Entrevista 'Los que se quedan'

México a través del corazón

Una entrevista con Juan Carlos Rulfo y Carlos Hagerman

El pasado mes de julio pudimos ver en Casa de América, en Madrid, Los que se quedan, el último film documental de Juan Carlos Rulfo, autor de Del olvido al no me acuerdo (2000) y En el hoyo (2006), galardonada con el premio al mejor documental en el Festival de Sundance. La película, firmada junto a Rulfo por el cortometrajista Carlos Hagerman, es un acercamiento al fenómeno de la emigración mexicana a los Estados Unidos a partir de los testimonios de aquellos que se quedan en su país de origen, anhelando el regreso de sus seres queridos. Una de las grandes virtudes de Los que se quedan es, precisamente, el establecer un perfecto equilibrio entre su evidente valor sociológico y una extraña cualidad de crónica sentimental de sus protagonistas, algo realmente poco común dentro del género. En el transcurso de dos entrevistas consecutivas con sus realizadores pudimos charlar con ellos sobre diversos aspectos del film, que aunque aún está pendiente de distribución, se podrá ver el próximo día 2 de Octubre en el IX Festival Internacional Documental de Barcelona, Docúpolis.

—¿Cómo llegasteis al proyecto? ¿Qué es lo que os interesaba del fenómeno de la emigración en vuestro país?

Juan Carlos Rulfo: —Carlos había trabajado ya durante algún tiempo haciendo publicidad para BBVA-Bancomer, en México. Nicolás Vale, el productor de dichos comerciales planteó al banco la posibilidad de hacer una película que hablara de las familias de los emigrantes, en concreto con el tema de Los que se quedan, que era el tema básico de la campaña que BBVA estaba lanzando. Carlos le propuso a Nicolás que me invitaran al proyecto, y yo diseñé una propuesta en la que hablábamos, sobre todo, de la dignidad de las personas. No queríamos que la película tratara de lo mismo de siempre cuando se toca el tema de la emigración, no solamente en México, sino en todo el mundo. Es decir, no queríamos basarnos en datos duros, nada de cifras, no trataríamos a nuestros entrevistados de una manera amarillista con la que intentáramos impactar, como lo han venido haciendo las noticias y la TV, en base a mostrar la marginación y el desastre. Eso, en lo personal, no me sale y además no me gusta. De modo que ese fue mi planteamiento. Finalmente, conseguimos apoyo y así comenzamos a buscar historias en los lugares por los que viajamos…

Una de las cosas que más sorprenden al ver Los que se quedan es la consciencia que tienen sobre su situación, sus obligaciones, sus roles y posiciones dentro de la familia y la sociedad las personas que aparecen en ella,  sobre todo proviniendo de orígenes tan humildes. ¿Cómo creéis que se han habituado a ella?

Carlos Hagerman: —El fenómeno de la migración como tal es un fenómeno que ha estado durante tanto tiempo vigente en la cultura (sobre todo rural) de México que la gente lo tiene bastante claro. Hay generaciones y generaciones de familias que han vivido en el campo y que han tenido esa misma condición. Es algo que forma parte del presente inmediato de todas estas familias y eso les ha obligado a tener este tipo de consciencia. De alguna manera, forma parte de la cotidianeidad. En México, están los que se van y los que se quedan, y todos los que estamos aquí somos de los que nos quedamos.

—Sin embargo, da la sensación viendo la película de que, al situarse en un entorno rural, este fenómeno migratorio es únicamente extrapolable al campo. ¿Por qué no elegisteis ninguna historia urbana?

CH: —Esa es una muy buena pregunta… De hecho, cuando empezamos la película una de nuestras metas era que nuestro abanico fuera lo más amplio posible, dentro de lo que puede retratar una película de una hora y media. Lo más inmediato era ir al campo porque la mayor parte de la migración a Estados Unidos, e inclusive la migración dentro de México, a las grandes ciudades, viene del campo. No obstante, intentamos buscar algún ejemplo urbano. Un día, Juan Carlos encontró a alguien en el centro de la Ciudad de México que le pareció un buen personaje mientras estaba haciendo otra cosa. Quedó en volverle a ver pero nunca le encontró. Por tanto, sí que queríamos este personaje urbano que nos diera otro matiz para la película. Pero el documental es así de chistoso. Uno cree que tiene el control total sobre la película y es más bien la película la que tiene el control sobre lo que uno quiere hacer.

—La realidad se impone en el documental a cualquier organización previa, a cualquier guión o découpage

CH: —Eso es lo más maravilloso a la vez que lo más aterrador del documental, que uno escribe la película mientras monta. En este caso, nosotros tuvimos una magnífica escritora de la película, Valentina  Leduc, la editora de Los que se quedan, que fue para nosotros como el oráculo de la película. Siempre fue aquella persona que tenía claro cómo lograr el equilibrio, que al final fue tan difícil de lograr.

—El hecho de que haya una gran labor de edición implica, generalmente, que se han rodado muchas horas de metraje. ¿Partisteis de esa máxima cuando comenzasteis a rodar Los que se quedan?

CH: —Sí. Se grabaron más de doscientas horas de material, que son muchas pero a la vez no tantas, dependiendo de cómo se lea. Estar atentos de lo que les pasaba a estas familias durante los once meses que duró el rodaje nos preocupaba, pues no sabíamos qué iba a suceder con ellos. Los escogimos por intuición. Por ejemplo, no estaba claro que Maricela acabaría yéndose a Estados Unidos. La primera vez que la entrevisté me dijo que no se iba a ir de México, que si su marido quería estar con su familia era él quien tenía que regresar. Para nosotros, ella era un ejemplo de una mujer que no se iba a ir y quería que fuera su marido el que regresase. Al final, la historia dio un giro completamente diferente. Tampoco sabíamos que los hijos de don Pascual iban a regresar. Llevaban prometiendo que regresarían desde hacía ocho años. De hecho, ya estaba montada la película cuando nos llamaron por teléfono para decirnos: «llegan mañana». En términos de logística, fue tremendo porque no teníamos cámara, Juan Carlos no estaba disponible porque estaba viajando de Miami a Guadalajara después de ser jurado en un festival, y yo me tuve que ir a las tres de la madrugada y conducir siete horas para poder estar aquel día en el momento que llegaran.

¿Qué modelos son los que habéis utilizado para hacer la película? ¿Cuáles son vuestras influencias dentro del género documental?

JCR: —En lo personal, los temas que más me interesan son los de las raíces, la memoria y la vida cotidiana. El rendirle homenaje a la gente desde la más mínima de sus acciones. Nunca he entendido por qué tenemos que sobrecargar la vida cotidiana presentándola espectacularmente, cuando ésta es ya de por sí todo un espectáculo. Lo que tenemos que hacer es simplemente aprender a mirar, a observar, y, sobre todo, a escuchar. La gente necesita que la escuchen. Ese es el cine que me interesa. Y no necesariamente se llama documental o ficción; es simplemente cine. Creo, además, que se puede trabajar en un coqueteo muy sutil entre un género y el otro…  Mis referencias no tienen que ver con el cine documental. Puedo hablar, por ejemplo, de cuatro directores que me han enseñado mucho a cómo mirar: Werner Herzog, Andrei Tarkovsky, Ridley Scott, en especial su película Blade Runner, y Godfrey Reggio.

CH: —Nosotros creemos que el documental sirve fundamentalmente para dejar que los otros hablen. Aunque, evidentemente, al final uno escoge en el montaje qué quiere y determina la manera en que se va contando la historia. Una de las razones por las cuales este proyecto me llamó la atención fue que, después de algunas semanas pensando en algún ángulo para abordarla, me di cuenta de que me iba a permitir pasarle el micrófono a alguien como don Pascual, a quien conozco desde mi infancia, para que él pudiera contar su historia. Y esta es la satisfacción más grande de haber hecho la película.

—De todos los aspectos que ofrecía la película, como haber dado una visión económica o sociológica, ¿cuál era el que os interesaba más? ¿Queríais dar una visión de conjunto de la emigración o pretendíais potenciar algún aspecto concreto?

CH: —A mí lo que más me atrae es conocer las historias a un nivel personal, tanto en la ficción como en el documental. Si uno puede sentirse en los zapatos de un personaje como Yaremi o como don Pascual no hace falta un discurso político de la soledad que deja un fenómeno como el de la migración. En las historias individuales está el mensaje de la película. Hablar de lo que siente un país me parece mucho más importante que hablar de los porcentajes o de los números de muertos producidos por un fenómeno así. En México estamos bombardeados por reportajes televisivos que lo único que hacen es traducir la realidad a números, estadísticas, y nunca llegas a sentir lo que este fenómeno provoca. Y lo que provoca es un sentimiento del cual está impregnado México como país: una tristeza por estar separados y un anhelo de estar juntos. Para nosotros, era muy importante que se sintiera esta ausencia, que es una cosa más sutil. Y por eso nos dedicamos, desde un principio, a que se hablara de este tema a través de la cotidianeidad. En las entrevistas que teníamos con los personajes, había ocasiones en que estos nos hablaban, por ejemplo, de tratados como el Tratado de Libre Comercio o de cosas que bien podían ser «carne periodística». En un afán de estar conectados a la parte emocional del fenómeno, intentamos equilibrarlo de tal manera en que no jugaran esos datos dentro de la película. Nos podrán seguir criticando que hacen falta estos datos porque la gente está acostumbrada a que los documentales no sean películas de personajes sino informes más didácticos.

—Entonces, ¿no os interesa el documental como medio para despertar la conciencia política de las clases más humildes, aquellas que habéis retratado?

CH: —Yo creo que es más poderoso lo que nosotros intentábamos hacer, también a nivel político, porque el público está muy cansado de un discurso por parte de los cineastas sobre los temas más aguerridos dentro del funcionamiento de México como país emigrante. Hemos oído hablar mucho de estas cosas, de las razones por las cuales la gente emigra. Cada vez que metíamos (porque sí lo intentábamos meter) a un personaje hablando, por ejemplo del Tratado de Libre Comercio, se abría una veta dentro de la película que era imposible cerrar. Se desequilibraba completamente y se volvía una película de denuncia, pero no de la denuncia que para nosotros era más importante que es la de «¿qué va a hacer este padre con los siete años que perdió?». Nosotros queríamos conservar esto. Nos parece mucho más importante y original que se cuestione por qué un padre pierde siete años de la vida de sus hijos, que jamás va a volver a recuperar, a tener a una persona que nos esté dando una opinión sobre el Tratado de Libre Comercio. Todavía no se estrena la película comercialmente en México, pero creo que va a generar una empatía muy fuerte y quizás eso provoque más cambios que un discurso más aparentemente directo, político. Aquí tocamos más profundamente lo que siente la gente y creemos que eso va a tener una respuesta mayor. Por lo menos, esa es nuestra apuesta.

—¿Qué posibilidades comerciales y de distribución tiene un documental de estas características en México? ¿Podrá llegar a verse en las zonas rurales en las que habéis grabado?

CH: —El documental tiene muy poca salida comercial, tanto en México como en cualquier lugar del mundo. En Europa, ustedes tienen la gran ventaja de la televisión, que es una salida natural del documental, algo que en México no sucede. En México, la televisión no invierte en cine documental, no produce cine documental. Hay algunos casos excepcionales en los canales del gobierno, pero los canales privados nunca se han involucrado aquí como allí lo han hecho Televisión Española, Canal Plus, Arte o la BBC en Inglaterra, que son grandes promotores del cine documental. En segundo lugar, en todas las comunidades que nosotros filmamos no existe una sala de cine, excepto en San Cristóbal de las Casas, que es una capital. No existen cines, ni pequeños ni grandes. Nosotros tenemos copias en treinta y cinco milímetros de la película y la hemos presentado en diferentes festivales. Lo que nos ha sucedido, sobre todo en los festivales en México, es que nos hemos dado cuenta de que el público común y corriente, no el auditorio de cine documental de las salas de «arte», tiene una experiencia reveladora. Mucha gente nos ha dicho: «es la primera vez que veo un documental en mi vida y no sabía que esto era un documental».

JCR: —Los que se quedan ha venido creciendo con cada exhibición. Fue proyectada por primera vez en el Festival de Cine de Morelia, unos meses más tarde se presentó en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, en donde ganó como mejor documental mexicano. Ganó en Documenta Madrid el premio al mejor largometraje de creación documental y recientemente obtuvo el galardón al mejor documental internacional en el Festival de Cine Independiente de Los Ángeles. Tengo mucha confianza en sus posibilidades de triunfo si se cuida su lanzamiento. Tenemos ya un distribuidor que cree en la película para lanzarla en salas comerciales de México; tenemos el apoyo logístico de la fundación BBVA-Bancomer, lo que es en sí una plataforma envidiable que nos permitirá acercarnos a sus clientes como público cautivo (casi seis millones); tenemos a la crítica, a la prensa y a la intelectualidad que ha apoyado totalmente esta producción. Es decir, hay con qué empujar. Queremos estar en todas partes y que todo México y Estados Unidos conozcan y quieran ver Los que se quedan. Es importante pensar de esta manera, y así es como estamos actuando.

CH: —En México, paralelamente a que la película se proyecte en las salas, se ha organizado con la Fundación BBVA (productora de la película) un ciclo de sesiones gratuitas  aire libre en ciento setenta y ocho comunidades en el campo. Va a haber una pantalla inflable, un proyector de treinta y cinco milímetros y se va a presentar al mismo tiempo en que se esté presentando la película en las grandes ciudades. En Estados Unidos, con el premio que hemos obtenido en el Festival de Los Ángeles, se han acercado muchas distribuidoras que quieren ver la película, pero todavía no tenemos a alguien que quiera ubicarla, no solo en el mercado del cine de arte, sino en los cineplex de cine comercial que están en las comunidades donde viven los inmigrantes. Creemos que ese es el gran mercado de la película

—¿Sabéis algo concreto sobre el estreno comercial de la película en España?

—Estuvo presentándose durante dos semanas en la Casa de América, en Madrid. Nos han mandado el reporte de asistencia y estamos muy contentos porque era un promedio de ochenta a ochenta y seis personas por función, lo que para un documental en la Casa de América es muy alto, para dos semanas, con muy poca difusión… Yo creo que en España se podría estrenar comercialmente. Es una película que con una difusión adecuada podría atraer al público. Todavía no tenemos una oferta concreta de un distribuidor, pero se está trabajando en ello.


Entrevista realizada por teléfono en Julio 2009