Los corner boys siempre han sido los protagonistas anónimos de la serie. Preocupados por mantener las estadísticas, sus tutores —David Simon y, sobre todo, Ed Burns— se preguntan si es posible tomar un puñado de chicos de la calle y formarles para que huyan de un entorno cuyo umbral de supervivencia no llega a los 30 años. Mientras tanto, Marlo Stanfield se convierte en el nuevo capo, y Carcetti en nuevo alcalde, lo que bien mirado podría parecer una trayectoria similar. Así es Baltimore.
4.01 – Boys of Summer
El prólogo de Boys of Summer introduce con deslumbrante inteligencia la cuestión central de la temporada: la educación familiar e institucional. Snoop, que bien podría ser una trabajadora en busca de herramientas para su oficio, revela con espontaneidad la sordidez que rodea su vida cotidiana ante el atónito empleado de unos grandes almacenes. Entre su muy coloquial léxico se filtran tecnicismos que hacen reír a su compañero Chris, ante quien ella se excusa: “Yo tuve una educación”. Junto a La clase (Entre les murs, Laurent Cantet, 2008), la cuarta temporada de esta extraordinaria serie quizás sea la única que aborde con audacia y honesta pluralidad los grandes problemas de la institución educativa. Incluso los debates hoy mantenidos por personalidades políticas o intelectuales, revestidas con los dudosos atavíos del progresismo, excluyen del sujeto oracional a los auténticos protagonistas del problema: ¿Qué hacer con los niños? ¿Cómo aplacar su continua imprevisibilidad? ¿Cómo protegernos de sus envites? The Wire, rechazando planteamientos tan hipócritas como estos, devuelve la palabra a los niños, excluidos de cualquier discusión en torno a sus propios futuros. Así, este episodio perfilará cuatro magníficos personajes, Namond, Duquan, Randy y Michael, tratados con inmensa dignidad y profundidad, eludiendo ser reducidos a meros ejemplos de las tesis educativas formuladas por los adultos, nos parezcan más o menos defendibles. Nuevos protagonistas en detrimento de otros, como Jimmy McNulty, en la que es una de las pocas series de televisión auténtica y plenamente corales de la actualidad. Las escuelas han enterrado mucho tiempo atrás el principio que perseguía la igualdad de oportunidades, y al igual que las comisarías, como vemos ya desde este episodio, se han convertido en instituciones dedicadas a la imposición de un orden social que expulsa hacia sus márgenes o hacia el exterminio a quienes han sido desechados por las nuevas formas del liberalismo económico.
Ignacio P. Rico
4.08 – Corner Boys
Uno de los puntos clave de la cuarta temporada de The Wire consiste en observar la lenta desintegración de la amistad entre los chavales que protagonizan una de las subtramas. ¿A causa de la lógica de los Corner Boys? Sin duda, porque esa manera de pensar se corresponde con la manera de pensar del resto de organismos, legales o no, de Baltimore. La fiebre por mantener a raya las estadísticas determina el sistema educativo, y la subordinación de un plan de estudios a la lógica de una ciudad corrupta no puede dar buenos resultados. Por eso Namond aprende más en las clases experimentales que organiza Colvin, que Michael y Dukie en las clases normales. Y por eso Prez lamenta que el hundimiento del futuro de la ciudad a causa de consignas educativas equivocadas pueda con cualquier clase de buena voluntad para enderezar el futuro de unos chicos destinados a repartir sus roles entre el dealer con aspiraciones o el muscle que apriete el gatillo sin rechistar. «The Game ain’t changed» canta Masta Killa en Silverbacks, y la dolorosa realidad de los protagonistas de esta cuarta temporada es que sólo hay lugar para asumir los papeles que desempeñan sus mayores. La lógica de los Corner Boys impone fabricar un nuevo Bubbs, un nuevo Marlo o un nuevo Stringer. Nosotros sólo podemos asistir a la desintegración de su inocencia.
Óscar Brox
4.09 – Know Your Place
“Ya había estado aquí”, admite Prez cuando descubre que, en la escuela pública (como en el departamento de policía), lo esencial no es la enseñanza en sí (la resolución de casos, la mejora de la convivencia social) sino las estadísticas. Pues, el gobierno pide a los alumnos (a través de los profesores) que obtengan una media de notas (de crímenes presuntamente resueltos) razonable para salir del paso (poner otro parche) y seguir vendiendo a la opinión pública (¿acaso esta existe?) que el sistema funciona y cumple con unos mínimos. Bullshit, dirán algunos, pero nuestro mundo —no sólo el de Baltimore— funciona así y The Wire es sólo un pequeño (y clarividente) reflejo de ello. ¿Acaso alguien se explica sino la infinidad de encuestas y ratios que llenan día a día las páginas de periódicos condicionando la agenda política? Un absurdo juego estadístico en el que tenemos la ilusión de participar (¿la democracia?) y en el que es fácil “convertir los robos en hurtos” para que los “tenientes asciendan a coroneles” (Prez dixit) mientras, a su vez, una serie de números (maquillados) y de discusiones políticas (guerras de intervenciones) substituyen a los hechos, solapando una realidad que queda lejos, muy lejos. Si acaso tanto como lo están los alumnos del grupo especial coordinado por Bunny Colvin de la clase media, de la gente educada. No serán necesarias muchas palabras para descubrirlo porque, desde que Namond y compañía se sientan en un restaurante medianamente pijo, saben que ése no es su lugar, que nunca lo será y que nadie quiere que lo sea. El salto de la esquina al barrio residencial es, pues, enorme y la idea del ascensor social es una quimera absoluta. La pregunta es… ¿somos mejores que ellos por haber nacido unas calles más arriba? Ni mucho menos, pero difícilmente vamos a querer salir de ahí, de nuestro puesto acomodado. Total, nosotros determinamos las estadísticas.
Carles Matamoros
4.13 – Final Grades
Finaliza otra temporada con la promesa de ese nuevo amanecer para Baltimore. Muchas puertas se han abierto y otras tantas se abrirán, escupiendo a las calles de la ciudad las decenas de cadáveres sobre los que se ha erigido el Imperio Stanfield. Pero la realidad institucional sigue estrangulando a aquellos que intentan evadirse de las pautas rígidamente asignadas desde los despachos institucionales, entorpeciendo la labor auténticamente humanitaria de quienes buscan soluciones heterodoxas a problemas sociales concretos. Por eso, no podemos sino establecer que, si el destino de Namond es, en principio, más agraciado que el de Randy, Dukie o Michael, se debe a una serie de circunstancias propicias. O dicho de otra forma: tiene más suerte que sus compañeros. Cada uno de ellos transitará su propio y arduo camino hacia el universo adulto, mientras otros niños vuelven a recorrer, en las mismas calles, los caminos que ellos transitaron en el pasado. Cambiarlo todo para que todo siga igual. Ésta idea comunica entre sí los cinco finales de temporada, aunque con los matices que le son propios a cada una de ellas. La elección de Tommy Carcetti demuestra la imposibilidad de sanear las instituciones cuando lo necesario sería una reelaboración radical de los principios políticos y económicos sobre los que se sustentan éstas. El capitalismo ha disuelto la línea raquítica que dividía Estado y Mercado, conjugándolos en un nuevo régimen que ata las manos a quienes tratan de efectuar auténticos cambios con las reglas propuestas por el sistema. Con las normas del Monopoly, resulta prácticamente imposible, por mucho que uno se esfuerce, jugar a otro juego que no sea el propio Monopoly. En el último plano dedicado al alcalde Carcetti, contemplamos su rostro sufriente ante un conjunto de estadísticas. Una profecía de su definitiva claudicación ante las reglas del juego en la última temporada de la serie.
Ignacio P. Rico