La sombra de una duda
El cambio que este año se ha operado en la Mostra de Valencia ha sido, sencillamente, radical. Demasiado radical, de hecho, si nos atenemos a las muy marcadas características de un certamen que, muy a pesar de los bandazos cualitativos que ha experimentado, sí tenía una idiosincrasia muy marcada. Convertir un muestrario de las producciones cinematográficas realizadas en países que linden con el Mediterráneo en un festival de “acción y aventura” resulta tan arriesgado como, en el fondo, escasamente funcional. El gran problema de la Mostra sigue siendo la programación de la(s) sección(es) oficial(es). Y éste año se ha acentuado dicho problema hasta unos niveles verdaderamente preocupantes. Ha habido películas en competición que, sencillamente, serían rechazadas por cualquier festival que quisiera mantener un mínimo de dignidad en sus secciones. Amén de ello, el apartado oficial de acción y aventura ha devenido un extraño batiburrillo de géneros y tendencias sin excesiva coherencia interna. No únicamente por lo baladí de sus premisas (la vinculación genérica resulta, a día de hoy, verdaderamente peligrosa sobre todo en conceptos tan amplios como acción o aventura), sino la escasa oferta fílmica que tuviera que ver con éstos preceptos. La sección Panorama Mediterráneo, el equivalente a la sección oficial de los años anteriores, se ha visto relegada a un segundo término dentro de las exigencias del festival.
Ante ello, surgen dos preguntas. 1) ¿Por qué la programación de la Mostra sigue siendo tan ramplona, muy a pesar de poseer dos secciones a concurso en las que, en total, se exhiben 24 películas? El cine hay que buscarlo. No esperar a proyectar todo lo que llegue a las oficinas del festival ya que, entonces, se producen situaciones dantescas como incluír despropósitos tan lamentables como Au fond des bois o Les dernier safar. Es, incluso, preferible rebajar el número de piezas a concurso que arriesgar el prestigio y la coherencia de un certamen estrenando obras, de todo punto, impresentables. O es preferible que los programadores tengan en cuenta que están preparando un festival de cine. No un vulgar escaparate donde cabe todo. 2) ¿Dónde va la Mostra? ¿Cuál es su verdadera identidad después de éste cambio tan drástico? Si algo caracterizaba las anteriores ediciones del certamen era la férrea fidelidad a sus principios. Aunque las películas no fueran demasiado brillantes (e, incluso, muy mediocres) o se pretendiera hacer juegos malabares con un presupuesto reducido, la Mostra se mantenía clara en defender el prisma con el que vio la luz en 1980. Ahora, todo son dudas sobre su dirección y su identidad. Algo que, esperamos, pueda definirse en posteriores ediciones (hay que dar tiempo al tiempo, como todo en esta vida) sea cual sea el resultado.
Si algo no ha variado en el festival, eso sí, es el impecable tratamiento que se da a la prensa acreditada. Aunque algunos detalles han aparecido claramente improvisados al albur de las circunstancias (los pases de prensa, anunciados de un día para otro), todo lo demás ha brillado con luz propia convirtiendo el festival en uno de los que ofrecen mejor tratamiento a todo aquel que se disponga a cubrirlo. Algo de lo que tendría que aprender Cinema Jove (el otro certamen de Valencia) donde cualquier medio acreditado es tratado de la peor manera posible por parte de un inútil gabinete de prensa, indigno de ocupar el trabajo que desempeñan.
Sección Oficial Acción y Aventura
Boogie, el aceitoso, de Gustavo Cova (Argentina, 2009))
Con diferencia, la mejor película proyectada en esta sección despuntando, además, como un verdadero hallazgo dentro de la programación. Éste film de animación argentino, basado en el personaje creado por el dibujante Roberto Fontanarrosa, es la heterodoxia en sí mismo, no únicamente por su claro mensaje a contracorriente, sino por mantener el concepto de animación tradicional en estos tiempos de excesos en las tres dimensiones. Boogie el aceitoso es una diatriba contundente y sugestiva hacia la lamentable corrección política que campa a sus anchas por el mundo del cine. La presentación de un ser que hace de la violencia y el exceso su modo de vida y el distanciamiento irónico con que el film está narrado, frivoliza cualquier elemento que desprenda conciencia social con una frescura y una valentía dignas de todo elogio. Aunque su pertenencia al género de animación le asegura ciertas licencias a la hora de abordar éstas cuestiones temáticas, la capacidad de provocación del film sale intacta. Una verdadera delicia que no debiera haber pasado tan desapercibida, al menos, para la crítica acreditada en la Mostra.
Tête de turc, de Pascal Elbé (Francia)
Mucho más acertado hubiera sido programar este film en Panorama Mediterráneo que en ésta otra sección, ya que no es exactamente acción lo que se puede ver a lo largo de la hora y media que dura Tête de turc. En todo caso, la película tampoco merece mayor atención, ya que resulta un film mediocre y profundamente insatisfactorio que, aunque posee aciertos parciales, sus deficiencias acaban pesando más que cualquier otro factor destacable. La película narra el dilema moral de un adolescente inmigrante a quien se le va a conceder una medalla por haber salvado de las llamas a un médico en una reyerta callejera. El conflicto del muchacho es debido a que fue él mismo quien lanzó el cóctel molotov que provocó el incendio. La base es, de hecho, interesante y cuando el film se centra en las dudas del joven alcanza sus mejores momentos (en gran parte, debido a la excelente interpretación de Ronit Elkabetz como la madre). Sin embargo, hay toda una serie de historias periféricas (la relación del policía con su esposa o la del viudo que lo culpa de su desgracia) que, además de estar metidas un tanto a calzador, no funcionan en absoluto al quedar mal desarrolladas y muy difusas en el avance de la película. Algo que provoca que esta opera prima de Pascal Elbé sea una pieza mucho más rutinaria de lo que sus ambiciones críticas pueden hacer creer.
Jerry Cotton, de Cyrill Boss, Phlipp Stennert (Alemania)
Jerry Cotton es el ejemplo perfecto de una película echada a perder por sus mismos autores. El film se presenta como una especie de parodia tanto a la serie Bond como al cine de acción estadounidense. Ateniéndonos a ello, la obra presenta ideas ingeniosas (los agentes del FBI mostrados como unos ineptos rijosos, el hecho de que Cotton cuente las horas que lleva sin dormir), pero no sabe complementarlas con un avance fresco ni con gags que estén a la altura. El gran problema de Jerry Cotton es que se cree graciosa, pero no hace la menor gracia. El insufrible personaje interpretado por Christian Ulmen es sólo la punta del iceberg de una película ramplona que intenta otorgar un nuevo rumbo a las parodias (referencias fílmicas algo más rebuscadas, aspecto formal mucho más trabajado), pero fracasa estrepitosamente debido a lo moroso de su narración y a la nula funcionalidad de su infraestructura cómica. Amén de lo incomprensible que resulta que Mónica Cruz sea la protagonista del film. No por sus cualidades interpretativas (más que dudosas), sino por el gasto adicional que ha supuesto su doblaje.
Da bing xiao jiang (Little Big Soldier), de Sheng Ding (China)
Flamante ganadora de la Mostra al hacerse con la Palmera de Oro por votación popular, la verdad es que el premio a éste film escrito, producido e interpretado por el incansable Jackie Chan, no sorprendió a casi nadie. La película es mala de solemnidad, pero el nombre de Chan era el más conocido para el gran público y el tirón comercial de su cine (por llamarlo de alguna manera) se hizo notar en el público asistente a la proyección que era, en definitiva, quien tenía la última palabra. Little Big Soldier no se aparta de la tónica habitual de las anteriores producciones del actor aunque intenta teñirse de un halo de trascendencia que acentúa, aún más, su mediocridad. El film cuenta la historia de un pícaro soldado que captura por accidente al general del ejército enemigo por cuya persona piensa pedir un rescate. Sobre ello se construye un desfile de personajes a cuál más insustancial, únicamente necesarios para que los giros de la historia posean una peregrina sensación de lógica. Un bodrio más dentro de la filmografía de Jackie Chan.
L´affaire Farewell, de Christian Carion (Francia, 2009)
Sobre el papel, L´affaire Farewell cuenta una historia muy atractiva que podría haber ofrecido, al menos, una notable película: la escenificación de una historia de espionaje que provocó la caída de los regímenes comunistas a finales de los años ochenta. Sin embargo, Christian Carion únicamente ofrece una epidérmica producción, demasiado esquematizada y con un avance decididamente tedioso. Ganadora del Premio de la Crítica (la verdad es que, dejando de lado subjetividades, era una de las cintas que más claramente podrían haberse hecho con el premio) el film tiene un muy claro precedente en el cine de los años sesenta-setenta, más concretamente en el estilo de John Frankenheimer o Alan J. Pakula aunque, eso sí, sin su capacidad de impacto y su dominio del ritmo. Bien interpretada por su cuadro actoral (en especial, por Emir Kusturica) L´affaire Farewell adolece, además, de un sentido serio de los hechos narrados, ya que la inclusión de varias secuencias completamente prescindibles (el hijo de Kusturica escuchando a Queen, algo que únicamente sirve como una forma de ambientar el film en los años en que se desarrolla) y lo ridículos que resultan los momentos que tienen como protagonista a Ronald Reagan (interpretado por Fred Ward) provocan el distanciamiento más absoluto respecto a los hechos narrados. Sin duda, L´affaire Farewell es un film para haber sido abordado por el cine estadounidense y por algún director con la suficiente capacidad como para llevar a cabo una pieza más intensa y comprometida (¿Sidney Lumet, por ejemplo?). La sensación que el film da constantemente es que un argumento de semejantes características le viene demasiado grande a Christian Carion.
Victorio, de Alex Noppel (México, 2009)
Victorio es una de esas producciones que serían constantemente rechazadas en la sección oficial de cualquier festival. El por qué se ha seleccionado en la Mostra (al igual que tantas otras) es un verdadero misterio. Tratada por sus autores como una pieza de denuncia, comprometida con la realidad mexicana y tantas otras excusas, la verdad es que Victorio no es otra cosa que un vulgar culebrón reducido a casi dos horas de duración y desarrollado en los ambientes marginales del país. La histérica dirección de Alex Noppel, lo inverosímiles que resultan sus personajes y el hecho de abandonar al personaje protagonista durante los últimos quince minutos para centrarse en otras situaciones, acaban por escenificar las deficiencias de una película desastrosa, carente de todo sentido.
Periferic, de Bogdan George Apreti (Rumanía)
Opera prima de su joven director, Periferic es una de las mejores películas que se han podido ver en la Mostra. Muy a pesar de no carecer de errores en la forma y de algunos socorridos trucos de guión, la película mantiene un elevado nivel de interés tanto por sus propuestas formales (realizada con un tono verista, sin cuidar elementos de iluminación), como por su particular concepto narrativo (dividida en tres grandes bloques que toman como referente al hermano, al exmarido y al hijo del personaje protagonista). El film cuenta la historia de una joven que organiza suu huida de la prisión aprovechando un día de permiso. Decidida a tomar una cantidad de dinero que le debe su expareja y a recuperar a su hijo que se halla en un orfanato, se encontrará con una realidad mucho más dura que la vivida entre rejas. Con una excelente interpretación de Ana Ularu, Periferic es una propuesta interesante y lograda en sus líneas generales, la cual debería haber despertado mayores entusiasmos entre crítica y público.
En el centro de la tormenta (In the Electric Mist), de Bertrand Tavernier (Estados Unidos, 2008)
Aunque el nombre de Bertrand Tavernier siempre resulta atractivo de cara al cinéfilo, no es menos cierto que su filmografía ha discurrido por muchas irregularidades combinando obras excelentes con piezas mucho menos logradas. En el centro de la tormenta pertenece a este segundo grupo erigiéndose, quizá, en el punto más bajo de la trayectoria profesional del cineasta francés. Ante todo, la película parte de un guión desastroso donde se combinan varias historias y subtramas sin que ninguna de ellas prevalezca de forma concreta. Ello acaba provocando el desconcierto y, por ende, la apatía más absoluta ante el avance de la narración. En el centro de la tormenta comienza con la investigación del brutal asesinato de una mujer, pero pronto se embrolla con un crimen racista cometido cuarenta años atrás, el rodaje de una película patrocinado por un mafioso local y las (cada vez más irritantes) apariciones de soldados confederados en el día a día del sheriff encargado de la investigación (Tommy Lee Jones). El ridículo plano final (casi una versión paródica del de El resplandor de Kubrick) sintetiza perfectamente el ínfimo nivel de una película mediocre hasta el extremo.
Au fond des bois, de Benoît Jacquot (Francia)
Au fond des bois es una de esas películas que despiertan el interrogante del por qué de su selección. El film narra el secuestro y los posteriores abusos de un vagabundo con poderes hipnóticos hacia la hija de un médico. Aunque, de base, el film podría resultar interesante, Jacquot acaba por hacer que el resultado llegue a unos inmensos niveles de inveromilitud debido tanto a la inexplicable dependencia que se va creando entre ambos personajes como al indescriptible último tercio del film (el juicio que se celebra al vagabundo en el que, incluso, se pone en entredicho la palabra de la joven. Algo inaudito en la clasista sociedad de mediados del S. XIX). Amén de ello, el film avanza con un ritmo tedioso y sin que, en el fondo, nada suceda, incrementando su ramplonería con la plana e impersonal dirección de Jacquot. Únicamente el trabajo de la turbadora Isild Le Besco merece ser destacado del indigesto conjunto.
Panorama Mediterráneo
Bestezuelas, de Carlos Pastor (España)
Ganadora del Premio a la mejor película en la sección Panorama Mediterráneo (concedido por el voto del público), Bestezuelas es el ejemplo más lamentable del cine que se realiza en este país. Un cine de pretendido contenido social que, al fin y al cabo, únicamente muestra la superficie de los estratos marginales, sin ningún tipo de contenido crítico y completamente subordinado al exceso. La película cuenta lo de siempre (una especie de triángulo amoroso, en ésta ocasión, circunscrito al mundo de las carreras de perros), sin resultar mínimamente original o coherente con los ambientes que (se supone) muestra. Evidentemente, un cineasta como Carlos Pastor no es la figura más adecuada para dar cancha al cine comprometido (entre las “perlas” de su filmografía cabe destacar Una piraña en el bidé. Con ello está dicho todo), ya que no controla los mecanismos básicos para narrar una historia (el film se hace interminable) ni tampoco concibe una puesta en escena mínimamente creativa. El desastre se completa, además, con un irregular plantel de actores donde se hallan interpretaciones nefastas (Gustavo Salmerón, Joan Molina) junto a otras, en verdad, excelentes (María Almudéver, Marián Álvarez).
El extraño caso de Angélica (O stranho caso de Angélica), de Manoel de Oliveira (Portugal, España, Francia)
El extraño caso de Angélica era una de las películas más esperadas este año en la Mostra. Evidentemente, cualquier estreno de Manoel de Oliveira es, en sí mismo, un acontecimiento, tanto por la edad del cineasta (102 años y preparando constantes proyectos) como por su prestigio e importancia dentro del cine europeo. Sin embargo, a la hora de valorar El extraño caso de Angélica, no debemos dejarnos llevar por la admiración ya que se trata de una mala película sin paliativos. Aunque el argumento de base sea, incluso, fascinante (la obsesión de un fotógrafo por la instantánea de una hermosa muchacha muerta que le sonríe hasta materializarse e iniciar una singular relación con él), el film se desmarca de tan sugestiva historia perdiéndose en inútiles vericuetos y en secuencias dilatadas hasta el agotamiento. Todo el bloque de los trabajadores de las viñas o los insufribles diálogos pseudointelectuales entre los huéspedes de la pensión provocan el tedio y el desconcierto más absoluto ya que no hay explicación posible del porqué Oliveira deja en un segundo término los dispositivos más básicos de la narración para asentarse en la nada más absoluta. Muy a pesar de que su cine siempre ha poseído un ritmo muy singular y ha priorizado los elementos contemplativos subordinando cualquier otro precepto, pocas veces el cineasta portugués ha alcanzado tan bajos niveles cualitativos como en ésta película.
Le dernier safar, de Djamel Azizi (Argelia)
Le dernier safar no merece, ni tan siquiera, éstas líneas que se le escriben. No es una película, sino una flagrante tomadura de pelo en el sentido más estricto de la expresión. El film únicamente muestra los viajes de un proyeccionista de cine que exhibe películas por los pueblos argelinos. Nada más. Desprovista por completo de toda base narrativa y llena de diálogos tan insustanciales como prescindibles. Lo peor de todo, sin embargo, es su hálito de pieza trascendente o la marciana justificación que, de la misma, hizo su director en la presentación (casi como si de una pieza existencial se tratara). En verdad no tiene sentido que un festival como la Mostra haya incluído en una de sus secciones un bodrio de semejante tamaño sobre el que, sinceramente, no vale la pena detenerse.
Le Café du Pont, de Manuel Poirier (Francia)
Aunque Le Café du Pont comienza de manera interesante, como si fueran unas memorias de los años infantiles de uno de los protagonistas en los que rememora las vicisitudes de un negocio familiar en plena ocupación nazi, pronto tan sugestivo punto de partida se viene irremediablemente abajo. El por qué de ello es debido al empecinamiento de Manuel Poirier en filmar un cúmulo de situaciones cotidianas sin mayor nexo de unión entre ellas. Los primeros veinte minutos sí poseen conexión argumental (en especial cuando incide en la historia del soldado polaco), pero el resto del film se dedica a divagar entre secuencias sin que exista una clara intención unificadora. Esto acaba por convertir Le Café du Pont en una pieza de profunda irregularidad donde sus deficiencias acaban por poseer mayor peso que sus muy parciales virtudes.
Los seductores (L´arnacoeur), de Pascal Chaumeil (Francia)
Uno de los mayores errores a la hora de valorar Los seductores es confundirse a tenor de su nacionalidad y sus muy ingeniosas secuencias iniciales. De hecho, esto es lo que sucedió en la Mostra, ya que la película logró hacerse con el Premio de la Crítica. Los seductores no es más que una tópica y vulgar comedia romántica que se sirve de todos los lugares comunes del género en el cine estadounidense para dar forma a una anémica y, por momentos, insufrible película, repleta de secuencias ridículas (el baile-homenaje a la no menos lamentable Dirty Dancing) e interpretaciones verdaderamente mediocres. El film se centra en los avatares de un grupo de rompecorazones profesionales encargados de destruír la que, en apariencia, es la pareja perfecta. Un argumento, en verdad, atractivo pero que acaba contagiado por la nula personalidad de Pascal Chaumeil (en su primera película como director) y por su excesiva dependencia de los mecanismos más manidos de la actual comedia norteamericana.
Guerín y otras secciones
Sin ningún género de dudas, la mejor película estrenada en la Mostra fue Guest de José Luis Guerín. Proyectada fuera de concurso en la sección Panorama Mediterráneo, se trata de un soberbio documental filmado en diferentes puntos geográficos, aprovechando la presencia de su director en diversos festivales. Guest expone la realidad social de los desheredados y los estratos marginales de cada lugar, con un poder de fascinación único y una capacidad para extraer poesía de los emplazamientos más castigados, verdaderamente admirable. Ésta maravillosa película confirma a Guerín como uno de los cineastas españoles más excepcionales de las tres últimas décadas refirmando, además, la solidez de una caligrafía cinematográfica lírica, heterodoxa e inquebrantable a partes iguales.
Otro film destacable de entre los proyectados, en esta ocasión perteneciente a la sección Mostra Cinema Valencia (que exhibe los films producidos y realizados en la Comunidad) fue el muy interesante Donde el olor del mar no llega de Lilian Rosado González. Película sobre la soledad que combina dos historias distintas aunque poseedoras de idéntico nexo en común, representa una pieza sobria, con un sólido guión y personajes perfectamente descritos donde tan importante es la relación que se establece entre ellos como los elementos que, deliberadamente, quedan elididos pero que se pueden atisbar mediante momentos o gestos concretos. Obra, además, excelentemente interpretada por un valioso plantel de actores, de entre los que sobresale la magnífica interpretación de la joven Nuria Herrero, capaz de expresar cualquier recodo interno de su personaje con la mínima expresión de su rostro.
Amén de ello, de entre las muchas secciones de la Mostra, destacó el muy interesante ciclo a Pierre Schoendoerffer, donde se exhibió buena parte de su obra, otro a Daniel Monzón, en parte, como reconocimiento al premio Goya conseguido a principios de año o un extraño Mostra Classics donde se exhibieron un buen número de obras maestras (Senderos de gloria, Los contrabandistas de Moonfleet, Pat Garrett y Billy The Kid) aunque sin la menor conexión entre ellas, salvo su muy discutible pertenencia al periodo clásico del cine estadounidense.
No me puedo tomar muy en serio eso de que L’Arnacoeur está repleta de interpretaciones mediocres. No digo nada de la Paradis, pero vamos, Duris (que nunca ha sido un actor de podio) hace su mejor interpretación, explorando una comicidad corporal que le desconocíamos (quizá algo parecido ya intentase en Dans Paris, pero se quedaba un poco en el intento frente al potencial arrasador de Louis Garrel, a pesar de que más o menos funcionaba) y qué decir de François Damiens, que pasa por ser seguramente el actor más creativo de todo el cine francés actual, el actor secundario más memorable que cualquiera pudiera desear, con una capacidad burlesca de alucinante inventiva. Nadie como él nos hace percibir cómo va haciéndose una interpretación, casi en el mismo sentido con el que Godard se refería al «cine haciéndose». No es casualidad que le llamen el Will Ferrell francés. Por cierto, no os perdáis «The Other Guys», de una vivacidad cómica creadora imparable, un pelín por encima del nivel de ésta.