Enfréntate al futuro
Cualquier intento de trazar una línea temporal que ponga en relación los eventos de la saga Terminator tendría que pasar, necesariamente, por una escena inspirada en Cigarette Burns (2005), el episodio de la serie Masters of Horror (2005-2007, Showtime) que John Carpenter convirtió en clásico oculto de su filmografía. Una cabaña apartada, toneladas de café, cientos de folios y una inmersión directa en la locura son los ingredientes necesarios para intentar extraer algo de sentido de un modelo narrativo basado en la paradoja temporal, la semi-contradicción y la aparente incoherencia. Y eso era antes de que Las crónicas de Sarah Connor (The Sarah Connor Chronicles, Josh Friedman, 2008-2009, Fox) introdujera otro elemento más en la ecuación: un universo paralelo.
En la reciente Star Trek (2009), J.J. Abrams y sus guionistas Alex Kurtzman y Roberto Orci hacen tabula rasa con la cronología de la Federación a través de un mecanismo que los trekkies han empezado a conocer como la Estrategia Kobayashi Maru [1]. La serie de televisión creada por Friedman logra algo parecido: imaginar un presente alternativo —aunque, de nuevo, los vaivenes temporales de la franquicia hacen muy difícil determinar cuál es el presente— en el que Sarah Connor (aquí, una estupenda Lena Headey) no ha muerto de leucemia, su hijo John (Thomas Dekker) aún sigue siendo un adolescente reticente a aceptar su destino y el Día del Juicio Final se ha pospuesto al 21 de abril de 2011. En suma, una nueva cronología sobre la que desarrollar una historia que difiere de la de la saga cinematográfica y, por tanto, anula los eventos de Terminator 3: La rebelión de las máquinas (Terminator 3: Rise of the Machines, Jonathan Mostow, 2003) y Terminator Salvation (McG, 2009).
Uno de los puntos más interesantes de la (mutilada por la huelga de guionistas de 2007-2008) primera temporada es su arriesgada apuesta por el viaje en el tiempo como motor principal de la narración: Sarah y John saltan de 1999 a 2007 antes de que acabe el piloto, a través de una máquina localizada en la cámara de un banco y perteneciente a un antiguo viajero temporal, enviado a 1963 para realizar trabajos de ingeniería. Los saltos temporales no sirven solamente como ingenioso resorte de guionistas necesitados de una justificación para ambientar la trama en nuestro presente, sino que añade más capas de complejidad al ya inextricable entramado de paradojas de la saga: en la segunda temporada, Shirley Manson ejerce como villana principal, un T-1001 polimorfo al que Skynet envía hacia atrás en el tiempo… para asegurarse de que su proceso de fabricación y su toma de conciencia siguen adelante sin imprevistos. Así, a la clásica remodelación de la paradoja del padre que articulaba Terminator (James Cameron, 1984), se suma la de una inteligencia artificial que se crea a sí misma en un uróboros cibernético.
La otra gran baza de la serie reside en Cameron, el modelo de Terminator que la resistencia envía para proteger a John Connor en su efímero paso por el instituto. Interpretada por la actriz Summer Glau con esa mezcla de fragilidad y excentricidad que popularizó a las órdenes de Joss Whedon, Cameron acaba desempeñando un papel similar al de Arnold Schwarzenegger en Terminator 2: El juicio final (Terminator 2: Judgement Day, James Cameron, 1991): la máquina que pasa por un proceso de aprendizaje para comprender a esos humanos que son, al mismo tiempo, sus creadores y sus potenciales enemigos. Hacia el final de la segunda temporada, Cameron le arrebata el foco principal a los Connors, un testimonio de la importancia que llegó a tener el personaje para los fans.
En cualquier caso, los fans no se mostraron excesivamente entusiasmados con la serie en ningún momento. La primera temporada logró conseguir los índices de audiencia imprescindibles para garantizar un segundo año, que empezó algo más fuerte (las ventas de los DVDs ayudaron), pero acabó siendo relegado por la cadena a la noche de los viernes y, finalmente, cancelado al final de un episodio, Born to Run, que sirvió al mismo tiempo como apresurado cierre de todos los arcos que habían sido meticulosamente construidos durante los últimos meses, como final abierto a interpretaciones y como cierre total a la línea temporal de la serie. Este episodio contiene al menos un momento de oro puro, que nos permite vislumbrar el camino que podrían haber seguido Friedman de haber gozado de un tercer año para cumplir sus planes originales: el momento íntimo entre John y Cameron, un eco definitivo de la humanidad de ella y el primer momento romántico (posiblemente, también sexual) entre humanos y máquinas de toda la saga.
Las crónicas de Sarah Connor, con las descompensaciones lógicas en una serie con tan mala fortuna en las ondas, es uno de los mejores ejemplos de esa deriva hacia la ciencia-ficción de línea (moderadamente) dura que está viviendo la televisión norteamericana actual. Nadie le podrá negar a Abrams la parte del león en este asunto, pero tampoco debemos desdeñar el esfuerzo de Friedman por alejarse de caminos ya transitados y ofrecernos una variación fresca sobre una de las sagas más influyentes del género. Su giro final abre la puerta a un futuro mucho más estimulante que el de Terminator Salvation: es una lástima que ambos no puedan coexistir y que Las crónicas de Sarah Connor se tenga que conformar con su estatus de rareza fugaz.
[1] Aunque, en realidad, el nombre se refiere a una prueba académica, no al viaje en el tiempo (vía agujero negro) que permitirá a los cineastas llevar al Enterprise a zonas inéditas en el futuro.