47 FICXixón – Gijón 09

Volumen 5. Las cosas que se superan

Si la retrospectiva principal de esta edición dedicada al director turco-alemán Fatih Akin, con cuya última hasta la fecha realización, Soul Kitchen, se inauguró el certaman hace ya más de una semana, ha venido acompañada, desde que se anunciara, de bastantes muecas sorprendidas, puesto que, independientemente de la calidad del cine de Akin, este no parece ser una figura muy afín a los parámetros habituales del festival, la dedicada al director ruso Aleksey Balabanov ha conseguido acaparar bastante atención por el gran descubrimiento que ha supuesto el cine de su protagonista. También Harmony Korine ha sido homenajeado, pero puestos a comparar no es cuestión de pasarse y no se debe pasar por alto que las publicaciones de este año son dos monográficos sobre Akin (coordinado por Violeta Kovacsics) y Balabanov (escrito por Jesús Palacios). Sea como fuere, compartimos esta sensación con énfasis pues el caso lo merece, más cuando se piensa en el escaso, cuando no nulo, conocimiento que se tiene del director de Cargo 200 (que le valió el premio por su trabajo aquí hace dos años) entre el público español. Por cierto, mañana sábado acaba el festival y estamos de retirada, pero tranquilos nos queda carril para analizar algunas de las películas que tenemos pendientes (Wakaranai, La Pivellina, Le Donk & Scor-zay-zee, Villalobos), desgranar los misterios de tres (cuatro) autores experimentales (Müller-Girardet, Pierot, Campbell) y, quizá, contar algo sobre esa cosa de los premios.

Go Get Some Rosemary, de Josh y Benny Safdie (EEUU, 2009). Sección Oficial

Presente en la Quincena de Realizadores de la pasada edición del festival de Cannes, la película de los neoyorquinos hermanos Safdie mantiene viva y en buena forma la tradición apadrinada por John Cassavetes  en su modo de abordar el retrato de personajes. Lenny está divorciado y es padre de dos niños, Frey y Sage —a la sazón, hijos del guitarrista de Sonic Youth, Lee Ranaldo— a los que ve quince días al año; la película aborda la narración de esos días. Los hermanos Safdie nos presentan a Lenny como lo que es: un tipo divertido, poseedor de cierto atractivo y que en lugar de hundirse con los problemas los sortea con buen humor. Durante gran parte del metraje lo veremos divirtiéndose con sus hijos, inventando historias para ellos o improvisando desconcertantes viajes; Lenny trata a sus hijos del mismo modo que lo hace con sus amigos o su pareja. El reverso de su carácter reside en su patente inmadurez e irresponsabilidad. Como es de esperar la tragedia acaba por asomarse al relato, pero afortunadamente los hermanos Safdie no cargan las tintas sobre este aspecto, no observan a Lenny por encima del hombro, sino que se limitan a hacer de ella un episodio más del relato, una faceta más en la descripción del pobre Lenny.

Ángel Santos

Voyna / War, de Aleksey Balabanov (Rusia, 2002). Retrospectiva AB

Siempre asociaré el doble nombre de Sergei Bodrov a una magnífica (y nunca atendida) película sobre la guerra de Chechenia llamada El prisionero de las montañas (Kavkazskiy plennik, 1996) dirigida por el padre e interpretada por el hijo. El hijo, el malogrado Sergei Bodrov jr., volvió a repetir en una trama parecida pero con un enfoque totalmente distinto. Si en la película de su padre el final trágico no hacía palidecer el mensaje conciliador, en la película de uno de sus mejores amigos, el sorprendente —gracias Gijón— Aleksei Balabanov, el final feliz no puede acabar con la cara de horror que nos acompaña en esta tragicomedia sobre el infierno y sus provincias. Desde esas primeras imágenes preyoutube con decapitaciones y torturas en directo (y diferido) a ese final que como en Affliction (1999) de Paul Schrader cuestiona todo lo que se ha contado  cuando descubrimos la malformación del protagonista (en aquel caso el alcoholismo, en este caso la locura y la violencia), Balabanov no nos permite respirar (ni siquiera él se lo permite) y nos lleva desde aldeas chechenas a embajadas londinenses descubriéndonos que aunque lo arquitectónico sea diferente lo antropológico es semejante. Porque ante que un filme racista (como supongo que los miopes habrán dictaminado), xenófoba o fascista, War lo que viene siendo es un poema épico sin épica, un canto desesperado sobre el absurdo orden de las cosas y sobre las cosas, un grito espeluznante sobre la política internacional, la nacional y la transnacional. Y un peliculón de cojones.

Manuel Ortega

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Soul Kitchen, de Fatih Akin (Alemania, 2009). Sección Oficial NC / Retrospectiva FA

Con ciclo-homenaje de por medio, Fatih Akin abrió esta edición del festival con esta su última película, que venía a cumplir el perfil amable y accesible requerido para una inauguración. En un registro muy diferente al de sus obras más recientes, el director turco-alemán ejerce de disc-jockey para construir su narrativa al ritmo de la vitalista música elegida para cada escena, y que lleva al espectador de la mano en esta comedia de corte complaciente. Pero también encontramos temas y modos recurrentes en la filmografía de Akin, a pesar de la mucha menor preocupación por la casuística migratoria y transnacional (el apellido griego de su protagonista apenas pasa de la anécdota). Muy especialmente, la fortaleza de los lazos familiares, puestos a prueba hasta el paroxismo, se erige como tema fundamental en buena parte de su obra, y en la relación fraternal de Soul Kitchen resuenan ecos de la anteriormente mostrada en Solino (2002) (título que también daba nombre a un restaurante). Además, la querencia de Akin por los guiones férreos y las narraciones cerradas encuentra aquí los ingredientes perfectos para servirnos un plato de lo más previsible, y cuya mayor preocupación parezca ser complacer a una (poco exigente) platea, rematando cada personaje a gusto del consumidor.

Luis Fernández

Havana Surf, de Rodrigo Díaz Mcveigh (España, 2008). Esbilla

En Cuba hay piaras de cerdos que pasean por la playa, y puestos de comida por la calle, y gente de colores, y también un festival de cine pobre, y sonrisas, y música, y un mar precioso en el que un grupo de jóvenes sueñan con surfear como una vez vieron hacer a otros jóvenes extranjeros. Es su revolución propia: en Cuba hay quien decide  qué deportes se pueden practicar y cuáles no, y de momento no se contempla desde el régimen que el pueblo se suba al tren de este deporte no oficial, pero con una cultura propia, colorida y atrayente para miles de jóvenes. En Cuba, Quicksilver no patrocina a los surfistas, pero ellos tienen una ilusión superior a todos los demás y el deporte vuelve a unas raíces más auténticas, a las de la vocación pura de enfrentarse a la ola. En toda esta historia aparece el veterano surfista australiano Bob Samin que decide hacer la obra de su vida apoyando los sueños de estos chicos con la asociación Havana Surf, gracias a la cual heredan materiales y conocen a otros surfistas. Rodrigo Díaz Mcveigh, joven norteamericano de 21 años de padre asturiano y madre cubana, construye todo el relato sobrecogido por la generosidad de Bob, héroe de Baracoa, y acompaña en una especie de road movie a los aprendices de surfista en un viaje a través de su país, descubriéndolo con ellos y dando las pinceladas justas para crear una obra tan revolucionaria que ha sido rechazada en el Festival de Miami por sus ideas. ¿Pero acaso no son solo jóvenes haciendo surf?

Carla Anaya

Volumen 4. Las cosas morales

Los días pasan y aparecen dudas, sobre las películas que ves mientras piensas en tu movida en el trabajo que se alarga indefinidamente, sobre las opiniones que escupes al salir de la sala pensando en la chica que no te atreviste a invitar a un té el día anterior, sobre lo que escribes en un netbook que parece una gigantesca máquina de escribir, sobre el fin de año que se aproxima y que no deseas pasar de nuevo en la misma ciudad donde creciste e hiciste todas las cosas por primera vez… Pero lo que más pesa es el sentido de la responsabilidad, de lo que está bien y está mal. Intentas equilibrarte para correr (con los amigos, con los demás, con los otros) el sprint final no tanto para ganar como para conseguir que entre el aire. Y en este punto volvemos a encontrarnos

Humpday, de Lynn Shelton (Estados Unidos, 2009). Sección Oficial

Como si se tratase de un Fausto indie o de una versión lo fi del personaje de Frank Langella en The Box (Richard Kelly, 2009), Andrew es ese extraño elemento destinado a perturbar el monótono y frágil día a día de Ben. Andrew es ese amigo tuyo que nunca terminó la universidad porque le surgió un trabajo cualquiera para pagarse el coche, salir de fiesta con las chicas con las que aparentemente quisiste pero nunca deseaste, y costearse sustancias varias, pero que siempre regresa para hacerte ver que no es otra cosa que tu maldito döppelganger. Ben es un tipo normal que no se ha hecho consciente que lo que tiene es lo que quiere porque siempre lo ha tenido. Andrew, un libertino de boquilla, le propone a Frank un reto que hará tambalear sus débiles cimientos vitales. Y a mí que no me cuenten historias del mumblecore, porque este cruce entre John Cassavetes (¡!) y Ricky Gervais no es un maldito episodio piloto de una sitcom, sino una elocuente, dolorosa y muy realista parábola, por mucho que esté trufada de humor, acerca de una generación de mierda (a la que yo pertenezco, claro) que no se atreve a estar sola por miedo a estarlo a expensas de joder a las personas que te quieren, y a levantar conflictos de la nada para ponerle azúcar a una vida demasiado almibarada. Aunque Humpday podría ser, muy en el fondo, una intensa película fantástica, desarrollada siempre al borde del inconsciente, que narra lo que ocurre cuando uno pone a prueba su sistema de constructos en un entorno burgués y acomodado en el que éstos parece que nunca terminan de consolidarse porque siempre hay algo que comprobar.

Between Two Worlds, de Vimukthi Jayasundara (Sri-Lanka, 2009). Sección Oficial

Una entrevista de radio posterior al visionado de Between Two Worlds (Ahasin Wetei) confirmó lo que algunos nos temíamos: monta tres planos sin solución de continuidad, demóralos lo suficiente como para que todos empiecen a elucubrar con las intenciones del realizador, introduce a un personaje al borde de la escisión mental y luego añade el necesario elemento simbólico. El resultado: perplejidad, extrañamiento, rareza, película radical. Pero lo que hay tampoco es para tanto, porque Vimukthi Jayasundara nos entrega una historia tremendamente lineal, sustrayendo (eso sí) los elementos dramáticos que dan coherencia e inteligibilidad al relato. El realizador de Sri Lanka parece desprenderse de los tics de su opera prima The forsaken land (Sulanga Enu Pinisa, 2005), y destierra por el camino a Apichatpong, a Lisandro o a Reygadas. Su segunda obra repite el arco argumental y se afianza en sus puntos fuertes: el abandono de un entorno urbano en conflicto (de identidad); la necesidad de volver a abrazar el primitivismo, y la colisión entre estos dos mundos ya separados que no pueden convivir sino contaminarse. Moviéndose entre lo físico —la intensidad con la que Jayasundara filma la naturaleza es digna de mención— y lo simbólico —siempre jugando con metáforas visuales muy primarias—, y seccionada por un relato oral que nos advierte sobre el desvío hacia lo fantasmático, el film es mucho más que una concatenación de imágenes bellas e impactantes, para convertirse en una crónica no tan alucinada de la imposibilidad por recorrer el camino inverso y por deshacer el orden enfermo de las cosas.

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My Suicide, de David Lee Miller (EE.UU., 2009). Enfant Terribles

Una mente caótica solo puede generar fotogramas caóticos, del mismo modo que una mente obturada solo puede parir imágenes en el limbo, como en el caso de Paranoid Park (Gus Van Sant, 2007). David Lee Miller toma el primer desvío para mostrar el flujo de consciencia de un adolescente en crisis de identidad —como todo adolescente—. Para ello recurre al caos audiovisual tan propio de la posmodernidad. Vacía imágenes, combina gestos, alterna medios de expresión, falsea registros y se escuda en la voluntad de su protagonista por preparar un proyecto de clase cuya punto álgido y definitivo será grabar su propio suicidio. El trayecto filmado será la excusa social para perpetrar la autolisis definitiva. Miller rastrea todo aquello que cree definir a la adolescencia en la actualidad: soledad, drogas, incomprensión, sexo y pornografía, ensimismamiento, incomunicación. Todo mezclado en un batiburrillo de imágenes proYouTube que simbolizan la ausencia de un hilo conductor en una generación sin referentes. No obstante, cierta poética se esconde en sus pliegues, y nuestro protagonista —ese Archibald Holden Buster Williams— encuentra un sentido dentro del caos que le permitirá reordenar su vida, y por tanto la ficción que va rodando. David Lee Miller finalmente muestra las cartas, y nos recuerda que los modernos educational films también existen, y han de construirse desde la empatía. Quizás lo peor de My Suicide no es que sea moralista, que tampoco es malo, sino que no da la opción a pensar por uno mismo, facilitando las respuestas a todas las preguntas que plantea. Claro que para aquellos que ya pensamos por nosotros eso no es ningún problema, y para quienes están perdidos sí puede ser de ayuda. Un film no apto para nihilistas ni para suicidas concienciados, y sí para aquellos que apostamos por la Psicología Positiva y no nos marchamos de un festival al día siguiente.

Roberto Alcover Oti

The Wild Hearts, de Michael Noer (Dinamarca, 2008). Llendes / No Ficción-Documental

Las imágenes que prologan este documental, presentan a la hermandad de moteros que da nombre al título del mismo en una de las juergas donde se emborrachan, se marcan a fuego, literalmente, el corazón de su nombre, se desinhiben y viven la fiesta hasta que ya no queda una gota de alcohol o las fuerzas ceden. Grabado en distintos formatos y/o cámaras, esta introducción enuncia los derroteros formales por los que se moverá la película, los cuales ya se antojan más epatantes que rigurosos. Lo que no se perfila todavía es dónde llevará lo que parece, por ejemplo, un divertimento a ritmo de rock duro por las frías carreteras del este de Europa. No es mi estilo pensar mal, pero reconozco que de un tiempo a esta parte estoy con la mosca en la oreja en cuanto a cierto cine centroeuropeo y nórdico, tendente a sacar su vara de medir la moralidad de personas, comunidades y, a veces, incluso cosas, hasta hacernos creer, intentarlo al menos, que todos arderemos en el infierno, si nos desvíamos del camino recto. Lamentablemente el de por sí monótono desarrollo de esta no-ficción poco documental camina firme por esos caminos tan puros, repartiendo a lo largo del metraje una doctrina reaccionaria bastante cínica e irritante, que se cierra, encima, con la coartada de los buenos sentimientos: uno de los compañeros de aventuras sufre un accidente (y es que hacer el tonto desnudo y borracho trae consigo consecuencias, malas claro) que le impide continuar el viaje: los colegas después de reanudar la marcha debaten y se dan cuentan, gracias a la ¿responsabilidad? del más veterano, que deben volver a estar con su amigo.

José David Cáceres Tapia

Volumen 3. Las cosas (que) se complican

Resulta deprimente comprobar el poco interés que despierta en los medios generalistas españoles el FICXixon. De hecho esta edición ni siquiera está teniendo el eco que tuvieron otras en espacios de menor alcance pero de entusiasta recorrido. Ni siquiera, siendo honestos con nosotros mismos y justos con todos vosotros, miradas de cine está siguiendo el festival con el rigor de la continuidad. Es complicado. Incluso para los primeros que se deben al mercado que es quien marca las pautas como expone a las claras, por ejemplo, la potente campaña de promoción que acompaña a Paranormal Actitivy (ha tocado así, podría haber sido alguno otro producto indie con similar estrategia, o superproducciones del tipo 2012, Luna nueva, la última de Spielberg…) llenando páginas, minutos y pixels allí por donde pasa. Para los que somos de verdad independientes, que por muchas ventajas o satisfacciones que tenga no nos ayuda a pagar el alquiler ni a comer todos los días, puede pasar como con los cambios de marea diarios; o cómo la vida, otra vez, te enseña que la fabada puede ser maravillosa pero también muy cabrona. Enseñanza que en Gijón el cine se encarga de recordarnos cambiando las fabes por la inmigración o la familia.

Welcome, de Philippe Lioret (Francia, 2009). Sección Oficial

La inevitable cuota de cine socialmente comprometido se cubre en esta edición con Welcome. Balil, un joven emigrante iraquí llega al puerto francés de Calais con intención de, desde allí, entrar ilegalmente a Inglaterra. Su aspiración: reencontrarse con la chica de la que está enamorado y tal vez, llegar a jugar en el Manchester United. Tras un infructuoso intento por tierra, el joven, decide probar la vía marítima, cruzando a nado los 32 kilómetros que le separan de los blancos acantilados de la isla británica. De este modo entra en contacto con  Simon, un profesor de natación cincuentón en horas bajas. Aquí tiene lugar la maniobra más inteligente del film, desplazando el relato hacia el punto de vista de éste, que decide ayudar al joven en su loca empresa poniendo su situación social, laboral  y sentimental en riesgo. Lo interesante es que de partida, sus motivos son poco altruistas y responden más a una desesperada maniobra para recuperar o al menos, mantener presente en su vida, a su ex-mujer (una voluntaria de la ayuda al inmigrante). La película de Lioret reproduce casi todos los males comunes al género social, pero  alcanza su mejor baza en la actitud e interpretación incorporada por Vincent London que logra hacer patente el recorrido emocional que realiza su personaje, partiendo de ese primer impulso, brusco y más bien egoísta, hasta llegar a albergar un sincero sentimiento  hacia los problemas del chico. En el debe  hay que anotar el cargante uso de su pésima banda sonora musical y lo enfático de su tramo final mostrando los desesperados intentos de Balil por alcanzar la costa inglesa.

Trash Humpers, de Harmony Korine (EE.UU., 2009). Sección Oficial NC / Harmony Korine

Cuatro tipos ataviados como unos ancianos. Uno de ellos maneja una cámara de VHS. Los asépticos  alrededores de un desolado barrio residencial. Los ancianos ríen estúpidamente, como lo hacían Beavis & Butthead, se follan los contenedores de basura que encuentran a su paso, practican felaciones a las ramas de los árboles o destrozan bloques de ladrillos. En algún momento también cantan nanas y acunan a un bebé. Bajo las caretas se encuentran el propio Harmony Korine (al que el festival dedica en esta edición una retrospectiva) su mujer y un par de amigos. Si en películas como Los idiotas (Idioterne. Lars Von Trier, 1998) o en la propia The wild hearts (Michael Noer, 2008), vista este mismo año en Gijón, grupos de adultos canalizaban su ira y desconfianza en el sistema subvirtiendo las reglas mediante acciones simbólicas y actuando de manera antisocial, con fines morales o casi didácticos, estos Trash Humpers rechazan todo juicio o intención apriorística en su discurso. Simplemente actúan. Del mismo modo, Korine rechaza la parafernalia del cine y opta, precisamente ahora, cuando el gusto por el pixel y YouTube comienzan a incorporarse naturalmente a la vanguardia cinematográfica, por la cinta analógica del VHS, introduciendo sus cortes en bruto, saltos y errores de imagen y trabajando los créditos desde el propio aparato en un culto a la fealdad absolutamente punk. Trash Humpers es una soberana chorrada, una estupidez recalcitrante, pero también un ataque frontal a las convenciones (sociales y cinematográficas) que busca coartar la carcajada por la vía del exceso.

A. Santos

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Nikotoko Tou, de Takuya Dairiki & Takashi Miura (Japón, 2009). Rellumes

Presentada por los directores y uno de los actores, a los que dio paso un entusiasmado Fran Gayo (programador del festival, que por cierto se despide este año después de 12 años) de forma tan escueta como preclara: «hicimos la película para divertirnos y esperamos que os lo paséis bien», más o menos vinieron a decir los tres, Nikotoko Island es una propuesta diferente de poco más de tres cuartos de hora de duración, rodada en blanco y negro, con un argumento anecdótico, que flirtea por convicción con lo absurdo y contemplativo.El film sigue a tres jóvenes que viajan a la isla en cuestión no se sabe muy bien con que fin, y les muestra primero en el puerto (esperando y pasando el rato), luego en la cubierta el barco y por último, parte que ocupa casi todo el metraje, en la isla, caminando de un lado a otro (o en alguna dirección concreta). Repleta de planos generales en el que los amigos parecen sólo un elemento más del encuadre, el film procura extraer el máximo del contraste entre la observación del  espacio natural y la atención a las conversaciones, intrascendentes pero en cierto modo auténticas, que mantienen. A mi no me funciona, probablemente porque me formé una idea equivocada de lo que iba a presenciar (no se trata de un film de humor al estilo Beat Takeshi por ejemplo), eso sí alimentada en buena medida por lo que se decía de ella, sus responsables incluidos. Sin embargo dudo, honestamente, que sus valores vayan más allá del singular planteamiento que salvo momentos puntuales (ese plano genial de las hormigas) se deshace rápidamente en la memoria. La audiencia aplaudió bastante, si bien tampoco se oyeron muchas risas ni sentí que nos estábamos divirtiendo.

L’epine dans le coeur, de Michel Gondry (Francia, 2009). Llendes

Esta incursión en los dominios del documental del director de La ciencia del sueño (La science des rêves, 2006) no tiene nada que ver con la  anterior, Dave Chappelle’s Block Party (2005), registro de un concierto conducido por el comediante americano. Se trata, que duda cabe, de una propuesta más íntima y cercana, aunque lo cierto es que su planteamiento descoloque un poco en una primera toma de contacto: un recorrido, casi se diría que a modo de road movie (railway movie para ser algo más precisos), cronológico por la vida de Suzette Gondry profesora de primaria entre 1955 y 1986 en diferentes pueblos del sur de Francia. Pero el cineasta, sobrino de la protagonista, vuelve a triunfar con un material que fácilmente podría haber tendido hacia lugares cuando menos peligrosos, inyectando su particular sentido vital en el que fluye un falsa ligereza (incluidas alguna que otra ironía, o tontería, alrededor de los mecanismos del documental), moldeada por pequeñas alegrías, fugas visuales (genial  la escena de los trajes invisibles) e inundada de ese tono melancólico tan característico del director, que siempre alcanza podersosas formas. La vida de Suzette, por tanto, se dibuja ante el espectador con sus logros profesionales y con sus decepciones familiares, donde su hijo, Jean-Yves, es al que hace referencia el título de la película: la ya retirada docente afirma que es su espina en el corazón. De alguna manera, y aunque Michel es verdad que se excede (y lo sabe y lo dice) por momentos en el conflicto entre madre e hijo los cuales todavía tienen asuntos pendientes, este film muestra con audacia cómo se pueden complicar las cosas, al entrar en los terrenos de la familia, tan necesaria como absorbente. El problema es que todos tenemos nuestra familia, para lo bueno y para lo malo.

J.D. Cáceres Tapia

Volumen 2. Las cosas potentes y variadas

Es bien sabido que la comida asturiana es copiosa y potente. Quizá un entrante, sopa por ejemplo, para arrancar, luego una fabada a modo de primer plato, a continuación un cachopo de ternera y para cerrar alguna tarta típica. Todo mejor bañado por un vino tinto y acompañado por pan, pan de verdad. La programación de FICXixón es igualmente enérgica. Y también acotada a unas materias primas muy precisas, que gracias a una buena visión panorámica del estado del arte vienen acomodando y estirando cada año para ofrecer las fugas y variedades que hacen a un festival importante y divertido. Esta 47 edición ha ampliado la carta, expandiendo la competición con Rellumes (destellos en castellano) una sección que trata de «sumar reflexiones y expresiones», aunque bien es cierto que aún hay que encontrarle el punto: la rareza Nikotoko Island es una prueba complicada, tanto que de momento sugieren más las habituales Enfant Terribles (Unmade beds), Esbilla (Havana surf) o Llendes (Here), los muy atractivos ciclos This is England, panorámica musical y social que va del Performance de Roeg/Cammel al entusiasta rockumentary de Shane Meadows Le Donk & Scor-zay-ze,  y Post-Burlesque o como la farsa se reconstruye en el cine europeo con una muestra española de prestigio: la segunda película de Javier Rebollo, La mujer sin piano, recuperada antes de su estreno finalmente programado para principios de enero… y todo esto habría que añadir naturalmente las retrospectivas nominales y los conciertos, marca de la casa, gratuitos a modo de fin de fiesta diario. Pero vayamos poco a poco, que semejante menú hay que saborearlo con calma pues hay claro peligro de que nos siente mal.

Le roi de l’évasion, de Alain Guiraudie (Francia, 2009). Sección Oficial

Los tiempos cambian pero los lugares permanecen. O lo que es lo mismo; las comarcas prevalecen aunque sus alcaldes envejezcan o sean sustituidos. La comedia francesa tiene algo de pueblo pequeño con gendarmes reconocibles, concejales gritones, individuos que salen del armario, burgueses desencantados que encuentran el placer de las pequeñas cosas y pueblerinos con buen fondo pese a sus abruptas formas. Por eso, y alguna cosa más, la película de Alain Giraudie no está tan lejos del espíritu (y del fantasma) de las sagas de Louis de Funes en esta comedia tradicional que invierte (y subvierte pero menos) ciertos valores establecidos de manera preponderante por la sociedad y la cinematografía que la representa. La introducción del sexo desbocado entre gentes de todas las edades, gustos sexuales y pesos separa (o intenta separar) por vía anal a El rey de la evasión de los códigos genéricos más adocenados, aunque tampoco consigue elevarla más arriba quizá por cierto agotamiento formal y por lo estirado de una trama que juega sus cartas de manera tan irregular como confusa. A su favor habría que destacar que se decanta más por el libertinaje que por la libertad (siempre mucho más interesante a pesar de su mala fama) y que su apología de la desinhibición cala mucho más que si se nos hubiera ofrecido empaquetada en un drama social al uso o en una tragedia política de andar por casa. Ese es el mayor merito de un director que puede estar en las antípodas de Francis Veber en algunas cosas pero que permanece muy cerquita de él en otras.

Gitarrmongot, de Ruben Östlund (Suecia, 2009). Post-Burlesque

Cada ciudad es una familia gigante que cabe en una ciudad pequeña. Cada ciudad tiene problemas de endogamia, de herencias (genéticas y no), de envidias, de malos tratos. Cada ciudad es un mundo pequeño que cabe en una ciudad gigante. Cada familia es uno en su casa y Dios (o la ausencia impepinable de él) en la de todos. Por eso Joteborg, con j, y todos sus habitantes parecen hermanos, padres e hijos dejados de la manos de Dios y de sí mismos. Pero no dejados como se deja cuando se suelta sino dejados como se deja cuando se empuja  Gente abandonada a su mala suerte y presa de la propia imbecilidad de mantenerse vivos, despiertos o disponibles. Por eso tiene gracia. Y por eso se puede comunicar la imbecilidad con una película básicamente imbécil, porque si Antonioni podía con el aburrimiento y Kubrick con la fascinación, Östlund puede con la carencia o escasez de inteligencia o buen criterio. Y puede no de pedir permiso sino de ofrecer soluciones. De tener poder, básicamente. Porque si tuviéramos que elegir un adjetivo para definir a la ópera prima de Östlund sería sin duda poderosa en dura competencia con fascinante y nutritiva. Ese poder fascinante y nutritivo convierten a El mongólico de la guitarra en una película que transita por el horror y la decadencia de los valores de la Europa de la Europa de los valores (comunes y económicos) de principios de milenio con una soltura y una mala baba incisiva y francamente contagiosa.

M. Ortega

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Here, de Ho Tzu Nyen (Singapur, 2009). Llendes / No Ficción-Documental

Si hay una película dispuesta a optar al título de filme más desconcertante del festival, Here, lo hace desde ya mismo. Presentada con la excusa y el andamiaje de un falso documental, la película propone la inmersión en un sanatorio mental para delincuentes en el que se experimenta con la videoterapia como medio para la curación de sus pacientes a través del shock provocado por la representación de sus faltas pasadas y la probabilidad de reinterpretación de éstas como medio simbólico para cambiar su historia. Esto se plantea a través de una puesta en escena milimetrada y desconcertante en la que unos improbables actores/pacientes recitan su texto con distanciamiento. Los juegos formales abundan en efectos de extrañación, enigmáticos movimientos de cámara y extrañas alusiones pictóricas, musicales y cinematográficas. Lo mejor que se puede decir de la pelicula de Ho Tzu Nyen es que en la confusión provocada por su emboscada formal algunos de los disparos alcanzan el objetivo, aun cuando la mayor parte de las veces éste quede oculto entre la maleza.

Unmade Beds, de Alexis Dos Santos (Reino Unido, 2008). Enfant Terribles

De la poco visitada sección Enfants Terribles destaca el segundo largometraje de Alexis Dos Santos. Una propuesta cercana a los territorios del indie más almibarado (estética publicitaria, banda sonora cool, etc.) que, sin embargo, funciona en su relato de las historias cruzadas de Axl y Vera, jóvenes estudiantes europeos en Londres. El universo post-adolescente aparece cargado con una mirada idealizada, plagada de bellos contraluces, desenfoques y poética del desaliño para narrar la enésima historia de búsqueda paterna y relaciones amorosas. Lo que sucede es que la mirada de Dos Santos es tan rica en clichés como sincera y acertada a la hora de componer los múltiples detalles sensoriales de su historia (un poco a la manera de Wong Kar-Wai). Apoyado en un reparto excelente de jóvenes actores (encabezados por el español Fernando Tielve y la francesa Deborah Francois) y en una elegante utilización y construcción de espacios la película consigue (siempre que estemos dispuestos a dejarnos arrastrar entre sus imágenes) avivar en nosotros los resquicios de ingenuidad y  romanticismo que escondemos bajo robustas corazas. Y eso nunca debe ser desdeñado con ligereza.

A. Santos

Volumen 1. Las cosas feas pero bonitas

Un plato típico de estas tierras bañadas por el mar Cantábrico es el pastel de cabracho. Cuentan que el origen de esta delicia se debe a la más que fealdad del cabracho, pez de la familia de las escorpenas, los cuales se caracterizan por estar recubiertos de espinas. Para lograr que comensales impresionables se atrevieran con semejante bicho, surgió la idea de hacer un puddin con él. Es el triunfo de la apariencia contra las apariencias, que lo se podría llamar meta-apariencia, quizá para-apariencia, si bien seguro que funcionaría mejor referirlo como post-apariencia siguiendo la afición extrema de la crítica post-moderna por este prefijo en otros tiempos más bien triste y oscuro. Dicho de otra manera, más cursi y menos teórica, se trata de lograr que las cosas feas por fuera pero bonitas por dentro sobresalgan aunque para ello haya que dar un rodeo o hacerlas atractivas desde otra perspectiva. Y esto pasa con algunos de los personajes, lugares y cosas que se han visto estos primeros días de festival en películas de tonalidades, formas, parámetros y resultados dispares: Mal día para pescar, L’epine dans le coeur, Here, Nikoto Island, Between two worlds, Les beaux gosses, y sobre todo la desconcertante pero espléndida El mongólico de la guitarra.

Mal día para pescar, de Álvaro Brechner (Uruguay-España, 2009). Sección Oficial

Itinerario en el crepúsculo que se presenta inicialmente como de solo ida pero tiene el aliciente de deshacerse de parte de su mirada distanciada e irónica, repetitiva y previsible, para facilitar un viaje de regreso, quizá también a ninguna parte, en el que destaca el giro (desafiando el cuento original de Onetti, Jacob y el otro, del que parte) comprensivo, que no neciamente compasivo, hacia unos personajes dibujados, más allá de los arquetipos que representan, sobre bases poco amables: de la pareja protagonista, el antipático y cínico Príncipe Orsini, al que da vida muy bien Gary Piquer, manager de un luchador venido a menos, Jaco van Ottman, borracho y hundido en sus miserias, a la antagonista formada por la egoísta y dominante Adriana y su novio, Mario El Turco, un pusilánime grandullón con pocas luces, pasando por el editor y el cirujano, dos tipos que parecen ir a su bola pero que sus experiencias marcadas a fuego en sus rostros filtran matices importantes. Sobre objetivos limitados (y minados de buenas intenciones), el film despliega una atmósfera precisa lindante con la fábula (sin moraleja o con una tangencial en todo caso) determinada a contar una historia muy ligada a lo literario mediante recursos que buscan la esencia de la narración cinematográfica. No siempre está a la altura de las circunstancias, ni sortea totalmente sus propios márgenes (y eso da la sensación de que hubiera estado muy bien), pero, incluso cuando las soluciones son discutibles, el temperamento del buen cine surge con energía: la chirriante, por repentina, explicación-disculpa del caracter de Adriana (está embarazada) es mostrada con notable agudeza visual.

J.D. Cáceres Tapia

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Francesca, de Bobby Paunescu (Rumania, 2009). Sección Oficial

Venía perseguida por cierta polémica y acabó en agua de borrajas cinematográfica. Un trayecto que ya hemos visto otras veces, en otros colores y con otra gente en otros vehículos con más motor, potencia o faros. Porque Francesca se nos revela como la sota, caballo, rey del nuevo cine rumano, con sus problemáticas intrínsecas a su tiempo y sus mecánicas narrativas derivadas de su sitio. Una película que falla por ser rumana y de ahora ya que no resiste la comparación ni con la sublimación de los géneros (y sus mecanismos) de Mungiu, ni por la honestidad insondable con visos de tragicomedia universal de Puiu (ni siquiera con la rigurosidad del discurso de Pescuit Sportiv, 2007, de Adrian Sitaru ni con la rugosidad estético-ideológica de Lampa cu caciula, 2006, de Radu Jude). También es cierto que no se puede decir que el filme de Bobby Paunescu esté mal estructurado, ni que esté desprovisto de matices interesantes (e inteligentes) a la hora de desarrollar su narración. Sería mentir si no reconocemos la intensidad interpretativa de sus actores ni la capacidad deslumbrante de crear atmósfera con simples detalles de puesta en escena o de diseño de producción. Pero sería faltar a la verdad si no decimos que esto ya lo hemos visto, que el producto le puede a la obra, que cuando se encuentra un atajo siempre hay un lobo que se comió a tu abuela (o a tu prima que está más buena) y que, como decía hace poco el siempre brillante Josele Santiago, si sigues a las modas corres el peligro de llegar siempre tarde.

M. Ortega

Les beaux gosses, de Riad Sattouf (Francia, 2009). Sección Oficial

La comedia adolescente en su variante de repaso de los escarceos amoroso/sexuales durante la enseñanza secundaria es terreno profusamente trabajado por sucesivas generaciones de cineastas norteamericanos. El cine francés, por su parte, siempre ha sido proclive a mostrarnos lo voluble de los sentimientos amorosos y los devaneos morales implícitos a las relaciones afectivas en la adolescencia. El resultado combinado de estas dos tendencias en el marco de una comedia gamberra es el planteamiento de la película de Sattouf. Adaptación de un comic del propio realizador, Les beaux gosses funciona a ratos  como acertado —aunque, poco original— repaso de múltiples detalles y momentos significantes del proceso de madurez en la adolescencia: estúpidas risas a destiempo, humillaciones públicas, acné, obsesiones pasajeras, primeros morreos… a ratos pierde fuelle y el relato de las desventuras sentimentales del adolescente Hervé se disuelve entre anécdotas. Finalmente la adolescencia, generosa en extremismos también es rápida en sus mutaciones, y todo termina por pasar con naturalidad. Amable y divertida, aunque intrascendente, la película de Sattouf sin ser gran cosa debería servir de ejemplo para la lamentable respuesta española a la comedia teen americana, Fuga de cerebros.

A. Santos

La Famille Wolberg, de Axelle Ropert (Francia, 2009). S.O. Resumes

Hace poco comentaba con un compañero de trabajo que la familia es la institución que más violencia genera, una violencia tolerada socialmente por un supuesto bien mayor, pero al mismo tiempo desgarradora para el conjunto de sus miembros. Quizás por ello, o quizás por la acuciante pérdida de valores, por la nula tolerancia al malestar, por el vacío de significado de palabras como sacrificio o empatía, la familia como concepto se encuentra en crisis. Toda esta problemática, toda esta violencia soterrada, es el cauce que guía a La Famille Wolberg, una muy circunspecta película del guionista de La France (Serge Bozon, 2007). Un film que se abre con ironía, retratando la figura de un padre excéntrico, un déspota de cuidado empeñado en convertir su hogar en un ecosistema cerrado de normas y credos. No obstante, poco a poco el cinismo deja entrever el dolor, y nuestro padre no deja de ser un miserable hombre anclado en la infidelidad de su mujer, parapetado tras un núcleo de creencias en las que ya ni cree. Apoyado en la sofisticación visual de un Assayas y en la mutación genérica de un Desplechin —la película parece adoptar un no-género que en el fondo refleja que la realidad es un cúmulo de todos—, La Famille Wolberg ees una estupenda obra que sirve para comprobar cómo el miedo nos impide dar pasos que siempre deberíamos dar. O un estudio de lo disfuncional apoyado sobre la normalidad de unas estructuras decadentes que necesitan ser convenientemente remodeladas.

R. Alcover Oti