1. Thin line between heaven and here (Bubbles)
Desde la emisión de Oz (Tom Fontana, 1997), la cadena televisiva HBO se ha embarcado en la producción de diversas series que, lejos de presentar soluciones complacientes e inofensivas mediante una mirada tranquilizadora sobre el mundo y sobre la propia condición del espectador, han venido funcionando a modo de enturbiado espejo del hombre y las sociedades occidentales de nuestro tiempo. La materia prima de The Wire es Baltimore, una ciudad norteamericana de segunda fila. Un territorio herido de muerte por el capitalismo más despiadado, donde «los intereses monetarios han comprado suficientes infraestructuras políticas para poder impedir su reforma»[1], y el ser humano sólo es valorado en cuanto a su utilidad según dicten las leyes del libre mercado.
Los protagonistas de The Wire son tataranietos de los hombres y mujeres que avanzaban con decisión en El cuarto estado de Pelliza da Volpedo, buscando su lugar en la urbe. Hoy, casi todos son residuos de un mundo posindustrial que no los necesita: los dealers niños y adolescentes y los jóvenes policías que los persiguen en una absurda guerra de pobres contra pobres; los estibadores de los herrumbrosos astilleros, angustiados ante la desaparición del sindicato que trataba de mantenerlos unidos; los despojos de un sistema educativo para el que la igualdad de oportunidades no es ya ni siquiera una consigna, etc. Del Baltimore tecnológico y económicamente desarrollado sólo percibimos ecos: las cenas de gala, los partidos de paddle entre Carcetti y Gray, los despachos de la jefatura de policía o las lujosas edificaciones que Bubbles contempla antes de constatar lo delgada que puede ser la línea entre el cielo y el infierno. Pero no es ése el Baltimore primordial, sino el de los que sobran, los que no están invitados a la partida. En medio de esto, una gran y única industria: la droga, capaz de dar trabajo a la inmensa mayoría de los desposeídos. Así pues, los guionistas de la serie se (nos) hacen la misma pregunta que una vez enunciara Eduardo Galeano: « ¿A quién desarrolla el desarrollo?»[2].
Temática y conceptualmente, la afinidad con un enfoque derivado del marxismo es innegable. Pensemos en el característico interés por las miserias diarias del nuevo proletariado, inmovilizado por su condición social; en la lucha de clases y la falta de oportunidades para los más desfavorecidos, con ese “necesitas dinero para hacer dinero” de Clay Davis; en la alienación sociocultural de los habitantes de Baltimore; en la pérdida de todo sentido comunitario, sustituido por la búsqueda del beneficio propio a cualquier costa; o en la vorágine destructiva derivada de las fuerzas que compiten en un mercado cada vez más agresivo.
2. Socialismo o barbarie (Rosa Luxemburgo)
Y sin embargo, David Simon asume «la inevitabilidad y la certeza del capitalismo como motor de la economía»[3]. Es difícil encontrar a un norteamericano que discuta ese pretendido axioma. Un discurso sintomático y totalmente integrado en el debate ideológico mayoritario: lo común en la actualidad ya no es confrontar socialismo y capitalismo, sino un capitalismo descontrolado versus otro con correa y bozal. Dennis Lehane, George Pelecanos y David Mills son, como el creador de la serie, autores defensores de un libre mercado regulado e intervenido. Pero, comparados con gran parte de los partidos socialdemócratas contemporáneos, Simon y compañía bien podrían pasar por leninistas convencidos. Ya lo decía Manuel Vázquez-Montalbán: «Te acuestas siendo un triste socialdemócrata y, por la mañana, cuando te levantas, resulta que te has convertido en un peligroso izquierdista. Como el tiempo transcurrido te ha pillado en la cama y durmiendo, deduces que la metamorfosis no puede ser cosa tuya, sino de los demás».
La evolución en torno a la implicación del marxismo en el pensamiento artístico es notoria. En las primeras décadas de la historia del cine, la forma de una película podía venir determinada por el fin de efectuar una interpretación marxista de la realidad (pensemos en Dziga Vertov y su noción del montaje). Con el tiempo, el marxismo ya apenas existe con un sentido de finalidad. Las palabras de Marx y discípulos se han convertido, más bien, en un instrumento crítico para cuestionar disfuncionalidades en la aplicación práctica del liberalismo. Por ejemplo, en el caso que nos ocupa, para proyectar una furibunda diatriba contra el libremercadismo desde una posición liberal de izquierdas, cercana en algunos aspectos al pensamiento socialista.
3. El estado moderno no es más que un comité que administra los problemas comunes de la clase burguesa (Karl Marx)
Quizás el efecto más sorprendente que The Wire ha tenido en el público internacional es su magnífica recepción a pesar de la diversidad ideológica de los espectadores. Y llama la atención por tratarse de una obra que toma una posición tan sincera y, sobre todo, clara, ante los problemas políticos, económicos e interpersonales generados en las sociedades occidentales. Sindicatos de filiación socialdemócrata y comunista han recomendado la serie por ser una inmejorable disección de las miserias del capitalismo actual como productor de toda clase de injusticias. Frente a ellos, quienes sienten mayor afinidad con el liberalismo (incluso algún que otro randiano) quieren ver una agresiva acometida contra el aparato estatal y una oda a la supremacía de los valores individuales. A menudo suele resultarles especialmente simpático el audaz experimento de legalización de las drogas en Hamsterdam.
Por supuesto, la disfuncionalidad institucional es duramente cuestionada a lo largo de las cinco temporadas. Ahí están, por ejemplo, la presión de la alcaldía sobre el cuerpo de policía y los institutos de educación secundaria que lleva al maquillaje sistemático de las estadísticas de delitos y de alumnos aprobados en cada curso. Pero, ¿es correcto hablar de anti-estatismo? ¿Cuál es el modelo estatal atacado y vilipendiado por la tropa de Simon? Michel Onfray nos ha recordado que, frente a la deseable jerarquía Hombre-Política-Economía, en los estados posmodernos el hombre estaría sometido a los intereses políticos, y los políticos supeditados a los económicos[4]. Como ha reiterado en tantas ocasiones Agustín García Calvo, el flujo sin fronteras del dinero ha terminado por convertirlo en una idea omnipresente. Hoy día, estado y capital no son más que sinónimos. Es esta noción la que parecen tener presente los autores de The Wire: los intereses comerciales y los estatales se confunden y entremezclan indiscerniblemente. Lo dijo Lester Freamon: si seguimos la pista que va dejando el dinero, nunca sabemos a dónde nos puede llevar. El mismo rastro de monedas atraviesa las esquina del oeste de Baltimore, sigue por B & B Enterprises, rodea el despacho de Clay Davis, se desliza bajo las puertas de restaurantes, escuelas, mansiones… y se pierde finalmente, resistiéndose a ser rastreado incluso por los detectives más cualificados.
Pero, sin embargo, es acertado señalar la importancia del individuo en la obra. The Wire es un muestrario de personajes sólidos y tridimensionales. En el epicentro de la podredumbre institucionalizada, también existen hombres y mujeres como McNulty o Kima, que anteponen su ética profesional a la paralizante cadena de mando; Cedric Daniels, que descubre estar más capacitado para ser policía que para trepar; Omar, el gangsta homosexual con robustos principios humanos; Ellis Carver, que pasa de necio y memo a policía con conciencia social; o Dennis Wise, el matón reconvertido en educador (a su manera). Son ellos, entre otros, el reverso esperanzador de una de las radiografías más pesimistas de nuestro tiempo. Porque no es sólo que este siglo sufra un estancamiento en cuanto a nuevas conquistas sociales: es que vemos evaporarse, minuto a minuto, todo lo que ganamos en la centuria anterior.
[1] VV.AA. The Wire. 10 Dosis de la mejor serie de la televisión. Madrid: Errata naturae, 2010.
[2] Galeano, Eduardo. Patas arriba: La escuela del mundo al revés. Madrid: Siglo XXI, 2003.
[3] Del Pino, Javier. Periodistas, maleantes y Baltimore. El País, 26-07-09.
[4] Onfray, Michel. Política del rebelde: Tratado de la resistencia y la insumisión. Buenos Aires: Libros Perfil S.A., 2006.