Movida en el Roxbury

Rompepistas

Los sueños del Saturday Night Live (VV.AA., 1975-?, NBC) producen monstruos. Ésta es la conclusión a la que se podría llegar si uno piensa en la cantidad de actores del celebre espacio televisivo que han asaltado las pantallas de cine con mayor o menor fortuna [1]. En muchos casos, además, encarnando personajes creados en el programa. Habiendo en el presente estudio un texto que glosa su capital importancia en la configuración de la nueva comedia norteamericana considero innecesario extenderme sobre este punto, así que me limitaré a señalar que los hermanos Steve y Doug Butabi, protagonistas de Movida en el Roxbury podrían ser el parpadeante y estroboscópico reflejo de los legendarios Blues Brothers interpretados por Dan Aykroyd y John Belushi, hasta entonces los personajes de Saturday Night Live que mantenían una relación más estrecha con la música. Will Ferrell y Chris Kattan dan vida a este par de zopencos cuyos horizontes vitales se circunscriben al perímetro de una pista de baile, paraíso artificial donde se creen semi-dioses pese a que sus andanzas al ritmo de Haddaway, Ace of Base y otras insondables simas disco dejan bastante claro el status de pringados que ocupan para el resto de la humanidad.

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El mayor interés de los personajes inmortalizados por Ferrell y Kattan y, por extensión, de Movida en el Roxbury se encuentra ahí, en el dibujo preciso (aunque no exento de cariño) de esta peculiar fauna que en las discotecas intenta pillar cacho con todo bicho viviente y que, invariablemente, termina la noche de la misma forma que la ha empezado: a dos velas, sin que por ello decaiga ni su entusiasmo ni su estridente fachada de rey del mambo. Cuando finalmente los Butabi ligan, por primera vez en su vida, con un par de pelanduscas que los toman por ricachones VIP se desarrolla uno de los apuntes más apreciables del film, insinuando que quizás la felicidad de estas criaturas se encuentre en el simulacro, en el pavoneo pre-adolescente, y no en la consumación de un acto, sea del tipo que sea. Porque, simplemente, no saben qué hacer con ello. Durante todo el metraje los protagonistas se ven asediados por sombras que amenazan con aniquilar su casposa trinchera de inmadurez, en forma de compromisos sentimentales o laborales, a las que ellos responden agarrándose al salvavidas del bombo y la brillantina (véase como Doug sabotea in extremis la boda de su hermanísimo).

Como la mayoría de traslaciones al cine de personajes acostumbrados a funcionar en sketches cortos, la película acierta en el retrato de pequeños detalles y costumbre (la gestualidad de los personajes, el uso de muletillas verbales) pero chirría a la hora de dar solidez a su peripecia argumental y, todavía más grave, construir gags. Podríamos atribuirlo a la plana realización del director John Fortenberry [2], curtido en el terreno de las sitcom y aquí doblegado al magnetismos del dúo protagonista, verdaderos autores del film, pero se trata en realidad del gran talón de Aquiles de la moderna comedia americana. Salvo excepciones, ésta funciona más por la la complicidad que establece con el espectador al manejar unos referentes culturales compartidos que no porque sea realmente graciosa. Hemos perdido noción del tempo (algo fundamental en cualquier comedia) y carpintería humorística a cambio de cortas ráfagas de ingenio y calculados slogans para estampar en camisetas que de tan nerd rozan lo cool (o al revés). Pese a todo lo dicho, es de justicia señalar que Movida en el Roxbury logra mantenerse a flote gracias a un buen trabajo actoral que se extiende a una lograda galería de secundarios en la que destacan, por robaescenas de ley, Dan Hedaya, Molly Shannon y Chazz Palminteri. Pequeñas victorias de un film al que los años han atorgado una aureola de clásico que, sin duda, le viene grande, pero que atesora una condición casi pionera como compendio de las virtudes y flaquezas de la noción de comedia que se desarrollaría durante la década siguiente.


[1] La actualidad nos obliga también a hacer referencia a la lamentable y desvaída fotocopia (legal, claro, que para eso han comprado el formato) con que la simpática cadena Cuatro deleita a parados, amas de casa y jóvenes votantes de la izquierda moderada. Que entre sus actores fijos y estrellas invitadas estén primeras espadas como Eva Hache, El Canto de el Loco y el siempre tétrico Ramón García nos da una idea aproximada de las ligeras diferencias de forma y fondo entre el modelo original y su émulo patrio. Como comparar a Dios con un gitano, vaya.

[2] Existe el rumor de que Amy Heckerling, responsable de Clueless (Fuera de Onda) (Clueless, 1995), metió bastante baza en la dirección de la película.