Asalto al tren Pelham 1 2 3 (música: Harry Gregson Williams)
Harry Gregson-Williams propone una sesión electrónica de drum & bass para acompañar el acelerado remake del clásico de Joseph Sargent que ha rodado Tony Scott. La elección casa con el estilo del realizador británico -montaje epiléptico, cámara en continuo movimiento, complejas secuencias de acción-, pero como sucede a menudo con el cine del hermano de Ridley Scott, el resultado está más cerca del vocerío que de la narración. El problema no radica en los medios -la guitarra eléctrica, los sintetizadores o la batería electrónica son recursos perfectamente válidos; la magnífica labor de John Powell en la saga Bourne lo demuestra-, sino en lo que el compositor pretende transmitir con ellos, que en este caso es nada. Los temas de acción no causan estrépito, las piezas ambientales, en absoluto sugerentes, son propias del hilo musical de un ascensor, y la breve melodía para piano, supuestamente concebida como contrapunto liberador de la trama, es un remedo mal disimulado de la que el propio músico compusiera para Lobezno. En algún punto entre El reino de los cielos y Shrek 3 Harry Gregson-Williams perdió el norte. Ojalá se reencuentre con su mejor versión en la próxima adaptación del videojuego Prince of Persia.
G.I. Joe (música: Alan Silvestri)
Desaparecido Jerry Goldsmith, Alan Silvestri se ha convertido en la firma de calidad, el veterano honorable que dignifica las producciones de acción y aventuras de Hollywood. Aunque menos enérgico y original que en sus años dorados, a mediados de la década de los ochenta, cuando compuso Regreso al futuro, Abyss, Depredador o ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Silvestri mantiene intactos en G.I. Joe la solidez narrativa y el instinto melódico, atributos que le permiten crear piezas tan tarareables como The Joes Mobilize o el fundamental End Credits. La sonoridad del conjunto, de aire marcial y dinámico, recuerda a la de otras composiciones suyas como Van Helsing o Beowulf, donde la percusión resultaba un tanto machacona. Aquí el efecto está suavizado por la variedad instrumental y temática, que produce una obra grata, divertida y plenamente disfrutable sin su referente visual. No llega a la altura de la imprescindible El regreso de la momia, pero juega en la misma división.
Drag me to Hell (música: Christopher Young)
Intencionado o no, lo cierto es que la elección de Christopher Young para componer lo último de Sam Raimi se ha convertido, como el propio film, en un brillante homenaje al terror norteamericano de serie B de los años ochenta. El músico que firmara joyas como Hellraiser, Invasores de Marte, El ángel vengador o Pesadilla en Elm Street 2 ha creado una de las mejores partituras del género en lo que va de siglo, destacando piezas como Auto-Da-Fe, con un magnífico empleo del órgano y los coros, o el apoteósico Concerto to hell, en la que unos violines totalmente desenfrenados interpretan la mejor melodía satánica compuesta desde las «campanas infernales» de los AC/DC. Pero sin duda, la mejor notica es la gozosa sensación de libertad creativa que desprende el conjunto, que evita en todo momento los golpes de efecto habituales en esta clase de composiciones. Es la clase de lujo que uno adquiere cuando sirve al imperio participando en cosas como Spider-Man 3.
Enemigos públicos (música: Elliot Goldenthal)
¡Elliot Goldenthal está vivo! Prácticamente inédito desde que ganara el Oscar por la postal para turistas que era Frida, el neoyorquino ha vuelto por sus fueros con una espléndida composición dramática que explora el lado fatalista y romántico del personaje interpretado por Johnny Depp. La intensa melancolía de Drive to Bohemia y Billie’s Arrest ya anuncia que ésta no es una historia convencional de polis y gángsteres, sino un drama romántico que explora las emociones y sentimientos de dos personas unidas por la necesidad de sentirse amadas; de huir hacia delante sin frenos. La partitura editada, muy breve, se completa con una selección de canciones de Billie Holiday, Otis Taylor y Diana Krall, entre otros artistas, que, si bien no son contemporáneos de Dillinger (quizá Holiday por los pelos), sí cumplen una función simbólica muy importante (el personaje de Marion Cotillard se llama Billie y, como la cantante de jazz, arrastra un pasado de malos tratos y desafecto). Lástima que el tema más representativo a efectos narrativos de esta selección, Bye bye blackbird, esté interpretado por la cargante Diana Krall.
Malditos bastardos (música: VV.AA.)
Si sus películas nos inducen a pensar que atesora la filmoteca más freak de la historia, sus bandas sonoras delatan un oído no menos ecléctico y perturbador. Tarantino se ha autoimpuesto la obligación de sorprender con cada nueva historia, y aunque es probable que ya haya escrito sus mejores diálogos, su talento visual y sonoro sigue destapando una mente fértil y calenturienta. Sólo a él se le ocurriría mezclar a Ennio Morricone, David Bowie, Billy Preston, Nick Perito, Charles Bernstein, Zarah Leander o Lalo Schifrin, y creer que la mezcla podría ser atractiva. Y efectivamente lo es. Dominan las piezas de Morricone, y por tanto el tono de spaguetti western que ya introdujo el cineasta en Kill Bill, aunque los momentos más divertidos los protagonizan los temas de Bowie y Preston. Malditos bastardos es probablemente la banda sonora de Tarantino menos disfrutable fuera de una sala de cine, pero es una de las que mejor funcionan como acompañamiento dramático. La parte del león sigue siendo para Stuck in the middle with you, en Reservoir Dogs.