Mujeres
Posiblemente, no habría valorado uno de la misma manera Jennifer’s Body si no hubiese visto poco antes de su proyección una retrospectiva dedicada a la fotógrafa y videocreadora Francesca Woodman (1958-1981). Pero, gracias a una de esas maravillosas sincronicidades sobre las que escribió Jung, que tanta luz arrojan sobre la inexpresividad de lo real a través de la reverberación de unas disciplinas culturales en otras, el discurso de la segunda película escrita por Diablo Cody ha cobrado para este crítico un relieve añadido, que trasciende su difusa exposición fílmica y hace justo honor a su título, por desgracia no traducido.
Y es que las fotografías de Woodman y las imágenes de la cinta dirigida por Karyn Kusama abordan exactamente el mismo problema: la representación del cuerpo femenino por parte de las propias mujeres, en unos tiempos que aspiran a su reconfiguración simbólica de acuerdo con esa igualdad de género que nadie sabe todavía si terminará engendrando ángeles o demonios.
Woodman actuó en solitario; sus autorretratos testimonian una reflexión íntima y angustiada. Cody, auténtica estrella de Jennifer’s Body por encima de las cómplices Kusama, Amanda Seyfried e incluso Megan Fox, entra como un elefante en la cacharrería del cine de terror de instituto y juega con algunas de sus convenciones más reconocibles y misóginas, apostando por la rememoración cinéfila —Carrie (íd. Brian De Palma, 1976), Suspiria (íd. Dario Argento, 1977), Ginger Snaps (íd. John Fawcett. 2000)…— y por una subversión festiva no exenta de un fondo muy amargo, ausente de su primer y celebérrimo guión, Juno (íd. Jason Reitman, 2007).
En aquel detestable film, los personajes estaban encantados de ser arquetipos pedagógicos de una nueva sensibilidad que lindaba con la oligofrenia. Por el contrario, los de Jennifer’s Body, y más en concreto Needy (Seyfried) y Jen (Fox), mantienen durante todo el metraje una pugna nada complaciente con sus impuestas condiciones respectivas de mosquita muerta y devoradora (literal) de hombres, que se salda con la destrucción de lo más puro que anidaba en ellas, su amistad, y con la conciencia postrera de que «las guerras no se ganan muriendo por tu país, sino haciendo que otros putos cabrones mueran por el suyo». Donde Patton dijo país, Needy y Jennifer podrían decir sexo.
Los intereses de Cody, que abrazan también la idea de que nuestra reescritura como seres humanos trae consigo un cuestionamiento incómodo del orden social y sus ritos, no encuentran plasmación adecuada tanto en la anodina realización de Kusama —firmante de otras dos cintas menores que redefinían la presencia femenina en géneros muy codificados, Girlfight (íd. 2000) y Aeon Flux (íd. 2005)—, como en el muy acertado casting de Seyfried y Fox.
La primera fue la angelical revelación de Mamma Mia! (íd. Phyllida Lloyd, 2008), quinta película más taquillera del año pasado a nivel mundial y representante eximia de ese tipo de cine al que son tan afectas niñatas frígidas de cualquier edad, más interesadas en los vaivenes crediticios de la hipoteca que comparten con sus parejas que en aprender a practicarles felaciones como es debido. La segunda es precisamente el sueño húmedo de todo varón de multisala, el único elemento orgánico destacable de la saga Transformers, la pin-up que ha tratado de forzar a toda costa la impresión de su figura en las carrocerías virtuales de Autobots y Decepticons.
Enfrentarlas en Jennifer’s Body, más aún, insinuar entre ellas una atracción lésbica, equivale a una suerte de perverso King Kong contra Godzilla (Kingu Kongu tai Gojira. Ishirô Honda, 1962); a una liza épica entre dos modelos femeninos plenamente vigentes en el imaginario de Hollywood, personificados en dos actrices cuyos bellísimos rostros hacen difícil para el observador la revelación de nuevos significados, algo que Jen y Needy están implorando. Diablo Cody es cruel con las dos protagonistas de su ficción, a las que condena (como apunta Needy en la primera línea de la película) al infierno de la adolescencia tal y como continúa entendiéndola el cine comercial norteamericano.