La pasión de Juana de Arco

«Supongamos ahora que proyectamos todas las películas. ¿Sobre que versan, en toda su multitud? En distintos momentos habremos visto, como  esperábamos, muchísimas cosas. Pero solo una cosa ha estado siempre en el proyector. La película. Eso es lo que hemos visto. Luego sobre eso versan todas las películas».
Hollis Frampton. Especulaciones. Escritos sobre cine y fotografía

De la misma forma que cuando vemos los jeroglíficos egipcios no podemos dejar de asombrarnos por su riqueza y complejidad, sucede que al ver algunas de las grandes obras maestras del cine mudo uno queda totalmente fascinado por sus imágenes y no puede evitar plantearse hasta dónde podría haber llegado este arte de no ser por la irrupción del sonido.

Sin embargo, si no queremos caer en una espiral de nostalgia gratuita que no lleva a ninguna parte, lo que deberíamos es reformular esta pregunta.

Si, es cierto que la llegada del sonoro levantó una serie de barreras que destruyeron por completo el sueño de hacer del cinematógrafo un lenguaje universal capaz de comunicar a todos los pueblos pero este, es un hecho irremediable y por tanto no tiene ningún sentido lamentarse por ello. Lo realmente interesante es ver que ha sobrevivido de ese periodo y lo que a día de hoy todavía puede ser útil y ninguna obra mejor que La Pasión de Juana de Arco de Carl Theodor Dreyer para dar cuenta de ello.

Vertov, Murnau, Chaplin… todos trabajaron duro para crear un lenguaje propio sólidamente cimentado en las imágenes y su montaje, pero Dreyer en concreto, movido por su deseo de captar el espíritu de sus personajes centro su atención en algo que jamás cambiaría ni con la llegada del sonido, el color o el 3D; el cuerpo de los actores.

En la escena final de Ordet, cuando van a tapar el ataúd de Inger, Mikkel –su marido- se niega violentamente. Su padre le dice entonces; “Venga Mikkel, su alma está con Dios. No está aquí, ya lo ves”.

Entre lágrimas, Mikkel le responde; “Su cuerpo, también amaba su cuerpo”.

Aquí está, en pocas palabras, resumida la esencia de la obra del cineasta danés. La trascendentalidad en el cine de Dreyer no viene por vías abstractas basadas en la creación de alegorías visuales sino todo lo contrario, esta se percibe a través de lo concreto, de la filmación exhaustiva y detallada del físico de sus personajes.

De toda su obra, es quizá La Pasión de Juana de Arco aquella en la que esto se percibe con mayor fuerza debido a la especial vehemencia con la que el director filmó a los principales protagonistas.

Dreyer concibió este trabajo más que como una ficción histórica al uso, como un inventario de los rostros y los gestos que acompañaron al proceso de Juana de Arco en Rouen y es por ello que su visionado se convierte en seguida en una experiencia límite.

En mi opinión hay tres imágenes que sirven perfectamente para dar cuenta de esta radical dimensión física del filme; la primera, como se ha dicho muchas veces, corresponde a los ojos de la actriz protagonista, Renée Falconetti (empujada literalmente hasta la locura por el director para conseguir tal expresión de horror en su mirada)

La segunda es la de la sangre que brota a borbotones del brazo de Juana cuando le hacen una sangría para bajarle la fiebre.

Y la tercera es, evidentemente, el cuerpo calcinado de la joven en la hoguera.

Mi conocimiento del cine es extremadamente limitado pero no creo que mienta si digo que nunca antes se vio en pantalla de forma tan cruda y realista el proceso de destrucción de un cuerpo humano.

Esto, obviamente, no es casual. Dreyer planificó una obra en la que el noventa por cien de los planos los ocuparan únicamente los rostros de sus actores pero igual de relevante que esto es el hecho de que decidiese para ello utilizar un tipo de celuloide jamás usado antes en cine; la película pancromática.

Esta es una película sensible a todas las longitudes de onda y por tanto aquella que el cineasta eligió para obtener un mayor realismo.

Un soporte físico especial para retratar lo que hay de especial dentro de una presencia física. Más allá de su innegable calidad plástica e interpretativa es este acto de coherencia que sobrepasa los límites de la pantalla el que hace que La Pasión de Juana de Arco sea una obra única y sorprendente.

Lo que no debería sorprendernos por tanto es que efectivamente esta película acabase quemada (el negativo original se destruyó en un incendio en los laboratorios de la UFA en 1928), cortada (los nacionalistas franceses presionaron al gobierno del país para que la censurara buena parte de su contenido antes del estreno) y recluida en una institución mental (en 1981 se encontró milagrosamente una copia del negativo original en perfecto estado en el sanatorio de Kykemarkby Kehus cerca de Oslo).

Justicia poética en estado puro.