Empezar de cero
De qué manera puede sobreponerse una persona a una gran tragedia? Resulta difícil prever los mecanismos emocionales que pueden activarse en cada uno de nosotros frente al inesperado impacto que nos enfrenta a la pérdida de un ser querido en circunstancias traumáticas. ¿Cómo asumir esa ausencia y el dolor que provoca? El último film del director surcoreano Lee Chan-dong se interna en ese tortuoso y quebradizo terreno a través del retrato de una mujer, Shin-ae (Jeong Do-yeong, que consiguió el premio de interpretación en el Festival de Cannes por este papel) que intenta sobreponerse tras la muerte de su esposo escapando con su hijo a un pequeño pueblo, Miyang (cuya traducción en chino correspondería al nombre de la película) con la intención de reconstruir su vida y empezar de cero. Sin embargo, lo que parecía un camino de huida dará un giro pesadillesco al verse Shin-ae sacudida de nuevo por la fatalidad, esta vez de proporciones terribles, insoportables, que la condenarán a enfrentarse el resto de su vida con otra pérdida, la del ser que más ama en el mundo y, al fin y al cabo, lo único que daba sentido a su existencia.
Secret Sunshine podría haber sido un melodrama desaforado y lacrimógeno si se hubiera insertado en la tradición que este género (uno de los más arraigados y exitosos) tiene en su país de origen. Sin embargo, Lee Chang-dong no es precisamente un director que siga las reglas del maistream más comercial. Su carrera cinematográfica, aunque escasa, le ha situado como uno de los autores surcoreanos más prestigiosos de su generación a pesar de realizar un cine totalmente alejado de las corrientes estéticas que han surcado el panorama del cine reciente dentro de la industria en la que se inserta (Lee Chang-dong ejerció el cargo de Ministro de Cultura y Turismo bajo el mandato del presidente Roh Moo-hyun durante los años 2003-2004, siendo el principal promotor del mantenimiento de la cuota de pantalla del cine surcoreano, gracias a la cual se ha promovido e impulsado la aparición nuevos talentos). La crudeza emocional con la que aborda Lee Chang-dong cada uno de sus proyectos sitúa al espectador en un estadio de continuo cuestionamiento moral frente a las imágenes que compone. Su estilo, zigzagueante entre el distanciamiento y la carnalidad de las emociones, provoca una constante ansiedad y turbación que impide que se desplieguen los elementos de la tragedia de la manera catártica a la que estamos acostumbrados. En ese sentido, Secret Sunshine supone un ejercicio de modulación dramática impecable. Su contención y aspereza formal nos va conduciendo así por una fértil experiencia reflexiva en torno a los mecanismos del ser humano para luchar contra sus propios fantasmas. ¿Existe alguna vía de liberación interior? Shin-ae buscará refugio en la religión y abrazará una fe en la que ni siquiera cree para tapar el vacío de su soledad (magníficas secuencias en las que asistimos incrédulos a las desmesuras ideológicas de unos feligreses). Una máscara que le permite momentáneamente minimizar su soledad e integrarse en ese microcosmos que es la ciudad de Miyang, en la que nunca ha terminado de sentirse bien, que tanto le ha arrebatado, pero en la que se condena a vivir como si hubiera decidido pasar el resto de sus días en el purgatorio. El camino de redención para Shin-ae es difícil. Demasiado sufrimiento sobre todo cuando se da cuenta de que esa religión en la que se había escudado, es capaz de perdonar a un asesino antes de que ella haya logrado olvidar lo que le arrebató.
Lee Chang-dong sitúa a su personaje femenino en el eje gravitatorio de toda la obra y lo mantiene en todo momento en la cuerda floja, en la inestabilidad y el vacío más insondable y profundo que se pueda imaginar. A su alrededor, pululan vecinas chismosas, fanáticos religiosos y un hombre incondicionalmente enamorado de ella. Y Miyang, cuya naturaleza hostil y magnética se irá perfilando a través de precisos trazos a lo largo de todo el film. Secret Sunshine es una obra que va más allá en la búsqueda de significados trascendentes frente aquello que estamos viendo. Su sutileza y poder visceral de arrastre, su dimensión crítica y carácter mordiente la convierten en una obra poderosa e impredecible, que deja en ridículo los experimentos pseudopoéticos de Kim Ki-duk y cuestiona seriamente los mecanismos de violencia de los que se vale Park Chan-wook para elaborar sus intrincadas tramas acerca de la venganza (por citar dos de las más renombradas cabezas visibles de la cinematografía coreana) a la vez que afianza a su director en la órbita de los autores imprescindibles de nuestro tiempo, aquellos que con una mirada y un espacio vacío, son capaces de cartografíar mapas de sentimientos humanos.