Sitges 09. Crónicas II

Segunda entrega de la cobertura del certamen catalán que incluye un resumen del palmarés y los volúmenes 6, 7 y 8, a cargo de nuestros enviados especiales. En la primera parte del reportaje podéis encontrar los volúmenes 1 a 5, y estad atentos porque preparamos un apéndice con más películas comentadas y el topcine de la edición con las opiniones de especialistas de otros medios amigos.

Resumen Palmarés

  • SOF Mejor Película: Moon, de Duncan Jones
  • SOF Premio Especial del Jurado: Enter the Void, de Gaspar Noé
  • SOF Mejor Corto: One of those days, de Hattie Dalton
  • NV Mejor Película: Deliver us from Evil, de Ole Bornedal
  • Anima’t Mejor Película: Summer Wars, de Mamoru Hosoda
  • Anima’t Mejor Corto: Le petit dragon, de Bruno Collet
  • Orient Express Mejor Película: Ip Man, de Waishun Yip
  • Premio de la Crítica Jose Luis Guarner: Les derniers jours du monde, de Arnaud Larrieu y Jean-Marie Larrieu
  • Premio del Público: Zombieland, de Ruben Fleischer

El palmarés completo puedes consultarlo en sitgesfilmfestival.com


 

Volumen 8: La prórroga y los goles inesperados

Una última crónica antes del artículo último. Al final regresé el fin de semana a Sitges y no me arrepiento. Vi 11 películas y me despedí dos veces de un festival que este año ha mantenido un nivel medio medio, sin ninguna obra maestra pero sí varias sorpresas agradables (Canino, Amer, Symbol, Timer…) y con pocas películas aberrantes en comparación con las perlas que el año pasado nos deparó la organización. Antes del apéndice, que publicaremos el fin de semana con todo lo que se nos ha ido escapando, os dejo un último volumen del Sitges 2009 de Miradas.

Zombieland, de Ruben Fleischer (EE.UU., 2009). SOF Panorama

Está claro que los zombies están de moda y no sólo en Sitges. El Nobel de la Paz a Obama no puede tener otra explicación. Vivimos momentos extraños y por eso que nos muerdan y cambiemos para siempre (y para morder) parece que es lo que toca. En Sitges ha sido el cuello nuestro de cada día. Por eso el último idem nos acercamos a una de las películas de moda en todo el mundo y nos encontramos con un producto inteligente (pero producto hasta el rabo), con un acabado más que digno y con una escritura (de guión y cinematográfica) francamente atractiva. Como si de una mezcla de Apatow (nota al editor: si se considera en la dirección que Apatow ya no mola poned por ejemplo Todd Phillips o el Motorola ese) y de Romero (Georges A., no Rubén) se tratara, el debutante Ruben Fleischer edifica a su alrededor una ficción posmoderna que funciona a base de referencias veladas (y desveladas) a todo un imaginario estético-sentimental que hará las delicias de los que siguen prefiriendo el cine a la vida o por el estilo (de cine más que de vida). La concepción del espectáculo y de su propia consciencia de espectáculo lúdico se convierte en lo bueno y en lo menos bueno de una película que funciona mejor como sinécdoque que como metáfora, como sueño posible y plausible que como pesadilla o reflejo de déjà vus futuros.

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La Horde, de Yannick Dahan y Benjamin Rocher (Francia, 2009). SOF Competición

Se están poniendo un poco pesados los franceses con eso de epatar y levantar estómagos, tapas (o más bien, raciones) de sesos y butacas susceptibles. Pero parece que cada vez se van quedando más en la superficie, en la consecución de un gore macarra y sandunguero con menos chicha de lo que auguraban las primeras películas polémicas de los últimos Sitges blanquitos. A La horda nos la vendieron así y yo iba con el jersey para poder levantármelo y tapar mi cobarde mirada. Pero nada, algunas risas, algunas escenas medianamente bien planificadas, interpretaciones histriónicas que casi nos retrotraen al principio del cine y calor en la sala. Normal. Con referentes claros (Jean-François Richet y Xavier Gens entre los más próximos) y con un sentido de la narrativa entre lo clásico, lo acumulativo y lo contrapuesto, La horda es un entretenimiento malsano que pide al espectador más o menos lo mismo que él nos da: un poco de cariño, guiños a mansalva, un gracioso que anime y los ojos y las venas bien abiertos/as. Pocas alforjas, pocas expectativas y un olvido entre inmediato e intermitente que sólo nos hace retener algún momento sorprendente como el primer ataque de los zombies (o infectados) o cierta incorrección política que se queda en borrador impertinente de lo que sí desarrolla Celda 211.

 

Accidents Happen, de Andrew Lancaster (Australia, 2009). SOF Competición

En los festivales siempre hay una película así como que parece tonta pero no lo es tanto. También nos encontramos indefectiblemente con lo contrario: propuestas que parecen decir cosas interesantes y que al final se quedan en el chiste, en la anécdota o en la nada. Y casi mejor porque a veces es mejor un buen chiste que una mala parábola (y la nada le da mil vueltas al horror vacui). Aún no sé lo que es Accidents happen, el debut en el largo del compositor y director australiano Andrew Lancaster, si un quiero y no puedo o un hago lo que quiero con mi pelo. En todo caso es un filme raro (más en Sitges que en otras pantallas) que no para de dar vueltas a cierto ensimismamiento casi diagonal a lo que la trama y los propios personajes pretenden escenificar. La destrucción de una familia y sus alrededores tras un estúpido accidente de coche sirve para dar rienda suelta a la crueldad lenguaraz de una madre (muy bien Geena Davis) que no se atreve ni a ir a la tumba de su hija ni a la cama de hospital del hijo que se quedó vegetal tras el suceso. Conseguir esto en clave de comedia más que una astucia o una prueba de originalidad parece a ratos una huida hacia delante en el que los espectadores perdemos el ritmo y la dirección mientras la película se pierde entre la risa fácil y una imaginería de videoclip pausado parecido a los que protagonizaba en los noventa el gran (exclusivamente por su tamaño) Meat Loaf.

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Symbol, de Hitoshi Matsumoto (Japón, 2009). Noves Visions

No he visto Amer a la que propios y extraños saludan como la película del festival. No sé si tuve oportunidad de verla en mi doble estancia en Sitges pero creo que nunca la apunté dentro de mis objetivos de festival. La que sí apunté para triunfar como la Coca Cola o el Facebook fue la segunda película de Hitoshi Matsmumoto, que ya me sorprendió hace un par de años con la más que interesante Dai-Nipponjin, ese falso documental japonés que nos enseñaba la vida y la obra de un desgraciado héroe nipón que tenía que afrontar la lucha cotidiana más contra sus propias circunstancias que contra sus archienemigos. Digamos de entrada que Symbol supera e incluso empequeñece la anterior propuesta. Su concepción del misterio y de la puesta en escena sólo es comparable con la estructura de un guión que no sabemos si existe realmente pero como Dios todo lo puede y lo hace. Sólo una habitación misteriosa llena de penes de niños pequeños que sirven como interruptores, sólo un pijama amarillo y el sentido de la progresión tan afilado como el del absurdo, sólo las ganas de no enquistar su discurso con ninguna otra cosa que la coherencia personal de su propia incoherencia artística. A un festival se viene a ver cosas que sorprendan y Matsumoto se ha convertido en el auténtico l’enfant terrible de Sitges, sin necesidad de tener que decirlo todo el rato ni en su película (que es donde hablan los niños malos) ni en las ruedas de prensa (que es donde lo hacen lo que no tiene el talento para hacerlo con imágenes)

Manuel Ortega

Volumen 7: Todo tiene su fin

Dorian Gray, de Oliver Parker (Reino Unido, 2009). SOF Competición

A estas alturas, ¿qué es lo peor que le puede pasar a una adaptación de un clásico de la literatura como El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde? Probablemente lo peor es que la traslación a la pantalla la lleve a cabo un director tan poco atractivo como Oliver Parker. Y eso que es la tercera vez que prueba suerte con un texto del escritor británico: antes lo hizo con igual poca fortuna con Un marido ideal (An Ideal Husband, 1999) y con La importancia de llamarse Ernesto (The Importance of Being Earnest, 2002). Si a un director anodino y sin personalidad le sumamos que aborde la adaptación desde un punto de vista clásico y academicista… ¿qué obtenemos? Pues una antigualla. Dorian Gray se convierte así en un film ensimismado y moroso, incapaz de estar a la altura en ningún momento de las líneas de texto de las que procede a pesar de que en apariencia sea una muy fiel aproximación al relato original. El intrincado universo oscuro de Dorian Gray se convierte en manos de Oliver Parker en un pastiche poco inspirado e insípido, tan correcto como aburrido y protagonizado además por un trío de actores (Ben Barnes, Colin Firth y Ben Chaplin) incapaz de modular las intrincadas personalidades de sus respectivos personajes. Rutinario y añejo.

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Kinatay, de Brillante Ma. Mendoza (Francia-Filipinas, 2009). SOF Competición

Sin duda, la película del filipino Brillante Mendoza se erigió por méritos propios como uno de los films más sólidos presentados a competición. Kinatay es una obra siniestra y macabra, un viaje al corazón de la perversión moral rodada con un dominio de la tensión ambiental magistral y una capacidad para la creación de atmósferas asfixiantes y turbias que nos conducen al territorio más malsano de la abyección del ser humano. Brillante Mendoza maneja su cámara de una manera inquisitiva, rodando la mayor parte del tiempo a una distancia prudencial de los personajes, como si de alguna manera estuviera espiando sus movimientos. Kinatay es en realidad un cuento de horror, el descubrimiento por parte del joven Peping de que no hay lugar para la inocencia dentro de un mundo degradado por la sordidez, en el que se hace abuso del poder y en el que no parece existir lugar para la justicia. Veinticuatro horas dentro de la vida de un joven desde la luz (la del día, en las cuáles celebra su matrimonio) hasta la oscuridad (la de la noche, cerrada y tenebrosa, en la que acompaña a modo de viaje iniciático a un comando de policía corrupto que ejerce la ley por su cuenta a través del soborno y el asesinato. La violación y el descuartizamiento de una prostituta será la vía de entrada de Peping dentro de un universo de degradación nunca imaginado y que constituirán un demoledor aprendizaje que le hará cuestionarse su sistema de valores. Mendoza retrata con crudeza el paisaje urbano de Manila en la primera parte del film y desemboca en la pesadilla asfixiante de un trayecto hacia la afueras de la ciudad que se convierte en agónico y claustrofóbico, de una brutalidad que se desvela insoportable.

Morphia, de Aleksey Balabanov (Rusia, 2008). Noves Visions

Aleksey Balabanov constituye uno de los exponentes más importantes del cine ruso en la actualidad. Tras la estupenda Cargo 200 (Gruz 200, 2007) regresa ahora con Morphia, que surge a partir de un guión del desaparecido Sergei Bodrov Jr. En pleno período revolucionario llega a un pequeño pueblo un joven médico con escasa experiencia que deberá atender todas las necesidades de una población con un sinfín de dolencias. Tras su primer caso grave y tras un ataque de nervios, se inyectará una dosis de morfina que, a partir de ese momento, se convertirá en compañera de angustias vitales. El director radiografía una época a través de la visión distorsionada de un hombre adicto, al mismo tiempo que contextualiza las primitivas técnicas médicas por medio de la filmación naturalista de la amputación de una pierna o la ejecución de una traqueotomía. Aleksey Balabanov realiza un homenaje a los modos y fórmulas del cine primigenio (como ya realizara en la estupenda Of Freaks and Mens [Pro urodov i lyudey, 1998]), con fotografía en tonos sepia, música de piano, intertítulos y estructura capitular cuya disposición se asemeja a las entradas de un diario a modo de memorias, las que precisamente escribió Mikhail Bulgakov en primera persona sobre sus experiencias. Cruda, irónica y paradójica, Morphia mezcla texturas y tonos, desde la pantomima muda al drama íntimo pasando por un sustrato teatral, erigiéndose como un film de extraña precisión ritual y raro encanto tragicómico.

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Vengeance, de Johnnie To (Francia, Hong Kong, 2009) Orient Express

Cuando ya creíamos que el director hongkonés Johnnie To había alcanzado su cénit como creador, nos vuelve a sorprender regalándonos la mejor película de su carrera. Vengeance es una obra de madurez, es una obra maestra que demuestra que nos encontramos ante uno de los talentos más incuestionables (por si alguien le quedaba alguna duda) del cine moderno. Sin duda, ha sido la mejor película que se ha proyectado estos días en Sitges: una sobrecogedora pieza de género puro que hibrida (esta vez de una manera magistral) el polar francés con el noir hongkonés incluso con el spaguetti western, los modos de contar europeos con los asiáticos, las distintas maneras de entender las cinéticas de los cuerpos de los thrillers surgidos en los sesenta con los de los ochenta, todo eso adaptándolo a un espacio fílmico muy particular como es el que caracteriza a Johnnie To. En Vengeance se encuentran reunidas todas sus señas de identidad: escenarios hiperrealistas, personajes más grandes que la vida, set-pièces de acción coreografiadas con tiralíneas (la escena del bosque a la luz de la luna, la del desierto de basura…) y la configuración de todo un universo masculino de camaradería, lealtad y dignidad. A través de una atmósfera crepuscular, To nos introduce en el camino de venganza que  emprende un hombre (un excepcional Johnny Hallyday) tras el asesinato de la familia de su hija y la alianza que para ello establecerá con una banda de criminales liderada por Anthony Wong. Hallyday aporta esa máscara de rudeza y fragilidad que consiguen que su papel sea tan emocionalmente cercano, tan descarnadamente humano: a medida que vaya consiguiendo ejecutar su venganza, esta irá perdiendo paulatinamente su sentido hasta que olvide incluso su significado. «¿Qué sentido tiene la venganza si no recuerdas nada? ¿Crees que si pudiera elegiría olvidar?». To vuelve a demostrar su dominio narrativo dentro de un guión que adquiere una envergadura portentosa en un último tramo que pone la piel de gallina. ¿De qué sirve el cine si no logra emocionar?

Beatriz Martínez

Volumen 6:  Sitges is different

Ya de vuelta en Madrid las cosas se ven distintas. Los llaveros con un dedo amputado colgando no son motivo de risas, la gente no aplaude e incluso se escandaliza cuando a alguien le cortan la cabeza o le clavan algo en un ojo, y es todo mucho más serio y aburrido. Hace mal tiempo a ratos y no se arregla ni con gafas de 3D. Los jabalís no andan corriendo por la calle matando gente, los curas solo beben vino (y no me vale que eso sea la sangre de cristo) y cuando hablas de cine griego te hablan de un tal Angelopoulos, en el mejor de los casos. Madrid también tiene cosas buenas, no nos engañemos, pero Sitges era otra cosa…

Canino, de Yorgos Lanthimos (Grecia, 2009). SOF Competición

Debe ser muy complicado criar a un hijo. Imagínense a tres. Y que lleguen del colegio y vengan preguntando que de donde salen los niños o qué es follar o que si dicen en el cole que mamá es una puta y papá un borracho, o a saber. Los progenitores de la familia protagonista deciden paliar esto de raíz aislando a sus hijos del mundo exterior como si de los personajes de El bosque de Shyamalan se tratase. Ni las dos chicas ni el chico han visto nunca la televisión (solo los vídeos familiares grabados por ellos), ni un móvil (para ellos un teléfono es otra cosa), y en definitiva, el único mundo que conocen se encuentra tras las puertas de la mansión en que habitan capturando aviones (de juguete), practicando extraños juegos físicos y no muy sanos, copulando o practicando cunnilingus como quien juega a la brisca. Todo ello con planos fijos ocurrentes, visualmente elegantes, y para nada aburridos, ya que en ellos suceden muchas cosas, a veces muy divertidas, otras escabrosas, otras directamente violentas e incluso incómodas, pero siempre sugerentes. Sin duda, una de las grandes del festival. Y parece que se distribuirá en salas.

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The Hole 3D, de Joe Dante (EE.UU., 2009). Sesiones Especiales / Focus 3D

Tal vez en Sitges uno esperaba encontrarse más al Joe Dante de Piraña (1978) o Aullidos (1981), sobre todo después de su brillante Homecoming (2005) realizado para la primera temporada de la serie Masters of Horror, aunque es cierto que tampoco desentonó el de Gremlins (1984), Exploradores (1985) o Pequeños guerreros (1998), que es precisamente con el que nos encontramos en esta entretenida cinta familiar (sí, así es, el odioso término) donde una familia (madre y dos hijos varones) se muda a una nueva casa en una urbanización residencial (por supuesto, con vecina adyacente, adolescente y de la edad del mayor), y, cómo no, ocurren fenómenos extraños, en esta ocasión a partir del momento en que los tres jóvenes deciden abrir una misteriosa trampilla en el sótano. De acuerdo, todo es muy tópico, pero hay que agradecer a Dante una narración llevada con soltura y que dosifica muy bien los sustos, los habituales toques de comedia light, y sobre todo una parte final muy conseguida e intensa. Por otra parte, el tema del 3D que tan maravilloso me pareció cuando lo descubrí en la reciente Up se revela aquí totalmente innecesario y una mala excusa para hacer caja con los diez euros que costaba la entrada. Costó sudor (es lo que tiene ser online y hacer buenas coberturas los siete años anteriores), pero es lo bueno de estar acreditado.

Chaw, de Shin Jung-won (Corea del Sur, 2009). Orient Express

Y yo que no había visto ninguna este año de la sección Orient Express. Y el día anterior, de fiesta hasta las tantas, pero como en Sitges hay películas a cualquier hora, a pesar de no madrugar demasiado se me abrían dos opciones. Cuando leo que el protagonista de este film coreano es un jabalí gigante asesino (y no es el primero), ¿Acaso podía decantarme por la otra opción fuese cual fuese? Pues eso, me acerqué al cinema Prado y no sólo comprobé que la sinopsis no mentía sino que además Chaw es un film divertido, desprejuiciado, y que como en toda buena película con monstruo que se precie  mantiene el suspense sobre la identidad de la bestia durante buena parte del metraje donde solo vemos cuerpos arrastrándose ensangrentados tras sus acometidas. Un extraño grupo, no muy salvaje, pero sí asalvajado, encabezado por un policía de Seúl destinado muy a su pesar al pueblo más tranquilo de la zona, que luego resulta no serlo tanto, es el encargado de dar caza al artífice del terror colectivo: Una bestia de tres por tres, que cuando aparece se lleva todo el protagonismo, y que además está diseñada de forma muy realista y lograda. Es una gozada ver a esa tonelada de carne y colmillos empalando a todo lo que se le cruza por delante, la verdad.

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Shadow, de Federico Zampaglione (Italia, 2009). SOF Panorama

Mi despedida del festival fue a lo grande. Después de esa tontería supina titulada Paranormal Activities tenía tan mal sabor de boca que aún a riesgo de perder el tren de vuelta me metí, un poco a ciegas, a ver si me desintoxicaba con Shadow, de Federico Zampaglione. Habríamos esperado algo así de alguien como Rob Zombie, pero sorprende más que su autor sea el líder de la banda italiana de pop Tiromancino. La cosa empieza a lo Calvaire de Fabrice du Welz, continúa como un survival bien potente, y la parte final, que desemboca en una especie de Frontière(s) a la italiana, sin dejar de parecer francesa (pese a no serlo), remite a la británica The Cottage, pero sin el humor que caracterizaba a aquella, y que por otra parte aquí habría estado de más. Esto es rematado con un final con ecos de cierto film de Brian de Palma o de otro de Fritz Lang. No digo más. La puesta en escena es brillante en todos los aspectos, destacando la planificación de la música (compuesta por Francesco Zampaglione, el hermano del director), en especial en las secuencias finales en la casa, donde recuerda a lo que hacía Argento en Rojo oscuro con la partitura de Goblin. Referencias bien integradas en una narración fresca y vertiginosa que hacen de Shadow una de las sorpresas más agradables dentro de lo desagradables que pueden resultar algunas de sus imágenes a los estómagos no iniciados.

Sergio Vargas

Thirst, de Park Chan-wook (Corea del Sur, 2009). SOF Competición

Como en alguna ocasión se ha comentado, Émile Zola fue el primer escritor genetista de la Historia de la literatura. ¿Será quizás por eso que Park Chan-wook ha convertido la obra Thérèse Raquin en una historia de vampiros? Y es que Thirst es básicamente eso: una adaptación que sigue línea a línea la novela de Zola (de la que existe una versión realizada por Marcel Carne en 1953) sólo que incorporando un elemento fantástico que sirve para tornar el naturalismo literario en un expresionismo cinematográfico con tintes postmodernos. En ese sentido puede que a Park Chan-wook le haya salido su película más descompensada (si es que alguna vez ha logrado mantener un equilibrio en su cine) aunque igualmente coherente con el resto de su filmografía y en cualquier caso un nuevo punto de inflexión tras la todavía más irregular I’m a Cyborg. En realidad Thirst cuenta también, como la anterior, una historia de amor disfuncional entre dos seres incomprendidos por diferentes razones (él porque tiene que asumir su nueva naturaleza sanguinaria que se contrapone a la fe que había abrazado antes como sacerdote y ella por estar sometida a la infelicidad de un matrimonio desgraciado) condenados ambos a ser desdichados y estar sometidos a una serie de calvarios físicos y existenciales relacionados con la culpa, la redención, la sumisión y los procesos de autodestrucción emocional.

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En cualquier caso, al director coreano parece que no le resulta demasiado fácil encajar las piezas de un relato que en todo momento se muestra disperso, siendo incapaz de engarzar con coherencia el drama romántico de los personajes, la turbiedad de sus relaciones a través de una pronunciada atmósfera erótica-tortuosa y encontrar un tempo adecuado para cada una de las dos partes (una es el reverso de la otra) en las que se divide la narración. La divagación de un primer tercio demasiado ensimismado va dando tumbos a través de momentos de hastío unidos a otros de desaforada hipérbole sinfónica que nos conducen a una última parte en la que se da la vuelta al relato y se consigue recuperar el interés hasta un final que termina siendo lo mejor del film. En todo caso, no deja de resultar una curiosidad comprobar cómo una novela como Thérese Raquin puede verse actualizada a través de los patrones del cine de género.

Beatriz Martínez