La duquesa

Cine cosmopolitan

La excelente compositora Rachel Portman logra en este filme británico (en coproducción con Italia y Francia) algo que no consiguen ni su director (el casi novel Saul Dibb) ni su voluntariosa pero limitada protagonista, Keira Knightley: momentos de brillantez. Portman, que ganó un Oscar por Emma y estuvo nominada por Las normas de la casa de la sidra y Chocolat, aporta al filme un tema principal y leitmotiv que se adapta magníficamente a los diversos estados emocionales de sus protagonistas, y construye en torno a él una partitura funcional, eficaz y vibrante, que transmite una pasión que, debiendo ser el eje emocional del filme, brillaría por su ausencia si no fuese por la compositora inglesa.

La duquesa vuelve a contar una historia (pre-victoriana) de mujeres sometidas a los hombres, de sentimientos soterrados bajo intereses, de una decadente clase alta, de hombres mediocres y mujeres brillantes, de frágil belleza externa bajo la que se esconde una inefable corrupción moral. Todo nos suena a visto y oído, porque todo ha sido ya contado. El habitual esfuerzo de producción nos brinda una película impecable en todos los aspectos técnicos, pero que no logra ofrecernos más de lo que esperamos; tampoco menos, y de ahí esa sensación final agridulce, mezcla de una previsible satisfacción y una temida frustración.

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No pertenezco a los detractores del cine de época por definición, que los hay, e incluso defiendo que tanto La edad de la inocencia como Tess se encuentran entre las obras más redondas de sus autores (Martin Scorsese y Roman Polanski, respectivamente), a pesar de suponer cuerpos extraños en sus filmografías. También me considero admirador de una parte de la obra de James Ivory (Maurice, Lo que queda del día) aunque sea con muchos reparos; incluso una película como Sentido y sensibilidad, no me parece que desmerezca en absoluto dentro de la magnífica filmografía de Ang Lee.

Tampoco tengo complejos ante las líneas generales de lo que llamo cine cosmopolitan (cine estética e ideológicamente pensado para las mujeres, a pesar de los mil y un matices que esto necesitaría), que suele interesarme y que creo que suele contener una sensibilidad estética y emocional merecedora de atención. Sin embargo, tanto el cine de época como el cine cosmopolitan –sobre todo cuando coinciden– corren el grave riesgo de quedarse en la epidermis de sus planteamientos: en la fotografía bonita, en las interpretaciones afectadas, en un diseño de producción deslumbrante, etc., etc. Algo parecido le ocurre a La duquesa que, ofreciendo un relato duro a priori, acaba por ser una película blanda.

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Siendo su argumento principal la superposición de los intereses económicos a los sentimientos, y el enfrentamiento entre los universos masculino y femenino, se deja por el camino gran cantidad de fuerte munición. No se comprende fácilmente, por ejemplo, la forzada mojigatería en las escenas sexuales, cuando la pasión es una de las columnas vertebrales del filme, y más cuando la construcción del guión ofrecía una ocasión excelente para emplear el sexo como elemento diferenciador en el tratamiento de la esfera privada frente a la pública. Tampoco parece razonable que el filme apunte dos relaciones tan interesantes como la de Georgiana (Knightley) con su madre (Charlotte Rampling) y con su amiga Bess (Hayley Atwell), y apenas las desarrolle; sobre todo esta última, donde aparece un tema tan interesante como poco tratado en el cine, el lesbianismo (o la bisexualidad) en las relaciones femeninas, y donde el guión de la película aparece especialmente cobarde.

La preponderancia de los lugares comunes, descritos en el segundo párrafo de este texto, sobre las líneas narrativas más atractivas es lo que malogra el resultado final de un filme interesante (con grandiosos planos de exteriores, un nivel alto de sus intérpretes o buenas ideas de puesta en escena) pero excesivamente convencional. Quizá lo mejor y lo peor que se puede decir de  La duquesa es que da todo lo que promete y sólo lo que promete.