Charley Bowers. Un cómico inventor

Las alegres utopías de Charley Bowers

A mediados de los años noventa un buen amigo me pasó una serie de videos de un cómico desconocido. Eran tres, recuerdo sus títulos: Egged On (1926), Now, You Tell One (1926), It’s a Bird (1930). Recuerdo aún más sus imágenes, diferentes a todo lo que había visto hasta entonces. Me quedé impresionado, tuve la sensación única, de brutal intensidad, perdurable y que no se ha repetido, ni creo que lo haga, de estar ante un descubrimiento mágico, como si fuera Peter Jackson en La verdadera historia del cine (Forgotten Silver, Peter Jackson y Costa Botes, 1995). Ver esos huevos incubados en el motor de un Ford T., que con el calor del mismo se abrían para salir de ellos pequeños coches, idénticos al incubador, en el primero de los cortos —y para mí, su obra maestra— fue una sensación inenarrable. Repetí muchas veces este espectáculo, parando el vídeo para poder captar los latidos del fotograma cuando, inevitablemente, cambiaban, cuando vibraban descubriendo las trampas del cine. Fue en vano, la magia persistía, por fortuna.

Pude ver, con el paso de los años, varias películas más de este desconocido personaje, y descubrí tristemente la dificultad de ir más allá de la arqueología cuando de cine silente hablamos, ahora me ha sucedido lo mismo, apenas he encontrado referencias sólidas sobre Bowers, artículos diseminados y las referencias en las historias del cine son mínimas, se reducen a escuetos párrafos. Y eso que tengo la seguridad de que Bowers es completamente diferente a Chaplin, Lloyd, Keaton, Laurel y Hardy, mis conocidos de entonces, entre otros.

Lo epidérmico no era que Bowers buscara la semejanza. Su físico y su forma de moverse le acercaban sin disimulo a Buster Keaton, y a veces también a Chaplin, por sus ropas, a veces tan enjutas como la chaquetilla de Charlot. Busca el parecido, la mímesis, como forma de reconocimiento popular y creó, como los anteriores y como todos los cómicos de entonces, un personaje, conocido como Bricolo en Francia —donde se han descubierto la mayoría de sus cortos—, y lo dotó de personalidad. Es un joven emprendedor, tenía que serlo, porque lo sustancial le hacía tener que buscar ese compromiso emprendedor. No le quedaba otra que ser inventor, en busca de triunfo económico y reconocimiento social, salir de la multitud, como también lo quería Harold Lloyd, solo que éste mediante su trabajo y sus cualidades físicas. Puestos los cimientos de inventor, acoplados con el físico de Bowers, quedaba averiguar cuales eran las razones, como las de todos los personajes creados por cómicos, para finalizar siempre con la multitud, después de haber tocado el cielo. El único, pero siempre insalvable problema de Bricolo en su oficio de inventor, era que, en numerosas ocasiones, en sus propuestas para crear máquinas está ausente el concepto de utilidad; y cuando el azar llama a su puerta, sus megalómanas ideas se frustran porque hasta el azar tiene límites. Siempre el exceso de imaginación como frustración.

Lo sustancial, y vamos con ello, es que su oficio, el de inventor, le permite diferenciarse de sus coetáneos cómicos, con la brutal intrusión de lo fantástico en lo cotidiano. Lo orgánico, el metal, invaden el tradicional universo rural-urbano, por el que transita Bowers. Slapstick y stop-motion se dan aquí la mano.

Inicios en la animación

Nació en Iowa en 1889, el mismo año que Chaplin. Otras fuentes indican que nació en 1877. Parece ser que sus progenitores eran una condesa francesa y un médico irlandés. Parece ser que con cinco años le encantaba el circo y que debutó como funámbulo, inicio de una carrera de trabajos común a la de cualquier estadounidense con creencias en el sueño americano: jockey, cowboy, preparador de caballos, artista de circo. Un grave accidente le obligó al sedentarismo y comienza a dedicarse al teatro. Más tarde, debido a su facilidad para el dibujo, comenzó a hacer caricaturas en prensa. Estamos en 1912, cuando nació el germen de su carrera en el cine, en los Barre Studios, primero como animador y después como director de una larga serie de más de doscientos episodios, basada en los entonces populares personajes de cómic Mutt and Jeff. Cuatro años después, el éxito de este serial le hizo debutar como productor. Abrió su propio estudio de producción, como muchos otros elaboradores de viñetas humorísticas en lo que era una práctica habitual. Sus dibujos sobre el papel se fotografiaban viñeta a viñeta y el resultado eran sketches sencillos, bidimensionales, con ausencia de cualquier sonido. De esta época son The Extra Quick Lunch (1918), AWOL (1918), dos historias bastante banales, aunque la primera de ellas nos permite ver los primeros síntomas de la intrusión de lo inanimado en el mundo animado. En este caso, una tortita sirve de disco que da la música con la que camarero y comensal bailan.

El oficio de inventor

Su cuarta película dirigida data de 1918, la quinta es de 1925. Siete años de invisibilidad histórica. Tres años después había prácticamente concluido su carrera filmando en esos tres años más de cuarenta películas. Es de suponer que esos siete años supusieron un cuidadoso trabajo de aprendizaje sobre los mecanismos que le han hecho diferente, la conjunción entre el slapstick y la stop-motion, la creación de un universo en el que conviven personajes humanos, objetos animados y animales —generalmente aves— reales o fantásticos. La combinación era inaudita, una armonía para la conjunción de un mundo más cómodo para los humanos gracias a la creación de máquinas siempre al servicio y mejora de las condiciones de las personas, en lo que creía que sería un mundo mejor.

De 1926 y 1927 son la docena de cortos de una duración de alrededor de veinte minutos, que se conservan de esta etapa. Muchos son variaciones sobre un mismo tema, casi siempre con una liviana trama argumental, y cuya culminación es esa fusión de la animación invadiendo la imagen real.

En He Done His Best, para conseguir, como si fuera una comedia de Keaton, la mano de su prometida, el futuro suegro le pide que se haga hombre trabajando en la cocina de un restaurante. Pone empeño en ello. Por no pertenecer al sindicato, los trabajadores hacen huelga. Bowers solo, en apenas una semana, construye una máquina que sustituye las labores de cualquier trabajador de un restaurante. Es un preámbulo de lo que llegaría, aquí la animación no convive todavía con la imagen real.

No sé si Bowers vio alguna vez alguna película de Segundo de Chomón. Casi seguro que no, pero la escritura de la Historia es la que hace crear conexiones que son evidentes. A Wild Roomer parece un homenaje al director de El hotel eléctrico (1908). Ambos eran amantes de la animación de lo inanimado, de la intrusión en lo cotidiano de objetos que cobran vida. Aquí el relato se desarrolla en una pensión de la que desaparecen objetos, que utiliza el inventor para una máquina que valga para todo (¡!) y le permita cobrar una enorme herencia y poder casarse con su prometida. El artefacto acaba sirviendo para el afeitado, como sustituto del barbero.

Fatal Footsteps y Many a Sleep son dos pequeñas películas en donde lo único reseñable es la gracia que supone ver a Bowers bailando el charlestón, y los vanos intentos, en el segundo, de eliminar el bichito que hace que el plátano nos haga resbalar, en lo que es probablemente el invento más absurdo que haya podido imaginar. Si hubiera prosperado el invento… ¡nos hubiéramos quedado sin un buen número de cómicas caídas! En este caso, y recordando a George Mèlies, Bowers construye un telescopio de infinitos aumentos que le permite ver al bichito en cuestión.

Nothing Doing tiene como único mérito el que Bowers no hace de inventor, sino que es alguien que quiere ser policía. Por tanto, no hay creaciones sino persecuciones. Igualmente, pero aquí como detective de Scottland Yard, se desarrolla There It Is, dirigida por Harold L. Muller, en el que es un detective escocés, falda tableada y de cuadros, incluida, que persigue a un fantasma que no es tal. Say Ah Ah es un juego alrededor de una mesa, donde está el típico forzudo de las slapstick, que quiere comer un huevo. Le traen uno de avestruz, que es irrompible. Acaba por salir un avestruz con pantalones incluidos, que lo devora todo y acaba poniendo un disco y bailando. Cierta gracia pero no mucho más, la propia reiteración sin apenas variación de la premisa agota la inventiva.

Huevos elásticos. Pájaros metálicos. Ataque surrealista

En 1937 Andre Breton vio It’s a Bird, quedó sorprendido y escribió: «En 1937, It’s a Bird, nos llevó lejos por primera vez, nuestros ojos se abrieron a la triste distinción sensorial entre realidad y leyenda, al corazón de la estrella negra». Y volvemos al principio, a esas tres películas mágicas, singulares, sin duda divertidas por su punto de partida pero capaces de dejar todavía con la boca abierta en la era de los efectos digitales, una conjunción del absurdo con la animación difícil de explicar con palabras. Igualmente, Bowers explota posibilidades narrativas adaptándolas a sus creaciones mágicas, ofreciendo obras completas y complejas.

En Now, You Tell One, la historia es una reunión de mentirosos donde cada participante cuenta la historia de una ingeniosa mentira. Uno de los participantes abandona la sala en busca de inspiración y encuentra a Bricolo con su cabeza metida en el ojo del cañón. Cuando le cuenta su historia, real, decide llevarle a la reunión, donde todos se mofan. La retahíla de mentiras permite un dispositivo mágico que muestra elefantes entrando el Capitolio, monigotes cruzando a nado el canal de la Mancha; otra de las mentiras muestra a un hombre que desaparece bajo su sombrero para así poder atrapar a un ladrón. En otra, un árbol da injertos del que brota, después de echar una poción, una berenjena, en cuyo interior hay un huevo duro y un salero. Para cazar ratones, de un injerto hace nacer un gato sin cola… y luego multitud de gatos. En apenas veintiséis minutos.

Egged On es la máxima expresión de su talento y de la notoria imposibilidad de Bricolo para comprender que la creación de un invento ha de permitir, para su triunfo, un bien notorio.

Bricolo está empeñado en crear una máquina por la cual pasen los huevos por un conducto y salgan por otro, sin cambios en la forma pero que no se rompan al caer al suelo, es decir, huevos elásticos. Para probar los efectos necesita cada vez más ingentes cantidades de huevos y no consigue que nadie lo promocione, por lo que pide una prueba con una asociación de hueveros. En el momento de la prueba definitiva, una desgracia provoca que los huevos que iba a emplear se rompan, con lo que busca otros y los esconde en el motor de un Ford T. El rugido del motor adelanta que algo va a suceder, pero nadie, ni Bricolo ni nosotros, esperamos que el calor producido por motor provoque que se abran todos los huevos y salgan cochecitos de pequeño tamaño que juguetean felices y, para colmo surrealista, el Ford T. recoge las ruedas hacia dentro permitiendo que los pequeños cochecitos puedan estar abrigadas, en el calor de la madre metálica y ser ¡alimentadas!

It’s a Bird, dialogada con ingenio, se adentra en esa relación entre las aves, el metal y la invención, que se desarrollaba en Egged On. Aquí, Bricolo busca solucionar un problema medioambiental, hacer desaparecer las montañas de metal que se acumulan en los basureros de los suburbios. Para ello, viaja a África para cazar al ave comedor de metal. Lo caza, tentándolo con un gusano tintado de metal, que el pájaro devora. Atrapado, se lo lleva a Estados Unidos para que cumpla su función. ¡Y vaya si la cumple! It’s a Bird es la culminación de su carrera como creador de efectos visuales, el momento en que más cerca estuvo Bricolo de hacerse, por fin, millonario gracias a un pájaro tragador de metal. Se produce un espectáculo de devoración de metal sin igual, solo interrumpido por la puesta de un huevo del citado devorametal. Del huevo, ante la sorpresa de Bricolo –en lo que es una característica suya, la sorpresa del inventor, que no llega a sopesar las consecuencias de todo–, nace un coche a tamaño normal. Iluminado ante tamaño espectáculo, piensa en hacerse millonario y, seguramente, hacer felices a muchos de los estadounidenses que podrían, de esta forma, comprar un coche con pocos dólares, llevando a la miseria a Charles Ford, sino fuera porque demandarían a Bricolo por plagio, por utilizar una patente. Cinco millones de coches al año, exclama, pero el pájaro le responde con sorna condescendiente que ¡solo pone un huevo cada cien años!

Desaparición

En un momento de Now, You Tell One, un personaje consigue desaparecer bajo su sombrero. Algo así sucedió con Charley Bowers. En 1935 dirige la película, únicamente de animación, Believe or Don’t, donde se cuentan tres pequeñas historias: una de ellas la protagonizan unos cacahuetes animados, otra es una versión de Egged On, y la tercera tiene como protagonista a un bogavante alcohólico. Conteniendo cierta magia, falta la intrusión del factor humano que permitía el absurdo desarrollo de las situaciones. Lo mismo pasa con A Sleepless Night (1940), donde los animales parlanchines que habitan una casa son los protagonistas: un perro, una familia de ratones en una lata de sardinas, que no puede descansar por los ronquidos del mono. Uno de los ratones muerde una pastilla de jabón y salen pompas… y así, mucho más. Sí se observa en los diez minutos de duración cierta sensación de cámara estática, incluso forzada cuando se mueve, cosa que no pasaba en sus obras anteriores. Igual que en Wild Oysters (1940), cuya mayor gracia es la animación de una ostra.

En 1938 fue reclamado por Joseph Losey para ayudarle en la animación de su corto Pete Roleum and His Cousins. De él dijo: «Era un hombre pequeño, delicado, un incansable trabajador y obviamente un técnico de primera. Yo estaba encantado con su expresión, cansada, resignada a pesar de que era relativamente joven. Su trabajo parecía una increíble labor interminable».