Moon (música: Clint Mansell)
Como el monolito de 2001, el nuevo trabajo de Clint Mansell se eleva firme y orgulloso sobre un paisaje desolado y estéril, en este caso el que conforma la composición musical de los últimos años. Frente a la mediocridad dominante, sobre todo en el cine comercial de Hollywood, Moon demuestra dos cosas: que el compromiso del músico con la historia es fundamental para desarrollar un score evocador y expresivo, y que los nuevos medios electrónicos de creación y producción sirven para algo más que alumbrar melodías de ascensor y sesiones de discoteca murciana. A partir de su habitual línea minimalista, Mansell despliega una obra íntima, sutil y delicada que retrata magníficamente el ambiente melancólico y opresivo que atenaza al protagonista. Un ejemplo perfecto de narración musical paralela y a la vez complementaria de la visual que alcanza momentos cumbre tan apabullantes como Memories, The Nursery o las dos magistrales variaciones de Welcome to Lunar Industries. Es probable que Mansell no sea nominado en ninguna gala famosa de premios -el último espectáculo de Les Luthiers, Los premios Mastropiero, describe con preclara ironía lo que ocurre en esos actos de servidumbre y onanismo-, pero el tiempo colocará su creación en el lugar que merece, que no es otro que entre las mejores bandas sonoras de siempre.
Agora (música: Dario Marianelli)
Darío Marianelli es a la música lo que Higuaín al fútbol: un talento inmenso que dribla a cuatro rivales y yerra ante portería vacía. Su música para Ágora tiene todos los elementos de una obra maestra: es compleja, inteligente, hermosa, dúctil, sensible, instrumental y temáticamente rica, y con capacidad para evocar un tiempo y un espacio desaparecidos bajo las botas del extremismo religioso y el ancestral hambre de poder y dominación que practican los poderosos sobre los más débiles. Pero, ay, el italiano frustra el orgasmo al que podría conducir la mayoría de piezas con la introducción de unas voces étnicas cuya función y desarrollo son desastrosos. Desde Gladiator, una maldición parece haber hecho presa en los músicos que se enfrentan a un periodo histórico de la Antigüedad, empujándolos a utilizar una y otra vez cánticos que presuntamente ubican al espectador en la época recreada o transmiten sentimientos de dolor y pérdida. En Gladiator funcionaba este recurso, y sólo parcialmente, porque Zimmer empleaba las voces en secuencias oníricas que encajaban bien con la dimensión quimérica que desprende la voz humana. Pero en Ágora castra el espléndido desarrollo sinfónico de la partitura, desluciendo la elegancia y belleza de cortes como A boat experiment, If I could just unravel this o The truth is elliptical. Reflexión (o desvarío) mental: Marianelli tiene cierta fama de copiota. Hay pasajes que me recuerdan sospechosamente a la inmensa Pasión de Cristo, de John Debney, pero puede que esto no sean más que imaginaciones mías.
Destino: Woodstock (música: Danny Elfman)
Se le ve feliz a Danny Elfman musicando al buenrrollismo sesentero del eslogan «paz y amor» del festival de Woodstock; vamos, el sexo, drogas y rock’n’roll de toda la vida pero pasado por el barniz estomagante de aquellos universitarios acomodados tan falsamente rebeldes como puestos hasta las cejas de LSD. Los modernos de hoy. El problema es que la visión de Ang Lee es un sainete, y la energía, ilusión y ganas de cambiar el mundo que se cantan desde el escenario dibujan una postal propia de Cuéntame o Amar en tiempos revueltos. Algo así como el reverso luminoso, inocente y naïf de la sí auténtica y visceral La tormenta de hielo. En consonancia, los temas de Elfman forman una partitura anodina y tontorrona que se mueve entre la banalidad y la estulticia; una bobería perfecta para un anuncio de compresas o una agencia de viajes. Salva el álbum una selección de algunas de las canciones que desfilaron por Woodstock, pero por desgracia también domina el tono de catequesis. ¡¡¿Dónde está Jimmi Hendrix, por todos los santos?!!
Distrito 9 (música: Clinton Shorter)
Clinton Shorter ha tenido la fortuna de que se le haya aparecido la Virgen de la Macarena disfrazada de Peter Jackson (o viceversa). De otro modo, es dudoso que este joven músico canadiense hubiera tenido la oportunidad de salir de la televisión local. Suerte para él, y para nosotros, porque su score tiene la virtud de no hacer más ruido del necesario, manteniéndose en un sutil e inteligente segundo plano que describe con precisión la atmósfera hostil y amenazante de la película. Extrañamente perturbadora, es una composición que gana en cada escucha, revelando capas instrumentales de matriz electrónica que tejen un manto sonoro, complejo y sinuoso, que transmite la sensación de opresión y claustrofobia que domina buena parte de las escenas. Más cuestionable es el empleo de una suerte de lamento, interpretado por voces masculinas, que teóricamente remite a la música folclórica de Sudáfrica (la acción se desarrolla en Johannesburgo). No aporta nada y está metido con calzador. Cuidado Clinton, se empieza por ahí y se termina pariendo cosas como Pelham 1 2 3.
La huérfana (música: John Ottman)
¿Recuerdan a Mike Powell? Fue el tipo que batió el record del mundo de longitud en los Campeonatos del Mundo de Atletismo de Tokio, en 1991, estableciendo una marca de 8,95 cms., cinco más que el mítico registro de Bob Beamon en las Olimpiadas de México 68. Pues bien, Powell jamás volvió a dar un salto parecido; ni se acercó. ¿Casualidad, alineamiento singular e irrepetible de los planetas, una sustancia dopante de procedencia extraterrestre? Quién sabe. El caso es que recuerdo su figura cada vez que escucho una nueva composición de John Ottman. El músico que sorprendiera a todo el mundo con la apoteósica segunda entrega de X-Men no ha vuelto a alcanzar ese nivel ni por asomo. Superman Returns era un refrito, Valkiria, un horror inaudible del que sólo se salvaba su tremendo tema inicial, y esta Huérfana, un cataclismo sonoro que no inspira nada, ni siquiera indiferencia. Hablamos de un film de terror y suspense, y Ottman ni inquieta, ni asusta, ni agobia, ni encrespa. Nada. Empiezo a pensar sobre X-Men 2 en los mismos términos que sobre Powell: ¿casualidad, alineamiento singular e irrepetible de los planetas, una sustancia dopante de procedencia extraterrestre?