Un hombre contra el sistema
Mike Judge es, ante todo, un (excelente) cronista de nuestro tiempo. Ninguna de sus películas se erige en un conjunto fluido y plenamente coherente, pero acaso ello sea inevitable cuando se pretende ficcionar, en un formato distinto a las píldoras de corto metraje, nuestra cultura de la fragmentación.
Judge es fundamentalmente conocido por ser el creador de las tropelías de Beavis y Butt–Head (Beavis and Butt–Head, 1993-1997), una pareja de adolescentes mostrencos que dibujó con trazo deliberadamente feísta la otra cara de los dulces, tristes y sexys jóvenes desorientados de los primeros films de Richard Linklater o Cameron Crowe. Su primera aventura larga, Beavis y Butt–Head recorren América (Beavis & Butt–Head Do America, 1996), supone un viaje oligofrénico al gran sumidero del sueño americano e incluye una memorable secuencia (la de la pesadilla alucinógena de los protagonistas en el desierto) diseñada por otro francotirador, Rob Zombie. En ese sentido, la cinta avanzó la excelente comedia animada El rey de la colina (King of the Hill, 1997-2009), parodia del estilo de vida de una prototípica familia tejana creada al alimón con Greg Daniels (también coguionista de la tv movie Monsignor Martínez. Mike Judge, 2000) en la que Judge privilegió la pincelada impresionista.
Su primer film de imagen real no es, por poco, una obra maestra. Se trata de Trabajo basura (Office Space, 1999), un implacable retrato de la alienación laboral que, junto con El club de la lucha (Fight Club. David Fincher, 1999), extiende la carta de defunción de la agonizante Generación X. Aunque Judge no acertó a concretar la extraordinaria película que prometen las primeras secuencias —a causa de algunas subtramas poco trabajadas que desequilibran la segunda mitad del film: cf. la relación entre Peter y Joanna o la poca consistencia que tiene la protagonizada por Milton, precisamente el protagonista del corto en el que se basa: Office Space (1991)—, consiguió un puñado de imágenes de poderoso valor catártico: por ejemplo, la secuencia en que los tres oficinistas destrozan a batazos y patadas una impresora de la Initech, una escena de violencia pre-industrial en la cadena de montaje del nuevo milenio.
Como la recaudación en taquilla no fue lo que se dice astronómica (a causa exclusivamente de una penosa distribución por parte de la Fox), su siguiente película tardó en llegar. Sin embargo, Idiocracia (Idiocracy, 2006), presenta, agravado, el mismo problema: un comienzo sugestivo, pese al aluvión de influencias —cf. la serie de animación Futuraza (Matt Groening, 1999-2003), El dormilón (Sleeper. Woody Allen, 1973), etc.—, y un desarrollo altamente irregular, por no decir decepcionante: Joe Bauers, descrito como «la persona más mediocre de todas las fuerzas armadas», es seleccionado junto con una prostituta como conejillo de indias en un experimento de hibernación humana pensado para reservar a los mejores soldados congelados en la flor de la vida y así usarlos cuando las circunstancias lo requieran (!). Pero lo que iba a durar exactamente un año se convierte en un sueño de cinco siglos y Joe y Rita despiertan en una distopía en la que se suceden las avalanchas de basura y colgados teleadictos y pajilleros como Beavis y Butt-Head son ahora la norma. Una nada disimulada metáfora del futuro de la era Bush.
Desgraciadamente, todo posible interés termina ahí. La (molesta) voz en off parece querer acercar el relato al terreno de la fábula, pero la crítica de Judge a la destrucción del medio ambiente, la tiranía hiperbólica de la publicidad y las marcas o la cultura estadounidense de la violencia y, sobre todo, la interesante reflexión sobre la sociedad de la información se diluyen en la imposible combinación de desarrollo subnormal y una estética deudora de El dormilón, Perseguido (The Running Man. Paul Michael Glaser, 1987) y Curso 1999 (Class of 1999. Mark L. Lester, 1990).
Hay que darle más tiempo. Puede darnos en las narices con Extract (2009)