Superstar

Buscando un beso

«When I say I’m in love you best believe that I’m in love L-U-V»
(Frase pronunciada por The Shangri-Las y los New York Dolls antes de ordenar y buscar besos)

Una de las decisiones que llevaron a Carrie, extraordinario debut novelístico del luego irregular consciente Stephen King, a ser tan interesante en su crónica de la Tragedia Juvenil fue su estructura contaminada: casi toda la novela eran un compendio de recortes de medios de comunicaciones, yendo de los periódicos locales más insignificantes a los magazines más populares, incluyendo definiciones sacadas de diccionarios y enciclopedias. Así King, discípulo aventajado de Robert Bloch y best-seller clave para unos tiempos prolíficos para el Nuevo Periodismo, construyó con suma delicadeza uno de los grandes temas rectores de la sociedad norteamericana (y Occidental): el Estrellato como meta, aunque sea kamikaze. Carrie White es una joven con una relación torcida con su madre, una desaconsejable fanática religiosa, a la que le rompe el corazón el chico guapo por excelencia, Tommy Ross, enviado como salvador (sin ironías) por una enemiga que se siente culpable, Sue Snell. La resolución implicara una venganza equivocada y distorsionada de Carrie contra Snell y un festival sangriento telequinesis mediante: la segunda oportunidad para el microcosmos de King es sólo un requiem para su disolución absoluta.

httpv://www.youtube.com/watch?v=b714Wi4CDsQ

Mary Katherine Gallagher es una estudiante católica profundamente impopular con tendencia a gritar ¡Superstar! En su concepción, el mítico Saturday Night Live (VV.AA., 1975-?, NBC), no había más rastros de Carrie de los que sí hay en su adaptación fílmica, Superstar. Gallagher, descubrimos, también tiene problemas con su madre cerca y, no es casualidad, cuando estudia a superestrellas… estudia profundamente Carrie (1976, Brian DePalma) en rewind.

Precisamente, la madre de la telequinética vengativa consideraba a su hija, bastarda por culpa de una violación, de una descendencia directamente luciferina. Esta representación encuentra su exquisito contraplano en la joven Gallagher, también de origen confuso (sus padres eran grandes bailarines que sufrieron una tragedia), pero cuya búsqueda del amor es también divina y es algo que se intuye desde su exquisita obertura, una secuencia de musical de nadadoras genuinamente sixties. Por eso Dios adquiere el rostro del chico de sus sueños, el galán Sky (un irrefrenable Will Ferrell) cuyo mismo nombre ya es una referencia al Cielo: el personaje busca un tipo de iluminación y querencia divina («The point is I work in mysterious ways» le dice el Dios melenudo a nuestra heroína) y es algo que engrandece la estética, irrepetible, de la comedia.

Igual que Movida en el Roxbury (A Night at the Roxbury, 1998, John Fortenberry y Amy Heckerling), otra película producida por el propio Lorne Michaels (el productor tras SNL), renuncian a ser, simplemente, adaptaciones concebidas con sketchs y tempo televisivos, para ser, directamente, inmersiones en el universo de sus personajes y resultar absolutamente novedosas. Aquí se lleva la palma la estética vistosamente musical, que juega con el componente cristiano y nostálgico (recién sacado de las beach movies con banda sonora de Lesley Gorey, citada dos veces en el film, mezclado con himnos disco-gays como Gonna make you sweat de CC Music) hasta confundirlo y hacerlo menos evidente, alejarlo de otras piruetas nostálgicas mucho más autoconscientes y, por ello, limitadas (cfr. la fallida Romy & Michelle [Romy and Michele’s High School Reunion, 1997, David Mirkin]).

httpv://www.youtube.com/watch?v=0hINnnVQ9Zo

Esta búsqueda estética se confirma en los actores, todos intencionadamente adultos y siempre con un ojo en el gag casi deconstructivo (la escena del vestuario con Evany o Eric Slater, encarnado por Harland Williams ejerciendo de olvidado rebelde sin causa…literalmente)  Adelantándose en cierto sentido a las inclasificables y radicales obras de Ferrell con Adam McKay, Superstar incluye la semilla conceptual que luego se desarrollaría y expandiría en Napoleon Dynamite (Jared Hess, 2004) (con el baile final como objeto redentor y los disfuncionales compañeros de viaje incluidos) y una serie de sketches desmadrados e inconcebibles: desde la mítica escena de amor con el árbol, pasando por el humor verbal absurdo y genial basado en metáforas chorras («single hunk of beefcake on the rebound» se define la soltería en Sky) hasta su final en el que se obvia toda la ingenuidad e impostura con la que se jugaba: nuestra heroína no encuentra el amor en su galán, sino en el rebelde amigo al que ignoró y en el citado árbol… Y así la película insufla algo de vida a sus divertidisímos personajes y los confirma como algo más sincero de lo que parece.