The Walking Dead según Frank Darabont

Y los muertos resurgirán de la tierra

Aunque habrá quien ponga en cuestión mis palabras porque hubiera preferido para este proyecto algún nombre más vinculado al universo zombi, puedo imaginarme a pocos directores tan adecuados como Frank Darabont para adaptar a la pequeña pantalla —me permitirá el lector que evite ahondar en el (nuevo) tópico sobre si la televisión ya no es tan pequeña con respecto al cine y bla, bla…— las odiseas íntimas que narran las viñetas de Los muertos vivientes. No tanto por el dato (casi) premonitorio de que su debut como director fuera con el telefilm Sepultado vivo (Buried Alive, 1990) —en el que un veneno mal administrado permitía a Tim Matheson volver de entre los muertos, no como zombi, sino vivito y coleando, para vengarse de su adúltera esposa, una jovencísima Jennifer Jason Leigh— como por el hecho de que el Rick Grimes de Robert Kirkman, tal y como está definido en el cómic, tiene mucho que ver con los protagonistas de todas sus anteriores películas.

Y es que Darabont siempre ha tenido una especial predilección por los héroes que hay quien consideraría caprianos (por Frank Capra), pero que yo considero más bien mathesianos (por Richard Matheson): hombres más o menos normales, enfrentados a una situación límite dentro de una reproducción a escala de la sociedad estadounidense —de ahí que haya adaptado dos de las pocas ficciones carcelarias de Stephen King: Rita Hayworth y la redención de Shanwshank y La milla verde— que les lleva, paso a paso, a endurecerse por el camino sin dejar por ello de reafirmarse en sus propias convicciones. No creo, en ese sentido, que las similitudes entre el Tim Robbins de Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, 1994) y el Thomas Jane de La niebla (The Mist, 2007) provengan solamente del hecho de que sean dos personajes creados por King, sino porque Darabont tiene una especial predilección por utilizar como protagonistas americanos medios, a priori nada heroicos, con el objetivo de obligarles a enfrentarse a una visión muy dura, para nada halagüeña, de la supuesta tierra de las oportunidades en la que han crecido.

En ese sentido, La niebla comparte con Los muertos vivientes una cierta herencia literaria que resalta algunos de los temas predilectos del director estadounidense, y que proviene de un clásico de la ciencia-ficción como El día de los trífidos, de John Wyndham. Dejando a un lado que el arranque del cómic resulte casi idéntico al del mencionado libro —en lo que, no obstante, es una evidente influencia de 28 días después (28 Days Later; Danny Boyle, 2002), adaptación no confesa del mismo—, lo interesante es que ambas ficciones exploran también la readaptación del ser humano, ejemplarizado en un grupo de protagonistas más o menos cerrado, a un entorno en el que se ha abolido la civilización tal y como la conocemos, en la que las reglas sociales convencionales ni sirven ni tienen sentido más alla de la pura y dura dignidad. Así, tanto King como Kirkman colocan a sus respectivos protagonistas, ambos personas idealistas y un tanto inocentes —y, como antes apuntaba, líderes reticentes—, ante lo peor de sus semejantes, y en las respectivas adaptaciones de dichos materiales Darabont sabe (y ansía) resaltar las amargas lecturas que ese choque provoca.

No obstante, es necesario tener en cuenta un detalle: La niebla supone, respecto a los anteriores trabajos de su director, una cierta evolución para sus habituales (anti)héroes. A diferencia de sus invidualistas antecesores, David Drayton (Jane) es un padre de familia preocupado por mantener la cohesión de su núcleo familiar, lo mismo que lleva a Grimes (Andrew Lincoln) en el piloto de The Walking Dead (2010-) a viajar hasta Atlanta en busca de su mujer y su hijo. Esa búsqueda le conecta, al menos en ese primer capítulo, con la literatura de Matheson, y muy especialmente con el Robert Neville de Soy leyenda y su acuaciante necesidad de llenar el vacío dejado por su desaparecido núcleo familiar —algo de ello hay en sus vagabundeos por parajes desolados, vacíos, que hacen pensar que Darabont habría sido el director perfecto para adaptar dicha novela, en lugar del mediocre Francis Lawrence—. Si, en ese sentido, Drayton debía mantenerse firme en sus convicciones ante la ausencia de su mujer, pese a la tentación de la compañía de su atractiva vecina Amanda (Laurie Holden), por su parte Grimes tiene continuamente encuentros que le recuerdan su situación: la niña zombi a la que debe matar, la pareja de padre e hijo formada por Morgan (Lennie James) y Duane (Adrian Kali Turner)… En los últimos años ha aparecido en la obra de Frank Darabont, pues, un mayor peso dramático de la institución familiar, que parece concretarse definitivamente en su adaptación de la obra de Kirkman.

Lo que, ojo, no creo que haya que confundir con que el director tenga la intención de lanzar un mensaje conservador: al fin y al cabo, su último largometraje es la obra más política y más incendiaria que ha firmado hasta la fecha —y un evidente pullazo contra la América más cerrada y más manipulable, la que aupó a George Bush Jr. dos veces a la presidencia del país—. Y es que no hay duda de que Darabont ha encontrado ya no sólo en el propio género, sino en una cierta rama del mismo —la más influida por el camino abierto por Wyndham—, una forma mucho más eficaz de ahondar en las (numerosas) llagas de sus compatriotas. Y su trabajo en The Walking Dead parece apuntar en idéntico sentido. De momento sólo podemos juzgarlo por su capítulo piloto, pero tanto las lecturas sociales y psicológicas que éste ya incluye —¿o acaso la hecatombe zombi no puede leerse como una gran metáfora de la actual crisis económica, y la necesidad de reconstruir nuestra sociedad a partir de nuevos mimbres?— como el conocimiento de hacia dónde ha derivado la obra de Kirkman en sus 78 números publicados, muy marcados por las lecturas políticas del cine de George A. Romero, permiten intuir con facilidad que Darabont se adentrará en el terreno metafórico explorado antes por La niebla.

Guste o no guste esa concepción politizada de la ficción sobre zombis —sigue sorprendiéndome la cantidad de aficionados al fantástico que afirman que los críticos vemos demasiadas lecturas en el género… ¡como si fuera negativo que una película pueda ser entretenida y compleja a la vez!—, lo que el capítulo inicial de The Walking Dead evidencia es que, además, Darabont ha empleado sus capacidades como guionista para pulir los mayores defectos del original de Kirkman: de ahí que naturalice diálogos, simplifique algunas situaciones y reduzca la necesidad de suspender la incredulidad, para así poder ofrecer un producto compacto y bien trenzado, que no comete el error de querer ser demasiado fiel al original.