Cinespaña 09

Toulouse premia el cine español de la tolerancia y el respeto

El Festival de cine español de Toulouse ofrece una pequeña selección de películas a concurso alimentada por títulos inéditos en territorio francés provinentes de su paso por distintos festivales buscando una cierta representatividad del cine español. Lo que resulta llamativo es que en el palmarés final aparecieran triunfantes dos películas ya vistas y premiadas curiosamente en la Seminci de Valladolid 2008, caso de Retorno a Hansala de Chus Gutiérrez y La buena nueva de la también directora Helena Taberna, derivándose de ello una extraña concomitancia y sintonía entre ambos festivales. Dos muestras de cine bienintencionado, de cine con valores, un cine por la tolerancia y en favor del respeto hacia el otro. Un cine, tal vez también, de la buena nueva, de la denuncia más o menos oportunista, más o menos veraz, de los que sufren y penan. Así se quiere poner rostro y nombre a los desechados inmigrantes, buscar el cuerpo que se acomodaba tras esa ropa colgada, anónima y abandonada de Retorno a Hansala. O ese raro cura de pueblo navarro que ayuda a los damnificados, los perseguidos, los derrotados, en medio del clima fratricida y pendenciero de nuestra sangrienta Guerra Civil en La buena nueva. En este contexto resulta altamente clarificante y evocador también el galardón a la mejor película concedido a Ander de Roberto Castón, comentada unos renglones más abajo, donde se expone y se reivindica en toda su franqueza el valor de la  homosexualidad.

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Avatares de la distribución

Sin dudarlo, la exhibición en el país vecino es la que marca el contenido de la competición mientras que el cine español ya estrenado configura la extensa sección Panorama. Este nutrido apartado del certamen da buena muestra de la abundante presencia de cine español en salas francesas, una prolífica visibilidad que contrasta paradójicamente con la parquedad, recelos y contención que las distribuidoras españolas otorgan al cine del otro lado. Así nos va. Ahora  descubrimos Arnaud Desplechin o Nicholas Klotz por culpa de los avatares de la distribución.

Para un cinéfilo español que acuda a la cita toulousiana su mayor interés residirá en la repesca y recuperación de aquellos títulos que permanecían invisibles en su haber tras su circulación por festivales y carteleras. Esta situación genera disparidad de intenciones. Las fronteras nacionales, culpables a su vez de las fronteras que surgen en la distribución y exhibición de títulos, fronteras que paradójicamente desaparecen en un  mercado global para el estreno simultáneo y mundial del cine comercial blockbuster, separarán las prioridades del aficionado francés de mi cometido, que se limitará a buscar lo que uno había perdido en festivales y carteleras.

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El canto de los pájaros

La recuperación de cine español no visto desembocó, milagrosamente, en el avistamiento en el horizonte del último trabajo de Marc Recha, Petit indi, en una pequeña sección dedicada a la figura del realizador catalán, antes de su concurso próximamente en la Seminci 2009. Después de un  apocalíptico aguacero, que a punto estuvo de anegar y sepultar la capital occitana, Marc Recha presentó su película, por cierto, con coproducción francesa gracias al canal Arte. Petit indi es una película rodada en la zona del tramo final del río Besós ya cercano a su desembocadura. Recha retrata con naturalidad y certeza este territorio suburbano, marginal y arrabalero situado en las cercanías de la capital barcelonesa. Un espacio de tierra ignota, sin identidad, surcada por líneas de alta tensión,  vías férreas y con horizontes de cemento. Sus moradores habitan en chozas y casas destartaladas de propia construcción. Sus habitantes aparecen como residuos y derivas de una ya inexistente clase obrera, antiguos vestigios anarcosindicalistas. Una especie de no lugar, un apeadero en ningún sitio. En este entorno, sin embargo, fluye la vida y circula un simulacro de río que se puede cruzar andando. En sus márgenes anidan pájaros, se crían animales  y se cultivan huertos. En este hábitat vive Arnau, un joven callado y reservado, un joven que pretende liberar a su madre encarcelada en la ciudad, y que se rodea de pájaros cantores, su único modo de expresión, un mundo construido para su protección Un mundo infantil hecho de aves y animales fundido con el río y el medio. Una película de ficción, con una trama ligeramente dramatizada que pone en evidencia una artificiosidad desconocida en el cine de Recha, pero que esconde una mirada limpia, simple y sencilla sobre un paisaje humano lleno de rostros de actores que aparecen más auténticos y reales que los propios protagonistas del entorno. Por fin Sergi López se pone una máscara y resulta creíble e indistinguible de un paisaje barriobajero y chatarrero de increíbles concursos de ruiseñores cantarines, anacrónicas corridas de galgos y paupérrimas apuestas. Una extraña y fascinante mirada en clave de documental se apodera de un relato que se cruza con el cuento, con la fábula cruel, con el trauma de la pérdida de la inocencia y el paso al mundo adulto. Preciosa película con momentos mágicos gracias a un río cloaca depurado y recuperado capaz de invocar una fauna propia como ese espacio de pureza y sosiego que proporcionaba ese río postizo de La noche del cazador. En la maldita y blasfema película de Charles Laughton, la pareja de huérfanos acosada por un monstruo – un falso predicador psicópata – terminaban en los brazos de una madre sureña y protectora que les da cobijo. En Petit indi, el joven huérfano Arnau irrumpe bruscamente en la madurez sin el colchón materno cuando el mundo de su alrededor se derrumba.

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El caserío de la pradera

En la sección oficial del festival francés competía la película vasca Ander de Roberto Castón, exhibida recientemente en la sección panorámica del cine vasco en el festival de San Sebastián, cinta que finalmente obtendría el máximo galardón del certamen, la Violeta de Oro. La película de Castón se circunscribe a un entorno campestre, de un verde intenso y extenso, un País Vasco rural, euskaldún y agrícola de hombres fortachones y machotes. La novedosa, honesta y diáfana propuesta de Castón es abrir y certificar la entrada de nuevos sensibilidades sexuales en el ámbito cerrado, arcaico y autárquico del mundo rural. Un espacio  permeable y poroso que sirve de exponente de la nueva realidad de respeto y cohabitación entre las distintas inclinaciones sexuales que se instala en nuestro nuevo orden social. El desconcertante descubrimiento de la homosexualidad del protagonista tiene lugar tras la llegada al recóndito vergel de un inmigrante peruano que se instala en el caserío para ayudar en las labores domésticas y agrícolas tras el accidente del protagonista. Resultaría fácil buscar una filiación o deducir una variante local de la historia de amor de los vaqueros de Brokeback Mountain de Ang Lee pero el primer largometraje del debutante Castón rezuma naturalismo, verosimilitud y autenticidad por doquier. Una austera pero sincera realización consigue extraer un gran rédito de un reparto reducido y escasos escenarios. Y una historia secundaria concerniente  a la madre que podría resultar superflua al final redunda en beneficio también del nuevo clima emotivo que sacude el valle perdido. Película de pequeños detalles y de apuntes, como esa tortilla final y concluyente que se toman los nuevos moradores de la pradera después de distintas y frustradas tentativas. O esa lluvia identitaria final, acogedora y hogareña, inexistente durante todo el relato, que aparece en su conclusión. Aunque no deja de resultar intrigante la anécdota de este nuevo orden familiar del cual ha desaparecido el omnipresente euskera del inicial y hogareño punto de partida. Un cine sobre la tolerancia, un cine sobre la diferencia, un cine de contenido, un cine con mensaje, un cine tal vez cansino pero sin duda aún necesario.