Crematorio. Una serie española diferente

El ladrillo como paradigma distópico

 

La crítica ha visto en Crematorio, primera serie de producción propia de Canal+ España, el paradigma perfecto sobre el que fundamentar el inicio de una hipotética metamorfosis cualitativa de la ficción televisiva facturada en nuestro país. Sin duda, la adaptación de la novela homónima de Rafael Chirbes que realizan los hermanos Sánchez-Cabezudo se aleja voluntariamente de ese tono costumbrista y sainetesco, en el peor sentido de ambos términos, que caracteriza a la mayoría de series españolas contemporáneas y asume como modelos estéticos y narrativos excelentes producciones auspiciadas por cadenas de pago como la HBO que con Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007; David Chase) y  The Wire (2002-2008, David Simon & Edward Burns), por citar las dos influencias más directas de Crematorio,  impuso un elevado canon de calidad que ha marcado el magnífico devenir del resto de productos facturados por la ficción televisiva norteamericana durante esta primera década del siglo XXI. También pueden hallarse ecos de la estructura de El Padrino II (The Godfather:Part II, 1974; Francis Ford Coppola) en la disposición de diversos flashbacks que muestran las malas artes utilizadas por Rubén Bertomeu (extraordinario Pepe Sancho) para satisfacer su desmedida ambición y medrar así en el mundo de la construcción. Por otra parte, Jorge Sánchez-Cabezudo reconoce abiertamente su deuda con Las manos sobre la ciudad (Le mani sulla cità, 1963), film pionero del siempre contestatario Francesco Rosi que trata los tejemanejes ilícitos propiciados por la especulación urbanística en el Nápoles de los 60.  Sin embargo, Crematorio no trata de fagocitar la maniera de sus referentes foráneos (algo que podría desembocar en la parodia involuntaria) sino que adapta sus formatos con gran habilidad a la idiosincrasia de los personajes y al entorno que retrata. Es obvio que, desde que el gobierno del PP comenzó a insuflar aire a la burbuja inmobiliaria a finales de los 90 hasta la apocalíptica situación económica en la que nos ha sumergido su reciente y brutal estallido, el tema de la corrupción política y empresarial vinculado a las tramas urbanísticas ha pasado a formar parte del folclore español. Las bolsas de basura llenas de dinero negro en concepto de comisiones han pasado así a ser algo tan typical spanish como los toros y la paella, y el desfile por los tribunales de alcaldes, concejales y empresarios imputados en delitos urbanísticos eclipsa a las procesiones de Semana Santa. Sin dejar de lado la conseguida vocación realista y el marcado carácter sociológico que vinculan la serie con el periodismo de investigación y, por tanto, con la manera de entender la ficción televisiva de David Simon, Crematorio ofrece un retrato de la corruptela y de la criminalidad afincadas en la costa levantina desde un tratamiento genérico que se aproxima al cine negro y especialmente al “polar” francés en su frialdad expositiva y en la búsqueda de una elegancia formal que remite a Jean Pierre Melville e inevitablemente a Michael Mann. De esta manera, el conjunto adquiere un tono de abstracción que, en cierta medida, da la espalda al lado más rancio y costroso del asunto y el ambiente tratados en pos de una idealización aséptica de la puesta en escena. En principio resulta curioso, por ejemplo, que en la fotografía de una serie situada en el soleado litoral mediterráneo predominen colores  fríos como el azul, el gris y el blanco. El uso de este cromatismo actúa como metáfora evidente de la gelidez emocional que demuestran todos los personajes en sus relaciones interpersonales pero, al mismo tiempo, estos colores están vinculados a los materiales (acero, hormigón, yeso, etc.) utilizados por Rubén Bertomeu para la construcción de su emporio. Así, la ciudad ficticia de Misent actúa como proyección metafórica de tantas localidades costeras españolas que han fundamentado su economía durante años en la política del ladrillo pero, a la vez, se configura como una especie de mesa de operaciones donde diseccionar con frialdad quirúrgica un modo de vida que se convirtió en auténtica epidemia en la mayor parte de nuestro territorio. Pese a reconocer claramente en nuestra sociedad los modelos reales que Crematorio toma como referencia observamos una clara visión distópica en su manera de abordarlos que denota una infinita tristeza, una melancolía que reside, de manera seminal, entre las paredes de la finca familiar de Bertomeu (en el rostro enjuto de la mater familias) que se proyectará trágicamente a todos los descendientes y afines (ya sean amigos, colaboradores o sicarios), los cuales sufrirán las consecuencias de las acciones de Rubén, cumpliendo con una suerte de fatuum.

La figura de Bertomeu se nos revela, de esta manera, como clave en el desciframiento de los destinos ajenos, así, las decisiones asumidas a lo largo de su vida serán las que marquen el devenir de las vidas de los otros. Su propia madre verá truncado su apacible modus vivendi, siendo expulsada de la finca familiar a causa de los desmanes urbanísticos de su primogénito. La relación de Bertomeu con su progenitora alude, pensamos que de manera intencionada, a la que mantenían Tony y Livia Soprano (el más freudiano de los afectos maternofiliales exhibidos nunca en la ficción televisiva). Este desalojo rompe definitivamente los vínculos de Rubén con la tierra a la que pertenece, terminando de fragmentar su pasado e impulsándolo a tomar, tal vez deliberadamente, el camino que le conducirá a su fin. Asimismo, la muerte de Bertomeu, en un acto de justicia poética que desprende no poca ironía, no viene administrada por ninguno de los peligrosos aliados que se han ido adhiriendo a su dilatada trayectoria delictiva (mafia rusa, narcotraficantes, políticos y policía corrupta, etc.) sino que, de manera alegórica y casi redentora, es ejecutado por la mano inocente de una de las víctimas de su propia voracidad especuladora.

La desaparición de Rubén viene sucedida por la implícita recogida del testigo de su legado por parte de su hija Silvia (Alicia Borrachero), única descendiente directa del promotor y heredera natural del imperio Bertomeu.  Jorge Sánchez-Cabezudo sugiere el comienzo de un nuevo capítulo de esta saga en una escena que se nos antoja clásica en tanto que hace referencia directa al final de El Padrino (The Godfather, 1972; Francis Ford Coppola), donde Michael Corleone reconocía a su vez su condición de nuevo Padrino tras el fallecimiento de Don Vito. Dicha escena supone la culminación de un proceso de preparación, que da comienzo con la detención de Rubén y termina con su caída definitiva, donde se nos muestra el acelerado y doloroso camino iniciático al que debe enfrentarse Silvia para quitarse la venda de los ojos y asimilar  todos los desmanes de Bertomeu, empezando así a tomar conciencia real del origen de la riqueza y de la posición privilegiada de su familia. Por tanto, a partir de entonces, el destino de Misent dependerá únicamente de ella (recordemos que a la muerte de su padre se suma su separación y la partida de su hija hacia Londres) quedando en el aire numerosas incógnitas, entre ellas, si sabrá ser digna heredera de su padre, porque no sabemos si Silvia será capaz de realizar el descenso a los abismos de la inmoralidad tan cómodamente transitados por su antecesor, pues el dominio de Rubén Bertomeu, según aparece representado en la serie,  alcanza todos los estratos de la ciudad de Misent; desde los sórdidos bajos fondos, pasando por el mundo de la cultura y terminando en las altas cumbres de la política local y autonómica (las alusiones a la complicidad de la Comunidad Autónoma -¿de Valencia?- con los, ciertamente, sospechosos negocios de Bertomeu son constantes). Hemos de destacar que la representación que se hace en Crematorio de las diversas esferas de la ilegalidad que operan en Misent (desde los mafiosos rusos a los concejales corrompidos) se corresponden a la perfección con el imaginario delictivo del público español medio (creemos que, de la misma manera, los habitantes de West Baltimore reconocen, con toda naturalidad, figuras como la de Clay Davis y los Barksdale). La verosimilitud descarnada de Crematorio se nos presenta automatizada, se incorpora cómodamente a nuestros arquetipos, para, finalmente, ejercer un poder de desenmascaramiento ante nuestros propios ojos que nos destapa como víctimas y cómplices de toda esta marea enladrillada que nos ha traído al punto sin retorno en el que nos encontramos. Así, el nacimiento y la muerte de Rubén Bertomeu (entendiendo su nacimiento como el momento de apoteosis clásica) marcan el origen y el ocaso de una época de bonanza ilusoria cuyas feroces secuelas han terminado por derrumbar el hiperbólico sistema capitalista sobre el que se sustentó durante años. Con no poco sarcasmo, Jorge Sánchez-Cabezudo nos muestra cómo el espejismo económico se desvanece con una metáfora perfecta: Bertomeu yace malherido en un árido terruño mientras en el horizonte se recortan las siniestras siluetas de urbanizaciones inacabadas y desiertas, recordatorio implacable de que los buenos años financieros han terminado y el Apocalipsis es un hecho consumado.