El personaje invisible
La animación dispone de una panoplia de recursos para expresar visualmente aquello que carece de representación en nuestra realidad. Ese alarde de ambición expresiva —dar vida, a través de nuestra imaginación, a aquello que en otras circunstancias no es posible animar— resulta fundamental cuando su objetivo consiste en responder a alguna de las cuestiones nucleares de nuestro presente: ¿Qué podemos hacer con nuestra identidad? Para el protagonista de Rango (Gore Verbinski, 2011), un camaleón en crisis cuya existencia sobrepasa los límites de vivir para camuflarse entre la multitud, la conquista de la identidad —saber por qué y para qué es quien es— supone un desafío para su vida acomodada en el interior de un terrario. No basta con llevar una rutina ordenada dentro del mundo que hemos —o han— creado, porque llega un punto en el que acabamos preguntándonos si de verdad eso es todo. Quiénes seremos, cómo llegaremos a serlo, ¿terminan en esa pequeña porción de tierra y cristal?
Para un personaje angustiado por su naturaleza, la animación siempre le facilita una serie de caminos alternativos. Desde el gesto creador con el que Chuck Jones dibujaba, borraba, alteraba y descomponía la anatomía animada del Pato Lucas en Duck Amuck (1953), hasta la reciente fantasía (casi) proletaria de Tiana y el sapo (The Princess and the Frog, John Musker y Ron Clements, 2009), en la que su protagonista consigue dotar de relieve a un futuro que no había logrado cuajar; la animación impone una vía en la que todo es flexible, sin final, pendiente de una futura revisión en la que pasaremos de héroe a villano o de humano a criatura fantástica, y viceversa. En otras palabras, se trata de un estilo que nos permite borrar, subrayar donde antes hubo una marca de lápiz y redimensionar el sentido de lo que estamos contando, por ejemplo, nuestra identidad.
En cuestión de identidad, el western es el género que mejor se acopla a esa búsqueda del sentido. En un filme del oeste, todos tenemos algún papel que desempeñar y nadie se va con las manos vacías. Porque son tantas las mitologías que funda —y funde— que, por momentos, no resulta descabellado pensarlo como El Dorado de la identidad: En ese contexto de autorevelación, de héroes en tránsito de serlo o de forajidos que resisten ante el avance del tiempo, ese efecto borrado y subrayado que señalaba en relación con la animación se hace más perentorio. Si queremos saber por qué somos como somos, hemos de dejarnos la piel en el último duelo, la vigilancia de la caravana o la defensa del pueblo, antes de que el futuro opaque nuestro destino y nos obligue, con su homogeneización, a vivir en un terrario tan limitado como el de Rango. Basta con observar las dinámicas grupales de los filmes de Howard Hawks, que en su búsqueda del sentido de la virtud, del valor o del compañerismo pasan por perfectas puestas en práctica de los diálogos socráticos.
Así, Rango es un western animado en el que su personaje principal, angustiado por no tener nombre, hunde sus raíces en el territorio más tradicional buscando aquello por lo que, nada más aterrizar en el pueblo, todos le reconocen: ser alguien. A diferencia de otros relatos, éste posee un valor especial por las circunstancias en las que se produce ese reconocimiento. Desde el inicio de la película, Rango ha expresado su naturaleza camaleónica a partir de su vis cómica —la de las narraciones que monta con sus compañeros de terrario—. Por ello, cuando finalmente entra en contacto con una comunidad real, no le resulta difícil hacerse pasar por alguien, como otro producto más de la iconosfera propia del género. Si el pueblo quiere un Sheriff, él puede desempeñar ese papel, como también podría hacer del Hombre sin nombre típicamente leoniano al que invoca en plena alucinación en el desierto. Sin embargo, la facilidad con la que el pueblo anima a Rango a convertirse en quién no es —pero desea ser— no se corresponde con la dificultad de aceptar plenamente ese rol.
Hay un gesto, repetido en algunas películas recientes, que conviene no dejar pasar. Tanto en El escritor (The Ghost Writer, Roman Polanski, 2010) como en Green Zone. Distrito protegido (Green Zone, Paul Greengrass, 2010), sus protagonistas descubren aspectos de la verdad a través de sus búsquedas en Internet. La deducción propia, las claves y recursos que proporciona el género —suspense, en ambos casos—, no son suficientes para desvelar lo que sucede a su alrededor; necesitan un intermediario para llegar a aquello que no detectan tan fácilmente en la realidad. Este gesto podría leerse como una exacerbación de la ficción, es decir, cómo necesitamos de recursos más potentes para alcanzar conclusiones tan obvias u obtusas como de costumbre. En cierto modo, desde una ironía marcadamente posmoderna, Rango también participa de ese gesto, pues dispone de múltiples recursos, animados o genéricos, para conquistar una ambición tan esencial como reconocerse como alguien. Al fin y al cabo, Kierkegaard también se escindía en otros yoes —Víctor Eremita, Johannes, Constantin, …— como mecanismo para describir y ahondar en diferentes aspectos de su pensamiento. ¿Por qué no Rango? ¿Por qué no Gore Verbinski?
Rango, además de ser un excelente filme de animación, deja abierta, al hilo de la ansiedad de su protagonista por —en negativo— no carecer de identidad, la siguiente pregunta: ¿Existe el personaje invisible? Aunque sea jugar con ventaja (¿Qué hay más invisible que un camaleón que puede imitar otras cosas?), me inclino a pensar que Rango es un buen ejemplo de ello. Recorre los fundamentos de su cine en busca de un destino; utiliza una herramienta como la animación a modo de recurso expresivo añadido que le allane su investigación; y, finalmente, da con quien estaba buscando ser, en todo ese largo trayecto de relevación. ¿Tanto esfuerzo sólo por un camaleón? Habría que ir pensando que la búsqueda es doble y el filme termina siendo una —otra más— llamada de atención de Verbinski, perteneciente al club del auténtico cine invisible junto a colegas como James Wan o Doug Liman. Porque la pregunta abierta que deja en el aire Rango es si en un cine cada vez más asimilado a la pantalla global, todavía nos sigue importando la personalidad de sus creadores.
¿Los creadores de sagas tan conocidas y seguidas como Piratas del Caribe, Saw y El Caso Bourne pueden ser considerados cine invisible? No sé, no sé.
Es una buena pregunta esa que haces, Hobbie. Más allá de gustos -que siempre son relativos y discutibles-, el eco crítico que han tenido las películas de Verbinski, Liman o Wan ha sido prácticamente nulo. Y fíjate que los tres ejemplos que citas, en cierto modo, han acabado perteneciéndoles a Bruckheimer (productor del evento), Lionsgate (distribuidora de Saw y sucedáneos) y Paul Greengrass (por patentar, junto a Dan Bradley, la «nueva» estética del thriller). En definitiva, que los tres directores han quedado relegados a desempeñar roles secundarios, casi jornaleros del celuloide. Lo que vengo a decir, que por supuesto debe ser discutible (qué sentido tendría lo contrario), es que conviene rascar en las carreras de éstos y otros realizadores y ver cuánto de discurso personal han ido depositando en sus respectivas obras. A Liman no le conoce nadie, del mismo modo que las películas fuera de Saw de James Wan no han tenido repercusión alguna, y Verbinski es tan heterogéneo que apenas parece permitir un enfoque de conjunto sobre su obra, porque pica de todos los géneros. Para mí es cine invisible desde el momento que cualquier comentario de sus películas apenas sobrepasa las 200 palabras (de nuevo, si queremos tomarlo en serio y no despacharlo con un tópico). Y pienso que algo de interés deben tener cuando, Cahiers Francia mediante, se le dedica un texto de 2 páginas a la carrera de Doug Liman, con sus luces y sombras, pero aceptando el reto de indagar en lo que transmiten sus imágenes.
Humildemente, he querido hacer algo parecido con esta reseña, en previsión de la indiferencia que pueda despertar la peli. Pero, en cualquier caso, ya digo que tienes motivos más que razonables para poner en tela de juicio la invisibilidad de estos cineastas o de otros. Pienso que, en cualquier caso, resulta difícil identificarles por sus franquicias, porque ya no les pertenecen, pero todavía más difícil identificarles por sus respectivos discursos, porque permanecen intactos, a falta de que alguien indague más.
Un abrazo,y gracias por tu comentario.
Óscar
Hombre, Liman es archiconocido, como director. Hasta ha presentado una película en el Festival de Cannes en Sección Oficial. No sé qué mayor gloria puede haber para un director. Porque no fue Fuera de Concurso, no, no, Sección Oficial.
Verbinski es invisible como los son otros miles de directores en el mundo. Obviamente, también habría que buscar qué hay de personal en las carreras de todos ellos. De los directores de Bollywood y Nollywood. Todo es cine invisible siempre que no se hable de ello. Pero de Verbinski y James Wan se habla, más que de Lauro Chartrand, Benny Chan, Naoko Ogigami, Rajkumar Hirani y cientos y cientos de directores más (y he seleccionado directores que son absolutamente comerciales en sus países de origen, así que el argumento de «la crítica no hace caso a los directores comerciales por desprecio intelectual» no vale). ¿Cómo se puede hablar de «auténtico cine invisible» respecto a Verbinski y Wan? No lo veo, ni siquiera como provocación, ni como toque de atención, ni como estado de las cosas de la crítica española
Por supuesto que se puede hablar de «cine invisible» cuando citamos a estos directores, porque efectivamente sus películas las habrán visto muchísimas personas pero muy pocas las han «observado». Y se citan porque creemos (en este caso estoy de acuerdo con Oscar) que su cine posee más capas de lectura que lass de esos miles de realizadores que también están ahí….y porque son tan invisibles que todos accedemos a sus películas reduciéndolas a trozos de celuloide vía major. No se trata de provocar ni de llamar la atención, que ya somos mayorcitos. Se trata de escribir y de intentar abrir frentes de reflexión.
Un abrazo,
Robert
En todo caso, creo que hay que diferenciar que se le conozca porque se exhiban y distribuyan sus películas de que se le conozca porque se atienda a lo que esas películas están diciendo. La invisibilidad, en mi opinión, la otorga esta última parte. No la primera, y menos en un momento en el que los foros especializados, los gestores de descarga y los festivales dan visibilidad a casi todos los materiales, sean comerciales o no.
Con Liman o Wan o, por qué no, la lista de directores que citas y que, como acertadamente apuntas, podría ser todo lo extensa que quisiéramos, sucede que sus películas pueden localizarse en cualquier lado, desde el videoclub al multicines del centro comercial más cercano. De acuerdo, es totalmente cierto. Ahora bien, no por presentar diferentes vías de acceso se tiene mayor visibilidad, ni supone un determinado esfuerzo indagar acerca de qué es lo que pueden estar diciendo, al margen de políticas audiovisuales, decisiones editoriales de revistas o estados de las cosas. Ambos (creo) estaremos de acuerdo en que esta última parte es, en la mayoría de ocasiones, un auténtico coñazo y un freno para hablar de lo importante, que es lo que cada película, cineasta, estilo, etc. pueda aportar, independientemente de su adscripción, tendencia o moda.
Lo que he entendido como invisible, y haces muy bien en ponerlo en tela de juicio porque para eso está escrito, es la atención que genere el discurso de una determinada obra. Y, como decía, y por ceñirme al ejemplo concreto del texto, Verbinski sí me lo parece y, como tantos otros cineastas, está bien dedicarle un pequeño espacio a la reflexión. A partir de ahí, cada uno decide si ese espacio debe ampliarse, reducirse o no interesa y mejor pasar a otro tema. Pero, sinceramente y a riesgo de equivocarme, con Verbinski no siento que ese espacio para la reflexión sea ni notable ni importante, de ahí que haya querido dedicárselo, como también me gustaría dedicárselo a otros y, es más, a todos los que citas. Seguramente, aprendería un poco más y, de hecho, es una manera de diferenciar la reflexión sobre el arte (qué dice esa obra) de la reflexión sobre el consumo (en cuántas y cuáles son las pantallas donde se proyecta).
Dicho lo cual, agradezco mucho tu observación, que he encontrado bastante enriquecedora para dar pie al diálogo, que de eso se trata.
Un abrazo!
Será cuestión de apreciaciones personales. Yo a Verbinski no lo veo nada infravalorado. Sus Piratas del Caribe tuvieron mucho espacio en Dirigido por, que por aquel entonces era una de las pocas revistas de cine en españa. También El hombre del tiempo tuvo mucho espacio, pese a ser bastante fracaso en taquilla. Y Rango tampoco está siendo menospreciada. De hecho, en Otros Cines, una página bastante exigente, obtiene una puntuación de cinco estrellas.
Lo mismo me pasa con Liman. Quizás Jumper sí que se ha obviado más de lo que se debería (para mi su mejor película), pero en fin, de pocas películas de Hollywood se ha hablado más que de El caso Bourne y secuelas. Y no es que sus películas se hayan pasado por festivales, es que ha ido a la Sección Oficial de Cannes. Y ha ido como película de Doug Liman, no como película de actores o de productores. La sección oficial es así.
Y Wan también tuvo su espacio. De la saga Saw se ha hablado bastante. En Miradas se le dedicó un especial entero. Sus siguientes películas han tenido reseñas de doble página en casi todas las revistas de crítica, otra cosa es que sean películas gusten o no, pero comprenderás que en dos páginas se dicen más cosas aparte de «no me gusta porque es comercial».
Por lo tanto, invisibles no creo que sean. Invisible es Jean-Marie Straub, por ejemplo. 40 años haciendo películas y ni una estrenada en España, ni una reseñada en las revistas de cine. Únicamente comentarios pomposos e imprecisos de las ediciones en DVD. Mira el espacio que han ocupado en las revistas de crítica (o los espacios de crítica) española James Wan frente a Jean-Marie Straub y me juego lo que quieras a que el primero ha tenido más. Y bueno, digo Jean-Marie Straub como puedo decir Larry Cohen, por eso de que nadie me salga con el argumento de «el aburrido e intelectual Straub».
Invisibles, invisibles no los llamaría. ¿Infravalorados? Puede ser. Pero ya digo, Liman ha estado en la Sección Oficial de Cannes, eso es muy difícil y tienes que tener cierto nombre para conseguirlo. Verbinski a mi es que no me parece tan bueno, quizás la primera de los piratas, el remake de The Ring o este Rango que realmente tiene buena pinta, pero la segunda de los piratas, The Mexican o El hombre del tiempo, me parecen bastante flojas y me cuesta encontrarle una relación como autor, sobre todo respecto a Liman, que si le veo una coherencia estética y mecánica, incluso a Wan, aunque la última no la he visto. Pero «cine invisible» no es, porque su cine se ve, su cine se comenta. El cine invisible es el que simplemente, no se ve, como Promises written with water, de Vincent Gallo.
Un placer de discusión, por lo demás,
miguel