Todo sobre mi desmadre

Desmadrada ma non troppo

Nada más aceptar el encargo de escribir sobre la penúltima producción con el sello Apatow, no pude evitar que algunas incómodas preguntas comenzaran a golpearme: ¿logrará Nicholas Stoller rescatar el menor, pero apreciable, porcentaje de pesimismo presente en la finalmente inane Paso de ti (Forgetting Sarah Marshall, 2008) y se convertirá en un autor a seguir, o pasará a engrosar el listín de don nadies de la comedia?; ¿harán  Brand y Hill los méritos suficientes para demostrar que son algo más que los talentos más discutibles, y antipáticos, de toda la cantera de humoristas de la nueva comedia americana?; y tres: ¿merece la pena fiarse de un tipo como el propio Apatow, cuya idea de evolución es pasar de una apología de la familia (y de la paulatina normalización del outsider) a una exhibición (impúdica) de su familia, tal y como vimos en la segunda mitad de su anterior, y muy descompensada, Hazme reír (Funny people, 2009)?

Así las cosas, entré en el cine cargado de prejuicios y remordimientos prematuros, pero al poco rato de andar sumergido en este espídico viaje iniciático pasado de vueltas y retruécanos escatológicos pude darme cuenta de que Brand y Hill distaban mucho de ser el verdadero problema. Es más, ambos demuestran sobradamente estar a la altura de las circunstancias y de sus personajes, y sólo cabe lamentar que el guión confíe en exceso en su intermitente química, construyendo escenas de lucimiento que ejercen más de lastre que de refuerzo. En el terreno de lo puramente humorístico, esto es, todo lo que atañe a su capacidad para arrancar sonrisas y carcajadas, los peros de la película son muy similares a los que podían ponérsele a la anterior y más notable Superfumados (Pineapple express; David Gordon Green, 2008): un arranque moroso, un desarrollo que apunta maneras pero que termina dando gato por liebre, una duración excesiva –pecado tanto más grave en una comedia- y un machacón contrapeso moralista marca de la casa que acaba resultando, una vez más, un disuasorio jarro de agua fría sobre el aficionado deseoso de miga contracultural. Ni de lejos: a pesar de combinar con empaque, como viene siendo habitual, el registro zafio con el elegante, logrando que el segundo consiga en cierta medida funcionar como sublimación del primero, y viceversa, Todo sobre mi desmadre peca, paradójicamente, de no ser todo lo desmadrada que la situación requería, algo que resulta más importante cuando la película sólo alcanza una determinada personalidad en sus escuetas escenas de desmelene festivo, allí donde desempolva los fantasmas de olvidados realizadores tan queridos por quien esto escribe como David Beaird o Ken Wiederhorn.  En contrapartida, la crítica a la industria musical y del show business que propone, uno de sus supuestos platos fuertes, no sobrepasa los límites vitriólicos de, pongamos, Tú la letra y yo la música (Music and Lyrics, Marc Lawrence, 2007), y Stoller únicamente llega a tocar el cielo en contadas ocasiones: puntuales hallazgos de dirección (la cámara en la lengua de Hill), algún detalle aislado más malitencionado de lo habitual (el cuadro de Rose Byrne con el ojo a la funerala) y escenas laterales resueltas con generosa inventiva (el magnífico episodio del camello en Las Vegas). Una pena, porque una vez encontrado un tono aceptable dentro de sus defectos, la película se diluye en su tramo final en una serie de redundantes explicaciones que frenan el ritmo frenético buscado y alargan la resolución a costa de reconciliarse con casi cada uno de sus personajes.

Todo el cine de Apatow se basa en una tensión entre la radicalidad y el tradicionalismo, entre el carpe diem desacomplejado y la asunción de responsabilidades. Si Todo sobre mi desmadre termina pinchando en muchos de sus propósitos es porque su pretensión era a priori un tanto desmesurada y condenada al fracaso: conciliar la ética del american way of life, con todo lo que implica (fidelidad a la pareja estable, modo de vida ordenada y elevación de la familia como eje de la realización personal), con esa ética rocanrolera, igualmente muy americana, del vivir al límite y morir joven. Apatow sólo acepta la fiesta como un modo de llegar a un estadio superior, un permisible desvío, lo más breve posible, para encontrar el equilibrio y la estabilidad, y no es extraño que esta nueva película cuente con los peores tics de sus obras como realizador, que a estas alturas constituyen una parte fundamental de su discurso. Con todo, si hay algo que no se le puede reprochar a esta comedia es encarar el conflicto con valentía y frontalidad, llegando un poco más allá en sus conclusiones y subrayando lo que ya temíamos: la convivencia entre ambos modos de entender la vida es imposible en la práctica, al menos a ojos de Apatow y Stoller.

Muy reveladora resulta la bochornosa escena del trío de la parte final, que teletrasportó a este cronista a los lejanos días de 40 días y 40 noches (40 days 40 nights, Michael Lehmann, 2002) en cuanto a nivel de sonrojo se refiere. Si en Teorema (Pier Paolo Pasolini, 1968), la figura del extraño lograba inmiscuirse en las tripas de la familia tradicional precisamente para poner sus cimientos patas arriba mostrando las carencias latentes bajo el disfraz de la normalidad, un tema muy querido en el cine de los setenta, aquí este mismo intruso, representado por el inestable personaje de Brand, se revela incapaz de acabar con la pureza de la rutinaria vida de una pareja convencional, y no sólo su lucha se salda con un resultado infructuoso, sino visiblemente patético. Hoy por hoy, Apatow no puede estar más lejos de Todd Phillips, pese a que las comedias de ambos puedan parecer tan similares en la superficie.

Nadie negará que el cine de este hombre es obsesivamente coherente en sus ideas de fondo.  Precisamente por ello, no me gustaría dar la sensación de que Todo sobre mi desmadre es otra comedia gamberra que ha de asumir cierta aceptación del sistema en su resolución para colarse en las rendijas del gusto mayoritario; más bien, se trata de una reivindicación del conformismo más austero y tradicionalista que utiliza las formas del humor marrano para subrayar y confrontar, a veces con loable habilidad, las bases fundacionales de su tesis.