Jaco Van Dormael. Ocho pasos para crear un mundo

Resulta curioso observar cómo la narración de los dos largometrajes se inicia con el establecimiento por parte del personaje principal, a través de su voz en off, del particular universo en el que cual nos vamos a introducir de su mano, explicándonos, como si de un decálogo fundamental se tratara, las bases sobre las que se va a asentar la historia y su particular vinculación dentro de ella. Esta obertura se constituye como un prólogo a modo de presentación en el que los protagonistas se dan a conocer desvelando al espectador algunas de las claves de su interioridad, descubriéndonos algunas de sus obsesiones, de sus miedos e inseguridades.

En Totó el héroe (Toto le héros, 1991), el pequeño Thomas nos va describiendo, como si de un incoherente cuento infantil se tratara, el inicio de su existencia: «Érase una vez, había una nada que venía desde nadie sabe dónde. Entonces cayó él. ¡Pluf!. Un gran barco lo encontró y lo llevó con sus padres. Es lo que le contó su madre». Totó, desde su inocencia nos abre las puertas de su cotidianeidad y nos lleva de la mano por sus acciones diarias y por sus pensamientos.

Lo mismo hace George al inicio de El octavo día (Le Huitième jour, 1996): «Al principio no había nada, sólo música. El primer día Él hizo el Sol (pican los ojos), y luego la Tierra. El segundo día hizo el mar (moja tus pies); el viento, cosquillea. El tercer día hizo los discos. El cuarto día hizo la televisión. El quinto hizo la hierba. Cuando la cortas grita y tienes que consolarla amablemente. Si tocas un árbol, te conviertes en árbol. El sexto día hizo al hombre. Los hay de todos los colores. Tener un bebé. Un hombre y una mujer se casan; hacen una boda, se besan en los labios como en la tele y… ¡una pequeña semilla sale volando para arriba! Si es chico, le llaman George. El domingo descansó. Ese era el séptimo día».

Algunos de estos pasos dentro del universo de Jaco Van Dormael serían:

Cantar

Georges lo sitúa casi como el eje matricial del mundo. Y es que todas las películas de Jaco Van Dormael están inundadas de música. Música para disfrutar, para cantar, para dejarse llevar. La música se identifica con las cosas buenas de la vida y curiosamente algunos temas se asocian indistinguiblemente con el recuerdo de un personaje, apareciendo la melodía cada vez que se rememora su presencia.

En Totó el héroe el leit motiv es la canción de Charles Trenet Boum (Boum quan notre coeur fait Boum…) que aparece siempre relacionada a la evocación de Alice tocándola con la trompeta mientras realizaba el acompañamiento junto su padre, quien la cantaba al piano.

En El octavo día son las canciones de Luis Mariano las protagonistas de las ensoñaciones de George, y casi siempre le recuerdan a su madre. Probablemente era un cantante que ella solía escuchar, y esa herencia se convierte en el vínculo de unión entre ellos.

En ocasiones una canción nos recuerda a alguien o nos evoca algún pensamiento relacionado con esa persona. Dependiendo de si ese recuerdo es dulce o triste acompañaremos la escucha de una u otra sensación.

Lo mismo les ocurre a Thomas y a George. Si en un primer momento escuchar los compases de sus canciones favoritas les llenan de alegría, cuando se dan cuenta de que aquello que les suscita es la rememoración de la persona a la que tanto echan de menos, su sensación se enturbia y les termina embargando un sentimiento de profunda tristeza.

Ya que nos encontramos dentro de un apartado musical, es necesario remarcar el papel imprescindible que juega la banda sonora en ambos films del director, compuesta por el hermano de éste, Pierre Van Dormael compositor de música pop, jazz y experimental que crea dos exquisitas piezas de orquestación que sirven de columna vertebral a las imágenes. La partitura de Totó el héroe es oscura, siniestra y en muchas ocasiones arrebatada, repleta de sinfonías portentosas que remarcan en cada momento las acciones de los personajes. Por en contrario, la música de El Octavo día es mucho más ligera y liviana, elegante y romántica a través de entrañables melodías a ritmo de vals.

Sentir

Hay mucho de sensitivo en la forma en la que concibe las imágenes Jaco Van Dormael.

Lo vemos en la forma en la que George, en El octavo día se relaciona sensorialmente con el mar, el viento, la hierba, los árboles, cómo siente el cosquilleo de la brisa, cómo acaricia las plantas, cómo respira el aire disfrutando de cada inspiración. Más tarde traspasará esta capacidad para percibir de forma plena el entorno natural a su amigo Harry, quien a su vez, en las últimas escenas del film, por fin liberado de sus obligaciones de trabajo, disfrutará de los pequeños placeres de la vida junto a sus hijas.

En Totó el héroe también resultan especialmente delicadas las escenas en las que se encuentran a solas Alice y Thomas, en la cama haciendo burbujas de saliva, en la bañera tocándose el uno al otro con la planta de los pies. A pesar de que existe una tensión sexual latente entre ellos estas acciones no dejan de ser lo suficientemente inocentes como para hacernos sentir una tierna dulzura nostálgica.

Sin embargo, son dos piezas muy concretas las que ponen de manifiesto toda la capacidad sensitiva de Jaco Van Dormael: el fragmento que dirige para el film colectivo Lumière y Compañía (1995) y un videoclip para la cantante francesa Élodie Frégé.

Con motivo de cumplirse el 110 º aniversario de la primera proyección pública del Cinematógrafo de los hermanos Lumière, se encargó a 40 directores internacionales que filmaran un cortometraje utilizando la cámara original inventada en 1895 y trabajando en condiciones similares a las de la época. Tres eran las reglas que había que seguir: 1) La película no podía durar más de 52 segundos. 2) No estaba permitido el sonido sincronizado. 3) No se podían hacer más de tres tomas.

De esta forma se intentaba que cada uno de los directores se impregnara del aliento primitivo del cinematógrafo y lo adaptara a la mirada contemporánea.

Algunos de los directores que se involucraron en el proyecto (además de Jaco Van Dormael) fueron Theo Angelopoulus, Michael Haneke, Patrice Leconte, Win Wenders, David Lynch, Spike Lee, Peter Greenaway, Vicente Aranda, Lucien Pintilie, John Boorman, Abbas Kiarostami o Zhang Yimou.

Para la realización de este trabajo en miniatura el realizador belga volvió a contar con la ayuda cómplice de Pascal Duquenne. «The Kiss» es un fragmento de una extrema delicadeza y ternura que intenta trasmitir la incontaminación que residía en las primeras películas mudas, donde la pureza de las imágenes se unía a las de los sentimientos. Y nada más puro y sencillo que un beso y una caricia entre dos jóvenes con síndrome de Down. Se tocan la cara, sonríen, miran a la cámara y vuelven a besarse. Es una invitación al amor, a la necesidad de expresar los sentimientos a través de una manifestación pública en la que ponen de manifiesto su derecho a ser felices.

Van Dormael deja espacio para la improvisación y permite que sean espontáneos a la hora de dejarse llevar por este momento íntimo que les pertenece sólo a ellos. El resultado es una  fracción de celuloide incorruptible.

La intimidad también se encuentra presente en el precioso videoclip que Jaco Van Dormael dirigió para la cantante francesa Élodie Frégé, «Le Ceinture», escrita por Benjamin Biolay. Es éste un tema de sensualidad arrebatadora, puesto en imágenes a través de un plano secuencia en blanco y negro en el que vemos la cara de la cantante siendo acariciada por la mano de un amante anónimo que nunca llega a entrar en el encuadre. La cámara, muy cerca de la piel, recorre, al igual que esa mano, cada milímetro de su rostro, de forma que casi podemos tener las sensaciones que producen en ella esas caricias. De nuevo, pequeña pieza de elegancia sensitiva.

httpv://www.youtube.com/watch?v=CYWfnKYnHko

Amar

Ninguno de los trabajos de Jaco Van Dormael puede encuadrarse dentro de los terrenos del romanticismo, pero el sentimiento amoroso está siempre presente de una u otra forma en cada una de las historias, aunque sea de manera un tanto retorcida.

En Totó el héroe amar es una condena, el resultado de un sufrimiento infinito que perdura a través de los años y del que es imposible escapar. Amar casi se convierte en odiar, porque todo el sentimiento puro que Thomas albergó hacia su hermana Alice se ha revertido hasta transformarse en resentimiento hacia Alfred por haber provocado indirectamente su muerte. Por eso Thomas ni siquiera es capaz de volver a enamorarse cuando tiene la oportunidad con Evelyne. La sombra de su obsesión es tan fuerte que todo intento por escapar del peso de su pasado, fracasa.

El amor también implica un sentimiento doloroso y culpable en El octavo día. Harry, separado de su mujer y sus hijas, comienza el film habiendo perdido la confianza de su familia. A sabiendas de que ha sido él el causante de esta situación, iniciará una especie de camino de redención para recuperar el afecto y el respeto de su pequeño núcleo afectivo. En cierto modo también Thomas se embarcaba en una aventura similar, pero sus intenciones no eran como las de Harry, es decir, no pretendía arreglar las cosas para restaurar una situación anterior que él había arruinado. Para Thomas no hay nada que rescatar, porque todo está ya perdido, por lo que el camino de redención implica únicamente la autodestrucción.

Se trata de itinerarios de ida y vuelta, unos de construcción, otros de derribo absoluto, de demolición de todo aquello que se fue. Quizás sea el amor uno  de los pocos sentimientos que provocan reacciones tan viscerales, tan al límite.

George, debido a su condición, tampoco suele ser correspondido, y el rechazo le provoca un enorme sufrimiento. Sólo encuentra cierto bálsamo en Natalie, pero las convenciones sociales se encargarán de separarlos, por lo que tendrá de resignarse a vivir sin el cariño y la correspondencia amorosa de una mujer.

Un amor, por tanto, que es a la vez fuente de alegría y de sufrimiento; un amor, para bien o para mal, que mueve el pequeño mundo de cada uno de los personajes de las ficciones de Jaco Van Dormael.

Soñar

Cuando Michel Gondry estrenó La ciencia de los sueños (La science des rêves, 2006) decía que la razón por la que el protagonista de la cinta no podía distinguir entre lo real y lo imaginario era consecuencia de su incapacidad para comunicarse con el mundo que le rodeaba y que éste se refugiaba dentro de ese universo propio por miedo al rechazo de una sociedad que era incapaz de entenderlo.

En cierta manera también les ocurre eso a los personajes de las películas de Jaco Van Dormael. Tanto Thomas como George se sienten más seguros y protegidos dentro de sus fantasías que cuando han de enfrentarse a la realidad en la que se insertan, una realidad en la que definitivamente no terminan de sentirse cómodos.

Ya hemos hablado de las características de cada una de las evocaciones de ambos. Totó imagina que se encuentra en el interior de una película de espías en blanco y negro, como si fuera uno de los seriales que ve por televisión y a George se le aparece Luis Mariano cantándole alguna de sus rancheras que le evocan el recuerdo de su difunta madre. Contienen estos instantes una fuerte evocación kistch de tonalidades estridentes que potencian la apariencia surrealista de los segmentos.

Es curioso que tanto en Totó el héroe como en El octavo día existan dos escenas análogas referidas a la visualización de los sueños insertados dentro del espacio físico real: Thomas, cuando sube a un camión haciendo autostop y escucha en la radio la canción de Charles Trenet «Boumb» rememora la representación que su padre y Alice hacían de ella y traslada esa escena de su recuerdo a la parte trasera de un vehículo que los adelanta, donde ellos, en la parte de la carga, tocan y cantan esta canción tal y como lo hacían en casa años atrás.

De igual forma, George, en una de las ocasiones en las que va junto a Harry en el coche, a partir de una de las canciones de Luis Mariano que empieza a tararear, le lleva a imaginar que el cantante se encuentra frente a él en la parte delantera del coche mientras su madre aparece tras él cogiéndole de la mano.

Cuando los sueños se evaporan también se desvanecen las imágenes que traían a la memoria, rompiéndose una especie de encantamiento que traen irremediablemente a los personajes a una realidad que detestan.

Odiar, matar, morir

«Te mataré, Alfred Kant». Es lo primero que escuchamos de labios de Thomas. La violencia implícita en esta declaración nos impacta incluso más que el disparo que la acompaña. La muerte está muy presente en la obra de Van Dormael. El hecho de que el protagonista aparezca muerto en las secuencias iniciales de Totó el héroe no es ninguna casualidad. De hecho, durante todo el film, el cadáver de Thomas ya anciano, en las distintas fases de preparación de su mortaja, va apareciendo subrepticiamente recordándonos el destino inexorable del personaje.

«Apágate, apágate vela efímera. La vida es una sombra fugaz». En unas declaraciones Jaco afirmaba que Thomas comprende que su vida no ha tenido sentido justo al final, y que por eso decide actuar «in extremis». En eso me siento muy próximo a él, continúa diciendo. Constantemente tengo la sensación de que la vida no tiene sentido ni conduce a ninguna parte. Por eso elegí el oficio de cineasta: para poder contarme historias y hacer que existan, para poder organizar lo real.

Es inevitable que parte del pesimismo existencial del director se traspase a sus ficciones quedando éstas revestidas de un fuerte sentimiento melancólico y herido.

En Totó el héroe prácticamente todo el tejido narrativo se encuentra organizado a través de las sucesivas muertes que se dan en el entorno del protagonista y que no son sino los primeros pasos para llegar a la suya propia, ya que esas defunciones serán vitales para entender el significado del dolor que lo llevará al suicidio. La mayoría son muertes involuntarias: la de su padre en un accidente de avión, la de su hermana en un incendio. La suya será premeditada y organizada casi milimétricamente aunque tenga la apariencia de asesinato. Durante toda la película creemos que el asesinato que está preparando es el de su antagonista Alfred Kant, pero en realidad se encuentra orquestando su propia muerte para dar sentido a su vida en el último momento. La muerte para Thomas significará la liberación. Por eso, cuando es incinerado y sus cenizas son esparcidas por el campo lo oímos reír por primera vez, alegre y despreocupado, por fin libre de todas las preocupaciones y sin sabores que durante su vida lo habían esclavizado.

La muerte en El octavo día también es esencial para entender la soledad de George. Su madre, convertida en fantasma de apariencia tangible, es el único afecto «real» al que puede aferrarse. Su deseo de permanecer junto a ella es una de las razones que lo conducen a quitarse la vida. La percepción de George está claro que es un tanto idílica y distorsionada, pero en su decisión también tiene que ver el hecho de que se sienta muy solo y crea que no hay espacio para él en el mundo.

En cualquier caso, la muerte de George sí choca frontalmente con el tono en el que se había movido hasta el momento el film. A pesar de que no se le otorgue un colofón sombrío a la historia a través de la relativización del acto del suicidio, sí queda un sabor amargo que nos incita a pensar si realmente era necesaria la muerte del personaje.

Resulta curioso que precisamente sea George quien se quite la vida cuando  ha logrado con su actitud salvar la de Harry, al que habíamos visto al principio del film apuntarse a la cabeza con la pistola de juguete y también conducir en una noche lluviosa con los ojos cerrados con la única intención consciente de tener un accidente.

Finalmente, tanto George como Thomas terminan cayendo al vacío en un último vuelo que parece ser el inicio de una nueva vida más allá de los sufrimientos y ataduras que tuvieron que soportar durante su existencia terrenal. Y a pesar de que la muerte suele ser sinónimo en la narrativa clásica de un final triste, en estos casos no hay sombra de tristeza ni resquicio de dolor. Sólo paz y serenidad.

Resucitar

Han pasado once años desde la filmación de El octavo día. Durante este tiempo Jaco Van Dormael se ha refugiado en el terreno publicitario, en la enseñanza y también ha ejercido las labores de productor en el film del francés Bernard Champan La face cachée (2007).

Ahora, dieciocho años después de su ópera prima, regresa con Las vidas posibles de Mr. Nobody (Mr. Nobody, 2009), su película más ambiciosa (proyecto internacional, actores americanos, rodaje en inglés) que, de alguna forma, se acerca al espíritu de Totó, el héroe para crear entre ambas un torbellino de conexiones sinápticas a través de una serie de obsesiones que han marcado la totalidad de una carrera que, con tan sólo tres títulos, podría considerarse como una de las más originales dentro del panorama del cine europeo. Si en Totó, el héroe era el azar el que condicionaba la vida de los personajes, en Las vidas posibles de Mr. Nobody no será el destino el que actúe como fuerza catalizadora, sino el propio poder de decisión del protagonista, Nemo Nobody. Y es que cada decisión que tomamos en nuestras vidas puede llevarnos a un lugar diferente; pueden hacernos felices o infelices, pueden causarnos dolor, que nos enamoremos o estemos solos para siempre, que seamos, al fin y al cabo, de una u otra forma. A partir de esta premisa, Van Dormael despliega todo su poder imaginativo para orquestar una odisea de ciencia ficción en la que se mezclan la creación de mundos tanto interiores como exteriores, abarcando todo ese abanico de posibilidades, de mundos probables que un hombre puede vivir a lo largo de su existencia. Solamente podemos tener una vida pero… ¿cuántas podemos imaginar?

Todas las obras de Jaco Van Dormael parecen desprender un aroma a fantasía, a fábula acerca de la condición del hombre en el paisaje inhóspito y hostil que le ha tocado vivir y en el que no termina de sentirse integrado. En Las vidas posibles de Mr. Nobody se encuentran aglutinadas todas las señas identificadoras del director, todas sus marcas expresivas, sus juegos narrativos a través de diferentes niveles expresivos, su particular cinética espacio-temporal y la importancia de la infancia como el eje iniciático sobre el que trazar todas las demás líneas argumentales que, parten de un flash back en voz en off que se encargará de contar el propio protagonista antes de su muerte. Su visión retrospectiva hace que los recuerdos cobren una especial importancia, de manera que existe una imbricación entre el subconsciente, la realidad y el mundo de los sueños, todos ellos elementos que nos remiten a las raíces de la tradición del cine surrealista belga y que contienen reminiscencias de herencias como el germen poético de Jacques Prévert o insinuaciones más modernas como el lenguaje del cómic o del videoclip. Las vidas posibles Mr. Nobody es una obra libre y anárquica, tan bella en algunos instantes como pretenciosa y excesiva en otros, cálida en los momentos íntimos y desmesurada en los planteamientos más abarcadores. Es un juego de dimensiones arrebatadoramente romántico, pero también de una tristeza insondable que nos atrapa  en de un viaje alucinatorio dentro de las posibles vidas de un hombre que termina no siendo nadie. Pura esencia Van Dormael.


© Jaco Van Dormael: Fabulador Humanista, en Sobre el cine belga. Entre flamencos y valones. Diputación Foral de Álava- Festival de cine de Vitoria (2008), págs. 55-78. ISBN: 978-84-7821-699-4