John Philip Law. Diabolik Angel (Carlos Aguilar & Anita Haas. Scifiworld / Quatermass, 2008)
El actor John Phillip Law (1937-2008) puede que no suene al aficionado más o menos joven o al poco entusiasta con el cine de (sub)género y de serie B (o menor). En verdad, si se tuviera que opinar sobre su carrera en base a una lista de las películas en las que ha participado (y eso que entre ellas aparecen títulos de lo más atractivos: ¡Qué vienen los rusos! [Norman Jewison, 1966], Diabolik [Mario Bava, 1968], El barón rojo [Roger Corman, 1971] y para algunos, Barbarella [Roger Vadim, 1968]), a buen seguro llegaríamos a una conclusión tan facil(ona) como errónea. Porque aunque no encaje en lo que se entiende por gran actor (aquel con numerosos buenos papeles importantes resueltos de manera sobresaliente) y que nunca fuera una estrella como se entendía y entiende en Hollywood (y eso tiene su peso), Law fue un intérprete magnético con un tipo, presencia y método excelentes, que además siempre estuvo (o quiso estar) dentro de la rueda del star system, y vivió la vida sin mirar atras: disfrutando, aprendiendo, descubriendo… Carlos Aguilar y Anita Haas firman su biografía-entrevista en este volumen memorable publicado hace año y medio, poco después de la muerte del actor californiano que solo pudo ver una prueba preliminar del texto, la cual se convirtió en la definitiva a modo de homenaje postumo de los autores. John Phillip Law. Diabolik Angel no está editado de manera convencional (desde su formato 22×27 hasta su condición bilingüe español-inglés, pasando por el magnífico material gráfico que lo acompaña) como si tratase de reflejar de alguna manera la excepcionalidad del personaje, el cual narra sin tapujos en todo momento de sus vivencias a nivel profesional y personal, sin omitir las decepciones y los erroes: se pueden encontrar muchas historias que van más allá de lo anecdótico y trasmiten tanto la fuerza de la persona como la pasión por el trabajo del cine (o viceversa): lo ocurrido en el rodaje de El barón rojo (murieron cinco personas; le encargaron dirigir algunas escenas desde la segunda unidad; estudió a fondo al célebre personaje intentanto sin éxito que Corman aceptara sus sugerencias…) o su matrimonio con la modelo Shawn Rayn que provenía de una familia acomodada instalada en España (de hecho se casaron en La Moraleja con la asistencia de por ejemplo los ahora reyes de España). Pero hay más todavía en este libro, el cual habrá de convertirse en referente editorial y conceptual de lo que se entiende como una aproximación al cine amena e inteligente, y es la sentida emoción que desprende su lectura dejando a las claras la «estima personal y la admiración profesional» de Aguilar y Haas por su amigo JPL.
J.D. Cáceres Tapia
JLG / JLG (Jean-Luc Godard. Caja Negra, 2009)
Ha llegado el tiempo —en realidad hace mucho— en que podemos decir esto se filma Godard, esto se escribe Godard. «Olvidar y saber / de prisa y lentamente / el mundo» es una de las posibles definiciones que el director de las gafas oscuras ofrece del cine, de la vida. JLG / JLG funciona de manera independiente del film del mismo título, aunque nace de él. Un librito que uno compra y devora inmediatamente, en la misma calle, algo que ya ocurriera con Historia(s) del cine (2007), ambos publicados por Caja Negra, una pequeña editorial argentina de gusto irreprochable. El proyecto, este autorretrato, nace del mismo impulso creativo que las Historia(s)…, durante el mismo periodo, por eso se pueden entrever puentes entre los dos proyectos, ideas y formas que se repiten en las páginas de los dos libros, temas que retornan de manera obsesiva. Autorretrato, que no autobiografía. Hay que insistir en esto, por el carácter fragmentario, porque no hay ninguna pretensión de contar nada en un orden cronológico clásico. Si en su día, en Masculin fémenin (Jean-Luc Godard, 1966), toda una generación de jóvenes fue definida políticamente como hijos de Marx y de la Coca-Cola, las palabras de Godard son hijas de Mallarmé y de Debord. De Mallarmé hereda el gusto por la precisión en cada palabra y el uso del espacio en blanco; de Debord, el tono melancólico y el recurso de la cita. «La imagen es una creación / pura / del espíritu / no puede / nacer de una comparación». Hay que alimentar los ojos, para los sueños.
M. Gil
Ningún lugar a dónde ir (Jonas Mekas. Caja Negra, 2009)
Uno no puede volver a casa, como muy bien expresó Nicholas Ray. Quizás porque estamos desorientados, quizás porque no hay casa a la que regresar. Jonas Mekas nació en un pequeño pueblo de Lituania, del que huyó con 22 años, para darse de bruces con la gran fisura del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial. Tras el armisticio, comenzó a deambular por la devastada Alemania junto a su hermano Adolfas, recorriendo los campos de refugiados, sobreviviendo al hambre y al frío, a la espera de poder exiliarse a cualquier lugar fuera de las ruinas de Europa. Todavía no sabía que se iba a dedicar al cine. Quería ser escritor, y devoraba libros y escribía poemas y anotaba sus vivencias en un diario. Hasta que por puro azar recaló en Nueva York, y la ciudad le atrapó. Entonces se compró una cámara de 16 mm; a partir de entonces, fue combinando lo escrito con lo filmado, hasta que se dio cuenta de que el celuloide le era más útil. Tremendamente bien escrito, tanto que uno desea que no se acabe nunca, el diario de Mekas ofrece diferentes niveles de lectura: las propias anotaciones del día a día, el gusto por la captura de la impresión —siempre con un lenguaje sencillo— pero también transcripciones de algunas conversaciones con sus compañeros de exilio, brevísimos cuentos, canciones populares, poemas. Verdaderos destellos de belleza. «Todo lo que veo, leo o escucho, se conecta o traduce en estados de animo, fragmentos de los alrededores, colores. No, no soy un novelista. No tengo precisión para la observación, los detalles. Para mi todo es un estado de ánimo, y si no, simplemente nada».
M. Gil