Si la cosa funciona

Dr. Woody y Mr. Allen

A propósito del estreno de Si la cosa funciona se ha repetido hasta la saciedad que se trataba de un guión escrito en los setenta cuya realización se aparcó tras la muerte del protagonista previsto, Zero Mostel. Se ha repetido que esta última obra del autor de Manhattan no es sino una pieza de recambio para un auto envejecido tras su rally europeo. Se ha hablado de dos Allen. Uno, al que se da por desaparecido, que construyó sus grandes obras hace un par de décadas y otro, que alternaba con el primero algunas realizaciones más débiles o funcionales y que ahora parece haber ocupado, definitivamente, su lugar.

Y si bien parece que Woody haya usado esta historia como si usara la última bala en la recámara, lo cierto es que este disparo da plenamente en la diana a la par que se mantiene con coherencia en la línea de las mejores obras de Allen. Si la cosa funciona es una excelente comedia, muy por encima de la nefasta Vicky Cristina Barcelona (2008) y alcanza el nivel de las obras que hiciera en los últimos setenta y ochenta. Sin embargo (como sucede, por otro lado, en numerosas cintas del autor), Si la cosa funciona oculta unos trazos nada agradables y unas situaciones bastante sombrías. El protagonista de la historia, Boris Yelnikoff (un espléndido y avasallador Larry David) es un has been. Es decir, alguien que fue, que fue famoso o importante, pero que ahora es un don nadie. Boris era un brillante físico que después de estar a punto de ganar el Nóbel decidió suicidarse (intento del que le queda un cojera perenne) y, en segunda instancia, retirarse de la vida pública. Sus comentarios, tan certeros como hilarantes, no dejan títere con cabeza y, de hecho, parecen ser una continua imprecación contra la humanidad entera. Su único sustento visible es dar clases de ajedrez a niños aunque las sesiones suelen acabar de modo violento entre puyas y amenazas hacia los pequeños. Estuviera o no escrito en un papel en los setenta, tan cáustico personaje tiene menos que ver con el Alvy Singer de Annie Hall (Annie Hall,1977) o con el Isaac Davis de Manhattan (Manhattan, 1979) que con el Sandy Bates de Recuerdos (Stardust Memories, 1980), el Harry Block de Desmontando a Harry (Deconstructing Harry, 1997), el Lee Simon de Celebrity (1998), el Emmet Ray de Acordes y Desacuerdos (Sweet and lowdown, 1999) o el David Dobel de la irregular pero injustamente ignorada Todo lo demás (Anything else, 2003). Así, podemos identificar una evidente línea de continuidad entre todos ellos, personajes inteligentes, egocéntricos y amargados, empeñados en dejar clara su superioridad al mundo entero mediante continuas cargas de cinismo y corrosión verbal [1]. Simultáneamente podemos por ello dejar de valorar esta Si la cosa funciona como una obra menor y deberíamos valorarla como una pieza que forma parte del conjunto de su obra de modo relevante. Si realmente hay dos directores, deberíamos diferenciarlos entre el Dr. Woody, que elabora las cintas más amables, y el Mr. Allen que disecciona o retrata a sus personajes poniendo sus miserias en evidencia, aunque lo haga con la sonrisa en la boca.

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Más allá de este hecho, la última cinta (estrenada, tenemos otra en post producción con Naomi Watts, Josh Brolin, Banderas y Hopkins) de Woody se revela como un buen divertimento en el que funcionan los engranajes de la comedia visual y verbal y en la que la dirección de actores nos devuelve al Mr. Allen ágil y brillante de su época dorada. Las discusiones de Boris con sus amigos o con la madre del niño al que ha lanzado las piezas de ajedrez, la irrupción (repetida) de los padres de Melody en el apartamento o la previsible conclusión de la salida nocturna  de John son escenas francamente divertidas.

Finalmente, la estrategia de permitir que Boris hable a cámara, conversando con los espectadores que sólo él ve, otorga un nivel metalingüístico a la obra forzándonos a admitir o negar sus puntos de vista, más allá de permitirnos reír con él o de él. Este truco facilita un último juego de palabras con el que concluye la cinta. Mefistofélica estratagema de Mr. Allen que, tras evidenciar sus miserias, su egoísmo y su histeria, otorga a Yelnikoff toda la razón en sus planteamientos. El hecho de que sea sólo él, de entre todos los protagonistas, quien ve el conjunto de espectadores (su audiencia, sus actuales alumnos que atienden a sus enseñanzas) implica que Boris ve «all the picture», ve  toda la película y tiene la capacidad de ver la vida desde todos los puntos de vista. Situación que Mr. Allen, que sabe más por viejo que por diablo, salda con ingenio y brillantez forzándonos prácticamente a comulgar con el credo del descreído Boris… ¿o es con el credo del descreído Mr. Allen?


[1] Habría un tercer grupo de personajes, también negativos y manipuladores aunque más parcos en palabras, que incluiría al Ken de Otra mujer (Another woman, 1988), a Judah Rosenthal de Crímenes y faltas (Crimes and misdemeanors, 1989), la Judy de Maridos y Mujeres (Husbands and wives, 1992) o la Amanda de Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995), una de las Melindas de Melinda y Melinda (Melinda and Melinda, 2004) o los personajes directamente perversos de Match point (2005) y El sueño de Cassandra (Cassandra’s Dream, 2007)