estuvo bastante en boga aquellos años y luego desapareció, junto a Seth Green y Jessica Alba. Y luego tenemos la inspirada Superstar (Bruce McCulloch, 1998), una producción de la Happy Madison de Adam Sandler, gestada por parte del equipo del Saturday Night Live (VV.AA., 1975-?, NBC) de entonces, que hacía bueno aquello que suele decirse en negativo de algunas comedias juveniles, eso de que actores en la treintena hagan de adolescentes. Eran Molly Shannon y Will Ferrell, ambos en estado de gracia, los que interpretaban a una inolvidable nerd católica que sueña con recibir un beso y al fornido capitán del equipo de rugby. Una película desternillante y absolutamente necesaria.

Las bases para el estallido de la nueva comedia juvenil ya estaban sentadas, el caldo de cultivo estaba ahí, Alysson Hannigan masturbándose con la flauta y el personaje de Seann William Scott follándose a la madre de su amigo, y, bueno, se avecinaban unos años divertidos para el amante de las teen movies.

Los otros clásicos del siglo XXI

Una vez los productores le volvieron a coger el gusto a las teen comedies, éstas proliferaron. Con el cambio de siglo, cada año llegaba alguna que otra a las salas de los cines, y unas cuantas más aparecían en ese rincón del videoclub donde hay películas de las que solo llegan una o dos copias. Llegó un momento de mi vida en que mis ataques arbitrarios de narcolepsia fílmica me impidieron seguir con la atención debida ese proceso, pero puedo decir que he visto unas cuantas de ellas, y he tratado de no perderme las mejores. No creo que convenga aquí apabullar al respetable con una retahíla de títulos —cada completista de la comedia juvenil tendrá sus placeres culpables—, así que lo que he hecho es un humilde top alternativo, ordenado cronológicamente por años, de 2000 a 2008, y destacando uno o dos títulos por año. Títulos que, creo, merecen estar en ese panteón teen que, según cierto arqueólogo de dudosa reputación, se encuentra bajo los escombros del derruido instituto público de Sunnydale [7]. Haré constar, asimismo, que la cronología tiene en cuenta el año de producción de las películas, que no siempre coincide con el año en que estas llegaron a España.

No he querido detenerme en algunos de los primeros hits del siglo, que más o menos le suenan a todo el mundo (como las dos primeras entregas de American Pie, o Viaje de pirados (Road Trip. Todd Phillips, 2000), con la escena de Tom Green y la serpiente…, dando prioridad a películas a las que se les prestó menos atención en su momento y cuyo honor debe ser reparado. Tampoco están en el recuento las dos entregas de Scooby Doo, que no he visto, aunque tengo ganas de hacerlo. Ni Orange County (Jake Kasdan, 2002), que me pareció floja en su momento. Y también he obviado algún que otro intento de comedia juvenil de autor (véase la simpática Napoleon Dynamite [Jared Hess, 2004]), y bluffs como el de Algo en común (Garden State. Zach Braff, 2004), que cuando se estrenó dijeron que era la hostia y que Braff iba a ser el nuevo mesías del cine indie norteamericano. Yo la vi el día del estreno y, sinceramente, no entendí a que venia tanto revuelo con una comedieta romántica que, sí, era agradable de ver, pero poco más.

2000

Si hay una película que merece ser destacada, de ese año en que nuestros aparatos electrónicos no se volvieron locos, para decepción de muchos y consuelo de unos cuantos aburridos, fue Psycho Beach Party (Robert Lee King, 2000). Estrenada en Argentina bajo el poco poético título Verano Bizarro, la opera prima de un tal Robert Lee King era un logrado homenaje a unas cuantas cosas: a las beach movies de finales de los 50, a las sesiones dobles de autocine, a la mojigatería demencial de aquél cine juvenil que se hacía en América para alertar sobre cosas como el sexo, las drogas o el comunismo… Psycho Beach Party era, en suma, un cóctel exquisito para los amantes del cine loco, una teen movie retro, con un asesino y mucha ambigüedad sexual.

La otra maravilla del año, no menos bizarra, fue Colega, ¿dónde está mi coche? (Dude, where’s my car?. Danny Leiner, 2000), un soberbio delirio camp protagonizado por Ashton Kutcher y el entonces omnipresente Seann William Scout —estaba en las de American Pie, en Road Trip, en Destino Final…—. Como Psycho Beach Party, la película mixturaba con acierto las pelis de fumados, la comedia juvenil y la ciencia ficción de baratillo, erigiéndose en toda una guilty pleasure muy superior a las simpáticas dos entregas de Dos colgaos muy fumaos y a la reciente Superfumados (Pineapple Express. David Gordon Green, 2008).

Del año 2000 también conviene recordar En tu cama o en la nuestra (Whipped, Peter M. Cohen, 2000), una gamberra peli de colegas a lo Swingers. Y Hoy mojamos (Kevin & Perry Go Large. Ed Bye, 2000), que pese a ser británica —la dirigió Ed Bye, que había realizado muchos capítulos de Red Dwarf y Bottom [8]—, debe estar en este informe, por grotesca, feísta e hilarante. Son dos ingleses que van a Ibiza a follar…

2001

Un buen año para la comedia juvenil. Se estrenaron dos excelentes cintas de campamentos: la anteriormente citada Wet Hot American Summer, de David Wain, y Loca aventura (Happy Campers, 2001), el debut tras las cámaras del guionista de culto Daniel Waters —suyos son los libretos de Escuela de jóvenes asesinos, Demolition Man (Marco Brambilla, 1993), El gran halcón (Hudson Hawk. Michael Lehmann, 1991), Las aventuras de Ford Fairlane (The Adventures of Ford Fairlane. Renny Harlin, 1990) y Batman vuelve (Batman Returns, 1992) de Tim Burton—. La primera de ellas, la de Wain, es una maravilla paródica llena de gags absurdos, que tiene en su reparto a cómicos como Janeane Garofalo, David Hyde Pierce, Molly Shannon y Paul Rudd, al lado Michael Showalter y Michael Ian Black, los compañeros de David Wain en la serie de culto Stella (Black & Showalter & Wain, 2005, Comedy Central).

Sobre Loca aventura, decir que es una de esas películas injustamente ignoradas, sea por su título ligero, o por la apariencia, pero el caso es que la de Daniel Waters es una de las cintas juveniles que con más inteligencia aplica el distanciamiento irónico, mezclado con una entrañable pizca de nostalgia que nos invita a recordar cuando éramos nosotros los que íbamos de campamentos. Repleta de humor negro y buenos diálogos, la película la protagonizaba el tristemente fallecido Brad Renfro [9], interpretando a Wichita, uno de los mejores personajes de teen movie de la década.

Otras dos comedias notables vieron la luz en 2001: la desmadrada Tres idiotas y una bruja (Saving Silverman. Dennos Dugan, 2001), cuyo reparto incluía a Jack Black, Jason Biggs, Steve Zahn, Amanda Peet, R. Lee Ermey y un cameo de Neil Diamond, y la menospreciada No es otra estúpida película americana (Not another teen movie. Joel Gallen, 2001), una sátira no del todo sangrante pero divertida como pocas, con cameo decadente de Molly Ringwald incluido y algunas escenas tremebundas, como el beso lésbico a lo Crueles intenciones.

2002

En 2002 nos llegó Las reglas del juego (The Rules of Attraction. Roger Avary, 2002), exitosa adaptación de la novela de Bret Easton Ellis (Las leyes de la atracción), en la que fuimos testigos de como el protagonista de Dawson crece podía interpretar a un joven un poco más degenerado. Pero la película juvenil relevante de ese año fue La peligrosa vida de los Altar Boys (The Dangerous Lives of Altar Boys. Peter Care, 2002), opera prima del realizador de videoclips Peter Care. Una historia de aprendizaje ambientada en un colegio católico, muy bien contada, y con una morbosísima Jena Malone iniciando en los misterios del sexo a Emile Hirsch. La narración de la peli discurría paralela a una serie de insertos de animación, obra de Todd MacFarlane, que representaban en plan metafórico lo que les pasaba a los jóvenes protagonistas en la vida real. El rol de monja malvada recaía en Jodie Foster, y el amigo del protagonista era Kieran Culkin, el hermano del travieso Macaulay. También se estrenaba en 2002 Dale caña que es francesa (Slap Her… She’s French. Melanie Mayron, 2002), una agradable sátira escrita por el director de Psycho Beach Party. Tenía muy buenos momentos, aunque acababa pareciéndose un poco a Muérete bonita (Drop Dead Gorgeous. Michael Patrick Jann, 1999)[10].

2003

Will Ferrell era el rey de la función en Aquellas juergas universitarias (Old School. Todd Phillips, 2003), una simpática película sobre tres amigos que deciden abandonar sus rutinarias vidas de adulto y tratar de volver a vivir sus locos días de universidad. Pudo ser mejor de lo que fue, pero no estaba nada mal. 2003 también nos deparó la controvertida tercera entrega de American Pie, que no gustó a casi nadie. American Pie. ¡Menuda boda! (American Wedding. Jesse Dylan, 2003) no era, como las dos anteriores, un festival de escatología y chistes de sexo, pero conseguía un más que saludable equilibrio entre el humor gamberro y el tono nostálgico de exaltación de la amistad del cine juvenil de los 80. Menos estridente que sus predecesoras, pero bien hecha, con un ritmo que nunca decae, y un tono clásico que no desentona para nada con la absurdidad de algunos gags excelentes.

2004

La gran Tina Fey, uno de los cerebros en la sombra tras el Saturday Night Live de los últimos años [11], firmaba el guión de Chicas malas (Mean Girls. Mark Waters, 2004), una sátira enérgica y mordaz en la que brillaba una hoy desmejorada Lindsay Lohan, que por aquellos tiempos aspiraba a ser la nueva reina del cine teen. Mean girls reincidía en algunos de los temas clásicos de la comedia juvenil: la política de ghettos de los institutos, la popularidad y sus consecuencias, como ser marginado y llevarlo con dignidad… Pero la película evita quedarse en lo tópico y derivar hacia lo ñoño con acidez e ingenio, y aunque decae un poco en su tramo final, sigue siendo una de las películas teen más consistentes y estimulantes de los últimos años. En 2004 también vio la luz EuroTrip (Jeff Schaffer & Alec Berg & David Mandel, 2004), otra muy reivindicable comedia juvenil que cambia los habituales escenarios americanos por distintas ciudades europeas, en las que los protagonistas vivirán delirantes experiencias, rozando lo cafre, sobretodo en los episodios de Amsterdam, Bratislava y Roma…

2006

Ninguna de las películas que me interesaba comentar estaba fechada en 2005, así que saltamos a 2006, otro año del que no tengo mucho que decir, salvo que vio la luz la disparatada Desparrame a babor (Dorm Daze 2. David Hillenbrand & Scott Hillenbrand, 2006), un curioso direct-to-dvd que tiene lugar en un crucero, como aquella temporada de Salvados por la campana en que se iban de vacaciones. En Desparrame a babor había un poco de todo: contrabando de diamantes, un mono cleptómano y una desastrosa obra de teatro que terminaba convirtiendo el tramo final de la película en una especie de remake de ¡Qué ruina de función! (Noises Off…, Peter Bogdanovich, 1992). La película era la segunda entrega de otra comedia juvenil, Escuela de novatos (National Lampoon presents Dorm Daze. David Hillenbrand & Scott Hillenbrand, 2003). No hubo más continuaciones.

2007

No cabe duda de que McLovin, el personaje que interpreta Christopher Mintz-Plasse en Supersalidos (Superbad. Greg Mottola, 2007) se ha ganado un sitio en el antes mencionado panteón teen. La película de Greg Mottola, apadrinada por el nuevo campeón de la comedia americana, el señor Judd Apatow, logró algo difícil: que público y crítica coincidieran en la apreciación de una comedia juvenil. Otra de las consecuencias del extraño fenómeno Apatow, que no para de recibir elogios desde que produce casi todas las comedias que se hacen en EEUU. Supersalidos es una buena película, cuya principal baza es que se deja de tonterías y de avasallar al espectador con gags, y construye un par de buenos personajes, bien interpretados, que hacen que la cosa funcione por sí sola. Pero cuando se genera tanto revuelo ante una película de este tipo, al espectador fiel al género no deja de darle algo de rabia, pues parece que Supersalidos sea la única película juvenil buena en muchos años. Y este texto pretende demostrar que eso no es así, o como mínimo ayudar a quien esté interesado a descubrir otras películas que están ahí.

2008

Wieners (Mark Steilen, 2008) es una peli que no tiene muy buena nota en la IMDb, pero en ella se puede percibir el cariño al género, y también cuenta una entrañable historia de colegas de toda la vida, de esas que nos gustan si tienen gracia. Y, en mi opinión, esta tiene gracia, y además es pura serie B: una road movie repleta de momentos absurdos, chistes malos, alguna que otra escena onírica que se las trae… y sus protagonistas no son demasiado guapos. Supongo que reseñarla aquí será el primer paso para que, dentro de veinte años, los fanáticos de las comedias juveniles la redescubran y la conviertan en peli de culto.

* * * * *

Y eso fue todo, más o menos. No están todas las que son, pero sí son todas las que están. Probablemente alguien echará de menos películas con títulos tan jocosos como Los feos también mojan (The New Guy. Ed Decter, 2002), o un comentario sobre Pledge This! (William Heins & Strathford Hamilton, 2006), con Paris Hilton, o alguna mención a lo encantadora que es Anna Faris. Tampoco ha cabido en el artículo Freaks & Geeks, la serie teen de culto de Judd Apatow. Pero creo que ha quedado claro que la comedia juvenil moderna no empieza y acaba en McLovin, y que existe un ecosistema repleto de frutos sabrosos para la gente como nosotros, que se emociona cuando estrenan una nueva peli de esas para adolescentes tontos.

Las esperanzas de este año están puestas en Adventureland, lo nuevo de Greg Mottola, una comedia de iniciación ambientada en los ochenta, recibida de forma agridulce en Sundance. También pueden probar con Sex drive (Sean Anders, 2008), que ya se puede descargar por Internet, o con Nick and Norah’s Infinite Playlist (Peter Sollett, 2008), que es muy así indie de postal, pero se deja ver bastante bien. Aunque yo tampoco perdería de vista a Savage Steve Holland, el director del clásico juvenil Más vale muerto (Better Off Dead…, 1985), que regresa a las carteleras norteamericanas este verano con Ratko: the Dictator’s Son


[1] Que no es una comedia juvenil, pero la anécdota me parecía idónea para empezar este artículo.

[2] La Happy Madison es la productora de Adam Sandler y compañía, artífice de un buen puñado de clásicos de la comedia americana moderna, de Billy Madison a 50 primeras citas, pasando por Ocho noches locas y Little Nicky, entre otras..

[3] La síndrome de Stendhal, según la Wikipedia, «es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a una sobredosis de belleza artística, pinturas y obras maestras del arte». También es el título de una película de Dario Argento.

[4] Según figura en la IMDb: ficha biográfica de Sarah Michelle Gellar en IMDb

[5] Election no era la primera película de Alexander Payne, aunque fuera la que empezó a ponerlo en el mapa. Payne había debutado en 1996 con Citizen Ruth, una excelente comedia satírica sobre el aborto de la que hoy pocos se acuerdan. En España llegó a los videoclubs bajo el estúpido título Ruth, una chica sorprendente.

[6] Les liaisons dangereuses, una novela erótica de Choderlos de Laclos, llevada anteriormente al cine por, entre otros, Stephen Frears, en 1988, con la película del mismo nombre, y Milos Forman, en 1989, con Valmont.

[7] Sunnydale es la localidad en la que tiene lugar Buffy cazavampiros (Buffy the Vampire Slayer. Joss Whedon, 1997-2003, WB Tv / UPN), una gran serie de televisión que merecería un artículo para ella sola, mal que les pese a sus despistados detractores, que aún no se han enterado de que es una amarga parodia de todo lo que significa ser joven. Al final de la tercera temporada de la serie, un gusano enorme destruye el instituto de Sunnydale.

[8] El enano rojo (Red Dwarf. Doug Naylor y Rob Grant, 1988-1999, BBC) y La pareja basura (Bottom. Adrian Edmondso y Rik Mayall, 1988-1999, BB) son dos grandes series.

[9] Brad Renfro murió de sobredosis de heroína en Los Angeles, el 15 de enero de 2008, una semana antes que Heath Ledger.

[10] Aunque no es exactamente una teen movie, y se me olvidó mencionarlo antes, este corrosivo falso documental sobre un concurso de belleza en un pequeño pueblo norteamericano merece estar también en el hall of fame alternativo de la nueva comedia americana. Humor negro a raudales, con un apasionante duelo de egos entre Kirsten Dunst y Denise Richards.

[11] Su tronchante imitación de la número dos republicana, Sarah Palin, durante la precampaña electoral, causó estragos.