Y el infierno se llenó de muertos
El estreno de The Walking Dead confirma el ingreso de lo zombi en la cultura mainstream, un proceso que en la última década ha inundado el mercado de decenas de comics, libros, películas y videojuegos protagonizados por muertos vivientes. Entre ellos se encuentra uno de los taquillazos de la temporada pasada, Bienvenidos a Zombieland (Zombieland, Ruben Fleischer, 2009), la novela Guerra Mundial Z (World War Z, Max Brooks, 2006), que ha vendido cientos de miles de ejemplares en todo el mundo, o el exitoso videojuego Dead Rising (2006) y su recién editada secuela Dead Rising 2 (2010), de la que se espera vender 2 millones de copias. Que la normalización de lo zombi es total lo demuestran también la publicación del libro infantil How to speak zombie (Steve Mockus y Trevis Millard, 2010), que enseña a los niños a hablar como tal, o los tres cortometrajes de temática zombi que se produjeron el curso pasado en la ECAM (Escuela de Cine de Madrid). En definitiva, los muertos vivientes están por todas partes. Y han venido para quedarse.
Podría decirse que este fenómeno es solo parte de otro más amplio: El de la normalización de las formas e inquietudes que hasta ahora eran patrimonio cultural exclusivo del underground, lo alternativo o lo contracultural. Géneros como el de los superhéroes, el terror y la ciencia ficción o fenómenos como los trekkies o el fandom de Star Wars se encontraban hasta hace bien poco en la periferia de la cultura sancionada y promovida por las autoridades, la crítica oficial y la mercadotecnia. Ahora en cambio nutren la publicidad y los escaparates, nuestras bibliotecas y televisores, como muestra el éxito de The Big Bang Theory (Chuck Lorre y Bill Prady, 2007, CBS), un éxito que supone la aprobación por parte de la sociedad convencional de la cultura nerd. Sin embargo no se debe detener ahí nuestro análisis. Si lo zombi en concreto se ha convertido en un campo fértil para la generación de productos culturales, si ese proceso de normalización ha visto en el muerto viviente una vía de expansión, deben existir razones específicas que lo expliquen. Razones que exploraremos a continuación.
Para ello preciso delinear, aunque sea a grandes rasgos, la evolución de lo zombi en la cultura del último siglo. En el cine se puede datar la primera representación del zombi en Yo acuso (J’accuse, Abel Gance, 1919), film en el que los soldados muertos durante la I Guerra Mundial se levantaban de sus tumbas y regresaban a sus hogares para terror de sus familiares con el fin exigirles que su sacrificio en el campo de batalla no terminara siendo en vano. Curiosamente esta idea sería rescatada décadas más tarde por Joe Dante en Homecoming, su episodio para la serie de TV Masters of Horror (Mick Garris, 2005, Showtime), en el que los soldados norteamericanos muertos en Irak regresaban del otro mundo, fantasmales y podridos, para reclamar su derecho al voto. Los zombis de Yo acuso eran víctimas involuntarias de ordenes superiores como lo eran también los zombis haitianos de otro de los hitos del género, La legión de los hombres sin alma (White Zombi, Victor Halperin, 1932), o los campesinos ingleses zombificados de La maldición de los zombis (The plague of the zombies, John Gilling, 1966), convertidos en ambos casos en esclavos de terratenientes megalómanos. Como argumentaba David J Skal en su libro Monster Show (1993) aquellos zombis primeros representaban las legiones de parados creados por la Gran Depresión, abocados a la explotación, empujados a la miseria por fuerzas sobre las que no tenían ningún control. El zombi como representación del paria.
Años después el subgénero atravesaría su primera revolución con La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead, George A. Romero, 1968), aparecida justo antes de las turbulencias sociales que tuvieron lugar en todo el mundo en el año de su estreno. Romero dotó al zombi de una nueva gramática, entre cuyas reglas estaban la del ser gimiente y lento, la falta de explicación de su origen y en especial la antropofagia. Esto tornó al zombi en una amenaza irracional e incansable con la que no era posible negociar ni pactar y cuyo implacable empuje servía como fuerza de contraste dramático, como lienzo sobre el que se dibujaban de forma más patente las relaciones de explotación y dominio entre los humanos, la fragilidad de sus normas y su naturaleza salvaje. En ese sentido el zombi de Romero no era muy diferente de fuerzas naturales ciegas e irreflexivas como el fuego de El coloso en llamas (The towering inferno, John Guillermin, 1974) o el agua en La aventura del Poseidón (The Poseidon adventure, Ronald Neame, 1972). Así usado, el zombi se hizo un mecanismo de comentario social que era posible dirigir contra el consumismo[1] como en Zombi (Dawn of the dead, 1978), o contra el militarismo, como en El día de los muertos (Day of the dead, 1985). Este fue el uso que articuló la reciente y magnífica serie británica Dead Set: Muerte en directo (Dead Set, Charlie Brooker, 2008, Channel 4), en la que los concursantes de Gran Hermano eran asediados por un estallido zombi que servía de metáfora en múltiple niveles para evidenciar las miseria de la producción de realities, sus espectadores y sus participantes.
Pero Dead Set no habría sido nunca posible sin la segunda revolución de lo zombi, ocurrida con el cambio de siglo y que constituyó el comienzo de su invasión del mainstream. Hablamos de 28 días después (28 days later, Danny Boyle, 2002) y de su adrenalítica secuela 28 semanas después (28 weeks later, Juan Carlos Fresnadillo, 2007). Los zombis de Boyle, como los de Brooks en Guerra Mundial Z, aparte de rabiosos y rápidos, encarnaban una nueva ansiedad social alimentada por la crisis de las vacas locas de 1996 y las alertas por la gripe aviar en 2002 y la gripe A en 2009: La ansiedad ante una epidemia global. Los zombis se convirtieron así en infectados y su amenaza pasó de reflejar tensiones sociales y políticas a representar miedos mucho más personales e individuales como la enfermedad y su contagio. En los últimos años esa personalización de lo zombi se ha ido haciendo aún más psicológica. Los muertos vivientes de películas como Zombies party (Shaun of the Dead, Edgar Wright, 2004) o Bienvenidos a Zombieland operan como trasfondo sobre el que se enmarcan las crisis sentimentales o la ansiedad ante la madurez que sufren sus protagonistas.
Durante todo este proceso de personalización el zombi ha venido representando la amenaza a la autonomía y a la individualidad. El zombi se ha convertido en aquel que no queremos ser, una criatura imperfecta, sin voluntad y sin alma, un extraño, el otro. Es decir, el enfermo, el extranjero, el pobre. Este proceso continuará en el futuro. Las diferencias entre Norte y Sur se irán acentuando y lo harán aún más a medida que se sucedan las crisis migratorias desencadenadas por la inundación, debida al cambio climático, de zonas costeras densamente pobladas. Miles de personas se agolparán en las fronteras de los países menos afectados como si fueran los zombis de La tierra de los muertos vivientes (Land of the Dead, George A Romero, 2006). Al mismo tiempo se irán produciendo crecientes desigualdades dentro de las sociedades desarrolladas, tanto por culpa de las crisis medioambientales y energéticas como por la velocidad de los avances tecnológicos y la creciente obsolescencia de puestos de trabajo. Ellos, los que se queden atrás, serán los nuevos zombis. Adocenados por la televisión generalista, aquejados de un desempleo persistente, sufridores de infraestructuras congestionadas y mal mantenidas por un Estado tambaleante, como sugería la reciente campaña de publicidad de Virgin Trains llamada Don´t go Zombie y en la que los felices usuarios de la compañía se contraponían a zombificados viajeros encerrados en inmensos atascos de tráfico o atrapados en los cada vez más recurrentes colapsos aeroportuarios.
El paria, una fuerza de la naturaleza, la enfermedad, la madurez, la pobreza. Muchos se preguntan si con la normalización de lo zombi el género no habrá agotado ya su fórmula. Pero con tal flexibilidad de representación y tal abundancia de miedos sociales no parece que sea el caso. Al menos no de momento. Larga vida pues a los muertos vivientes.
[1] En How to speak zombie, el libro infantil que mencionábamos, la sustitución de personas normales por zombis en situaciones cotidianas muestra lo absurdo de muchos de esos contextos sociales y sus protocolos conversacionales.
mu bueno… da que pensar.. y muy bien documentado y expresado todo, enhorabuena.
Lo zombi es parte de nuestra ideosincracia. Mi hijo de diez años conoce más del tema que este humilde servidor, con 34 años a cuestas.
La verdad es que ese análisis socio-político, en el contexto de la crisis económica en la que estamos inmersos (y la oscuridad que se cierne sobre sus posibles vías de salida), no es nada tranquilizador, pero no se puede negar que, como ejercicio prospectivo, resulta brillante, y, a mi juicio, muy acertado. Felicidades al autor y un cordial saludo.