A. Weerasethakul. El sexo en su cine

La importancia de la sexualidad en el cine de Apichatpong Weerasethakul es capital, y sin embargo apenas encontramos escenas abiertamente sexuales en sus películas. Los ejemplos, aunque escasos, ilustran la decisiva relevancia que obtiene lo sexual para el director tailandés. El erotismo, entendido como la pulsión generadora del deseo amatorio, será el que convoque al hombre frente a una naturaleza vasta y primitiva, por encima de sus nociones culturales y su posición social, devolviéndolo a una perdida Edad de Oro sin fronteras ni jerarquías.

Desde Blissfully yours (Sud Sanaeha, 2002), la interacción física entre los personajes se sitúa en el centro de sus narraciones. Hablamos de su película más explícita en este sentido, donde filma con impúdica transparencia los encuentros sexuales de distintas personas en un entorno selvático, húmedo y voluptuoso, a través de largos planos fijos. Hacia el final de la película, asistimos a una masturbación real que fija especial importancia en el proceso de erección del pene. Nada más lejos de la provocación barata de Vincent Gallo o Lars Von Trier: las imágenes del filme de Weerasethakul no buscan producir un efecto de sorpresa o impresión inmediata, sino que son presentadas con serena naturalidad, armonizando a la perfección con el resto del filme. No nos resultan bruscos estos episodios, ya que desde un principio el director hace del cuerpo en sí mismo un elemento central de la puesta en escena. Desde la doctora auscultando al enfermo hasta los lúbricos momentos finales, el erotismo fluye como un río calmo en la superficie, pero rabioso y enérgico en sus profundidades.

La sencillez y la ternura acompañan los segmentos eróticos de Tropical Malady (Sud pralad, 2004). Los personajes van venciendo su inicial timidez, y ya jugarán con desinhibición en su visita a la enigmática gruta. Pero el clímax lo encontramos en una secuencia que, por su puerilidad, bien podría resultarnos incómoda: el soldado y el campesino, tras orinar en la carretera, huelen y lamen respectivamente sus manos. Así, Weerasethakul llama continuamente a la activación de todos nuestros sentidos frente a lo transmitido en la pantalla, ¿por qué no oler, tocar y saborear las impresiones decodificadas por nuestros ojos y oídos?. Son momentos como este los que reivindican el carácter absolutamente sensorial de su cine. De forma parecida, en la sugestiva Síndromes y un siglo (Sang sattawat, 2006) prevalece una mirada juguetona, traviesa y liviana. Un médico y su novia se besan a escondidas en un despacho vacío. La cámara, curiosa, revela la erección bajo el pantalón. Como si fueran niños, el hecho será un descubrimiento para ellos: un detalle anecdótico que la maestría del director envuelve en un velo de erotismo ingenuo, mágico.

Existe siempre una sutil simetría entre el sexo y la medicina en todos los largometrajes de A.W. El médico palpa al paciente para curar las afecciones de su cuerpo, ¿hasta qué punto el sexo no tiene, igualmente, una función terapéutica para sus personajes? Con su habitual lucidez, Adrian Martin ha reflexionado sobre cómo, para el cineasta, «la sexualidad no respeta propiedad social ni género, edad, raza, clase o estatus» [1]. La tensión sexual desintegra cualquier tipo de barrera previamente impuesta por la civilización, igualando a un campesino y a un soldado, a un hombre y a un espíritu selvático, a jóvenes y ancianos, todos ellos arrastrados a la orilla de la más hermosa animalidad. Será un momento de Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Lung Boonmee raluek chat, 2010) el que dé a esta idea su más perfecta y sublime expresión: una princesa, esclavizada por su fealdad, será hechizada por un ser mitológico que ha adquirido la forma de trucha. Y será el animal quien alivie su pesadumbre a través de uno de los encuentros sexuales más libres e insólitos que un servidor recuerde. La trucha coletea entre las piernas de la mujer, y de pronto, sólo queda el agua, elemento del cambio, enturbiada y en continuo movimiento. Pocas veces el cine ha contado de forma tan perfecta la transmutación que el Eros ejerce en nosotros; esos momentos en que nos abandonamos, seguros y desconcertados, entre sus infinitos pliegues.


[1] Martin, Adrian. “Apichatpong Weerasethakul, el Inmaterial”, en ¿Qué es el cine moderno? Santiago de Chile: Uqbar Editores, 2008.