Doctor Who

Las reglas están para romperlas

Acercarse a la producción de la BBC no suele defraudar. Por desgracia, en nuestro país tendemos a mirar solamente hacia Estados Unidos en busca de buenas series televisivas. Pero en Reino Unido, especialmente en su cadena pública, se realizan auténticas maravillas que sonrojarían a la producción de ficción de TVE si osase comparase con ellas. La BBC es un auténtico laboratorio de buena ficción, para todos los gustos y edades, normalmente con una impecable factura y con muy buenos escritores detrás. Uno de los nombres más ascendentes en ese panorama es el de Steven Moffat, un señor escocés que tiene muchas cosas que contar. Moffat alcanzó cierto reconocimiento en Gran Bretaña con la serie Couples, una sitcom sobre los problemas que afronta cualquier pareja. Evidentemente, siguiendo la tradición, no llegó hasta nuestras latitudes. Pero el guionista ha llegado a la cumbre de la fama entre los ingleses con sus aportaciones a Doctor Who. ¿Qué es Doctor Who, se preguntaría la mayoría de los españoles? Es una serie, pero no una serie cualquiera. Se trata de la producción televisiva de ficción más longeva que haya existido. Con decir que comenzó su andadura en el blanco y negro de 1963 nos hacemos pronto a la idea de su magnitud. Además, Doctor Who es un icono para los británicos, una suerte de superhéroe nacional que ha llenado el imaginario de millones de personas durante casi cincuenta años. Salvando las distancias, es como si Los Chiripitifláuticos aún se emitiesen en España con gran éxito habiendo renovado en el camino a todo el equipo e incluso la concepción de la serie.

Para situar a los legos en la materia, Doctor Who narra las aventuras de un Señor del Tiempo, una raza extraterrestre que, cómo su nombre indica, puede viajar a través del tiempo a bordo de sus naves, llamadas Tardis (acrónimo de Time And Relative Dimension In Space). Hasta ahí todo está dentro de los cánones de la ciencia ficción. La cosa se complica cuando la nave en cuestión es una cabina de detención policial de color azul (al parecer habituales en el Reino Unido de los 60) que es más grande por dentro que por fuera. El Doctor (no conocemos su nombre real) suele viajar con una fiel compañera terrícola a la que va cambiando con el paso de los capítulos. Y no sólo cambia la compañera, el propio Doctor tiene una cualidad que va de perlas para perpetuar una serie: la regeneración. Cuando se le hiere gravemente, en lugar de morir… ¡cambia de cara! Es la excusa perfecta para que, hasta el momento, once actores se hayan puesto en la piel del personaje.

La serie se emitió casi sin interrupciones entre los últimos 60 y mediados de los 80. Se intentó recuperar con un telefilm bastante horrible en los 90 y se dejó morir hasta que en 2005, la BBC encargó a un sorprendente productor ejecutivo que intentara reflotar la serie. Fue Russell T. Davies, creador de Queer As Folk y fan confeso de la serie desde su tierna infancia, el que lo intentó. Y lo logró. Con el gancho de Christopher Eccleston en el papel protagonista, después substituido por el increíble David Tennant, Doctor Who resurgió de sus cenizas con un grandísimo éxito. Esta semana santa comenzará su sexta temporada.

Ya en la primera temporada de la serie, el nombre de Steven Moffat llamó la atención de los fans. Era el autor de dos de los capítulos, The Empty Child y The Doctor Dances, que fueron espléndidamente recibidos. En la segunda temporada, de nuevo lo volvió a hacer con The Girl in the Fireplace y en la tercera bordó la obra maestra: Blink. En la cuarta rizó el rizo con Silence in the Library y The Forest of Dead. Y, en cuanto quiso darse cuenta, para la quinta temporada, Steven Moffat era productor ejecutivo de Doctor Who y podía dar rienda suelta a su fantasía.

Como Russell T. Davies, Moffat se confiesa un apasionado de la serie, que veía cuando era pequeño con el entusiasmo propio de un niño. Y es que pocos son los británicos que no sepan reconocer una Tardis o a cualquiera de los archienemigos del Doctor, especialmente a su némesis: los Dalek. Pero el cariño por Doctor Who no ha impedido que Moffat rompa algunos huevos para lograr la tortilla que quería. Con el regreso de Doctor Who en 2005, sin perder la estética naif y ese aire tan british que emana la serie, se produjeron cambios importantes para adaptar el producto a los nuevos tiempos. Cambios que los fans no acogieron con desagrado y que han vuelto a convertir a la serie en todo un éxito. Pese a que se trata de una serie de acción, especialmente dirigida a un público joven-infantil (siempre se ha emitido los sábados por la tarde), en esta nueva etapa no se ha renunciado a hacer las tramas algo más adultas y a profundizar en las implicaciones que tiene el propio viaje en el tiempo y la renuncia constante que supone en los personajes. Nadie ha ido tan lejos ni tan brillantemente como Steven Moffat.

La ciencia ficción es, probablemente, el más desprestigiado de los géneros, pero Moffat ha logrado con sus creaciones unas piezas de relojería que perfectamente pueden ver y disfrutar por separado aquellas personas que no sean seguidoras de Doctor Who. Además, en cada uno de sus episodios, ha sondeado alguna de sus obsesiones jugando con fuego sin llegar a quemarse. Por ejemplo, en el magnífico Blink se atreve a construir un capítulo en el que apenas aparece el Doctor. Todo el episodio es una intensa reflexión sobre las oportunidades perdidas y la inclemencia del paso del tiempo pero con una joven desconocida como protagonista casi absoluta. Podría haber sido denostado por los seguidores más integristas, pero en cambio ha sido considerado por una encuesta el segundo capítulo preferido por los fans en los 48 años de serie. Pero Moffat también ha jugado a lo contrario. En The Girl in the Fireplace, le ofrece al Doctor el peso del 50% del guión y se atreve a crear para él una historia de amor que comienza y acaba en los 42 minutos que dura el capítulo. Además, el guionista suele trabajar dando un doble salto mortal, ya que en ninguno de los capítulos que firma como escritor usa alguna de las razas más populares de aliens enemigos del Doctor. Ni Daleks, ni Cybermen ni Sontarans aparecen en sus capítulos. De hecho, crea enemigos que se mueven entre lo ridículo y lo incorpóreo con resultados verdaderamente inquietantes: un niño poseído que tiene una máscara de gas adherida al rostro, unos robots artesanales de relojería, unos ángeles de piedra que sólo pueden moverse cuando no los ve nadie o sombras que devoran hombres son algunas de las pesadillas que propone. En muchas de ellas, una obsesión recurrente: la pérdida de la personalidad, o la apropiación de un cuerpo, de una voz, por parte de entes oscuros.

Doctor Who era una serie de aventuras divertidísima, pero plana, hasta 2005. Y Steven Moffat es el culpable de que se haya convertido en una serie de aventuras adulta y con relieve. Parece mentira, pero el antiguo Doctor viajaba por el tiempo sin remordimientos, abandonando a sus compañeras en el camino lento y siguiendo adelante y atrás sin preocuparse mucho más. El nuevo Doctor vive abrumado por la culpa, por la renuncia, por tener que dejar atrás a aquellas personas a las que acaba amando. Sus enemigos ahora se lo recuerdan y lo mortifican con esa idea. Ahora hay melancolía, hay tristeza por lo irrecuperable, por un paso del tiempo que ni siquiera un Señor del Tiempo puede evitar. Es la brecha que abrió Russell T. Davies y por la que se coló Moffat para agrandarla. La historia de The Girl in the Fireplace, en la que el Doctor aparece y desaparece continuamente de la vida de una mujer, concretamente de la cortesana francesa del siglo XVIII Madame de Pompadour es, claramente, la inspiración para el inicio de la quinta temporada de la serie, la primera en manos de Moffat como productor. El Doctor cae literalmente en la vida de una niña que mira a las estrellas llamada Amy Pond. La visita una noche, promete regresar y lo hace, pero 12 años más tarde de lo que esperaba. Para el Doctor unos minutos, para Amy toda una vida. Ahí, en la tristeza de la irrecuperabilidad de esos años, en el secreto amor que desarrolla Amy por su amigo invisible, está la belleza del Doctor Who de Moffat. Una serie que rezuma melancolía, en la que algo tan jugoso como los viajes en el tiempo se aprovecha a conciencia y no es sólo una excusa para una buena aventura sino también el motivo para hacer alguna que otra reflexión. Pese a todo, la serie sigue siendo ágil y divertida. Un verdadero disfrute.

Desde luego Mofatt es un tipo sin miedo. Como adelanto de la nueva temporada de Doctor Who, esta Navidad se ha atrevido con el clásico de Charles Dickens Cuento de Navidad en el capítulo A Christmas Carol. Y una vez más ha logrado que un relato que se ha llevado decenas de veces a la pantalla nos logre sorprender. Pero su atrevimiento no se limita a las aventuras del Doctor, ni mucho menos. Suya es una versión muy remarcable de Jeckyll para televisión, a la que también aportó una buena dosis de modernidad y de reflexión sobre quién somos. Y, sobre todo, es la mente pensante detrás de la celebradísima actualización de Sherlock Holmes de la BBC. Sin pudor, Moffat toma a Sherlock y a Watson, los trae al Londres actual y construye un auténtico mecanismo de relojería altamente recomendable. Sus tres capítulos saben a poco, pero por suerte ya hay más en preparación. Lo bueno se hace esperar.

Suponemos que con el mismo espíritu rompedor y desacomplejado habrá tomado su encargo más importante, al menos de cara a la galería. Es el guionista de las nuevas aventuras de Tintín que está preparando Spielberg y que son tan esperadas. ¿Logrará de nuevo Steven Moffat el equilibrio perfecto para actualizar todo un icono dejando a sus fans encantados? Lo ha hecho con Sherlock Holmes y con el Doctor Who, dos estandartes de la cultura británica. Veremos como se le da la belga.

Mientras llega Tintín, recomiendo seguir el trabajo de Moffat en Doctor Who. Una serie lamentablemente muy desconocida en nuestro país. En mi caso particular, el veneno de la Tardis me picó en los escasos capítulos de principios de los ochenta que se emitieron en canales autonómicos. Sería maravilloso que la serie tuviese el trato que merece, llegase al gran público y llenase algunas mentes de niños inquietos de fantasías que viajan en el tiempo en cabinas de color azul. Eso no se olvida.