Stanley, Caligari y los demás
El discurso de Rafa Maluenda, director del festival Cinema Jove, durante la gala de clausura no pudo ser más honesto respecto a todos los recortes y limitaciones que de alguna forma habían marcado el desarrollo de esta edición número veintiséis. Maluenda, una vez más, volvió a demostrar que está muy lejos del típico funcionario mediocre, encargado de gestionar cualquier actividad cultural sin comprenderla ni en realidad interesarle, verbigracia Salomón Castiel, último director, por el momento, de la cada vez más a la deriva Mostra de lo que sea (Mediterrani, acción y aventura, etc…). Las palabras crisis y recortes se repitieron una y otra vez en su sentida disertación, pero también se encargó de recalcar los ánimos e ilusiones que un año más le situaban al frente de un festival como éste.
No hay demasiado que decir sobre la última edición de este certamen, salvo que ha cumplido a la perfección con lo que un espectador espera de una muestra pequeña. Pocas películas en la sección oficial, tan sólo ocho títulos bien escogidos, y que responden sin duda a la selección que esperamos encontrar en un evento de estas características. Filmes de diversas procedencias, de Francia a Alemania, pasando por Rusia o Irán, que sin destacar ninguno en demasía tampoco decepcionaron.
La rusa Siberia Monamour (Slava Ross, 2011) se alzó con la ansiada Luna de Valencia. La cinta es una hermosa y dura crónica sobre el devenir de un grupo de personajes conectados entre si, un tanto desequilibrada por la inevitable fragmentación del relato, al apostar por el desarrollo de diversas historias de desigual interés. Bien acabada y poseedora de una emotiva tristeza que envuelve a todos sus protagonistas, merece además la suficiente atención por el prodigioso sentido del equilibrio que le impide caer en el sentimentalismo que parece surgir de buena parte de las anécdotas narradas. Por último, es de justicia mencionar el excelente trabajo de todos los intérpretes, destacando a un soberbio Pyotr Zaychenko, que da vida al abuelo Iván.
Frente a esta producción merecen ser tenidas en cuenta Über uns das all (Jan Schonmburg, 2011), Here (Braden King, 2011) y Motel Nana (Predag Velinovic, 2010). La primera es una acertada cinta alemana, divida en dos partes bien diferenciadas, sobre una mujer que después de quedarse viuda descubre que su marido no es quien ella creía. Correctamente ilustrada y con una estupenda interpretación de Georg Friedrich, que interpreta a un profesor universitario que empieza a salir con la protagonista, la pieza queda empero perjudicada por un desenlace inadecuado e insulso. Por su parte Here, bella historia de amor condenada al fracaso entre un cartógrafo y una fotógrafa en la Georgia contemporánea, es un inmejorable ejemplo de cine honesto, bien realizado, que consigue atrapar al espectador durante su proyección, pero es incapaz de permanecer en su memoria transcurridas unas pocas horas. Con la sombra de la guerra todavía presente, la película de Predag Velinovic es una entrañable realización sobre un profesor de Belgrado, obsesionado con la antigua Grecia, que acaba enseñando, después de un incidente con un alumno, en un apartado colegio rural.
A pesar de su innegable corrección, resultaron mucho menos logradas Aragh sagee (Houssein Keshavarz, 2010) y Erratum (Marek Lechki, 2010). Filmada en la clandestinidad e esclarecedora respecto a los sinsabores que viven los jóvenes en la conservadora sociedad iraní actual, la opera prima de Keshavarz, después de diversos trabajos como productor o guionista, es demasiado anecdótica e irregular cinematográficamente. La cinta polaca Erratum tiene en su minuto final una pieza auténticamente maravillosa. Utilizando tan sólo el rostro de un padre y su hijo, separados por la puerta del piso del anciano, consigue unos niveles de emoción sobrecogedores, que casi parecen remitir al Charlie Chaplin de Luces de la ciudad (City Lights, 1931). Por desgracia, la historia del reencuentro entre los dos hombres que podría haber dado lugar a un espléndido cortometraje se corrompe por culpa de la acumulación de anécdotas superfluas, que hinchan el metraje, sobre el tan trillado tema del regreso al lugar de origen de un personaje a la deriva. Formalmente impecable, está llena de trivialidades e incluso llega a hacerse tediosa.
La Filmoteca de Valencia un año más ha sido, junto al Instituto francés o el IVAM, un marco idóneo para la proyección de los diferentes títulos programados. Curiosamente, dos de los ciclos que se estaban desarrollando pocos antes de la inauguración del certamen giraban en torno al mítico cineasta francés François Truffaut. Y digo curiosamente porque dos de las cintas a concurso parecían prolongaciones o al menos ejercicios de aventajados alumnos del autor de Besos robados (Baisers volés, 1968). Precisamente, Silberwald (Christine Repond, 2010) resultaba una suerte de reformulación de las aventuras del pequeño Antoine Doinel de Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, François Truffaut, 1959), quien a principios del siglo XXI, en un pequeño pueblo suizo estaría a la deriva y acabaría involucrado con un grupo de skinheads. El plano final con Sascha, el adolescente protagonista, mirando el incendio que acaba de provocar su camarada en una residencia de inmigrantes, nos remite de inmediato, habida cuenta de la profunda y desesperanzada mirada que nos parece lanzar a los espectadores, al Doinel fugado del centro de menores desafiándonos, mientras el mar rompe contra la playa. Sería todo un acierto que la joven directora recuperará en el futuro a Sascha y a la manera de Truffaut nos contara, a lo largo de diferentes películas, sus aventuras en el enloquecido contexto europeo contemporáneo. Junto a Truffaut, podemos descubrir la influencia de Jean Eustache, Maurice Píalat o Eric Rohmer en la pieza francesa Un poison violent (Katell Quillérvére, 2010). Sin la profundidad y tristeza del director de La maman et la putain (1973), ni la ferocidad de Pialat, la cinta es una reconocible producción sobre el despertar de una niña de doce años que cualquier aficionado al cine francés de autor sentirá haber visto ya en infinidad de ocasiones. Precisa y con algunos momentos muy emotivos, revela en su directora un nombre al que seguir en futuros trabajos.
De todas formas, si Cinema Jove tuvo un auténtico protagonista, ése fue, sin duda, Stanley Kubrick. Aprovechando el homenaje a Jan Harlan, inseparable productor del cineasta, se proyectaron los cuatro últimos títulos del director de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971), además del documental Stanley Kubrick: Una vida en imágenes (Stanley Kubrick: A Life in Pictures, Jan Harlan, 2001), ya conocido por el aficionado gracias al DVD. Poco hay que decir de la proyección de las películas de Kubrick, tan sólo es necesario que el lector piense en lo maravilloso que puede resultar disfrutar en pantalla grande de una obra maestra tan rotunda como Barry Lyndon (1975). Si es necesario señalar que algunas de las copias proyectadas, cortesía de Warner, no estaban en las condiciones más idóneas y que para colmo se produjeron varios errores de proyección (incluyendo en El resplandor (The Shining, 1980) un corte en la parte final) que harían revolverse al viejo Stanley en su tumba. No está de más señalar la amabilidad y cercanía de Jan Harlan, quien presentó varios filmes y charló con el público amigablemente en diferentes ocasiones.
Mucho menos interés tuvieron el reciclaje de películas de Berlanga un tanto vulgarmente emparentadas con discutibles realizaciones de Alex de la Iglesia o Santiago Segura, el ciclo dedicado a la discretita cineasta Chus Gutiérrez, por no hablar del homenaje a un actor (!) como Carlos Areces.
Dejo para el final, el que posiblemente fue el momento del festival: El pase especial, con música en directo, de la copia restaurada de El gabinete del Dr. Caligari (Das cavinet des Dr. Caligari, Robert Wiene, 1920). Envueltos por la magnífica interpretación del Arsenio Martins Ensemble, el clásico de expresionismo volvió a demostrar que es inmortal y que a día de hoy es aún más fascinante que hace noventa años cuando fue registrado. Este tipo de iniciativas ya nos hace pensar con ilusión en la edición número veintisiete de Cinema Jove. Maluenda y su equipo estoy seguro seguirán luchando contra todas las adversidades por mantener en píe un certamen lleno de carencias y restricciones pero profundamente sincero y cercano.