Sicko

Sanidad invisible

Hay un cine invisible, oculto al grueso de la población. Aunque algunas cintas se correspondiesen con el arte y ensayo de antaño, lo cierto es que esta maldición de la invisibilidad depende no tanto de filiación política o tendencia experimental como de intereses comerciales o coyunturas de distribución y exhibición. Del conjunto de cintas invisibles, hay un grupo que cabría considerar como cintas zombies puesto que su otra vida es más pertinaz que la normal, siendo visionadas en festivales, jornadas, centros culturales o descargadas de Internet. Gozan de un mayor periodo de vida activa que las cintas exhibidas comercialmente, sujetas a una vida finita en función de las leyes de la exhibición. Dos de estas otras películas, de larga y cruzada vida, tienen sorprendente complementariedad. Se trata, por un lado, de Sicko, el último producto del inefable Michael Moore, y de La muerte del Sr. Lazarescu, excelente obra del rumano Christi Puiu. En un momento en que la sociedad española disfruta de un sistema sanitario universal, gratuito y de alto nivel técnico, sistema al que paradójicamente menosprecia, y en una época en que la ciencia ha desplazado al humanismo, las dispares cintas de Moore y Puiu debieran ser de contemplación obligatoria por todos aquellos relacionados de uno u otro modo con la sanidad y, por supuesto, absolutamente recomendables para toda la población.

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En la finalmente estrenada Sicko Michael Moore, con su demagogia habitual, pero también con su efectividad proverbial, zambulle al espectador en la sanidad de Estados Unidos. De hecho, en la ausencia de sanidad puesto que Medicare y Medicaid sólo cubren a grupos socioeconómicos o monetarios determinados y son las organizaciones de seguro médico (HMO), la cobertura privada,  quienes se hacen cargo del grueso de la población. En los USA un trabajo vale no tanto el sueldo como el seguro que conlleva y cualquier trabajador, blue o white collar, valora esto con preferencia. Moore nos recuerda que no sólo un 16% de la población (equivalente a toda la población española) carece de esta cobertura sino que, poniendo el dedo en la llaga, buena parte de los supuestamente cubiertos son heridos por la letra pequeña (que con sangre entra). En numerosos casos el sistema privado les excluye de la atención gratuita y deja en la calle, literalmente, a pacientes con infarto cardiaco o aquejados de cáncer. Moore pasa de la denuncia más simple (el hombre que tuvo que escoger cual de sus dedos amputados iba a ser suturado porque la aseguradora le negaba la cobertura de la doble cirugía, la mujer a quien se le reclamó el pago desmesurado de una ambulancia que la recogió inconsciente, la joven madre aquejada de un cáncer cuyo tratamiento tuvo que pagar por que la mutua alegó que, al afiliarse, había ocultado un antecedente tan grave (¿?) como una candidiasis vaginal) a la investigación más sofisticada. Presenta declaraciones de la responsable de denegación de servicios, incentivada según el ahorro de la aseguradora,  o del detective que indagaba en los historiales clínicos para encontrar errores u omisiones que permitan a los abogados invalidar, retroactivamente, la póliza. Después de poner en evidencia un sistema del que abominan los vecinos canadienses, Moore, cargando las tintas como él sabe hacer mediante el montaje, se lanza en la segunda mitad de la cinta a la comparación del sistema americano con la sanidad pública inglesa y francesa para demostrar algo que numerosos sanitarios, muchos políticos y la mayoría de la población de nuestro país desconocen aun. Que el sistema sanitario público en Europa occidental es de los mejores del mundo. Una reflexión que, lejos de la histeria de Moore, constatan numerosos estudios a favor de nuestra sanidad pública de modo harto riguroso. Estudios que, como era la cinta de Moore hasta ahora, son a menudo invisibles. Lamentablemente, Moore da rienda suelta a su demagogia en la parte final arrastrando a unos infelices enfermos (a raiz del 11-S de Manhattan), a la costa de Guantánamo donde reivindica para ellos una atención de calidad como la que reciben los prisioneros y para evidenciar luego la calidad de la medicina cubana.

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Esperemos que la demagogia desparezca de la oratoria y política mundiales. Pero mientras no sea así, gran parte de la población sigue acostumbrada a convivir con ella. Población que debe y merece conocer la realidad que cintas, visibles o invisibles, llevan a sus ojos. Hubo una época en que Moore nos encantó. Era demagógico pero nos parecía ingenioso. Ahora que Obama nos hace más correctos, no seamos demasiado severos y queramos borrar a este cineasta tramposo. Por que, en la ausencia de cintas humanas y rigurosas (como el Lazarescu de Puiu, que tal vez no conozca resucitación alguna) Sicko es lo más próximo a la verdad que hay sobre el sistema sanitario público que gozamos. Un sistema público resolutivo, justo y eficiente a pesar de demoras e incomodidades que algunos tratan de hacer definitivamente invisible.