El octavo día

George, el héroe

Cuando Jaco se encontraba gestando Totó el héroe pensó en el actor Daniel Auteuil para que la protagonizara. Fue al teatro Luovain-La-Neuve donde el actor se encontraba representando una obra y allí le enseñó algunos de sus cortometrajes y el guión de lo que sería su ópera prima: «me rechazó cortésmente; tras leerlo, me dijo que no entendía el guión. Sin embargo, una vez estrenada me llamó para prometerme que protagonizaría mi siguiente película, y así fue». Así rememora el director la forma en la que el actor francés se involucró en su siguiente película, en la que Van Dormael cambiaría notablemente de registro aunque mantuviera parte de sus señas de identidad intactas.

En El octavo día las pretensiones del director eran «filmar la belleza de lo aparentemente desagradable y la gracia de lo aparentemente corriente». El Octavo Día es «aquel en el que se crean todas las cosas para las que no hubo lugar en los siete días de La Creación». Por supuesto Van Dormael se refiere a aquellas cosas que son diferentes del resto, entre las que se encuentran los discapacitados. Por fin, este tema subsidiario pero muy importante a lo largo de su trayectoria se pone en primer término para ser abordado en profundidad en toda su complejidad de matices. Quizás por esa razón construye personajes más sólidos que en Totó el héroe, más reales, insertados en el mundo actual y que han de luchar contra sus problemas de adaptación.

Lo que sí permanece intacto es su aspecto de fábula contemporánea erigida a modo de apología de la diferencia. Van Dormael quería vincular la estructura del film con la de Alicia en las ciudades (Alice in den Städten, 1974) de Win Wenders, extrayendo de ella su ritmo fácil y accesible y uniendo el carácter jovial y festivo con la joie de vivre de la obra de Frank Capra.

El resultado es un atípica road movie protagonizada por un retrasado, George (Pascal Duquenne) y el ejecutivo de una entidad financiera, Harry (Daniel Auteuil) cuyo cometido es enseñar a sus empleados cómo ser hipócritas frente a los clientes y ofrecer una fachada de falsa cordialidad. A partir de estos dos personajes, Van Dormael contrapone dos modos de vida: la libertad absoluta sin apenas obligaciones que lleva George y la presión a la que es sometido Harry, constreñido por toda una serie de normas sobre las que ha asentado su vida y que lo tienen aprisionado de tal manera que no puede escapar. Por culpa de su adicción al trabajo ha perdido el amor y la confianza de su esposa Julie (Miu-Miu), que lo ha abandonado junto con sus hijas pequeñas dejándolo completamente solo.

La situación de George es algo similar a la de Harry; también se encuentra atrapado, en este caso tras los muros de una institución psiquiátrica, y totalmente solo, sin el tipo de afecto que él necesita. Echa mucho de menos a su madre muerta, y en ocasiones su mente lo lleva hacia su lado. Entonces la narración se aleja de la realidad para adentrarse en el terreno de la fantasía, de lo onírico, de la imaginación, aspectos que tanto le gusta reflejar a Van Dormael dentro de sus ficciones. Son momentos etéreos, ambientados con una luz de colores artificiales y musicalizados a través de las canciones de Luis Mariano, en los que el protagonista dialogará con su madre expresándole todas las dudas e incertidumbres que siente y que no puede compartir con nadie más.

En realidad se trata de dos personajes tan diferentes como complementarios, ya que uno puede ofrecerle al otro aquello de lo que carece. George necesita un amigo y Harry alguien que lo ayude a salir del ensimismamiento en el que se encuentra sumido.

Van Dormael remarca al inicio de la narración el choque existente entre ambos estilos de vida. Mientras George disfruta del campo y de la naturaleza y sabe como relacionarse con su entorno, Harry vive dentro de un universo cerrado, inmóvil, en el que todos los días repite las mismas acciones como si de un autómata se tratara. El director visualiza estas acciones cotidianas a través de un encadenado secuencial que se reproducirá una y otra vez proporcionando una sensación de rutina casi desesperante.

Una vez definidos los ambientes y las características de cada uno de los personajes, queda el irremediable encuentro, fortuito, entre ambos. Es de noche y llueve a cántaros; George ha escapado del Centro para ir en busca de su madre y Harry, después de olvidarse por completo de que debía ir a recoger a sus hijas a la estación y de recibir una llamada de su esposa para pedirle por favor que se aleje de ellas, ha cogido el coche para dirigirse a ninguna parte. Cierra los ojos y aparta las manos del volante esperando tener un accidente, pero es entonces cuando se topa con George. Él aún no lo sabe, pero es lo mejor que le podría haber ocurrido.

Harry recoge a George de la carretera e intenta deshacerse de él en el primer puesto de policía que encuentra, pero George se la apaña como puede para seguir con el que para él es su salvador.

Al principio la relación es tensa. Harry lo lleva a su casa para pasar la noche y al día siguiente inician de nuevo el camino por carretera para buscar a la madre de George. Pero lo que es importante resaltar es que desde este momento, la monotonía de Harry se ha roto para siempre ya que ha entrado en su vida un elemento que ha distorsionado por completo sus hábitos de conducta. Con posterioridad, George también hará que modifique su manera de ver el mundo, iniciando una trasformación interna que lo llevará a dar prioridad a aquellas cosas que de verdad importan, es decir, los seres queridos, pero para eso todavía quedan muchas paradas en el camino, muchas etapas de paulatina metamorfosis existencial.

Harry y George irán ahondando en el conocimiento mutuo a medida que vayan dejando atrás kilómetros de carretera. Harry descubrirá que George está solo en el mundo, que su madre falleció y que su hermana no puede ocuparse de él. También irá dándose cuenta de que en el fondo no es una persona tan diferente, y que sus valores morales y humanos son mucho más férreos que los de muchas personas supuestamente «normales», y que su corazón es indudablemente más puro. George carece de dobleces, y resulta paradójico que su mayor complicación sea precisamente su incapacidad para disimular o reprimir sentimientos o emociones (que era precisamente a lo que se dedicaba Harry a enseñar en sus charlas y conferencias) y tenga que hacerlas públicas y demostrarlas tanto para bien como para mal. Lo cierto es que George sufre terriblemente con su incapacidad para adaptarse al mundo que le rodea, aunque por su buen humor no nos daremos cuenta de la magnitud de la incomprensión y la soledad que siente hasta el final del film. Cada vez que es rechazado o le hacen sentir que es diferente, entra en crisis. Sólo es realmente libre cuando se deja llevar por sus pensamientos, cuando se refugia en el recuerdo de su madre o cuando imagina que es el jefe de una tribu de «Mongolia» y recorre las anchas extensiones de tierra a lomos de un caballo para ir al encuentro de su amada Natalie (Michelle Maes). Como le ocurría a Thomas en Totó el héroe cuando se introducía en sus delirios como agente secreto, aquí George también se siente el protagonista de su propia historia donde es la estrella, la figura heroica.

Van Dormael nunca recrudece los instantes más incómodos de la narración, al mismo tiempo que tampoco sensibiliza los más tiernos. De nuevo vuelve a jugar con la combinación de registros, con la mezcla de géneros, de modo que, a pesar de resultar un film mucho más convencional que Totó el Héroe, continúa albergando rasgos de poderosa personalidad. No nos encontramos por ejemplo frente al realismo de otra estupenda película reciente que aborda un tema similar, Las llaves de casa (Le chiavi di casa, 2004) de Gianni Amelio, en la que el director italiano se decantaba por resaltar el espíritu de superación de una persona incapacitada en su esfuerzo por adaptarse dentro de una sociedad que siente vergüenza, o en todo caso lástima por él.

No nos encontramos ante una crónica en clave social, sino en un cuento en el que sus protagonistas buscan la mejor manera de ser libres y de encontrar la felicidad.

George se convertirá en el «ángel de la guarda» de Harry, y le ayudará a dar sentido a su vida, a que consiga de nuevo el cariño de sus hijas y el respeto de su esposa. A cambio, George recibirá la amistad sincera de Harry, aunque la paradoja del final del film nos advierta que, a veces, eso no es suficiente, y que en el mundo en el que nos encontramos, lleno de miseria y podredumbre moral, es difícil que pueda darse un verdadero happy end.

No hemos comentado el evidente vínculo que se establece entre Totó el héroe y El octavo día a través de la presencia del actor Pascal Duquenne, que prácticamente hace en ambos films el mismo personaje, sólo que mientras que en el primero era una simple presencia subsidiaria, en el segundo toma las riendas del protagonismo convirtiéndose en foco de atención constante. Van Dormael se aviene a reconocer los paralelismos entre las dos películas atendiendo a este preciso hecho: «En Totó el héroe Pascal Duquenne se hizo cargo de Célestin, el hermano del protagonista. Era un ser libre, sumergido en la vida, junto a Thomas, Totó, prisionero de su paranoia de haber malgastado su existencia. Desde el primer momento sentí que había algo que establecía una conexión entre las dos películas. Para el Thomas de Totó el héroe, Célestin representaba todo lo que él no tenía. Sin embargo, este George es un personaje más concreto, menos ángel que aquél»

El octavo día fue un rotundo éxito de taquilla en Francia, y consiguió ganar en el Festival de Cannes el Premio ex-aequo a la Mejor Interpretación Masculina para Daniel Auteuil y Pascal Duquenne. El realizador belga reconoce que la película se fortalece notablemente por la presencia de Duquenne. En realidad, a pesar de la maestría interpretativa de Auteuil, éste se ve con frecuencia totalmente eclipsado por la espontaneidad y la gracia innata para la expresividad de Duquenne.

Al fin y al cabo, él es quien nos conduce a través del film, prevaleciendo su mirada inocente y libre; tan libre que para él no existen las imposiciones ni las barreras, lo cual provoca inevitables choques con las estructuras cívicas sobre las que se encuentra configurada la sociedad. En un momento del film, George entra en una tienda de zapatos y tras comprobar que no tiene dinero para comprarlos intenta llevárselos a la fuerza. En otro instante, cuando está de excursión con sus compañeros, roba un pequeño autobús y destroza parte del centro comercial en el que se encontraba.

El film adquiere entonces un tono de comedia desinhibida, y quizás su intención sea metaforizar la necesidad de romper de vez en cuando con los corsés que nos oprimen y huir de la abulia generalizada. Sin embargo, estos actos de anarquía, bajo su apariencia de pequeñas travesuras, no dejan de ser puestos en tela de juicio al reflejar que la libertad termina por tener un precio, y que hoy por hoy, resulta bastante difícil de conseguirse, de alcanzarse.


© Jaco Van Dormael: Fabulador Humanista, en Sobre el cine belga. Entre flamencos y valones. Diputación Foral de Álava- Festival de cine de Vitoria (2008), págs. 55-78. ISBN: 978-84-7821-699-4