Riña a garrotazos
Todas las películas de Álex de la Iglesia responden, con matices, a un mismo esquema: el enfrentamiento descomunal de dos personas o facciones entre las que no cabe misericordia o compasión. Su convivencia en una misma época les resulta intolerable, por lo que sólo cabe la eliminación del otro, su expulsión definitiva del espacio-tiempo. Todo ello con la intención añadida de plasmar los grandes vicios del español, a través de referencias puramente castizas y una inclinación por lo grotesco y lo esperpéntico de raíz valle-inclaniana. Una mirada pesimista a la idiosincrasia del espíritu hispánico, entregado a la envidia (pensemos en Miguel de Unamuno) y a un odio de inidentificables raíces, sumidas en los orígenes de nuestra cultura. Hay una excepción: Los crímenes de Oxford (2008), de ambientación británica, donde la dialéctica es más bien intelectual y la fascinación de unos personajes por otros rige las relaciones de poder.
Este esqueleto argumental se relaciona directamente con el tópico decimonónico de las dos Españas, y más concretamente con el Duelo a garrotazos (1819-1823) de Francisco de Goya, que cristaliza el instante inminente en el cual dos compatriotas anónimos están a punto de quitarse mutuamente las vidas. El diálogo y la recapacitación son caminos cercados. Como si de una pintura se tratase, el movimiento de los cuerpos es aparente en sus filmes; realmente, sólo hay repetición y estatismo: hombres siempre dispuestos a matarse, pero sin consumar la tarea, eternizándola. Y si bien los literatos y pensadores englobados en la llamada Generación del 98 encontraban causas científicas e incluso metafísicas a los grandes males de España, de la Iglesia señala problemas económicos, sociales y políticos muy concretos, comunes a los del resto de Occidente, exceptuando esos rasgos antropológicos que nos hacen inconfundibles.
Si Acción mutante (1993) aún dejaba un resquicio para el perdón entre ambos contendientes, podríamos decir que la fallida aunque interesantísima Muertos de risa (1999) dibujaba, con pulso tembloroso, los contornos de lo que será Balada triste de trompeta. En plena transición a la democracia, dos cómicos, el que recibe las bofetadas y el que las reparte generosamente, desarrollarán un odio primitivo e ilimitado por el otro; incluso la revancha de la víctima pierde toda adhesión por parte del espectador debido a su absurda truculencia. Una evidente alusión a las heridas aún abiertas de un pasado más reciente de lo que generalmente se asume. La débil y reiterativa narración, la profusión de insignificantes personajes secundarios y una fusión de géneros incapaz de encontrar un tono unificador llevan al filme a hacer aguas, pese a sus puntuales y brillantes hallazgos.
Autor de una obra irregular y fascinante a partes iguales, Balada triste de trompeta se erige como un salto cinematográfico al vacío que es también una recapitulación de brillantes hallazgos y ambiciosas indagaciones formales que hasta hoy habían escapado a su talento. Inserta la tragedia colosal de tres individuos (dos payasos enamorados de una perturbada trapecista) en el contexto colectivo de un sufriente circo, supeditado a su vez a una época histórica de grandes cambios. Muy inteligentemente, de la Iglesia deja resonar en off los hechos históricos, de los que apenas percibimos fragmentos por medio de telediarios, canciones, películas y series de la época. Nuevamente, la televisión surge como suministradora de imágenes y sonidos extrañamente letárgicos, reduciéndonos a meros consumidores y haciendo que olvidemos el papel de los hombres como auténticos motores de la Historia.
El furioso prólogo, situado en la Guerra Civil Española, perfila con rabia y precisión las lesiones emocionales de una generación sin infancia, forjada en la brutalidad de los acontecimientos. De esta forma, la tragedia del Payaso Triste, sin niñez y sin gracia, se torna más cercana y comprensible de lo que nunca ha sido la de ningún otro personaje en el cine del director. Además, Álex de la Iglesia ensaya los dos extremos de la expresividad del cómico mudo (hieratismo e histrionismo) en el rostro del superdotado (bufón) Carlos Areces con indescriptibles resultados.
Las pasiones volcánicas y el desgarro emocional de unos personajes consumidos por un dolor incesante encuentran su alucinada plasmación en un lenguaje desmedido, libérrimo, excesivo en casi todo momento, de barroquismo granguiñolesco. Minuto a minuto se diluye la simpatía que pudieran provocarnos los personajes, para situarnos frente a un espectáculo incómodo e incluso desagradable. El cineasta recarga las secuencias hasta lo imposible y satura los planos de elementos tan diversos y dispersos como conflictivos entre sí, convirtiéndola en una obra visualmente irrespirable, que avanza histéricamente a través de viñetas ingenuas o corrosivamente intencionadas, en las que conviven simétricamente Chioda y Fellini, Berlanga y Browning. Entre los pliegues de esta aglomeración de negrísimos y febriles cuadros de costumbres se agazapa un drama de hiriente hondura, exploración de un conflicto histórico a través de un oscuro cuento circense que termina por ser la más honesta y seria película sobre la recuperación de la memoria histórica nacional en los últimos años. ¿Por qué no efectuar una transición auténtica a través del recuerdo y no del olvido?
Como ya lo hicieron Larra y Machado, Álex de la Iglesia lanza un grito atronador con la esperanza de que giremos la cabeza, dejemos los palos en el suelo y repensemos las múltiples historias que han formulado la nuestra propia.
Buena observación acerca de la envidia en Unamuno. Lo trata de manera excepcional en Abel Sánchez y en uno de sus artículos titulado La envidia hispánica. La dualidad constante que has captado a lo largo de esta crítica, a mi parecer, es muy acertada, dejándose entrever incluso en ese crujir apoteósico (que no se dirá nada) que parte en dos incluso la propia idea del largometraje. Dejo preguntas en el aire: ¿Es necesaria esa dualidad a día de hoy, tal y como ocurre con la envidia? ¿Por qué un payaso tiene gracia y el otro no? Jugoso análisis crítico de la película.
Muchas gracias por tu enhorabuena y por las interesantísimas cuestiones que plantea tu comentario. El discurso noventayochista de las dos Españas, del que no soy un gran fan, no deja de señalar para mí males comunes a todo el mundo occidental… o a todo el mundo, a secas.
¡Un saludo y gracias nuevamente!
Muy interesante tu comentario, sin embargo no considero a esta película merecedora de una profundización semejante, sencillamente porque, aunque las ideas subyacentes son muy ricas, la puesta en escena de Alex no es que sea mala, es que es pésima, horrenda.
La película me parece fallida, con algunos momentos muy buenos, no voy a negarlo, pero que no acaban sino realzando el desastre que supone el filme en su conjunto. Imagino que el haber prescindido de su guionista habitual es la causa principal de que la mayoría de los diálogos sean de una torpeza inimaginable en un director de probado valor como es el bilbaíno, de que el desarrollo dramático de los personajes sea tan brusco como falto de motivación, de que los momentos freaks invadan el relato con una gratuidad y falta de naturalidad pasmosa en alguien que había logrado en anteriores trabajos fundir lo costumbrista y lo grotesco de manera magistral; y en general de que el desarrollo de la película sea tan reiterativo, confuso y torpe a la hora de exponer sus ideas. Solamente hay un momento salvable que sí parece rodado por un gran director: me refiero a la secuencia de la cena de los miembros del circo, en la que una medida puesta en escena permite a los actores insuflar de vida a sus personajes, quedando magistralmente retratadas sus respectivas personalidades. Lástima que estas queden difuminadas en el restante metraje debido a la falta de cohesión del guión y al descontrol de los tics de De la Iglesia.
Y es que no solamente el guión es un caos; es que estéticamente el filme resultan increíblemente feo y descuidado. No acabo de comprender cómo De la iglesia, que llevó a cabo elegantes direcciones en El día de la bestia o La Comunidad, ha podido pasarse a rodar con cámara temblorosa planos de tres segundos, a filmar escenas de violencia tan efectistas como carentes de verdadera capacidad de impacto (como sí que había en El día de la bestia) en la tradición de los más comerciales thrillers hollywoodienses, a cortar escenas de manera arbitraria sin dejar respirar a sus personajes… este realizador había demostrado una gran capacidad para moverse en el caos y regularlo dentro de los límites del plano o del plano-secuencia (en la tradición del mejor Berlanga) pero aquí ha caído en el embarullamiento más vulgar y chabacano.
En fin, escribir estas líneas me da mucha pena porque tenía enormes esperanzas en la susodicha balada, pero al final lo que podía haber sido una gamberrada a lo Malditos Bastardos que a la vez actuara como metáfora de la realidad de nuestro país se queda en una chufla inconexa y cansina.
Hola Ignacio,
habiendo leído tu reseña y considerándola también muy interesante, con quien no me queda más remedio que alinearme sin reservas es con el comentario de El Pinguino. Lo firmo de arriba a abajo, de derecha a izquierda, desde la primera letra hasta la última. Esta Balada triste de trompeta está muy salvajemente por debajo de El día de la bestia y La comunidad (para mí, los dos mejores trabajos de Álex de la Iglesia), tanto a nivel de guión, como de puesta en escena, como de interpretación, como de lo que uno tenga a bien considerar.
A mí únicamente me entró, siguiendo en la línea de lo que comenta El Pinguino, la escena de la cena en el restaurante. Tal y como yo la veo, es la única escena de toda la peli en la que los tiempos están bien marcados (el ritmo de la escena, quiero decir, su discurrir). El resto es, para mí, un completo desastre. Muy especialmente, todo el arranque de la película, que llegué a encontrarlo, por momentos, hasta patético (el diálogo entre el personaje de Santiago Segura y su hijo a través de la verja me pareció algo lamentable).
Quitando, ya digo, toda la escena del restaurante y algún que otro momento puntual (los títulos de crédito, por ejemplo, que son cojonudos -opino que no deja de ser bastante significativo, por cierto, que los títulos de crédito sean de lo mejor de la peli-), me ha parecido una película mucho más que floja. Y, desde luego, no alcanzo a comprender los premios por dirección y guión que se llevó en Venecia (claro que, a este respecto, no he visto las otras pelis con las que tuvo que competir por estos premios, así que no puedo opinar demasiado).
En fin, muy de acuerdo en todo, como digo, con el comentario de El Pinguino.
Un saludo,
Pol
Muchas gracias por vuestros comentarios, Pol y Pingüino. Sin embargo, el supuesto descuido en la puesta en escena (del que me gustaría oír ejemplos concretos) no lo veo.
Precisamente, la película funciona a base de set-pieces, algo que le ha gustado siempre mucho a Álex de la Iglesia, aunque en algunos momentos los engarce de forma más clásica a la hora de crear una narración. Aquí opta, literalmente, por el cuadro de costumbres (y lo digo refiriéndome al género literario), por convertir en viñetas grotescas situaciones que podrían desarrollarse con absoluta normalidad, reventándolas desde dentro, renunciando, eso sí, a toda lógica que la que no sea la de la pesadilla y el componente absurdo e inexplicable que le corresponde.
Por otro lado, ese feísmo que Pingüino señala como error entra completamente en las intenciones del autor, que hunde sus raíces visuales en la «línea chunga» del cómic underground español.
Sobre el ritmo y demás, simplemente, creo que por la propia naturaleza del film busca funcionar a base de cambios de ritmo y de tono muy acentuados, que para mí, aunque esto sea una apreciación tan personal que difícilmente puede argumentarse, funciona perfectamente. Y precisamente, lo que proporciona unidad a estos «cuadros» son los desangrados sentimientos que abocan a los personajes a la tragedia, esa inflamación operística que, trágica o cómicamente, intensifica (a través de la exageración pura, hay que decirlo) los acontecimientos de la película secuencia a secuencia.
Abrazos y nuevamente, gracias.
Me da mucha pereza ver la película. En su día puse grandes esperanzas en la aparición de Bajo Ulloa, Urbizu, Medem y De la Iglesia. Creo que todo ellos han quedado en casi nada. El más talentoso siempre me pareció Bajo Ulloa. De las películas de De la Iglesia destacaría algunos hallazgos concretos pero en conjunto la mayoría de sus películas -a excepción, quizás, y matizada, de El día de la bestia y La comunidad- me parecen fallidas. Se sostienen gracias a algunos golpes, ocurrencias, incluso alguna genialidad, pero están mal acabadas en cuanto a su ritmo, a su progresión. A mí, sus películas se me desinflan, como si no supiera medir su desarrollo y al organizar la acción los noventa minutos se le quedaran muy, muy largos.
Con lo de fea y descuidada me refiero principalmente al hiperactivo montaje que parece querer realzar la grandilocuencia de lo que ocurre en pantalla en vez de dejar que sea la puesta en escena la que lo haga, y como ejemplo te pondré la escena de la agresión del payaso triste al tonto, filmado con doscientos planos ruidosos que no dejan ver nada del acto en sí, con lo que su perturbador efecto queda difuminado, en la línea del cine de acción hollywood más vulgar y efectista. Además me dio la sensación de que la mayoría de las secuencias estaban cortadas con prisas, sin cuidado, y no por decisión consciente sino por problemas de producción.
En todo caso no considero la puesta en escena el mayor problema de la película, sino su guión, que es torpe hasta decir basta y arruina las posibilidades de la idea de base, pues transforma a los personajes (quizás con la excepción de Sergio, el payaso tonto, el único más o menos sólido) en peleles que recitan sin convencimiento diálogos explícitos y redundantes, dentro de los cuáles la que peor parada sale es Carolina Bang, cuyo comportamiento y evolución están pésimamente expuestos y desarrollados (y no me vale la excusa de que es una metáfora de España, pues es quitarle de golpe mucho trabajo al realizador), sin quedarse atrás los restantes componentes de la troupe circense, que, en la línea del resto, no pasan de vacíos y ruidosos comparsas, lo cual me resulta muy triste en alguien que ha demostrado gran capacidad para crear secundarios antológicos. Es debido a este desastroso guión que los desangrados sentimientos de los que tú hablas, y que en teoría deberían aparecer, no lo hacen sino en escenas puntuales (por ejemplo, en el plano final). Lástima que una película no se haga de escenas sueltas, sino de un conjunto coherente.
«Lástima que una película no se haga de escenas sueltas, sino de un conjunto coherente. »
Depende de lo que entiendas por coherencia interna, porque con esa frase bien puedes cargarte media historia del cine.
Abrazos!
Hola Ignacio, lo prometido es deuda 😉
Me ha parecido fascinante la lectura que haces, esas dos Españas siempre a la espera, preparadas en cualquier momento para matarse a garrotazos. Creo que efectivamente se puede admirar «Balada triste de trompeta» como si se tratase de una retrospectiva en una galería fotográfica, son variaciones sobre el tema de la confrontación (crítico para este director). El problema son esos molestos intrusos, esas morcillas ingeniosas que mete aquí y allá, esas fotografías off-topic que son guiños al público fiel mientras que con el otro ojo guiña al público de camisa a cuadros y palestino… y quizás también al jurado de algún festival internacional. Como conjunto me parece errática.
Sin embargo, también te diré que no sé a qué tanta virulencia en atacarla. Admiro la ambición con que Álex de la Iglesia abordó este proyecto (otros parece que consideran su ambición soberbia). Ojalá hubiese más cineastas que, como Álex de la Iglesia, caminasen por la cuerda floja sin la red de mediocridad acordada del status quo… aunque sea para como en este caso darse una buena morrada.
¡Muchas gracias, Rosendo!
Realmente, creo que lo justo, como tú dices, es apreciar el valor de una película así, más allá de los resultados obtenidos. Sobre todo, tratándose de una producción, por así decirlo, comercial, lejana a las pelis que crecen en los márgenes de la industria. Eso, y el intento (conseguido o no) de articular un discurso histórico con una clara continuidad de ciertas ideas que llevan mucho tiempo en el pensamiento político y filosófico español, ya me parecen razones para tener en cuenta el proyecto. A mí me gusta mucho y me parece que el conjunto funciona estupendamente; otros dirán lo contrario, pero lo que más me interesa es la necesidad de que alguien tenga las narices de hacer una película que sólo podía hacerse como se ha hecho.
Ha sido un placer leerte por aquí. ¡Un fuerte abrazo!
La verdad es que no hay por donde cogerla. El montaje es un desastre. La inserción de imágenes digitales es deplorable. El guión otro tanto de lo mismo. ¿Qué se puede esperar de quién redacta un guión de cine por primera vez en su vida?. Es normal. Lo raro sería que le saliera bien a la primera. Por eso lo demás es apariencia. Como los premios esos que ha ganado, con los que no pretende otra cosa que encubrir sus notorias carencias. Hay escenas que no pintan nada. La actuación de Santiago Segura de de Guillén Cuervo son lamentables. Y ante todo esto ¿qué puede decir el director?… pues cosas como que lleva toda su vida haciendo guiones y que los defectos del montaje y las escenas y de esos dos actores secundarios es algo pretendido.
cuando uno indaga en el pasado no gusta , sobretodo cuando a la historia se le da un toque de genio y subrealista, magistralmente ambientada una primera parte antologica y si creo que le sobra metraje una obra maestra
No me fui del cine a los 5 minutos porque pagué la entrada, pero todo lo que tenía mala pinta al principio se va confirmando poco a poco.
Por Dios, Ignacio ¿»la más honesta y seria película sobre la recuperación de la memoria histórica nacional en los últimos años»?. Empiezo a estar hasta los huevos da «las dos Españas» y su puta madre. No existen las dos Españas; no existe un conflico entre fachas y rojos; no hubo una guerra sin sentido que acabó con toda una generación.
Esta película, ideológicamente, pertenece a la misma calaña que el cine de Garci. Los fascistas en el fondo no eran tan malos (ese enternecedor Franco en la escena de la cacería…) y los rojos murieron por tontos (la absolutamente lamentable y pseudo-Tarantiniana presentación de Liste debería estar penada con la cárcel).
Se agradece hasta el infinito el esfuerzo de Carlos Areces y Antonio de la Torre por intentar levantar un guión ni siquiera garabateado con diálogos chuscos y situaciones insostenibles. Lo demencial por lo demencial no me vale, y menos aún con la pretenciosa y neo-liberal interpretación que la película hace de la Guerra Civil (Victoria Prego, cuanto daño has hecho…)
Estéticamente terrible, sin llegar ni a feísta, narrativamente anémica y aburrida, ideológicamente deplorable y de un machismo paternalista que da asco. La gente no debería ir a verla ni subvencionada.
Yo tampoco me siento identificado con el viejo discurso de las dos Españas. Sólo trataba de recoger en este artículo la continuidad histórica que ha tenido esta idea desde las últimas pinturas de Goya hasta hoy, pasando por el Romanticismo y la Generación del 98.
Agradezco tu comentario.
Un abrazo, Tolouse Lautrec.
Eso de «Los fascistas en el fondo no eran tan malos (ese enternecedor Franco en la escena de la cacería…)» tiene que ser de otra película porque para mí que quiere hacer todo lo contrario. Aunque piense que no captaste la caricatura (que de sutil tiene bien poco), la verdad que tienes más razón que un santo en muchas cosas…
La crítica me ha parecido muy interesante, la verdad.
Saludos
Franco puede parecer enternecedor en esa sencuencia a alguien que no conozca al dictador. Pero a ti o a mí, que conocemos las atrocidades cometidas durante sus larguísimas décadas en el poder, no debería… Para mí, no deja de resultar irónico que el anciano, en el trato interpersonal, se muestre como un defensor de los valores cristianos más humanitarios, cuando contribuyó a que un país se desangrase durante 40 años.
Un abrazo y gracias por tu comentario, Paco.