Injustamente ensombrecida por la desmesurada fama de El acorazado Potemkin ( Bronenósets Potyomkin, 1925, Sergei S. Eisenstein), Octubre es una hermosa película sobre los diez días que conmovieron al mundo: la revolución rusa. Rodada con motivo del décimo aniversario de dicho acontecimiento histórico, el cineasta soviético abandonó la sencillez narrativa de su ilustre predecesora para elaborar un majestuoso film barroco.
Para ello, Eisenstein hizo especial hincapié en la utilización sistemática de elaboradas metáforas visuales. Las imágenes se organizan para que el contraste entre ellas —e incluso, el contraste interno entre los elementos figurativos que la integran— motive ideas y reflexiones en tono épico, trágico o irónico. Por ejemplo, Kerenski es un pavo real o es Napoleón, después de subir por las interminables y piranesianas escaleras del poder acumulado cargo tras cargo; el mitín enfervorecido de Lenin halla su réplica en las cuerdas que se tensan, los musculosos brazos que tiran, y la estatua del zar que cae haciéndose pedazos; el general Kornilov es una petrea estatua ecuestre que también es asociada a la imagen de Napoleón, una estatuilla que cae al suelo destruyéndose por sí sola; el discurso de un dirigente mechevique es comparado con la falsa y seductora melodía de unas arpas; la recargada decoración del Palacio de Invierno contrasta con el abigarrado manantial humano que se desparrama por sus estancias consumando su acto de rebeldía…
Octubre es una cinta de barroquismo delirante, donde Eisenstein llevó hasta el límite sus teorías alrededor del montaje ideológico de pñanos conceptuales. El didactismo del discurso épico construido por el realizador queda empanado por el esforzado formalismo del film, formalismo que no es óbice para que la emoción aflore en determinados instantes. El más justamente famoso, la elevación del puente sobre el río Neva, prodigio del montaje nacido del conflicto entre superficies, espacios e iluminaciones, punteado por la imagen de la muchacha muerta y el caballo que cae a las oscuras aguas.
© Reseña publicada originalmente en Dirigido por… nº 237, julio-agosto 1996. Reproducido con permiso del autor.